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Jardín para pensar

En una época de mi vida fui jardinero, sin sombrero de paja ni azadón. Hacía en Londres estudios posgraduados de historia del arte, en un sistema ‘a la carta' que permitía, cada trimestre, elegir la materia impartida por grandes especialistas, procedentes en su mayoría de los institutos universitarios Courtauld y Warburg; llevado por la curiosidad y mi inopia campestre, me matriculé en un curso que trataba, dentro de la transición neoclásica, del llamado ‘jardin anglais'. Me familiaricé así con los nombres de grandes jardineros-paisajistas como ‘Capability' Brown o Humphrey Repton, cuyas obras de fantasiosa recreación vegetal visité maravillado, mientras leía en casa a los tratadistas de lo sublime y lo pintoresco. Por eso ha sido un placer volver a aquellos campos de la imaginación romántica con la lectura de ‘Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines', de Santiago Beruete (publicado por Turner), que es una obra múltiple: estudio histórico de la evolución de los jardines desde la antigüedad hasta el siglo XXI, reflexión sobre sus fundamentos y su variedad, a la vez que compendio erudito que el autor redondea, en un libro de más de 500 páginas que se devoran, con un glosario muy útil, un nutrido reparto de personalidades importantes y una bibliografía (siendo solo de lamentar que no se incluya un índice onomástico general). 
 
El libro de Beruete coincide con un reverdecimiento teórico del concepto de jardín. Es muy noble el impulso humano -nunca fenecido, pese al avance implacable de la especulación inmobiliaria- de cavar unas zanjas y plantar un macizo de rosas o una pequeña arboleda, pero más trascendental es la noción de que el jardín, por encima de su función de ‘hobby' o su utilidad frutal, es una de las bellas artes, un arte mudo que no produce rimas ni arias ni cuadros alegóricos, pero logra emocionarnos como si fuera parlante, melodioso, pictórico. Con la ventaja de que la naturaleza no es, ni siquiera cuando está retocada por la mano del hombre, pedante.
 
Aparte de leer a Santiago Beruete, de quien recomiendo en especial los siete capítulos de su tercera parte (desde el jardín moral de los filósofos hasta los laberintos mitológicos o contemporáneos), así como su análisis de los jardines racionalistas de Le Corbusier y Lloyd Wright y su brillante excurso sobre las plantas en la ciencia-ficción, quien viaje a París antes del 24 de julio no debería perderse la bellísima exposición ‘Jardins' en el Grand Palais, que mezcla la instalación ocurrente (como el botánico vertical de Patrick Blanc) con el reflejo artístico de la jardinería en grandes pintores como Durero o Cezanne. En su defecto, es también muy recomendable ver online la serie producida por la cadena Arte, ‘Jardins d´ici et d´ailleurs', episodios de 26 minutos en los que, de la mano del arquitecto paisajista Jean-Philippe Teyssier, recorremos en filmaciones espectaculares jardines de un aquí y un allá que incluyen el sur de Europa, Japón, Marruecos, Irán o Indonesia.
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20 de junio de 2017
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Andariega

Así que un día, María Belmonte, que es de Bilbao, se dijo que ya iba siendo hora de conocer la costa vasca. Armó una mochila, engrasó las botas, se hizo con una gran capa impermeable y se lanzó al camino. Sin embargo, ese objeto, la costa vasca, no es fácil de conocer. Puede hacerse por mar y verla de lejos, pero para conocerla a fondo, para entender las tierras que tocan a mar, las rocas que forman la muralla marina, los árboles y arbustos que sujetan el límite verde, los colores, olores y sonidos costeros, sólo hay un modo: caminarla de principio a fin. Es una empresa muy fatigosa, pero María Belmonte quería conocer la costa vasca porque la ama.

