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El oscuro reverso del genio iluminado

   

Si el diccionario de la lengua española entiende que “genio” es esa “capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas”, y reserva para “ingenio” la acepción más corriente (ese talento para ver rápidamente el aspecto gracioso de las cosas), el título que mejor cuadra al libro de Grayling es el que eligió el mismo autor para su edición original, The Age of Genius, y no el que acarrea la edición española: La era del ingenio.

Anthony Clifford Grayling, director del New College of the Humanities de Londres, ensayista, profesor y divulgador, en afortunadas ocasiones publicado por Ariel, nos ilustra con su informada indagación en el origen y esplendor del pensamiento científico. 

Grayling nos habla de la guerra que devastó a la Europa del siglo XVII y de cómo arraigaron en ese incendiado siglo los fundamentos de la ciencia moderna. Galileo y Newton, Berkeley, Descartes y Spinoza, Hobbes y Locke, fueron los pioneros de una comunidad intelectual dispuesta a investigar sin restricciones ni prejuicios la naturaleza del mundo.

Las circunstancias que favorecieron la amplia adquisición de las reglas metodológicas, la prudencia escéptica de la razón y la curiosidad insobornable fueron, según Grayling, hábilmente aprovechadas por los geniales pensadores del siglo.

El activísimo servicio postal permitió que una extensa red de corresponsales escribiese, hiciera múltiples copias de las cartas que recibía y distribuyera los hallazgos que la comunidad europea de sabios compartía con inquieta generosidad intelectual.

Por otro lado, paradójicamente, el caos, la violencia, las masacres y las conspiraciones de la guerra, absorbían de tal modo la atención de los poderes de la época, que los responsables del control social se convirtieron en unas “autoridades distraídas”, incapaces de detener la aceleración histórica, la acumulación y la expansión del conocimiento.

Según el relato de Grayling, otro factor sorprendente contribuyó al desarrollo de la mente científica. Mientras se elaboraban los novedosos métodos analíticos de aquella revolución cultural, los genios todavía confiaban en encontrar los atajos místicos que les conducirían a los secretos del universo. La severidad de la joven ciencia no excluyó el prestigio que la tradición ocultista conservaba entre los precursores de la modernidad.

Leibniz consiguió los cuadernos en donde Descartes narraba los sueños que dieron origen a su penetrante filosofía. En su apología de la duda y en el rechazo de la credulidad, resonaba la huella que aquellas experiencias nocturnas habían dejado en su ánimo. Según Grayling, en estos sueños se encuentran interesantes similitudes con los libros del movimiento rosacruz que a principios del siglo XVII apareció en Europa para “restaurar todas las ciencias, transmutar los metales y apartar a los hombres del error y la muerte”.

Cuando John Maynard Keynes compró en 1936 los cuadernos de Newton, descubrió con estupor que el genio de la Ley de Gravitación Universal se dedicó durante muchos años al estudio de la alquimia y a interpretar el código que cifraba los secretos inscritos en la Biblia. Keynes elogió por ello a Newton como “al último de los babilonios y sumerios”.

Cierta flema irónica, siempre inevitable entre británicos, permite al lector de Grayling hacer compatible el ensalzamiento de la ciencia con la conjetura sutilmente deslizada a lo largo del libro: que quizá la comunidad científica necesite de una poderosa fuente de inspiración, una especie de perpetuum mobile espiritual, para seguir dando los grandes saltos cognitivos que la libren de las sucesivas ediciones de ignorancia, temor y superstición. 

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5 de mayo de 2017
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Poema 134

 

Es difícil juntarse entre sí

sin entenderse

aquellos del mismo sexo.

En esa tesitura

se repelen e incluso desencadenan guerras.

Y, sin embargo,

¿cuántas parejas extrañas entre sí

siguen juntas?.

E incluso se aman

¿El amor es pegamento?

¿El amor es  sacramento

¿El amor es instrumento?

¿El amor es, en sí, tormento?

El amor, casi siempre,  tiende al salvamento.

Pero nadie lo diría

estando cuerdo.

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5 de mayo de 2017
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Poema 133

 

Somos tan importantes para nosotros

que nos extraña no serlo tanto para los demás.

Cada cual, se dice, está en sus cosas.

Banalidad de banalidades.

El mundo sin el otro,

es un clavo ardiente.

El mundo sin el otro

es un pan duro

El mundo sólo se revela cálido y tierno

El mundo, es decir, la vida

sólo es amable 

compartiendo la vida con los otros.

