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Poema 109

 

De una montaña de refrescos

y chuches,

vieojuegos y pizzas,

a domicilio,

se forjo un niño moreno.

Tan fácil de amar como

todos los elementos

que él amaba con fruición

y, a espaldas,

-para ser exactos-

de nuestra atención

y nuestro

sentido

de culpa,  

in educando.

Enfrascado, empastado, enchufado,

afincada  

su concentración

en la pantalla.

saturada de hechizantes y secuestradores

gadgets, medraba el niño moreno.

Personajes e historias

sencillas o no   

que precozmente

ocuparon

el habitat de sus deseos

mientras dejaron los nuestros,

paternos y vetustos,  

como reclamaciones

previsibles y sin diversión.  

Nosotros anhelantes

- a sus espaldas-

por deshacer

esa doliente exclusión

y ellos seducidos

por factores superiores

más mágicos

que nuestro entender.

Porque, además, a su alrededor,

como una impenetrable

batería  de armamentos,

blindados y divertidos,

se alzaba una pira  de juguetes

Una pirámide de recreos

que  se quemaba

entre incontables fogatas:

Las navidades, los cumpleaños, los santos, los viajes, 

las recompensas con ton o son.

Los sobresaturados

caprichos infantiles,

reproducidos en la oscuridad

creaban hijos nuestros,

que apilaban ingenios mecánicos

en los rincones del hogar

como ropa usada, 

vieja o nueva,

y a una velocidad

que ningún detergente

es capaz de aclarar.

De aclarar,

ante todo, 

la mente adulta

dotada, con su corazón,

oxidado

cruzado de resortes caducos.

Y no importa la lástima

que este  estado despierte

puesto que la lenta emoción

del pesar es ahora incompatible

con el disparo

Pesar pesado.

Ajeno a los dispositivos

de la nueva sentimentalidad

construida a lomos 

de las ocurrencias.

Puesto que hoy,

-lejos del descrédito-,

"la ocurrencia"

es altamente productiva.

No banal

sino fundacional.  

Porque si fuera ridiculizada 

por su flaqueza

hace un siglo

hoy es

fuerte anatomía  social: 

en la infancia,

en la arquitectura,

en la política,

en el terrorismo

en el arte,

en la fe. 

La ocurrencia es la carrera  

por la que discurre

la civilización sin abrazos

sobre los niños

rubios, morenos, trenzados.

Con chuches y sin achuches

recorriendo

a todo chute 

esta era narcisista

de cristal y espejos. 

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20 de marzo de 2017
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Funeral a la irlandesa

No hay puente más directo en Madrid que el que une a la corte de aristócratas venidos a menos con el desmelene. En su pasarela no cabe la burguesía insípida: se requiere colorido. Reluce el mismo deje de anarquía en las poses de las señoronas del barrio de Salamanca que en los gays sartorialistas que amaneran el estilo Saville Row. Nacieron para imitar a las damas enjoyadas cuando levantan la copa de whisky sour en Embassy. Teatralmente. En honor a Epicuro. Ambos grupos, el de las doñas con cardados monumentales y el de los barbudos hipsters ataviados con tweeds se han “movilizado” con manifiesto, firmas y elegantes protestas, ante el anuncio de cierre del salón de té más histórico de la capital.
 
Embassy es mucho más que un local pijo-madrileño. No solo por el estilo que le ha imprimido al pulmón de la ciudad (el eje Castellana-Colón) sirviendo deliciosos sandwiches de berros –es único su pan de molde esponjoso y a vez la consistente– con una amabilidad relajada, bien ajena al ruido de la vida, sino porque forma parte de la historia íntima de la ciudad. El local fue abierto, hace 86 años, por la irlandesa Margaret Kearney Taylor, que trasplantó a suelo hispánico el 5 o’clock tea. Divorciada, rica, rebelada contra el estigma que penalizaba a las mujeres solas. En aquel tiempo, a las señoras les estaba prohibida la entrada a los cafés, ese epicentro de la conversación y el pensamiento que hallaba acomodo en las mesas de mármol y las baldosas de damero. Ellas tenían que conformarse con merendar en unas salas del Ritz o el Palace o jugar al bridge o al whist en casa. La gran Margaret rompió la norma bajo la coartada de “salón de té”. Allí reunió a sus contactos VIP, entre ellos Federica de Grecia o la familia Stroganoff . Enseguida sedujo a la jet set madrileña y al artisteo, que iba a tomar sus propias mezclas de té y sus scones, inéditos en la capital, y se sumaron los diplomáticos de las embajadas cercanas. Durante la Segunda Guerra Mundial, los espías alemanes degustaban el excelente cóctel de champán al lado de los británicos. Todos conspiraban mientras se miraban de reojo. El local fue un centro de operaciones clave en la huida de miles de judíos y agentes aliados de la Alemania nazi. Su masa de clientes ha sido tan dinámica y variopinta como la ciudad: desde Vizcaíno Casas, Alfonso Ussía o Miguel de la Cuadra-Salcedo, que no faltaba un solo día, a Elena Ochoa y Sir Norman Foster, vecinos del barrio, Leopoldo Calvo-Sotelo, Elena Salgado o Albert Boadella. Y todo el showbussines, incluidos los toreros. Mención a parte merece Juan Carlos I, uno de sus más fieles. A la tarta de merengue y frambuesa que se sirvió en la boda de la Infanta Elena se la ha acabado llamando “la infantina”.
 
