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"Morir un poco para vivir por siempre": Cero K, de Don DeLillo

 ¿Qué hace el visionario el día después de que se hayan cumplido sus visiones? Quizás las últimas obras de Don DeLillo no se hayan contado entre sus más brillantes porque no debe ser fácil escribir después de que se hiciera realidad el apocalíptico corazón negro en torno al cual giraba su obra (el atentado a las Torres Gemelas). Cero K (Seix Barral), la más reciente novela, tampoco está a la altura de sus grandes clásicos -qué difícil es, para cualquiera, enfrentarse a Ruido blanco (1985) o Libra (1988)--, pero es muy buena, lo mejor que ha escrito desde Submundo (1997): sus obsesiones de siempre vuelven a servirle para apuntar al zeitgeist de esta década, en el que "la ciencia bañada en irreprimible fantasía" promete descaradas utopías individuales y colectivas.

            Cero K es un capítulo más en el continuo avance de la ciencia ficción como un nuevo realismo: el millonario Ross Lockhart -padre del abúlico narrador, Jeff-- quiere criopreservar el cuerpo de su segunda esposa, Artis, que sufre una enfermedad terminal. Junto a otros socios, ha invertido en la Convergence, un instituto secreto localizado entre los Urales y Siberia, que promete vida eterna a sus clientes: ha desarrollado técnicas para preservar cuerpos de modo que, en el futuro, con los avances biotecnológicos, estos sean reanimados y adquieran inmortalidad. Ciencia: en los Estados Unidos hay varios institutos como el que describe DeLillo (el más conocido es el Alcor Life Extension Foundation); ficción: se han logrado avances en la criopreservación, pero todavía falta lo más difícil, que es la tecnología capaz de reanimar los cuerpos preservados.

            En Ruido Blanco, DeLillo señalaba que, en una sociedad en la que ha triunfado lo artificial, lo único verdaderamente auténtico es el miedo a la muerte. Cero K atrapa ese miedo, conjugado con la melancolía de la llegada del fin: los sueños de Ross son un gesto de rebeldía ante la finitud de la vida, "un período tan breve que lo podemos medir en segundos". De nada vale decir que es la muerte aquello que nos hace humanos: la "tecnología basada en la fe... otro dios, no tan diferente de los anteriores", puede permitir que unos cuantos -los miembros del 1%-- se impongan a las razones biológicas que llevan al fin.

            Jeff tiene buen ojo para captar el look postmoderno de las instalaciones del instituto -Convergence es una mezcla de un edificio de la Cientología con una instalación artística, con el mejor uso de maniquíes en la narrativa desde los tiempos de Felisberto Hernández--, pero su vida anodina y su mirada clínica ante el drama que ocurre ante sus ojos -una madrastra cuya muerte se acelerará, un padre tentado de seguir sus pasos- impiden que se convierta en un personaje memorable: él es más una mirada --¿la de DeLillo?- que otra cosa. El fascinante monólogo de Artis ya iniciando el proceso de criopreservación -el "ping ping ping" de su cerebro- podía haber sido más desarrollado. Hay una subtrama fallida con Stak, el hijo de la pareja de Jeff, con un desenlace que abusa de la coincidencia.

DeLillo intuyó hace rato que todo aquello que percibimos está mediado por el cine, la televisión, el arte: no podemos ver nada de forma directa o "auténtica". Por eso no es casualidad que el gran triunfo de esta novela, aparte de las reflexiones agudas sobre la mortalidad, sea la escena en la que Jeff se asoma a la sección de criopreservación y se encuentra con "largas columnas de hombres y mujeres desnudas, en suspensión congelada". Esto es cine clase B -Coma, por ejemplo- elevado a instalación artística: "espectáculo puro, una single entidad, los cuerpos majestuosos en su postura criónica. Una forma de arte visionario, arte corporal con amplias implicaciones".