Áspero, intrincado, rocoso, acantilado, pura sucesión de subidas y bajadas rompe piernas, el sendero del litoral arranca de Bayona, pasa por Biarritz, llega a Hendaya y luego sigue kilómetros y más kilómetros por Fuenterrabía, San Sebastián, Zumaya, Deva, Guernica, Bilbao... En realidad, lo esencial no está en los centros populosos, sino en el senderillo que los une y que suele permanecer desierto y en silencio. Esa es la costa que nos cuenta María Belmonte, la de la soledad del caminante sumido en sus pensamientos, como el Wanderer de Schubert, extasiado ante unas rocas, unos musgos, una sima, unos líquenes, unas raíces de roble que rasgan la tierra, la cambiante luz del mar con tempestad o serena, el sabor de las gotas de agua en la cara, el olor de la marisma, los fósiles, entrar en un bosque de helechos y salir al claro, los arenales.

Hay algo transparente y luminoso en el libro de María Belmonte titulado Los senderos del mar. Seguramente es su alma. La felicidad que la embarga en todo momento es la euforia de la tierra madre. Ya lo predijo Freud: bel monte. Este es un libro escandalosamente feliz.

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20 de junio de 2017
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Juan Diego Flórez: “Hay gente que me sigue pero nunca me ha visto cantar”

Hace dos años entrevisté para La Vanguardia al joven prodigio del Do de pecho Juan Diego Flórez. Este año volví a entrevistarlo, esta vez para Wooalia de Barcelona y El Tiempo de Bogotá.

Fue una gran ocasión de volver a lo que le había preguntado antes, a meterme en temas nuevas, pero sobre todo para constatar que un gran artista está siempre cambiando, siempre buscando nuevos caminos. Flórez maduró, se está internando en un repertorio diferente, menos festivo y más profundo. Y es de los pocos artistas que no echa mano de lo ya dicho sino que se pone a cavilar sobre las preguntas, como si pensara en voz alta frente al periodista.

Estas dos charlas me completan la imagen y la admiración de un cantante peruano que toma su voz prodigiosa como una gran responsabilidad.

Aquí mi entrevista:  

*          *          *

El gran tenor peruano Juan Diego Flórez, el mejor cantante de ópera latinoamericano del siglo, está cambiando, está entrando en un repertorio completamente nuevo sin abandonar las comedias ligeras de Gioachino Rossino y Gaetano Donizetti que le dieron fama en los grandes teatros de ópera del mundo.

Ahora su voz se acerca al romanticismo francés y su actuación se ha decantado en la búsqueda de papeles complejos. Le gustan los desafíos. Quiere competir en otras ligas. Y también se quiere dedicar más al gran proyecto de desarrollo de niños a través de la música en su Perú natal.

En Zurich, en plena preparación del gran papel de su nueva etapa, el héroe trágico Werther, la ópera de Jules Massenet basada en la novela fundamental del primer romántico Wolfgang von Goethe, encontramos al cantante que asombraba en plena madurez, emocionándose y tratando de emocionar.

Me impresionó mucho el programa que trajo al Palau de la Música de Barcelona este año. El año pasado era un programa para lucir la voz, centrado en las populares canzonetas napolitanas. Ahora trajo un menú degustación de papeles nuevos, para una voz más robusta. ¿Este es su nuevo camino?  

Justamente en el futuro los roles que tengo son nuevas óperas o las que he debutado hace poco. Por ejemplo ahora estoy haciendo Werther, primero en Bolonia y ahora en ensayos en Zurich. Es un repertorio al cual estoy yendo, romántico francés, obedece a ese cambio vocal que ha hecho posible que yo pueda abordar ciertos papeles más centrales, que la voz se mueva más en la zona central de tenor. Pero he podido mantener el repertorio anterior, todavía lo puedo cantar, lo cual me hace muy feliz porque me encanta ese repertorio. Por ejemplo el próximo año estaré en Pesaro cantando una ópera de Rossini que se llama Riccardo e Zoraide, no muy conocida. Me alegra poder resolver un papel así.

La última vez que hablamos, hace dos años, me dijo que su agudo ya no era tan “insolente”. Tal vez al principio buscaba producir asombro. ¿Ahora busca más la emoción?

En ese buscar la voz otra vez, tienes que empezar a resolver problemas. Yo he tenido problemas con el agudo en estos últimos años. Buscándolo, encontrándolo, ahora puedo decir que lo he encontrado y estoy otra vez contento y cómodo con esa insolencia. Por eso puedo cantar una ópera de Rossini, Semirámide, con agudos temibles.  Ahora como el centro es más ancho, el agudo siendo de más volumen, antes la voz central era más débil, y ahora es más homogénea, y se nota menos que el agudo sale.

