Víctor Gómez Pin
De la misma manera que el genio matemático hace que a un momento dado emerja una nueva fórmula, la inteligencia poética parece, cuando menos, exigir la aparición de una metáfora nunca anteriormente contemplada. Esta erección de la metáfora en criterio mayor se inserta en la concepción anteriormente expuesta (¡y defendida!) del lenguaje como singular emergencia en la historia evolutiva que no tiene otra finalidad que sí mismo, y en la consideración de que la metáfora es como la cristalización mayor de dicho código.
El argumento obviamente se desmorona si se niega alguna de estas dos premisas, considerando que el lenguaje es un instrumento de comunicación entre otros, todo lo complejo que se quiera, y que la metáfora es un recurso más al servicio del mismo. No se puede dudar que en ocasiones la metáfora juega un papel instrumental, así la metáfora del Big Bang para referirse al origen de la expansión del universo, de hecho, un paradigma de la utilización de la metáfora en ciencia.
En una columna de este foro correspondiente al 18 de marzo de 2022 analizaba un artículo que reivindica el carácter instrumental de la metáfora, mediante el recurso de la homologación de las funciones de la misma en la ciencia y en las artes (Walter Veit and Milan Ney: “Metaphors in arts and science”, European Journal for Philosophy of Science, Springer Nature B.V.2021. Published online: 03 May 2021). Recojo de nuevo la tesis general del artículo (que utilizo como un hilo conductor contrapuntístico), añadiendo algún aspecto en aquella ocasión no comentado, e incrementando las observaciones por mi parte que iban en el sentido de diferenciar radicalmente la situación en la que la metáfora juega un papel instrumental y la situación en la que constituye un fin en sí.
El recurso instrumental a la metáfora adopta múltiples formas, Tanto en arte como en ciencia se utiliza la metáfora para diferentes funciones, por ejemplo, mnemónica, económica o ética. Así el fresco “Triunfo de los Medici entre las nubes del Monte Olimpo” de Luca Giordano añadiría a su valor pictórico un efecto reactivador de la memoria en lo concerniente a la magnificencia de esta familia. Como ejemplo de función económica, una idea expresada en frase más corta, los autores del artículo señalan que la metáfora del Big Bang, es desde luego más concisa que “expansión del universo desde un estado de extremada alta densidad y alta temperatura”. Y en lo referente a la ética se ofrece como ejemplo la expresión “especies invasivas”, que por ella misma induciría a cambios en el comportamiento en nuestra relación con la naturaleza. Pero estas funciones mnemónica y económica serían secundarias respecto al uso epistémica de la metáfora el cual, a juicio de los autores, concerniría tanto a la ciencia como al arte. También la función estética sería compartida por igual en el arte y en la ciencia.
No discuto las razones para sostener que la metáfora tiene importantes funciones epistémicas tanto en arte como en ciencia, pero este lazo de unión entre la actividad cognoscitiva y la actividad estética (sea creativa o receptiva), no excluye la conveniencia y aun la necesidad de no confundir ambos roles. En el caso de la ciencia, la metáfora tiene (cuando menos muchas veces) la función de servir de peldaño para alcanzar el concepto, y a menudo simplemente para encontrar un sustituto del mismo. Sustituto siempre débil, pero que a falta de lo esencial (por ejemplo, la fórmula en matemáticas) ya es mucho. He señalado aquí varias veces que el nombre de Einstein está asociado a prodigiosas metáforas que han servido a los no físicos para introducirse en la relatividad, y quizás a los físicos mismos para percibir con mayor acuidad la trascendencia filosófica de la disciplina. Tratándose de la función epistémica de la metáfora cebe diferenciar diversas modalidades: expresar un conocimiento proposicional simple; comunicar información cuyo carácter de verdad es fácilmente aceptable como logro científico; facilitar el conocimiento holístico de lo tratado; facilitar la predicción, etcétera. Los autores enfatizan el hecho de que en ocasiones “las metáforas pueden suponer beneficios epistémicos que son difíciles o imposibles de proporcionar con otras expresiones”.
De todo esto hay poca duda, pero tampoco hay duda de lo siguiente: ninguna modalidad de ciencia puede quedarse en la mera metáfora, pues el meollo científico de la cuestión tratada no reside en esto que la metáfora ofrece. En ciencia, la metáfora no deja de ser auxiliar de la cosa misma, y en ocasiones un mero preliminar. Como los autores mismos escriben “las metáforas se adelantan a la intelección”, pero, en la ciencia, cuando se llega a esta última ya no es seguro que la metáfora tenga peso. La pedagógica metáfora del tren utilizada por Einstein apunta a facilitar un segundo momento, a saber, la compresión cabal de los lazos tiempo espacio y velocidad, comprensión que sí constituye un fin en sí en la teoría relativista y que exige pasar de la metáfora a la fórmula.
¿Mismo caso tratándose del arte? Está claro que en ocasiones la metáfora puede también tener valor propedéutico o pedagógico. Y en este caso cabe decir que se trata de un caso análogo al uso como apoyatura de la metáfora en ciencia. Pero no se trata de un peldaño hacia el mismo objetivo: en el caso de la ciencia, la metáfora es una impulsión hacia lo cabalmente epistémico (como decía, tratándose de la física matematizada, peldaño hacia la fórmula); en el caso del arte se trata de impulsión hacia otra dimensión de la vida del espíritu, difícil de determinar objetivamente, porque precisamente no se trata de episteme.
Las metáforas pueden ser verbales o visuales. Entre estas últimas quiero situar en contrapunto dos imágenes: por un lado, la doble hélice del ADN, junto a la cual se fotografían los descubridores Crick y Watson; por otro lado, la escultura conmemorativa realizada en 2010 por Charles Jencks para la Universidad de Cambridge. La primera imagen no parece aspirar a otra cosa que a servir de trampolín para la intelección por parte de quienes carecen aún del concepto propio de lo que está en juego. La segunda tiene una pretensión ornamental, pero también me atrevo a decir que artística (aunque el autor era un teórico del paisaje más que un escultor). No se trata de la misma dimensión: una cosa es una imagen como peldaño de la ciencia, otra muy diferente la imagen como obra de arte. Por así decirlo, hemos pasado a un plano ortogonal al que estábamos.
Pues si el recurso utilitario a la metáfora se da en arte y en ciencia, cabe decir que para el arte el verdadero trato con la metáfora no es algo que tenga que ver con el uso. Las metáforas entonces no tienen ya (o no tienen exclusivamente) valor de uso, porque al menos en ciertas modalidades de arte, la metáfora es causa final. Intentaré en la próxima columna ilustrar este extremo.