  

 (La Tercera, 15 de mayo 2016)

 

 

 

 

 

 

 

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17 de mayo de 2016
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Visiones

Fue de sorpresa en sorpresa durante su primera jornada en el gigantesco Instituto Germánico de Ornitología. Era como una ciudad; cada especie de ave disponía de un Departamento de Estudio, con su propio complejo de edificios. Su infancia campesina observando los cernícalos, la elección del bachillerato de ciencias, la Facultad de Biología, el doctorado. Y ahora la beca que le iba a permitir trabajar en esta prestigiosa institución. “Hay aves que usan la luz ultravioleta para encontrar alimento; sabemos que a veces los cernícalos buscan su presa gracias a la detección de los rastros de orina dejados en el suelo por los roedores ya que ese licor refleja el ultravioleta”, dijo el Doctor Tugues en la disertación que cerraba el acto de inicio del curso. Pero fue al atardecer, al cruzar la parte norte del parque camino del anexo de apartamentos, cuando descubrió una peculiar construcción, un pabellón cilíndrico, tenuamente iluminado, de altura indefinida ya que lo cubría la niebla. Preguntó y juraría (su conocimiento de la lengua alemana no era perfecto) que le respondieron que era el almacén de registros. El lugar donde se guardaban, donde se iban guardando, todas las ‘visiones’, todo lo que veían, todo lo que han visto, todos los ejemplares de Falco tinnunculus desde que existía la especie. ¿Era eso posible? Ondas, frecuencias, partículas diseminadas y ahora capturadas. Necesitaba descansar. Un sueño reparador. Mañana sería otro día.         

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 Viitala, Jussi; Erkki Korplmäki, Pälvl Palokangas & Minna Koivula (1995). «Attraction of kestrels to vole scent marks visible in ultraviolet light» Nature. Vol. 373. n.º 6513. pp. 425–27. 10.1038/373425a0.

 

 

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17 de mayo de 2016
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A las seis, en casa

El pasado 12 de mayo, que muy oportunamente era el día de la fibromialgia y de la fatiga crónica, se publicaban en La Vanguardia tres noticias convergentes en un asunto común: los malabarismos de las mujeres trabajadoras para educar y disfrutar de sus hijos. El primer billete trataba de Ada Colau y de un nuevo epígrafe que figura en su agenda: “conciliación”. Entre reuniones y eventos, la alcaldesa se reserva un par de horas para estar con su hijo, pero la información añadía que a la hora bloqueada para ese fin asistía a un acto público. Colau a menudo se ha lamentado del difícil equilibrio entre trabajo e hijos, una renuncia a la que obliga su cargo. Igual que la de tantas madres que trabajan. La conciliación no existe: en España es un fracaso monumental, con el plus de unos horarios tan alargados como antieuropeos.
La segunda noticia del 12 de mayo la protagonizaba la directora de operaciones de Facebook y gurú del nuevo feminismo, Sheryl Sandberg, quien enviudó hace un año. Su libro Vayamos adelante, un auténtico superventas, alentaba a la ambición femenina, a sacudirse el miedo y poder con todo. La criticaron por elitista. ¿Qué podía enseñar una mujer de clase alta con un marido entregado que la apoyaba en todo a tantas madres supervivientes? Ahora Sandberg ha querido rectificar, y ha reconocido la dura vida de las madres solas, de las que pasó de largo en su oda a la superwoman. Le han llegado los llantos desconsolados de los niños que no sabe calmar, y no hay nadie a su lado; las tardes de domingo lluvioso en las que todo está por hacer pero no hay nada para hacer, algo que se parezca un poco a las escenas de comedor familiar.
La tercera noticia –puede incluso que la solución a las anteriores– venía con el titular de Anna Gabriel, quien defendía la cocrianza: un grupo de seres que sin necesidad de vínculo amoroso o sexual conviven y crían a sus pequeños en común, sin sentimiento de paternidad individualizada. La coparentalidad múltiple no está aceptada legalmente, aunque durante años la hayan ejercido miembros de la misma familia; abuelos y tíos, e incluso vecinos, amigos, tutores. Una red y una tribu. Pero el sentimiento de madre, de padre, es algo tan personal que resulta inverificable. Mi pálpito, mi quimera, mi amor hacia mis hijas no es exclusivo, pero nunca será comparable a los otros, porque tanto usted como yo sabemos cuán rápidamente moriríamos por ellos, a pesar de que cada día les robemos horas que les pertenecen. Las empresas dispuestas a flexibilizar las jornadas deben saber que serán más productivas (fíjense en Iberdrola, por ejemplo), porque para sus empleados es como si cada día hubiera Champions: a las seis, a casa. No hay espina más difícil de sacar que la sensación de abandonar a un hijo mientras asistes a una reunión que en el grueso de una vida representará una absurda insignificancia.
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17 de mayo de 2016
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Arabia Saudí sin petróleo

Sin petróleo no se entiende Arabia Saudí. No se entiende la creación y consolidación del reino y menos todavía la alianza histórica con EE UU (petróleo por protección), su papel determinante en la fijación de los precios mundiales y su peso geopolítico en Oriente Próximo. El presupuesto del Estado se nutre en un 80% de los ingresos del petróleo, que aporta un 45% del PIB y alcanza a un 90% de las exportaciones. Su subsuelo contiene las primeras reservas de crudo y es el segundo productor mundial detrás de Rusia.