¿Antes ya estaba ahí arriba y ahora sube desde el centro?

Es una voz que avanza desde el centro, como en Werther, una ópera central, que puede subir a un Si natural, pero es en general central. O Romeo. Puedo también hacer La hija del regimiento, El barbero de Sevilla y La cenicienta. Son óperas que requieren esa flexibilidad rossiniana, que me gusta, me encanta seguir haciéndolas aunque ahora mi repertorio está girando al romanticismo francés. Como Romeo y Julieta (de Charles Gounod) y Manon (de Jules Massenet).

¿Cuál es el papel más difícil que ha encontrado?

No encuentro que los papeles sean difíciles. Difícil es darles esa brocha de comienzo a fin a un rol. Desafiantes, un desafío que me encanta. Pero no es solo la música, es la dirección de escena. Las óperas del bel canto eran más simples en la trama. En estas hay preponderancia del teatro, es casi teatro con música fusionada. Es darle el sentido y ser creíble. Werther es complejo, completo, lleno de sombras y colores. Vocalmente no encuentro un desafío; antes quizás cuando los canté por primera vez, me encontraba que empujaba la voz, forzaba. Pensaba que ese era el camino, pero no. La voz tiene que ser natural siempre, nunca forzada. Si la voz ha evolucionado y suena y puede pasar una orquesta tiene que ser naturalmente, nunca forzando. Este ha sido el motto en mi carrera: siempre he buscado la naturalidad en el canto.

¿Eso lo proyecta también a la actuación? Lo difícil es proyectar un personaje que es muy distinto de usted mismo y que parezca natural, convenza. Pienso por ejemplo en el Duque de Mantua de Rigoletto. Usted ha creado un personaje público que tiene que ver con las causas sociales y culturales, de buen tipo, sano, y debe tener problemas para crear el personaje de un malo convincente…

Yo creo que todo está en la seguridad vocal. Si un cantante está cómodo con su voz, que no es tan fácil, hay temporadas… pero cuando estás cómodo con tu voz ya puedes ser un artista. Porque si no hay eso, no puedes dejarte llevar, estar relajado, entrar en un rol. Es así, no hay vuelta que darle.

Actúa en tantos teatros, en tantas ciudades… ¿hay un lugar que sea para Ud. su casa?

Sí, bueno, como teatro nombraría en primer lugar La Scala. En La Scala de Milán estoy en casa. Es el primer teatro donde debuté a los 23 años después de haber actuado en el Festival de Pesaro. Y regresé mucho, casi todos los años, hice muchas operas con Riccardo Muti. Es una casa mía: todos los técnicos, las costureras. Un día Muti me lo dijo: “Tu sei figlio de La Scala, no ti lo dimenticari” (tú eres hijo de La Scala, no lo olvides). Y es verdad. Pero después otro donde me siento en casa es el Royal Opera House de Londres. Canto mucho en Viena porque ahí está mi casa y quiero estar cerca de mi familia.

¿Hace cuánto dejó su Perú natal?

Hace 23 años. Me fui a Filadelfia a estudiar, y luego a Italia.

Pero es profeta en su tierra… ¡Hasta lo pusieron en una estampilla!

(Se ríe) Exageraron. He aprovechado que me hayan tratado muy bien, la gente me quiere, y para mí ha sido una herramienta para poder crear un movimiento, Sinfonía por el Perú, que cuenta ya con 6.000 niños. Si contamos con que tenemos seis años, son mil por año, y me inspiré en el sistema de orquestas de Venezuela. Tenemos una orquesta de niños que ha progresado mucho. Si no fuese yo, en Perú hubiera sido más difícil haber llegado a estos logros.

Es tal vez un papel similar al que tiene Gustavo Dudamel en Venezuela…

Sí, claro. Yo no me formé en el mismo programa, como él. Es un programa social que usa la orquesta y el coro como herramienta de transformación social, de integración de los niños pobres en la sociedad. Yo me eduqué en un conservatorio normal. El cantante solista es diferente. Dudamel sí creció en El Sistema, el programa de orquestas del maestro Antonio Abreu. Para mí fue una revelación que la música pueda salvar a la niñez. Es muy poderoso.