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4 de mayo de 2017
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Testaruda Lénox

 

Los intercambios en Facebook entre Winnie Lénox y Alberto Piglia se sustentan en la negativa de Winnie a ser retratada. Alberto desea conocer el rostro, la figura de Winnie, pero ella rehúsa. Hasta que un día Alberto recibe una foto de Winnie enferma, francamente estropeada. Se sorprende, pero no lo comenta, opta por enviarle una foto suya, actual, en la que las marcas de la vejez son claramente perceptibles. Winnie responde con una imagen oscura en la que se muestra semidesnuda, muy enflaquecida, apoyada en un bastón, caminando por el pasillo de su casa. Alberto mete la cabeza en el horno de la cocina económica y su hermano consigue una valiosa instantánea. Finalmente Winnie y Alberto, ambos ya invidentes, se citan en el camposanto para ser fotografiados sobre una tumba profanada por ladrones. 

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4 de mayo de 2017
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Gordita feliz

Kate Moss es noticia porque ha engordado. Los cronistas anuncian que se ha apuntado a la tendencia de las curvas. No se lo han preguntado, es una interpretación políticamente correcta, propia del compromiso editorial con no perpetuar estigmas físicos. “Nueva imagen”, lo denominan también. Llámalo como quieras, pero el caso es que se considera información de interés que la modelo de los noventa, icono de la androginia, haya ganado peso. La prosa de mantecado relaciona con desvergüenza su acumule de grasa con la felicidad: “Con más kilos, sonriente y feliz”, presuponen de quien ha abandonado la noche y la talla 38. En esa línea es justo donde muchas lectoras suspiran: “¡Ay, Moss, cómo hemos cambiado!”, se dicen. Quién te ha visto y quién te ve. Lozana, terrible eufemismo para tantas mujeres de edad difuminada y hormona alterada. ¿O acaso esa dicha que vinculan a las curvas no contiene una amarga quina: el duelo de dejar atrás la juventud y el imperativo social de corregir esa adolescencia obstinada que te acompaña a pesar de ser una señora?
Moss nunca se ha correspondido con la imagen de mujer saludable, y, no obstante, ha sido una de las modelos más influyentes e inspiradoras para los creadores. Sus caderas rectas sirvieron para vender más tejanos Calvin Klein que nunca. Rebeldía, cigarrillo, camisetas, resacas dignas, una especie de James Dean en chica, una tomboy que nunca ha encajado en las robes de bal palaciegas. Su delgadez y sus tumbos con chicos malos y rayas de cocaína llegaron a ser tema de debate público.
Demasiado se ha parodiado el efecto del paso del tiempo sobre el cuerpo femenino, llegando a tener carácter de penalización social: menos focos, guiones más cortos, y menos telediarios. Los cincuenta se venden hoy como los nuevos treinta. E incluso las que se dejan canas viven a conciencia su imagen. Las tartas de chocolate caen sobre la cintura igual que un flotador, pero, en cambio, se obvia lo trascendente: ¿cómo se vive íntimamente la transformación física y anímica de la madurez? “Tengo cuarenta y ocho años. No, en realidad, tengo cuarenta y siete. Hace dos años que no tengo la menstruación. Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No quiero quedarme sola. He tenido mucha suerte. Me han querido tanto. No sé ganar. Ni perder…”. Lo escribe Marta Sanz, en Clavícula (Anagrama), una crónica sobre el dolor del cuerpo que es en verdad dolor del alma. De la punzada que intentas localizar en vano en algún órgano. Hasta que te dan el alta y te dejan a solas contigo misma, engordando kilos de dolor existencial.
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3 de mayo de 2017
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Paradoja mortal

En el problema de la anorexia puede haber un cierto efecto de imitación: las muchachas imitan la inquietante escualidez de las modelos. No hay que descartarlo. Pero si es así, habría que preguntarse por qué en ciertos momentos se "pone de moda" la delgadez casi cadavérica, y por qué los modistos recurren a ella. ¿Sólo por que la delgadez es mejor percha? ¿Sólo por eso? Creo que hay un cierto "lolitismo" en la imagen de la anoréxica, y supone la regresión a un cuerpo anterior al desarrollo adolescente, un regreso al cuerpo de la niñez. La anoréxica quiere volver a la niñez, y lo hace adelgazando, disminuyendo, desapareciendo: es un extraño viaje hacia atrás.

