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Mirón

Un mirón mira a través de una persiana. Mira a una mujer que se halla en una habitación cuya ventana queda cerrada por una persiana. De persiana a persiana. Cuando lleva varios meses mirando a la mujer descubre que la mujer le mira. También ella es un mirón. El problema del narrador es hacer absolutamente comprensible su relato. Aparatos ópticos: prismáticos, catalejo con trípode. Lugar de trabajo del mirón: vivienda sin muebles, excepto una cama y las sillas tras las ventanas; oscuridad y temperatura adecuadas. El mirón va desnudo.

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1 de noviembre de 2017
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Viaje desde una silla

            La literatura no deja der nunca un viaje que se inicia en la primera página de un libro, y se llega a puerto al cerrar ese libro. Y hay grandes libros que cuenta la historia  de un viaje. Los nueve libros de la historia, de Herodoto, para empezar. En tiempos de este historiador, cronista, periodista, y por fuerza novelista,  no era posible distinguir entre historia y narración. Ni siquiera era posible separar de la fábula el relato de verdades.

            Frente al vacío y la oscuridad que representan lo desconocido, el amor a la verdad objetiva ha sido siempre un deber, y la imaginación una tentación: la rigurosidad en la selección de los datos, de un lado, y la libertad de suponer, del otro. Es lo que diferencia al novelista del periodista, aunque sean los mismos dedos los que tecleen para crear una crónica que cuenta verdades, o una novela que cuenta mentiras.

            Heródoto probó que se necesitaba curiosidad para el oficio. Esa curiosidad no podía ser saciada sin echarse a navegar, y a andar. Lo extraño comienza más allá de las fronteras. Es la avidez por saber acerca de lo desconocido lo que da sentido al viaje. Y lo que nos pone en camino.

            Homero relata no un viaje propio sino ajeno,  el de Ulises de regreso a Ítaca, su anhelada patria, al terminar la guerra de Troya. Virgilio cuenta el viaje de Eneas, derrotado en esa misma guerra, hacia su nueva patria, que será Roma. Cervantes nos cuenta el viaje de don Quijote por los campos de la Mancha; en realidad no uno, sino dos viajes, uno por cada parte del libro. Un viaje de ida y regreso, ambas veces.

            Y es lo que hará Joseph Conrad más tarde, un escritor que antes fue marinero en barcos mercantes, tentado siempre por lo desconocido, tentación que lo lleva hasta las profundidades del alma humana, como en su novela El corazón de las tinieblas, que cuenta la historia de un viaje por un río africano, Marlow e busca de Kurz, un río que viene a ser como el Hades, maldad y oscuridad.

            O el capitán Abab en busca de Moby Dick, la ballena blanca, en la novela de Herman Melville, que es también demoniaco, por obsesivo, tanto que sólo puede terminar en  catástrofe, en derrota y en muerte. Siempre travesías malditas hacia lo desconocido.

            Los viajes así contados están siempre llenos de interrupciones. En los accidentes, en los obstáculos para llegar, está la historia. La consabida frase final de los cuentos "y vivieron felices para siempre" indica el cierre de un relato lleno de peripecias que hemos seguido con desazón, y a la vez la apertura de otro que ya a nadie interesa, y que ocurre fuera de las páginas del libro donde lo que hemos buscado, y encontrado, son los obstáculos.  Si Ulises y Penélope vivieron juntos una ancianidad feliz, es algo que nadie contará, porque nadie quiere oír una historia sin sobresaltos.

            Pero el viaje de don Quijote se diferencia del de Ulises y del de Eneas, en que ellos quieren llegar cuanto antes a su destino; Ulises ansía ver su patria después de años de ausencia, encontrar a su mujer, a su hijo, cansado de la guerra, y no quiere aventuras, sino regresar a la vida doméstica. Son las aventuras las que se le interponen en contra de su voluntad, y lo atrasan durante diez años, lo mismo que duró la guerra de Troya.

            Al contrario, don Quijote sale a buscar las aventuras, quiere hallarlas, son la razón de ser de su viaje, y cuando no las encuentra, las crea en su cabeza. Ulises tarda en llegar a su destino porque los acontecimientos indeseados no lo dejan. Don Quijote cabalga en busca de acontecimientos deseados. Si las aventuras no le salieran al paso, su viaje sería un fracaso.