¿Cuál es el mayor logro hasta ahora y el mayor sueño de Sinfonía por Perú y su mayor sueño aún por cumplir?

El mayor logro social es haber logrado la integración de tantos niños. Un estudio que demuestra que son mejores alumnos en el colegio, en sus casas, sufren menos violencia, trabajan menos en las calles. Ahora, musicalmente el logro es la excelencia a la cual han llegado los niños que ya forman parte de la Orquesta Nacional Juvenil, que tocan bien y que pronto van a poder viajar al mundo. En 2020 queremos llegar a 20.000 niños. Estamos en todos los sitios en Perú, pero la idea es crear más y más núcleos.

¿Qué música escucha para descansar?

Me gusta mucho la música latinoamericana: las rancheras, los boleros, la música peruana. Me gusta también el rock clásico: Los Beatles, Led Zeppelin, Queen, un poco de todo. El blues, jazz. Escucho todo porque vengo de la música popular: en mi casa no se escuchaba ópera. Yo descubrí la música clásica cuando entré al conservatorio para estudiar canto, pero era canto para el pop, quería saber cantar mejor. Por eso la música popular está siempre presente y también en mis conciertos saco la guitarra y canto, algo que comencé a hacer hace poco, lo hice en las Canarias, cantar algo típico de allí, saqué la guitarra y ahora hasta el público lo pide. No quiere irse del recital sin haber escuchado algo así con la guitarra.

Esas son sus dos almas musicales. ¿Pero piensa hacer como Luciano Pavarotti de cantar junto con cantantes populares, algo así como “Juan Diego Flórez and Friends”?

En Lima lo he hecho varias veces. Pero con gente famosa, hay que ser muy famoso uno para convencerles. Y la ópera siempre es algo restringido a la gente que le gusta, que va al teatro. Nosotros no somos íconos globales. Pavarotti lo era, él era especial, y Plácido Domingo también. Pero son casos, y otras épocas. Ellos vivieron en su máximo de fama y esplendor vocal una época en que se daba mucha más cabida a la ópera en la televisión, en el mundo normal de la cultura popular. Eso ya no lo hay. Felizmente lo nuestro sigue sucediendo en los teatros y hay gente que los llena, pero no somos famosos.

En esa época había una sana rivalidad, Pavarotti y Domingo, Callas y Tebaldi… Ahora usted sería uno de los tres tenores de hoy. ¿Se ve con rivales, con contendientes, como Cristiano Ronaldo y Messi? Como diciendo: “yo tengo que ser cada día mejor porque está este otro al que comparan conmigo…”

(Se ríe) Bueno, yo entro en un nuevo reino, que es el del tenor lírico. Antes no estaba en esto. En el bel canto nunca sentí una competencia. Ahora hay más jóvenes que cantan bel canto, pero en mi época había muy poco, sobre todo en Rossini. En este nuevo repertorio hay varios que lo hacen muy bien. Pero yo… yo entro como un outsider, y voy así ganándome la confianza en estos roles. No estoy pensando en una competencia, o aún no. Pero me gusta la idea de sentir esa rivalidad. Sería interesante. Antes no la sentí. Ahora viene, la habrá si sigo en este camino. Yo voy un poco más artesanalmente, elijo las óperas que quiero hacer, el teatro arma un proyecto, se hace. Ya no voy a todos los teatros a cantar lo que me ofrecen, sino un proyecto que yo armo desde el inicio.

¿Con cuáles grandes cantantes siente que es un desafío y un privilegio cantar?

Es curioso: últimamente canto más con cantantes jóvenes. Me ven como veterano, aunque no soy tan viejo porque tengo 44 años. A veces me toca cantar con mayores. Pero no necesariamente tiene que ser sobre en el escenario. Yo voy mucho a escuchar a otros. Me gustan mucho los barítonos como Ludovic Tèzier o Carlos Álvarez, voces importantes. O la gran soprano Anna Netrebko. Voces que te dan emociones.