La escritora Geneviève Brisac supo como nadie hacer el retrato de una anoréxica, en parte porque ella misma padeció la enfermedad. Leyendo su novela Petite se advierte que los anoréxicos tienden a drogarse con su propia hambre, recurriendo a un saber muy antiguo: el ayuno provoca delirios, el ayuno transporta más que un narcótico. El anoréxico entra así en un proceso de narcosis del que le cuesta salir, pues le conduce a un mundo de sensaciones nuevas que le hacen sentirse diferente a los demás.

En la novela de Brisac es observable además otro fenómeno: los padres de la narradora no se dan cuentan de que tienen una hija sintiente y viviente hasta que la muchacha está a punto de desaparecer de pura delgadez. De pronto, un día, se dan cuenta de que la niña es de una delgadez extrema, y se echan las manos a la cabeza. ¿Estarán los anoréxicos pidiendo que les miren? En la narración de Brisac eso parece. La narradora de la historia empieza a ser anoréxica en un período en el que sus padres no la ven, no la observan. Involuntariamente, la niña decide desaparecer. Empieza a refugiarse en su anorexia como un autista en su autismo. Deja de comer y empieza a sentir experiencias parecidas a las que dicen sentir los místicos. El mundo se empieza a diluir, el cuerpo deja de pesar, el cuerpo flota. La experiencia se siente no sólo como una rebelión y una aniquilación, también se siente como una gravitación en el vacío. Todo lo cual para decir que nos hallamos ante un problema muy complejo, lleno de enrevesadas motivaciones; lo que podríamos llamar un verdadero laberinto emocional en el que ni es fácil entrar ni es fácil salir. Más que una enfermedad, la anorexia es una paradoja mortal.

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3 de mayo de 2017
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La función ha terminado

Un amigo que ha visto el video donde aparece Nicolás Maduro empuñando una poderosa arma de guerra, de esas de las películas de Van Damme, me explica que se trata de un fusil automático Fara 83. Los sabe porque participó en la guerra de los ochenta en Nicaragua entre contras y sandinistas, que costó más de 30 mil muertos.

Maduro, que aparece sentado en una plataforma móvil, demuestra su ignorancia en cuanto a armas, afirma mi amigo: tiene la mano izquierda colocada en medio de la manivela de recarga, y lo menos que le puede pasar apenas hiciera el primer disparo, es que se lo desgonce el dedo.

Quien desconoce cómo se manipula un fusil que tiene una cadencia de tiro de 750 cartuchos por minuto, puede causar una verdadera mortandad; excepto que sus subalternos le hayan entregado el arma descargada al Comandante Supremo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Y mientras apunta el cañón hacia arriba, como si buscara aviones enemigos en el cielo de Caracas, dice:

"Estas podemos llevar unas 10.000 o 20.000 a todos los barrios, los campos, para defender el territorio de Venezuela, la patria, la soberanía, junto con otro tipo de armamento que estamos preparando en secreto para poder moverse en los barrios, campos, todos lados". No me culpen de la prosa de Maduro; lo único que hago es transcribir sus palabras enardecidas de héroe de película de guerra.

Para un hombre acosado, que ve como el mundo se desmorona alrededor suyo, estos alardes no deben tomarse a risa. También habló del "derecho histórico de combatir en todo el territorio americano. Nadie nos quitaría ese derecho...retroceder nunca, rendirse jamás".

Esto último, título de una película de Van Damme.

Fusil en mano, amenaza con una guerra total, sin fronteras. Maduro resucita en Simón Bolívar para librar una nueva batalla por la independencia de los países del continente, que nadie le está solicitando. Y además de hallarse bastante pasado de peso como para marchar a la cabeza de sus ejércitos libertadores, eso es algo que sólo puede decir quien ya no tiene control de sí mismo.

Pero eso no es todo. También anuncia que ha aprobado "al ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, planes para expandir la Milicia Nacional Bolivariana a 500,000 milicianos y milicianas con todos sus equipos". El pueblo en armas a las calles, a los campos; y cuando sea necesario, más allá de las fronteras.

Una de las clásicas manifestaciones de la esquizofrenia del poder, es cuando alguien que gobierna, se refiere a sus partidarios como "el pueblo". El pueblo que votó masivamente en contra del partido de Maduro en las elecciones legislativas, y dio a la oposición la mayoría calificada, que hasta ahora le ha sido birlada, no existe.

El pueblo que sale desarmado todos los días a las calles a exigir que le devuelvan sus derechos confiscados, entre ellos el de vestirse, curarse, comer, no existen. Las víctimas mortales de la represión de los paramilitares, tampoco entran en esa contabilidad sectaria de lo que es "el pueblo". Todos ellos son enemigos. Traidores. Millones de traidores.

