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El oscuro reverso del genio iluminado

Por 5 de mayo de 2017 Sin comentarios

Basilio Baltasar

   

Si el diccionario de la lengua española entiende que “genio” es esa “capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas”, y reserva para “ingenio” la acepción más corriente (ese talento para ver rápidamente el aspecto gracioso de las cosas), el título que mejor cuadra al libro de Grayling es el que eligió el mismo autor para su edición original, The Age of Genius, y no el que acarrea la edición española: La era del ingenio.

Anthony Clifford Grayling, director del New College of the Humanities de Londres, ensayista, profesor y divulgador, en afortunadas ocasiones publicado por Ariel, nos ilustra con su informada indagación en el origen y esplendor del pensamiento científico. 

Grayling nos habla de la guerra que devastó a la Europa del siglo XVII y de cómo arraigaron en ese incendiado siglo los fundamentos de la ciencia moderna. Galileo y Newton, Berkeley, Descartes y Spinoza, Hobbes y Locke, fueron los pioneros de una comunidad intelectual dispuesta a investigar sin restricciones ni prejuicios la naturaleza del mundo.

Las circunstancias que favorecieron la amplia adquisición de las reglas metodológicas, la prudencia escéptica de la razón y la curiosidad insobornable fueron, según Grayling, hábilmente aprovechadas por los geniales pensadores del siglo.

El activísimo servicio postal permitió que una extensa red de corresponsales escribiese, hiciera múltiples copias de las cartas que recibía y distribuyera los hallazgos que la comunidad europea de sabios compartía con inquieta generosidad intelectual.

Por otro lado, paradójicamente, el caos, la violencia, las masacres y las conspiraciones de la guerra, absorbían de tal modo la atención de los poderes de la época, que los responsables del control social se convirtieron en unas “autoridades distraídas”, incapaces de detener la aceleración histórica, la acumulación y la expansión del conocimiento.

Según el relato de Grayling, otro factor sorprendente contribuyó al desarrollo de la mente científica. Mientras se elaboraban los novedosos métodos analíticos de aquella revolución cultural, los genios todavía confiaban en encontrar los atajos místicos que les conducirían a los secretos del universo. La severidad de la joven ciencia no excluyó el prestigio que la tradición ocultista conservaba entre los precursores de la modernidad.

Leibniz consiguió los cuadernos en donde Descartes narraba los sueños que dieron origen a su penetrante filosofía. En su apología de la duda y en el rechazo de la credulidad, resonaba la huella que aquellas experiencias nocturnas habían dejado en su ánimo. Según Grayling, en estos sueños se encuentran interesantes similitudes con los libros del movimiento rosacruz que a principios del siglo XVII apareció en Europa para “restaurar todas las ciencias, transmutar los metales y apartar a los hombres del error y la muerte”.

Cuando John Maynard Keynes compró en 1936 los cuadernos de Newton, descubrió con estupor que el genio de la Ley de Gravitación Universal se dedicó durante muchos años al estudio de la alquimia y a interpretar el código que cifraba los secretos inscritos en la Biblia. Keynes elogió por ello a Newton como “al último de los babilonios y sumerios”.

Cierta flema irónica, siempre inevitable entre británicos, permite al lector de Grayling hacer compatible el ensalzamiento de la ciencia con la conjetura sutilmente deslizada a lo largo del libro: que quizá la comunidad científica necesite de una poderosa fuente de inspiración, una especie de perpetuum mobile espiritual, para seguir dando los grandes saltos cognitivos que la libren de las sucesivas ediciones de ignorancia, temor y superstición. 

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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