¿Cómo se lleva con las redes sociales, ese contacto con su público, como forma de acercarse a la gente?

Tengo que ser sincero, yo no manejo mucho eso, tengo una persona que me ayuda. Me dice: haz fotos hoy, y yo a veces hago de los ensayos, un video… después se me empieza a ocurrir a mí. Por ejemplo, una canción para mi esposa el día de los novios. Ese video de San Valentín fue visto por más de medio millón en pocos días. Mi fan base es en Latinoamérica aunque no trabajo casi allá, canto principalmente en Europa. Pero casi todos mis seguidores en Facebook están en mi continente, muchísimo en Perú. Creo que es el orgullo de que haya alguien de tu país haciendo cosas importantes y dejándote bien. Eso hay mucho en nuestros países, sobre todo en Perú. Hay gente que me sigue y me admira pero nunca me ha visto cantar.

En esta época de rechazo al inmigrante, de Trump y el auge de la derecha en Europa…

(Ríe) Sí, claro. Yo soy un inmigrante. Yo también soy un inmigrante. 

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19 de junio de 2017
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París sin brillo

La terminal de llegadas del aeropuerto parisino de Orly está sucia y huele a tabaco. Custodian sus puertas hileras de hombres que ríen chistosos para venderte un transfer en coche privado o moto al centro. Uno se presenta, es Hervé, y me ofrece un casco de motorista. Le pregunto cuánto cuesta la carrera hasta el Louvre: “Lo que tú quieras, chérie”. Muestra un reluciente diente de oro. Pienso en Pedro Navaja; también en el resquemor que producen estos tipos confianzudos, por denominarlos de alguna manera. Caos y mugre. Afortunadamente he llamado a un taxista portugués, que no es iracundo como los parisinos ni bizarro como los marselleses y derrama en el coche un reguero de saudade. “París se ha convertido en una ciudad sin ley”, me cuenta João. “No hay controles visibles de seguridad en Orly, sales del avión y campas a tus anchas”. Así es. En Opéra y en Montmartre se multiplican los clochards globales: desplazados sirios, sudaneses, somalíes o eritreos. Al lado de mi hotel, una pareja pide limosna sobre cartones, con quien parece ser su hijo. Una mujer le da una baguette. Las miserias propias se juzgan con mucha más benevolencia.
Sobrevuela las calles un sentimiento de impasse, una sensación de desgobernanza. El sol ensucia. Los parisinos andan agitados, parecen haber tenido que cerrar los ojos para decir: “Todo a Macron”. Ahora les sudan las manos. Su chovinismo se lame las heridas, lo nunca visto: los franceses echando pestes de sí mismos. Macron, superdotado, joven, con una amplia cultura filosófica, banquero y superliberal, pianista y poeta, lector de René Char y defensor de que el país funcione igual que una start-up. Romántico y financiero. Cauto y atrevido. Ha levantado un viento a lo Obama. Fue alumno y colaborador del filósofo Paul Ricoeur, y dijo del gran maestro: “Tenía la idea de que somos enanos sobre los hombros de gigantes”. Se refería al trabajo de compendiar a grandes pensadores. Pero aquella, afirmó, fue su escuela de pensamiento y de vida.
Francia acaba de entregarle las llaves de la República. Junto a su mujer, Brigitte Trogneux, siempre sonríe. Las fauces de Marine Le Pen ya no se sienten afiladas, por mucho que el antieuropeísmo lata como un mal dolor de cabeza. La formación de su Gobierno ha marcado ya el ritmo de su marcha. Gestos equilibrados: ministros de cuatro partidos, paritario, con apuestas creativas –una torera o un genio matemático–, más cuatro solventes exministros. Su personalidad tan colorida ha enganchado a una ciudadanía que ha tenido que rebajar humos y cambiarle el paso al país. El siempre ingenioso Sacha Guitry decía: “Ser parisino no significa haber nacido en París, sino renacer allí”. Por ello, un París sin brillo no parece París. Emmanuel Macron, a un paso de convertirse en santón, aún no ha agarrado el trapo para sacar lustre a la grandeur. Deberá frotar mucho, ahora que no es enano, sino gigante.
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19 de junio de 2017
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Pasión o decoración