Sin petróleo no sería el tercer país del mundo en gasto de defensa ni el primer cliente de la industria armamentística mundial. No podría sostener la guerra de Yemen, ayudar a los rebeldes sirios y proporcionar ayuda financiera al régimen del mariscal Al Sisi que tomó el poder en Egipto tras deponer al presidente Morsi.

Tampoco se habría producido el movimiento de reislamización que ha sufrido todo el mundo, desde Marruecos hasta Indonesia, al amparo de las madrasas y mezquitas sufragadas durante décadas con fondos saudíes. La guerra de Afganistán contra la Unión Soviética se financió en buena parte con dinero saudí. El terrorismo no se ha financiado, que se sepa, de las arcas del petróleo, pero sin reislamización y sin muyahidines afganos, es decir, sin petróleo no habría Bin Laden ni Al Qaeda. Tampoco sin la constructora de la familia Bin Laden, la primera del país desde los tiempos de Ibn Saud y la que ha reconstruido La Meca y sus lugares santos decenas de veces.

Sin petróleo tampoco podría sostener el pulso con Irán, que en buena parte es por mantener su cuota del mercado mundial aun a costa de contribuir a la caída del precio del barril que está minando las bases de su economía. Riad se opuso al acuerdo nuclear con Irán menos por el peligro de una hipotética bomba atómica persa que por el levantamiento de las sanciones que permite a los iraníes su regreso al mercado mundial en busca de su parte del pastel petrolero.

El petróleo ha sido y es todo en Arabia Saudí, hasta el punto de que hasta ahora había un entero ministerio solo para la política petrolera y quien lo ocupaba solía permanecer durante largos años en el puesto: los siete monarcas saudíes han tenido solo cuatro ministros de Petróleo. El último, Ali Al Naimi, de 80 años, lo ocupaba desde 1995. El único que tuvo un mandato corto, dos años, fue el primero, Abdulla Tariki, que ocupó la cartera de 1960 a 1962, fundó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y conspiró con el movimiento de los Príncipes Libres, panárabes y naseristas, y por tal razón fue destituido.

La primera empresa saudí es la petrolera estatal Saudi Aramco. Cuidado, primera del país y del mundo, pese a que no cotiza en Bolsa (las evaluaciones sobre su valor, quizás 2,5 billones de dólares, según Bloomberg, se realizan a partir de sus reservas y capacidad de producción). Su presidente está muy cerca del poder ministerial, hasta el punto de que se solapa o precede a veces al cargo de ministro. Ha sucedido ahora, cuando el rey Salmán, de 89 años, ha cambiado el nombre del ministerio por el de Energía, Industria y Recursos Minerales y también al ministro, al que ha sustituido por el del presidente de Aramco, Jalid al Fahli, de 56 años, dentro de una remodelación del Gobierno inspirada por su hijo y segundo en la línea de sucesión, Mohamed bin Salmán (MBS), de 30 años.

Este es el segundo golpe de timón de Salmán, que llegó al trono en enero de 2015, a la muerte de su hermanastro, el rey Abdulá. A los tres meses de su entronización, sustituyó al príncipe heredero, su medio hermano Mukrin bin Abdulaziz, de 70 años, por su sobrino Mohamed bin Nayaf (MBN), de 56 años, y a este por su hijo MBS, en un movimiento insólito en la historia de Casa de Saud, donde nunca se había destituido a un príncipe heredero.

Muchas cosas suceden por primera vez. Agotados los hijos del fundador, seis de los cuales han reinado desde 1953, en un ejemplo perfecto de sucesión adélfica o entre hermanos, por primera vez el heredero pertenece a la generación de los nietos. Y también por primera vez, las tres primeras autoridades pertenecen al mismo linaje paterno y materno, detalle significativo en un sistema poligámico en el que la herencia matrilineal organiza facciones de hermanos opuestos a los otros hermanastros. En este caso, los tres son conocidos como sudairis, por descendientes de Hassa el Sudairi, la esposa preferida de Ibn Saud.

MBS dice que quiere terminar con la adicción saudí al petróleo. No deja de ser un chiste, tratándose de un petroestado que vive de, por, para, con, sobre y tras el petróleo. Sus planes para desengancharse cuentan como paso inicial con la privatización de una fracción minúscula, menos del 5%, de su gigantesca compañía petrolera, en una salida a Bolsa que ya se anuncia como la mayor de la historia.

