Edmundo Paz Soldán
Para narrar la violencia de la sociedad mexicana -el pueblo ficticio es La Matosa, en un estado que se asemeja a Veracruz– Melchor ha elegido como modelo la estructura narrativa de El otoño del patriarca, en la que García Márquez prescindía del punto aparte: casi toda la novela era un larguísimo párrafo. García Márquez utilizaba ese recurso retórico para contar los excesos del poder y mostrar la realidad latinoamericana como un espacio donde lo extraordinario es cotidiano; Melchor representa otro tipo de excesos –los que vienen de abajo, de una marginalidad conectada con la pobreza, la violencia, el machismo y la misoginia– y una cotidianeidad harto más brutal, en la que, sin embargo, también lo extraordinario se ha normalizado. Aquí el Estado-nación no parece haber dejado más huella que la de la corrupción de sus representantes, y rige la ley de Darwin: "Este mundo es de los vivos, pontificó; y si te apendejas, te aplastan
El relato gira en torno a la muerte de la Bruja, una mujer respetada y temida por el pueblo por su asociación con el mal: quien quiera hacerse un aborto, recuperar a su pareja o curarse de almorranas la busca, pero hay que persignarse porque se la puede imaginar "desnuda, montando al diablo". La Bruja es el principio y el fin: entre ambas partes se abren capítulos que cuentan la historia de los jóvenes involucrados con su muerte -Munra, Brando, Norma, Luismi–. Melchor despliega una prosa que convierte la oralidad en poesía, en la que las malas palabras, el deseo de nombrar lo obsceno y lo escatológico, se revelan en toda su explosiva belleza: "la pinche Vanesa cabrona hija de la chingada no estaba ahí porque la muy puta seguramente aprovechó que la tía la dejó suelta para irse a ver al novio, el greñudo mariguano ese que siempre la andaba rondando…" Todas las secciones de esta novela son brillantes, pero quizás la mejor es la que narra la relación de la adolescente Norma con su padrastro Pepe.
La Bruja es poderosa en el pueblo porque sus habitantes la ven vinculada a un Mal que trasciende a todos, pero su mito también se construye a partir de su rabiosa independencia en un mundo masculino dominado por atavismos, en el que las mujeres están subordinadas y deben buscar estrategias de supervivencia. Temporada de huracanes se disfraza de ficción antropológica, aparenta buscar una explicación al horror mexicano a partir de las creencias de una comunidad en leyes sobrenaturales, para decantarse por algo más terrible: el mal somos nosotros, los hombres. Cuando la madre de Brando exclama: "¿Cómo permitiste que el diablo entrara en su cuerpo, Señor?", Brando responde: "El diablo no existe y tu pinche Dios tampoco". Lo cual no implica que no nos sigamos agotando en construir leyendas para comprender algo que escapa a nuestra razón.
(La Tercera, 20 de agosto 2017)