“¡Nos cierran el Embassy!” se lamentaba la clientela fija el pasado miércoles, en su quedada para  “un té fraternal” en honor a la casa, pero los cócteles de champán corrían con dicha festiva. “Embasí” lo pronuncian, porque en esa ‘i’ aguda, como la de Chamberí o Potosí, reside parte de la identidad gatuna.  Se juntaron las de “de toda la vida” y celebrities como Carmen Lomana y Josie, Cósima Ramírez Ruiz de la Prada, con su madrina Piluca, María Fitz James, Fiona Ferrer, Teresa Sapey o Luis Alberto de Cuenca, uno de los redactores del manifiesto en que se reivindican los Santos Lugares de Madrid, y que deplora la pérdida de lugares con significado, relieve y memoria: las pañerías catalanas de Atocha, el Príncipe de Viana o Helen’s. Pero los firmantes también miran adelante: “todavía existen bares en Madrid donde nadie nos llamara ‘chico’, restaurantes en los que no es obligatorio el pez mantenquilla”. Josie, estilista televisivo y uno de los promotores del evento, aseguraba que “nos ha faltado un Errejón que lo organizará. Somos burgueses hasta en la falta de un micro para hablar”. Y añadía: “¿Dónde se puede tomar un café tan elegante por dos euros? Todo el mundo puede pagarse un café en Embassy”. 
Un libro de firmas como los de condolencias en los velatorios corría de mano en mano entre los asistentes. Emoticones llorosos y epitafios secos. El tono de las entradas era solemne y a la vez achispado, un funeral a la irlandesa. Aunque también un réquiem a esas paredes tapizadas de historias donde han comulgado los extremos con tolerancia y cortesía durante las tardes achampañadas. 
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19 de marzo de 2017
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Poema 108

Tuve la fortuna

de que las mujeres

a quienes más amé

(bellísima todas)

también me amaron.

Y algunas,

incluso después de tantos años,

siguen queriéndome

con inesperada riqueza.

Parece excepcional.

Pero,

de otra parte,

es muy cabal.

Nos quisimos

,aún efímeramente,

sin dobleces

y cuando la vida

se dobla y redobla tanto

aquello que fuera

un descampado carnal

(con algún delirio. Y lirios)

luce ahora

mucho más.

Son puntos

de amor iluminado,

voces a ti debidas

que guardo como

un puñado de brillantes,

monedas o fármacos,

para casi toda adversidad.  

Con ellas,

intercambio

a su gusto

raciones de dolor

por cucharadas de esperanza,

decepciones repetidas

por su consuelo

sin causa.

Canjeo, en suma,

Hasta donde

humanamente puedo

el mal

por este privilegio  

capaz de reabsorber,  

con la memoria  

endulzada,

aquello que fue,

en muchas ocasiones,  

un pastel de primera.

Un confite  

cuyo  sabor

más  certero

no ha caducado

ni con

el salobre

de la edad. 

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17 de marzo de 2017
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Poema 107

 

Veo los días felices

como conejos blancos

o moteados de gris  

que corretean

sobre un prado

allanado

por gominolas de menta y

,en apariencia,

infinito.

No es real

su vastedad absoluta

ni la mayor ofrenda,

se concentrra en ella.

Pero la vista

se sacia  

completa

y hasta un

lontananza, 

suave y enternecida.