MBS quiere hacer más privatizaciones, diversificar la economía, introducir la competencia, eliminar subsidios (gasolina, agua, electricidad), saudinizar y feminizar el mercado de trabajo: más de la mitad de la mano de obra es extranjera, el paro juvenil es muy alto y las mujeres son una fuerza de trabajo excluida. También quiere convertir la peregrinación a La Meca y Medina en una próspera industria de turismo religioso. Y construir museos y una industria cultural y del entretenimiento.

Hacer todo esto y a la vez no es fácil, si no se quiere aflojar además la férula de la monarquía teocrática. Será un camino en buena parte contradictorio, porque obligará a mantener el pulso con Irán, con el gasto de defensa que significa (25% del presupuesto), y recortar a la vez el déficit público galopante (15% este año). Sin afectar gravemente al orden público en un país de población jovencísima (dos tercios tienen menos de 30 años), situado en el vórtice de la inestabilidad geopolítica, en guerra fría con Irán, con tres países vecinos en guerra caliente, el conflicto palestino enquistado y el terrorismo de Al Qaeda y del Estado Islámico campando a sus anchas. Las inversiones para sufragar esta magna operación deberán salir de la privatización parcial de Aramco.

Sin petróleo Arabia Saudí sería otro país. Y será otro país si los sudairis se deshacen de la dependencia del petróleo antes de 2030, tal como pretenden, y abandonan la patrimonialización del Estado sin perder a la vez el nombre del guerrero que lo fundó. Como en un cuento de Las mil y una noches.

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16 de mayo de 2016
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Deslumbrante y adictiva

Por qué nos gusta tanto Lucia Berlin, esa revelación literaria con tintes de malditismo y sentimiento de epifanía, una escritora desconocida que murió el día de su cumpleaños –hace doce años– y ahora se ha convertido en un fenómeno literario en todo el mundo? Su libro de relatos Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara) bate récords de ventas mientras la crítica la encumbra, comparándola con la media distancia de Richard Yates o el realismo sucio de Carver y sus frigoríficos ruidosos. En los relatos de Berlin hay lavadoras que gotean y hombres que se quedan en el coche bebiendo, descamisados. Aunque en sus cuentos persiste un poso de alegría, también desborda exuberancia, belleza insólita e ironía.
En sus textos, que absorben su ir y venir vital, hay tequila, canoas, hamacas, viviendas heladas en edificios de oficinas en los que vive, donde apagan la calefacción de noche y los niños tienen que dormir con el mono de esquí. Ni un desdichado lamento. Un ritmo vertiginoso matiza el dolor y el vacío. Berlin engancha desde que una observa su foto de joven: ojos azules, pelo corto y crepado, mirada curiosa y soñadora, pose elegante. La imaginas en su juventud se mi aristocrática en Chile o en sus deambulares por El Paso, en sus múltiples oficios, en sus delirium tremens ,ensu muerte en un garaje que le prestó uno de sus hijos. Ella, mujer de frontera, siempre se situó en los márgenes. Tuvo un público fiel y recibió algún buen premio, pero fue una escritora secreta, de minorías. Lydia Davis, cuentista y una de sus máximas valedoras, asegura en el prólogo: “Siempre he tenido fe en que los mejores escritores tarde o temprano suben como la nata montada y acaban por cosechar el reconocimiento que se les debe”. Con Berlin por fin ha sucedido.
Los escenarios de sus historias, hospitales de urgencias, centros para alcohólicos, Cadillacs, viviendas de clase media, aulas, coinciden con los de su vida apabullante, “llena de color, aflicciones y heroísmo”, según su amigo Stephen Emerson. Tuvo una vida azarosa y tres maridos: un escultor, padre de sus dos primeros hijos, que la abandonó, y dos músicos de jazz, el último, Buddy Berlin, adicto a las drogas, padre de sus otros dos pequeños. Todos salen en sus cuentos. La familia es un país en sí mismo.
“Era una alcohólica empedernida, crónica. Pasaron más de diez años antes de que ni soñara que tenía un problema. He pasado por situaciones, he intentado entenderlas, hacerlas divertidas, extraer alguna verdad, miro de cerca allí donde estuve”, explica en un vídeo donde lee en voz alta sus relatos.
Mantuvo sola a sus cuatro hijos, fue profesora de secundaria, telefonista, auxiliar de enfermería y mujer de la limpieza. Berlin es una observadora audaz capaz de ver bajo la tapicería del sofá o en el hueco del asiento de autobús donde abandona las cosas que le regalan las señoras. “Siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos”, escribe.
En sus historias pasan cosas. Cambia de ritmo como quien cambia el paso en un baile, sorprendiendo a su acompañante. Es implacable y a la vez sabia. Expresa sentimientos extraños pero certeros: “¿Qué es el matrimonio, a fin de cuentas? Nunca lo he sabido muy bien. Y ahora es la muerte lo que no entiendo”. “Me encantan las casas, todas las cosas que me cuentan, así que esa es una razón de que no me importe trabajar como mujer de la limpieza. Se parece mucho a leer un libro”. Berlin es una mina. Un prodigio: pensamiento rápido, directo a la médula del hueso, capaz de demostrar la complejidad humana con palabras sencillas, imágenes insólitas y un exquisito sentido de la compasión y el precipicio.
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14 de mayo de 2016
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Por los mares del sur con Jack London