            Según García Márquez en literatura no hay nada más convincente que la propia convicción, la certeza de creerse la propia mentira y contarla con toda naturalidad. Convertir lo extraordinario en ordinario, darle certeza a lo falso. Es la manera de contar de Herodoto, y la de Homero, y la de Cervantes. Contar con naturalidad, contar con naturaleza.

            Nadie más mentiroso que Ulises, verdadero maestro en ardides. Nunca sabremos si todo lo que cuenta por su propia boca es una invención suya, o una invención de Homero. Siempre le está ocurriendo lo insólito, y de allí sus constantes atrasos en llegar a su destino.  Pero si inventó él mismo a las sirenas con su melodioso canto mortal, nunca dejará de creer que es cierto. Es la condición esencial del mentiroso.

            Lo que a nosotros nos parecen dislates y exageraciones, para don Quijote son la normalidad de la vida que le toca vivir. Si no creyera, dejaría de existir, y su mundo extraordinario desaparecería. Es lo que al final termina ocurriendo. La cordura lo mata. Es decir, la mediocre realidad a la que regresa ya curado de fantasías lo mata.          

            Porque, ¿qué es La Mancha sino un árido territorio rural donde nada asombroso pueda esperarse que acontezca? Es el mundo real de Sancho, donde las mozas rústicas huelen a ajo y dan de comer a los cerdos, las mismas que para don Quijote son princesas que si lucen así, sucias y en harapos, es porque se hallan bajo encantamiento. De lo contrario, el viaje no valdría la pena. Sería un viaje sin sorpresas. Salir de un mundo que de maravilloso pasa a ser prosaico es una decepción y una derrota.

            Toda lectura es un viaje, un viaje desde una silla que nos lleva a lo desconocido, por arenas ardientes de desiertos ignorados, por mares procelosos, por río que son como del infierno, y aún por los aires sin entramos en las páginas de Las mil y una noches. Pero siempre regresaremos de ese viaje mejor de lo que éramos cuando lo emprendimos.

 

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1 de noviembre de 2017
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23-05-2013

Succionado por el espejo

-de esos, los peores, invisibles-

ves tu imagen reflejada en otro espejo,

pero la figura que contemplas

nunca es la misma, ni tú tampoco.

En el espejo hay alguien parecido a ti,

que avanza implacable hacia adelante

hasta llegar a ser cráneo, y luego ceniza,

y luego, eso que las palabras desconocen

y a lo que, por decir algo, llamamos nada.

En el espejo hay alguien parecido a ti,

que retrocede con furia vertiginosa

hasta llegar a ser embrión, y luego semilla,

y luego, eso que las palabras desconocen

y a lo que, por decir algo, llamamos origen.

Succionado por el espejo

-de esos, los mejores, invisibles-

tu nada y tu origen coinciden.

Ése es el momento de la verdad.

 

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1 de noviembre de 2017
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Armarios roperos