El único pueblo que vale es el que viste las camisas rojas del Partido Socialista Unido, y aún está por verse si la lealtad entre las filas de partidarios del régimen es tan sólida como Maduro cree, o aparenta creer. ¿La Fuerzas Armada estaría de verdad dispuesta a repartir medio millón de fusiles entre civiles, lo que triplicaría en número a los efectivos militares regulares? ¿Tendrían la capacidad de controlarlos? Ese acto podría significar nada menos que la invitación a una verdadera guerra civil.

En lugar de buscar como desarmar a tantos miles en posesión ilegal de armas, incluidas las que están en poder de las propias bandas del gobierno, delincuencia común más delincuencia política, Maduro anuncia, con extravagante lógica, que apagará el fuego con pólvora viva.
Los muertos en las calles son, hasta ahora, víctimas de las bandas paramilitares, y aunque la Fuerza Armada ha declarado su lealtad a Maduro, eso sólo se sabrá de cierto cuando ordene que las tropas salgan a la calle a disolver a balazos a los manifestantes.

Todas las batallas para Maduro están ya perdidas. La batalla diplomática, la batalla de la opinión pública, la batalla económica, la batalla social, con los antiguos barrios baluartes del chavismo ahora en contra. La batalla en las calles.

Alguien de los suyos debería poder decirle que es hora de hacer mutis por el foro. La función ha terminado.

 

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3 de mayo de 2017
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Poema 132

Una polvareda de zinc

serviría para esbozar la escena

que se ha interpuesto entre el cuadro y yo.

No poseo la visión nítida

de lo que desea traslucir

la actual afonía del  lienzo

pero el revuelo de sus 

gaseosas carnes 

me ayuda a confiar

en la aplazada pronunciación

de su irrenunciable contenido.

Formas nacientes y todavía veladas,

como de un volcán silente

que trasciende    

como una lentísima explosión.

Un mundo velado en la realización

igual a la realización de lo oculto.

Mi pulso para seguir adelante

proviene de esa ahumada

transparencia con alas

donde reside

un caos de suaves

sombras que revolotean.

Se organizan y se desordenen

para dar lugar, ineludiblemente,  

a una definición garantizada.

Actúo y espero.

Espero y actúo

porque comprendo

que la etapa siguiente del proceso

y su final

provendrá de este reciente

fardo de pañales.

Manojo de gasas carbonizándose.

Gasas por carbonizar desde está visión

que, encendida pero agrisada, 

todavía no se ha iluminado para sí.

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3 de mayo de 2017
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Titán

Han pasado menos de dos siglos, pero la comparación da escalofríos. Durante la Revolución Industrial algunos humanos se midieron con los dioses. Para matar a un dios hay que ser un dios. Así, G. W. F. Hegel. Podría parecer un profesor de la Universidad de Berlín semejante a los actuales profesores de filosofía, pero sería como decir que la Vía Láctea tiene el tamaño de un gusano. La nuestra es la visión del gusano. Hegel, en cambio, sentado sobre la Osa Mayor, veía el cosmos en su totalidad. De hecho, fue el primero en comprender que un mundo sin dioses precisaba una voz humana de condición divina. Aquel profesor de universidad se propuso, según dejó dicho, "escribir el discurso de Dios antes de crear el mundo". Y lo hizo.

 

Da lo mismo quién fuera Hegel, lo relevante es que todavía era posible mantener la ambición de saberlo todo y proceder a una representación que lo incluyera todo, desde la primera ameba hasta el último cañón de Napoleón, a quien vio pasar bajo su ventana. ¿Cómo pudo caber todo el cosmos en una sola cabeza? Muy sencillo: el pensamiento, como el arte, no es asunto que dependa de la inteligencia, sino del coraje. Y Hegel era un bravo.

Para nosotros es casi imposible acceder a un pensamiento que sólo puede compararse con el de Platón. Si el griego alzó el telón del temible escenario occidental, Hegel lo bajó con igual grandeza. Después de Hegel, uno de sus alumnos, Marx, quiso prolongar la audacia tirando del cielo hacia el asfalto. Su fracaso es nuestra vida cotidiana. Nietzsche osó dar de martillazos al titán. Aquellos golpes son ahora nuestra música.

Se acaba de publicar la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel, bilingüe y en la admirable traducción de Ramón Valls. Sólo para los más bravos.

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3 de mayo de 2017
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