No cuesta mucho imaginar la reacción de los lectores de principios del siglo pasado que de pronto encontraron en su periódico habitual un anuncio en el que se solicitaban tripulantes para un velero de 17 metros a punto de zarpar para un crucero de varios años por los Mares del Sur. Es de suponer que a todos ellos, cuando se les cruzasen en sus respectivos imaginarios palabras tales como “crucero”, “velero”, “varios años” o “Mares del Sur”, el corazón les dio un triple salto mortal hacia atrás y sin red. Y si tal cosa les pasó según leían el anuncio, ya resulta inimaginable lo que les pasaría a sus maltrechos corazones cuando conocieron quién firmaba el  anuncio: Jack London. Imagínate: viajar durante varios años por las diferentes islas de Hawái, a partir de las cuales el itinerario incluiría Samoa, Nueva Zelanda, Tasmania, Australia, Nueva Guinea, Borneo y Sumatra para luego atravesar Filipinas y llegar a Japón, Corea, China, la India, el Mar Rojo, el Mediterráneo y lo que la suerte deparase.  Encima ganando un sueldo y por si fuera poco en compañía de Jack London y teniendo la oportunidad de verle escribir una serie de obras que ya tenía contratadas y con las cuales debía financiar el viaje.

                Lógicamente, la respuesta fue inmediata y masiva, y en los astilleros de San Francisco donde se estaba construyendo el Snark (un guiño de complicidad hacia Lewis Carroll, pues en principio el yate debía llamarse Wolf) se recibió una montaña de solicitudes enviadas por médicos, abogados, arquitectos, ídolos deportivos, campeones de vela o cocineros de los más afamados hoteles y restaurantes porque, cómo no, hasta el más miope de aquellos lectores debió de querer tentar su suerte.

                Finalmente, y por razones que ni él mismo supo explicar, el elegido fue Martin Johnson, autor como es lógico de este libro lógicamente titulado Por los Mares del Sur con Jack London. De qué otra forma se podría llamar, si no. Años más tarde Johnson se convertiría, junto con su  mujer, Osa, en un viajero famoso, aviador y autor de documentales, aparte de que los relatos de sus viajes y aventuras tuvieron muy buena acogida. Pero entonces, en 1907, era un chico de apenas veinte años que había hecho un par de viajes en buques mercantes y que ni siquiera sabía cocinar, aunque para eso precisamente fue  contratado. Para bien y para mal, en el momento de escribir el presente libro tampoco tenía tanta experiencia con la pluma como para tratar de emular a su patrón y se limitó a contar tal cual cómo fue aquel viaje y lo que pasó. Y resulta que pasó de todo.  

En aquél momento Jack London ya era un autor mundialmente famoso y tenía publicados títulos tan significados en su bibliografía como La llamada de lo salvaje (The Call of the Wild) (1903), El lobo de mar (The Sea-Wolf) (1904) o Colmillo Blanco (White Fang) (1906), así como innumerables cuentos y artículos de sus viajes por los polos y los Mares del Sur. Se suponía por tanto que sabía lo que se hacía cuando decía estar construyendo un barco capaz de soportar tifones que harían capotar a embarcaciones mucho más grandes que él. Claro que también se suponía que no le iban a engañar cuando le vendían materiales y componentes del barco a precio de oro, o que era un experto a la hora de aprovisionar las sentinas para que no les faltase de nada a los seis tripulante: el viejo capitán Eames, Jack London y su mujer, Charmian, un marinero experimentado, un grumete japonés que se mareó antes de poner un pie en el yate y que seguía mareado cuando medio desertó en Hawái y el propio Martin Johnson. Pero tantos supuestos se demostraron falsos apenas  abandonar finalmente el puerto de San Francisco porque el barco empezó a hacer aguas casi de inmediato, los depósitos de agua y petróleo perdían, los motores no funcionaban y antes de atravesar la línea del trópico tuvieron que arrojar gran parte de los alimentos al mar porque se les habían podrido. Y ya puestos nada más natural que una vez en alta más resultase que carecían de oficial de derrota porque el viejo capitán Eames no la sabía trazar y London lo hacía a ojo, de manera que una vez plasmada en los mapas la trayectoria seguida hasta llegar a Honolulu era lo más parecido a un gusano retorcido y lleno de nudos.