El siglo pasado, no hace más de treinta años, la decoración era en nuestro país un asunto de señoras –y de unos pocos varones– que tenían una sensibilidad especial para “poner la casa”, que así se le ha llamado toda la vida al interiorismo. La España del tresillo de polipiel  había empezado a experimentar con las piezas de diseño, el futón o la cocina americana, que fardaba de barra ídem. Los suecos aún no habían llegado a nuestros hogares –Ikea aterrizó aquí en 1996– y pocos privilegiados tenían muebles afrancesados. Hay una anécdota de flamencos que viene al caso, ya la recogí hará unos diez años en este mismo periódico: a un virtuoso de la traición oral de los que ha dado el Sur -amigo del Beni de Cádiz, monstruo del surrealismo andaluz- llamado Vicente Pantoja, El Picoco, le encomendaron organizar una fiesta flamenca en un hôtel particulier de París. Ácratas de espíritu, los flamencos son impuntuales y cantan cuando lo sienten, no cuando toca. La anfitriona, por cortesía, le mostró la casa mientras los gitanos calentaban garganta y palmas. “Mire qué butacas Luis XIV”, le decía, y más adelante, “¿ha visto esta mesa Luis XV?”. A lo que Picoco, al rato, respondió: “Señora, ¡qué ‘pedassos’ de carpinteros son estos Luíses!”. El caso es que España se sacudió su absoluto desconocimiento de las familias de las maderas o los siglos que cubre la denominada Alta Época, y antes de hacerse gourmet se puso “de diseño”.
 
Mañana se cierra al público CasaDecor, que este año celebra sus bodas de plata. Fue el maestro de maestros, el catalán-madrileño Pascua Ortega, quien pusiera su semilla en aquel año mágico, el 92, junto a un grupo de interioristas de relumbrón, los preferidos de los ricos, como el pionero Duarte Pinto Coelho –por cuya casa, reabierta ahora y concurrida por los más pijos, pasaron Maria Callas, Truman Capote o Deborah Kerr–, Jaime Parladé, Paco Muñoz o el propio Pascua. La fórmula parece fácil: elegir un edificio emblemático y a menudo deteriorado de la capital, convertirlo en un escaparate de tendencias y estilos, y, por supuesto, triplicar su valor. “CasaDecor ha profesionalizado la necesidad decorativa, quebrando aquella imagen antigua de que era cosa de señoras ricas, los interioristas son imprescindibles para conseguir una casa no solo bella sino funcional”, me resume su directora de comunicación Covadonga Pendones. El palmarés de esta edición es suculento: Erico Navazo, Beatriz Silveira, Miriam Alía, Miguel Muñoz, Asun Antó, Javier Castilla y Héctor Ruiz Velázquez. Había muchos catalanes, pero Casa Decor no enraizó en Barcelona porque es un fenómeno mesetario. 
 
Los interioristas en Madrid mueven mucho: organizan las mejores fiestas y sus casas son alquiladas para cenas privadas –como, esta semana, en la de Lorenzo Castillo, por la marca Jimmy Choo, que trajo a su diseñadora, Sandra Choi–. Pascua también organizó un cóctel de verano en su estudio con coleccionistas venezolanos o mexicanos que no tienen miedo en presentarse como tales. Sucedía en su casa, en pleno corazón del Barrio de las letras, donde en el Siglo de Oro moraron Cervantes o Lope de Vega, tomado hoy por los dioses del diseño taylored fit, como Belén Domecq o Tomás Alía. En casa de Pascua, un gentleman de los que ya no quedan, Elena Cué me contaba su arte para compatibilizar los artículos en <em>ABC</em> con el tiro al pichón y la escritora María Dueñas, siempre con camisa blanca de seda, me aseguraba que se impone encierros monacales porque sino el tiempo se escapa entre las costuras.  
 
