Vicente Verdú
Una polvareda de zinc
serviría para esbozar la escena
que se ha interpuesto entre el cuadro y yo.
No poseo la visión nítida
de lo que desea traslucir
la actual afonía del lienzo
pero el revuelo de sus
gaseosas carnes
me ayuda a confiar
en la aplazada pronunciación
de su irrenunciable contenido.
Formas nacientes y todavía veladas,
como de un volcán silente
que trasciende
como una lentísima explosión.
Un mundo velado en la realización
igual a la realización de lo oculto.
Mi pulso para seguir adelante
proviene de esa ahumada
transparencia con alas
donde reside
un caos de suaves
sombras que revolotean.
Se organizan y se desordenen
para dar lugar, ineludiblemente,
a una definición garantizada.
Actúo y espero.
Espero y actúo
porque comprendo
que la etapa siguiente del proceso
y su final
provendrá de este reciente
fardo de pañales.
Manojo de gasas carbonizándose.
Gasas por carbonizar desde está visión
que, encendida pero agrisada,
todavía no se ha iluminado para sí.