                Lógicamente, y aunque sufrieron toda clase de calamidades debidamente magnificadas por los editores de los periódicos que se habían gastado verdaderas fortunas en comprar las crónicas que les iba mandando London y no estaban dispuestos a ofrecer a sus lectores el relato de una aventura tan plácida y pintoresca como lo sería un viaje de bodas (hasta admitían apuestas acerca de si el Snark lograría llegar al próximo puerto), a lo largo de los dos años que finalmente duró la odisea les pasó un poco de todo, momentos buenos y malos, encuentros afortunados y experiencias desagradables y hasta peligrosas, y Martin Johnson se las apaña bastante bien, con su sencillez, para reflejar las peripecias, los paisajes, los personajes o el ambiente en un espacio reducido y que si había mala mar podía saltar como una cabra enloquecida y convertirse en un infierno. En definitiva, un libro muy entretenido y una oportunidad de conocer a un Jack London que a ratos no tiene mucho que ver con lo que cuentan sus biografías.

 

Por los Mares del Sur con Jack London

Martin Johnson

Traducción de Beatriz iglesias Lamas

Ediciones del viento

 

  

 

 

 

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14 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (y 7): Arabia Saudí

La monarquía saudí ha jugado un papel decisivo en las primaveras árabes. Sobre todo, para evitar que se extendieran a su territorio y a los territorios árabes vecinos. En 2011 Riad intervino militarmente para reprimir las revueltas en el vecino Bahrein, de población chií, y tuvo sus propias revueltas en la región chiita próxima al golfo donde están los mayores campos petrolíferos. Resultado diferido de la represión de aquellas revueltas son las ejecuciones que acaba de realizar de cuatro opositores chiitas, incluido el clérigo Nimr al Nimr, a los que envolvió en un paquete con 44 terroristas de Al Qaeda, imputados por unos atentados de mitades de la pasada década, en la mayor matanza legal que efectúa la monarquía desde 1980, cuando decapitó en una mañana a 63 terroristas que habían tomado por las armas y ocupado la gran Mezquita de La Meca.

Los príncipes saudíes dominan el arte de la compensación. A la hora de distribuir las penas de muerte y a la hora de distribuir regalos y recompensas. La primavera árabe fue reprimida por las armas pero también ahogada en subvenciones, estas últimas distribuidas equitativamente entre la población con menos rentas y las todopoderosas entidades religiosas que alientan el rigorismo wahabita. La oleada de ejecuciones actual también es un mensaje dirigido a EE UU, en protesta por el acercamiento de Obama a Irán, y una compensación rigorista por adelantado a las profundas reformas económicas neoliberales que se preparan para reducir el déficit público, especialmente la salida a bolsa de la petrolera patrimonial Saudí Aramco, que se convertiría en la primera compañía cotizada del mundo. Arabia Saudí actúa con la espada al igual que el Estado Islámico pero comparte con occidente su amor por los negocios, el lujo y los rascacielos.

Los príncipes saudíes están arriesgando en el actual tablero regional, con el objetivo de disputar las pretensiones de hegemonía iraní. Su estrecha alianza con EE UU --basada en una ecuación histórica que cambiaba petróleo por protección y seguridad-- está llena ahora de reproches y resentimientos: contra Bush hijo por la torpeza de la guerra de Irak, que dio ventaja geopolítica a Irán, y por propugnar la democratización y las elecciones en todo Oriente Próximo; contra Obama por alentar las revueltas árabes, con el mal ejemplo de no sostener a Ben Ali y a Mubarak, por su paso atrás en la región y ahora por la normalización de las relaciones con Irán a través del pacto nuclear; y a ambos, por su debilidad histórica frente a Israel. Una de sus respuestas es el mantenimiento de la producción de petróleo para actuar a la baja sobre los precios, dañando así a la economía iraní y a la industria de extracción de hidrocarburos por fracking , que solo es rentable con precios altos del crudo. La otra respuesta es la apertura del frente bélico de Yemen justo en el momento en que más se les necesitaba para atajar al EI en Siria.