Coincidiendo con CasaDecor, la modelo Martina Klein se paseó por Madrid para presentar su incursión decorativa, Lo de Manuela, en la tienda decochic del momento: Mestizo. Le pregunto por el dicho de que cuando acaba la pasión, empieza la decoración: “Puede ser así, entramos en una edad más decorativa, y está muy bien empezar a colocar la cosas en su sitio, también en el alma”. La Klein nunca había sido de elegir cortinas, pero hija de arquitectos, vivió siempre rodeada de revistas de interiorismo. “Se me cae la baba con los espacios bonitos, más que con un vestido que te mueres”. Martina y Manuela –la de la firma de decoración de sabanas de lino y objetos viajados y elegantes– se parecen mucho, aunque a Manuela no se le ve el pelo, porque es Martina quien da la cara, que de eso sabe mucho, además de poner casas.  
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17 de junio de 2017
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Sordera mental

Conocer es, en buena medida, escuchar. Cuando a alguien le reprochan que no sabe hacerlo, le están acusando de muchas cosas más: de carecer de empatía, de sensibilidad, de generosidad, como si estuviera aquejado de una especie de sordera mental. “No tiene tacto”, se dice también de quien sintoniza mal con los demás y no es capaz de leer entre líneas. Es una expresión muy visual y a la vez sutil. Carecer de tacto sería en realidad una condena: no poder distinguir entre lo rugoso y lo suave, ni sentir los pies amoldándose a una superficie de cantos rodados. Es bien distinto no saber escuchar que no escuchar: de los hijos se dice lo segundo, mientras que a los jefes o las parejas suele recriminárseles lo primero, aduciendo su falta de interés –y habilidad– para llegar al fondo de las palabras. Hay médicos que escuchan con las manos, y flamencos que lo hacen gol­peando la lengua contra el paladar.
Fui afortunada de tener un maestro que me insistía en que no sólo se es­cucha con los oídos, sino con todo el cuerpo. Cuando lo hacemos con atención apenas nos acordamos de nuestros músculos o del dolor de cabeza. Por su actitud corporal, los buenos escuchadores denotan estado de alerta: los silencios son, a menudo, más importantes que las palabras, qué se dice y qué se calla, qué se repite, qué palabras cuesta más pronunciar y cuáles se evitan. El buen escuchador siempre tiene tiempo, aunque le falte como a todos. Mira a los ojos, y a ratos observa si mueves un pie o juegas con las manos, que también son formas de comunicarse.
Me pregunto cómo alcanzarán esos matices los robots. Siri incluso se sabe chistes, aunque sean malos. Afirman los expertos que en los campos de la medicina, la seguridad o la educación contaremos con robots a los que apenas les hace falta escuchar. El filósofo británico Nick Bostrom, de la Universidad de Oxford, ha comparado nuestro destino con el de los caballos, reemplazados el siglo pasado por tractores y automóviles. Sin duda produce desasosiego. La semana pasada, en la conferencia organizada por la ONU en Ginebra sobre los beneficios de la inteligencia artificial para la humanidad, un robot femenino, Sophia, se convirtió en el primer androide en conceder una entrevista. “Nunca sustituiremos a los humanos, pero podemos ser vuestros amigos y ayudaros”, dijo muy políticamente correcta. Siri y So­phia están entrenadas para prestar atención a todo tipo de peticiones y atenderlas. No tienen alma, al igual que el resto de las máquinas, pero gracias a la tecnología identifican cada vez más matices, como si empezaran a respirar el aire de las ideas, que es, según dejó dicho Edith Wharton, el que hay que tomar cuando se está escuchando.
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14 de junio de 2017
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Acervo

Es sabido que en X los suicidios ocurren de tres en tres. Esta semana el primero de los suicidas era un viejo conocido de mi familia, de niño chapoteaba en la alberca de la finca de mi abuela Carmen y ya entonces apuntaba maneras de hombre de acción. El segundo pertenecía a la comparsa cristiana, recientemente había participado en el “boato del capitán” y se le consideraba cercano a los movimientos de recuperación de las fórmulas primigenias del “nugolet” y el “puchero con pelotas”. Del tercero se sabe muy poco, hay quien insinúa que no era de aquí, que quizá fuera negro o rumano, lo que abre un acalorado debate acerca de la intrusión de gentes extrañas en nuestras más arraigadas tradiciones.

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14 de junio de 2017
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