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Javier Fernández de Castro

Según contaba el propio Simenon, en el umbral de la cuarentena (1941, 38 años)  le detectaron erróneamente una enfermedad que iba a acabar con él  en un par de años. Y puesto que tenía un hijo pequeño y deseaba que éste pudiese hacerse una idea de quién fue su padre decidió escribir un pequeño relato autobiográfico que acabó complicándole mucho la vida, primero porque fue publicado sin su  consentimiento con el título de Je me souviens;  segundo porque algunos de los personajes le llevaron a los tribunales por considerar que habían sido injustamente reflejados (a modo de defensa pronunció el célebre “Todo lo que escribo es verdad pero nada es exacto”) y tercero porque, puesto a introducir cambios  so pena de ser nuevamente llevado ante la justicia, optó por hacer caso a André Gide, quien le recomendó que empezase desde cero pero no en primera sino en tercera persona para darle al escrito más aliento y amplitud de miras. El resultado fue este Pedigrí que tampoco se parece mucho al nuevo planteamiento porque, al terminar la nueva versión  apenas dos años más tarde, Simenon puso “Fin del primer tomo” pensando que luego vendrían al menos dos tomos más. Nunca llegó a explicar por qué no cumplió su promesa aunque, si para describir los primeros quince años de vida de su supuesto alter ego, llamado Roger Mamelin, necesitó más de 600 páginas a tiempo completo (recuérdese que teóricamente estaba  condenado a muerte y que los médicos le exigían reposo absoluto)  los centenares de libros que le quedaban por escribir debieron de ser una llamada tan exigente que le impidió llevar a cabo su idea inicial.

                Tal como ha quedado, Pedigrí abarca más o menos desde el nacimiento de Roger Mamelin a principios del siglo XX hasta 1915, es decir, cuando la I Guerra Mundial iba a introducir en la vida del adolescente (y de Europa entera, ya que sale) una variable tan brutal y traumática que  nada de la experiencia acumulada hasta entonces le iba a servir para asumir la nueva realidad surgida tras la contienda. Por desgracia, ese acontecimiento crucial en la vida de quienes lo sufrieron queda aquí como un telón de fondo pero sin verdadera influencia en el desarrollo del relato: de pronto aparecen muchos oficiales alemanes, hay racionamiento y colas para comprar el pan y de cuando en cuando se oyen cañonazos, pero si el lector no lo sabe por sí mismo nada permite pensar que en la cercana ciudad de Ypres, situada a poco más de dos horas de allí, los combates de conquista y reconquista de ese insignificante enclave estaban costando (para nada) más de medio millón de vidas. Es posible que Simenon tuviera pensado reflejar lo que supuso en su vida de adolescente aquella contienda salvaje, pero quien tenga curiosidad por saberlo habrá de buscarlo en cualquiera de los 21 volúmenes autobiográficos de Dictées, en Carta a mi madre, o en los dos volúmenes de Memorias íntimas. Pero aquí, como digo, la guerra parece como algo que les ocurre a los demás porque a él, Roiger Mamelin, se le acaba de despertar el sexo y vaya la que se viene encima.

Que conste sin embargo que Pedigrí está considerada con toda justicia una de las mejores novelas de Simenon o, para qué andarse con clasificaciones, basta decir que es una gran novela, sin más. Y eso que sería difícil redactar una sinopsis porque, pese a las mencionadas seiscientas páginas, pasar no  pasa gran cosa: un suburbio obrero y de pequeña burguesía en Lieja. Todo son pequeños tenderos de barrio, empleados de seguros, comerciantes en quesos, panaderos o artesanos. Y la descripción que se hace de uno de los personajes “la suya era una felicidad pequeña y tibia” podría hacerse extensiva a todos los demás, aunque a veces habría que cambiar la palabra felicidad por desgracia. Pero hay momentos que incluso siendo pequeños y tibios son un prodigio, como por ejemplo la descripción de las fiestas del barrio contadas para la sensibilidad de un niño, o la descripción de la primera maestra de Roger, la hermana Adonie, “tan duce y tan blanca que hace pensar en algo bueno para comer […] dentro del amplio hábito negro con cien pliegues que le cubre los pies, la hermana Adonie no parece caminar sino deslizarse sobre el suelo”. El dibujo de Desiré, el padre de Rober, que camina de forma tan armoniosa que parecen acompañarle compases musicales, o Élise, la madre, siempre sumida en una angustia también pequeña y tibia pero que hace que le “duelan los nervios”.

                Son pequeñas joyas que van surgiendo sin sobresaltos ni estridencias, pero que en conjunto componen un relato de una sensibilidad y delicadeza tan extraordinarias que hacen lamentar la ausencia de los restantes volúmenes.   

 

Pedigrí

Georges Simenon

Traducción de Núria Petit

Acantilado

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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