En Riad se celebró el cuarto aniversario de la revueltas árabes con la llegada al trono de Salmán, el sexto hijo del fundador Abdelaziz, que sucedió a su hermanastro Abdulá, uno de los reyes de talante más moderado, que sin duda no quiso ordenar tantas ejecuciones en un solo día. El hecho más destacado del año de reinado de Salmán es que, al poco de la entronización, remodeló la cúpula del poder y nombró a su hijo Mohamed, de 30 años, número tres del régimen, para que se hiciera cargo de la economía y de la defensa, preparando la primera sucesión a la siguiente generación desde que en 1953 murió el fundador del reino. Es legendaria la profecía sobre la debilidad de la Casa de Saud, que ha hecho presagiar en más de una ocasión su caída por una revuelta popular, y no hay duda de que buena parte de su activismo exterior, como en el caso de Putin, se debe a sus inquietudes por la estabilidad interior y por la supervivencia de la monarquía.

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14 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (6): Siria

Bachar el Asad tenía dos argumentos para pensar que las revueltas de 2011 no iban con él. A diferencia de lo que sucedía en otros países, ya se había producido en su favor la sucesión dinástica del autócrata que tanto indignaba a la calle árabe. Y también consideraba superada su idea de revolución, que era la islámica e iraní de 1979: según sus declaraciones de principios de 2011, estas revueltas eran una mera manipulación del imperialismo, el sionismo y los saudíes.

Sus profecías no se cumplieron y tuvo su ración inacabable de revueltas que se convirtieron en guerra civil y sectaria gracias a su salvaje actuación represiva. Así fue como superó largamente la dictadura de su padre, Hafed, utilizando armas químicas contra su propia población y haciéndose responsable de una de las mayores matanzas contemporáneas (un cuarto de millón de muertos, según Naciones Unidas). La evolución de las revueltas ha convertido a Siria en el punto de atracción de los mujaidines suníes de todo el mundo, dispuestos primero a combatir contra la dictadura y después a aceptar el envite de la guerra sunní contra los chiíes, bajo la bandera del califato terrorista.

La guerra siria ha dividido el país y ha situado una porción enorme, con ciudades como Rakka y Palmira, bajo control del Estado Islámico, en un territorio contiguo con el Irak sunní que también controla. La consolidación del EI surge de una doble oportunidad: la política sectaria del gobierno chií de Bagdad, que marginaba a la población sunní y la echaba en brazos del yihadismo, y la posibilidad de apelar a los musulmanes de todo el mundo para que acudan a una especie de tierra prometida donde hacer la hijra (emigración), practicar la yihad contra El Asad e incluso vivir bajo la autoridad política y religiosa de un califato, en conformidad con la sharía.

El EI, en contraste con Al Qaeda, no pretende ser únicamente una organización que coordina y realiza atentados terroristas contra el mundo occidental, sino un genuino Estado árabe que anula las fronteras coloniales, en concreto la línea Sykes-Picot delimitada en 1916, y recrea la primera entidad estatal islámica fundada por el profeta Mahoma. Para acreditarse como tal, cuenta con ciudades, armamento y vehículos apresados al ejército iraquí, pozos y refinerías petrolíferos, yacimientos arqueológicos, población (entre 3 y 8 millones) y una rudimentaria administración. También con una economía elemental, basada en la confiscación de bienes, el contrabando de petróleo y obras de arte, así como el cobro de rescates para liberar secuestrados y permitir salir de su territorio. Y un eficaz aparato de propaganda, a cargo de jóvenes experimentados en redes sociales y producción audiovisual, que utilizan para difundir sus truculentas producciones, en las que han grabado ejecuciones, a veces masivas.

En Siria ha fracasado Barack Obama con sus líneas rojas respecto al uso de las armas de destrucción masiva por parte de El Asad. El presidente estadounidense bregó por la aprobación del Congreso para intervenir, pero su aliado vio rechazado en los Comunes su autorización de bombardeos, y tuvo que ser Moscú quien sacó a Washington del atolladero a costa de su primer éxito diplomático en la región, premonición de su futura implicación militar, con un acuerdo entre las dos superpotencias para la eliminación de las armas químicas. No hubo bombardeos y quedó impune la vulneración de las líneas rojas de Obama por parte de El Asad.