Allí, los pequeños conejos

Juguetean y pacen  

sin hablar, ni reconvenirse.

Sin aspiraciones abstrusas,

Odios o desgracias.

Sólo triscando y brincando   

como signos del

tiempo sin

caducidad.

Ese tiempo,

cronológicamente efímero,

-ya los sabemos, nosotros-

se halla eliminado,  

y veo reinar  

esta escena feliz,

no muy larga,

como una suerte de

melatonina al cien por cien.

Un sueño blanco

y sin límites

del que

han desaparecido las traiciones

y las tradiciones.

Un espacio inaugural,

sin amenazas, ni crimen.

Sin enfermedad

y sus  constantes

bulbos malignos.

Sin diarios y telediarios,

anuladas las broncas

con la esposa y las

compañías de seguro.

Ausente el dolor de estómago

Y la vetustez, tan repetida.

Oxigenado el olor a ser humano

cuando,

expulsado el mal,

El paisaje se puntea

de yerba fresca

 y el recreo de  

mensajeros  conejos blancos.

 

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16 de marzo de 2017
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Chiquilladas

“Antes no lo llamaban bullying. Se metían contigo y punto. Tardé en contarlo, pero me marcó mucho”. Quien habla así es un miembro de mi familia. Nunca había escuchado su relato tan detallado. Sus recuerdos se desbocan porque mi hija nos ha cantado el rap del Langui –“Valiente no es ser un chivato, valiente es posicionarse con el humillado”– y explica que ya han dedicado varias clases a hablar del acoso escolar. Tras los suicidios de algunos alumnos, la sensibilidad social se ha desparramado, activándose medidas de prevención en los centros. Pero el nudo más negro del asunto sigue alojado en el silencio. Algo más de un 30% de las víctimas no se lo cuentan a sus padres. El terror paraliza y duele.
Han pasado cuarenta años desde que a Lucía le tiraban piedras. “M’empaitaven”. Se burlaban de ella, le hacían el vacío en el patio, nadie con quien jugar. Un día habló en casa: “No quiero ser la mejor, quiero tener amigas”. La madre se esforzó con las otras madres. Cosas de críos, murmuraban, mirando al cielo con su dignidad perfumada. La pobre niña bonita y simpática, con coletas y flequillo, atlética y frágil, vivía encogida. Perdió la ilusión por los papeles de protagonista, de Pippi Calzaslargas o Heidi. También abdicó de su corona sobre patines y no volvió a interpretar su delicada muerte del cisne. De la misma forma que los asesinatos de mujeres por sus parejas se consideraban crímenes pasionales, aquello eran chiquilladas. Años después, un chico de la pandilla, ya peinando canas, le dijo: “Me acuerdo bien de lo que tuviste que pasar”. Que alguien se lo admitiera, no importaba que hubieran pasado tantos años, cauterizó la herida. Aunque no sé si puede cerrarse del todo. Que tus iguales te roben un trozo de infancia a golpes debe de producir una conmoción eterna. El fantasma de “todos contra una” la inhibió. Evitó los grupos de amigos. “Aquello me quitó avidez, ambición”. Aun así, Lucía salió adelante, infinitamente mejor que sus acosadoras.
Leo historias de chavales que se mareaban al entrar en clase de natación. “¡Gordo!”, “¡ballena!”, esas cosas que dicen los angelitos para fortalecerse en el grupo a cuenta de machacar al más vulnerable. O al diferente. En muchos colegios, a los alumnos con mayor prestigio en el aula se les llama populares. Todos quieren forman parte de su séquito. A veces actúan como jefes de la banda y reproducen la hegemonía de poder que ya han olfateado del mundo adulto.
Han pasado cuarenta años desde que a Lucía le tiraban piedras. Hoy, el empeño de educadores y familias ha logrado que se implementen con rotundidad mecanismos de protección, además de acabar con la tolerancia de tantas presuntas “chiquilladas”.
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15 de marzo de 2017
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Poema 106

La sensación

de albergar lagunas

en el estómago

no era la única

que concluía

el malestar.

Un aroma turbio

y acidulado

corría

entre las fisuras

del cerebro,

poco consistente,

ahora,

para recibir

un síntoma adicional.

Y mientras se abandonaban

las sábanas

el lecho parecía,

contemplado

desde la puerta,

un malversador.

En la noche fue un regazo

y, después,

al vaciarse,

una ominosa

esperanza

de final

o de reclusión. 

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15 de marzo de 2017
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