La consolidación del EI es un fracaso de toda la comunidad internacional y una fuente de inestabilidad para los países vecinos, atrapados con frecuencias en contradicciones irresolubles. Turquía, quien más, puesto que combate a la vez al separatismo kurdo, al Estado islámico y al régimen de Bachar el Asad y ha recibido ya dos millones de refugiados. Pero también Líbano, Jordania, Irak, Arabia Saudí y naturalmente Israel sufren los efectos del volcán yihadista. En este último caso en forma de la intifada de los cuchillos, una forma de terrorismo individual alentado por desde las redes sociales.

Todo ello mantiene la región en la mayor desorientación estratégica imaginable, con varias y dispares coaliciones militares que bombardean simultánea y alternativamente en Siria y en Irak, encabezadas cada una de ellas por EE UU, Rusia y Arabia Saudí. Sobre suelo sirio se ha producido el primer incidente militar serio entre la OTAN y Rusia, como ha sido el abatimiento de un avión ruso por parte de Turquía, algo que da la medida de la zona de peligro estratégico en la que ha entrado el mundo.

Es una obviedad que la única forma de terminar con el EI es una intervención terrestre que nadie quiere encabezar, y mucho menos EE UU, escarmentado en Irak y Afganistán. A la vista de que solo los propios vecinos pueden realizarla, parece claro que no habrá paz en la región, y no se atajará por tanto la salida de refugiados, hasta que no se pongan de acuerdo entre sí las potencias vecinas, Turquía, Irán y Arabia Saudí, bajo el patrocinio de Rusia, China y EE UU.

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13 de mayo de 2016
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Churchill entra en campaña

Churchill no lo haría. El inglés providencial no abandonaría a Europa en su momento más difícil. Al contrario, repetiría su gesto de 1940 cuando rechazó la negociación con Hitler y decidió seguir la guerra en solitario. "Solo puedo ofrecer sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas", dijo en los Comunes. Fue su finest hour.

La situación en que se encuentra Europa en nada se asemeja a aquella circunstancia trágica en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial. Si sirvieran los paralelismos, suscitados por la Gran Crisis y el ascenso de los populismos, la semejanza debería buscarse en la década anterior. A pesar del tiempo transcurrido y de las diferencias, el primer ministro británico, David Cameron, ha querido evocar aquel momento churchilliano en su alegato en favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea el lunes en el British Museum: "Cuando tomo asiento en el Cabinet Room, siempre pienso en las decisiones que se tomaron en esta habitación en tiempos de oscuridad". Ahí fue donde Churchill decidió rechazar las llamadas al apaciguamiento y la rendición: "Pienso en aquellos pocos que salvaron este país en la hora de un peligro mortal y que hicieron posible seguir la lucha y ayudar en la liberación de Europa".

Churchill no es solo fuente de citas y anécdotas para Cameron, sino la inspiración central de su posición contra el Brexit. La existencia de la UE es del máximo interés para los británicos. En caso de abandonarla, el Reino Unido sería más débil, más inseguro y más pobre. "Un salto en la oscuridad". Pero lo peor sería lo que sucedería en el continente, y que muchos brexiters desean: regresarían los nacionalismos excluyentes y en competencia tal como se desplegaron en los años 30.

Es una ironía que quien ha convocado el referéndum sobre la salida de la UE ahora desenfunde la retórica y los ropajes churchillianos para argumentar que el máximo interés británico es permanecer en ella. No es la única: nadie ha explicado mejor que Boris Johnson, el ex alcalde de Londres y brexiter que quiere sustituir a Cameron, en su libro El factor Churchill, los poderosos argumentos del histórico personaje en favor de una unión más estrecha de los europeos.

Cameron y Johnson, divididos por el Brexit, tienen una misma idea churchilliana de Europa: es del máximo interés del Reino Unido que ninguna potencia continental se imponga sobre las otras, y de ahí la necesidad de un sistema que neutralice la rivalidad entre Francia y Alemania e impida que Rusia se haga con el control del continente. Londres debe impulsarlo, garantizarlo e incluso partirse la cara para que exista como hizo en 1940, además de sacar todo el provecho en influencia, seguridad y prosperidad que puede darle un continente en paz. Pero haría un pésimo negocio e iría contra sus intereses si el resultado del referéndum fuera desencadenar una reacción en cadena que desestabilizara el continente e introdujera de nuevo la semilla de la discordia y de la guerra. Con este argumento, Cameron le ha ganado la mano a Johnson.

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12 de mayo de 2016
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El Boomeran(g)
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