Un amigo periodista, compartiendo confidencias con una copa de vino, me preguntó si a lo largo de mi trayectoria profesional me había liado con algún jefe, o si había tenido que espantar moscardones. He cometido muchos errores en mi vida, pero afortunadamente éste no, le respondí, añadiendo con cierta chulería que siempre había mantenido una distancia profiláctica entre trabajo y babas. En verdad he tenido jefes muy diversos, algunos de ellos grandes maestros y otros bien dudosos: recuerdo a aquel que maltrataba a su mujer, o a un tiburón que pertenecía a la especie manspreading –esos que siempre se sientan con las piernas abiertas–, y me bostezaba a la cara mientras le informaba de un asunto crucial. Siempre han pululado esos individuos que en la oficina te hablan mirándote el escote, a los que una sigue clavándoles los ojos con la mayor dureza posible. En verdad hubo un tiempo que sobre las mujeres que conquistaban algún escalafoncillo, caía la sospecha de que a quien se habían tirado. Parecía inexplicable que triunfaran por méritos propios.
Las jóvenes han emprendido hoy una cruzada de la que no fue capaz mi generación, bien por vulnerabilidad, bien, sobre todo, por intimidación. El miedo a que no te crean o a que digan que te lo buscaste siempre ha estado presente, y no solo en el cine, que ahora vive el denominado "efecto Weinstein" –ese productor mastodóntico que ejercía inmune su derecho de pernada–. Una sociedad cada vez más madura respecto a la igualdad debe de tener un nivel de tolerancia cero ante el acoso sexual. Por ello, hemos aplaudido esta salida al armario del #yotambién como demostración de la inexorabilidad de la justicia –ya lo advirtió el poeta latino: "la justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera"–, que ojalá, de ser probadas las acusaciones, se complete en los tribunales. Y en este contexto, el fotógrafo Terry Richardson, uno de los mejor pagados del mundo, acaba de ser vetado por Condé Nast Internacional. Hace tres años, tras ser señalado por seis modelos, Richardson escribió una carta al Huffington Post en la que negaba sus acusaciones. Y desde entonces ha repetido el argumento del consentimiento invariablemente cada vez que aparecía un nuevo titular con su nombre. Eso sí, mientras se forraba y publicaba libros pornográficos con chicas que desconocían el fin de sus shootings. Modelos como Coco Rocha, Rie Rasmussen o Charlotte Watters, que en su día hicieran público su depredador comportamiento, acaban con esa protectora pátina de cinismo que asegura que nadie hizo nada que no quisiera. Aunque la lacra de la violencia sexual en el mundo de la moda es mucho mayor que el narcisismo machista de Richardson. La también modelo Cameron Russell ha animado a sus colegas a denunciar los abusos sufridos en el trabajo. Sororidad instagrameada que ya ha reunido testimonios sobrecogedores, muchos de ellos de chicas de 16, 17, 18, 19 años que relatan cómo fueron tocadas, engañadas, humilladas, drogadas y en algunos casos violadas por bookers, fotógrafos y hasta chóferes. Hay tops muy jóvenes que quieren mantener el anonimato, junto a grandes nombres como los de Anja Rubik, Amber Valetta, Doutzen Kroes, Saskia de Braw, Sara Sampaio o Lily Aldrige, que se han sumado al “yo también”.
Recuerdo cuando despuntaron las tops españolas en los 90 y viajaban a Milán o a Nueva York para sesiones de fotos. Judit Mascó, Martina Klein o Nieves Álvarez, chicas cautas, me contaban entonces cómo una tenía que saber rechazar ciertas invitaciones. “En Nueva York, me pedían que fuera a fiestas, y yo preguntaba si podía ir con mi novio. Me respondían que no, y entonces decía que prefería no ir. Siempre he tenido mucha cabeza, y es probable que haya perdido muchas oportunidades por no ser la más divertida… Considero que el desnudo es un arte, pero en ocasiones he dicho “esto no lo hago”. Jamás he tenido problemas, pero me parece muy valiente y necesario lo que están sacando a la luz tantas actrices y modelos” me explica Álvarez.
El empoderamiento femenino es transversal, y acelera velocidades para derribar ese techo de cristal fosilizado. “Avanzar en la igualdad es mejorar el mundo” dijo el pasado miércoles Ana Bujaldón, presidenta de la Federación de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE), en la entrega de sus premios, celebrada el en Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. María Escario fue reconocida por su “comunicación comprometida con la mujer”, además de Fuencisla Clemares, directora general Google España y Portugal, la diseñadora Purificación García, la heroica Selección Española Femenina de Baloncesto y otras mujeres fuera de serie. Cualquiera de ellas, de las que han llegado intactas al vértice de la pirámide del poder, no debería desentenderse de las razones por las que tantas otras no lo han conseguido.
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31 de octubre de 2017
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14-05-2013

Escribimos sobre el mal

porque los bondadosos escapan a las palabras,

a no ser que, como el pobre Job,

sean sometidos a la terquedad divina,

o, como San Antonio en el desierto,

a las tentaciones de la oscuridad.

Escribimos sobre el mal

-o sobre los que convivimos con él,

a veces con imposible rebeldía-

porque la vida de los bondadosos

transcurre en el laberinto de los silencios.

La página en blanco

es nuestro homenaje a la bondad.

 

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31 de octubre de 2017
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Surrealismo procesal

"A veces me pregunto qué pensaría de todo esto Dalí si estuviera vivo”, dice Oscar Tusquets ante un plato de alcachofas y setas de la cocina de Ramon Freixa. El día anterior, jueves, había recibido el premio Honorífico de la revista Interiores, en su tercera edición, en el hotel Palace de Madrid. Lo recogió remarcando la catalanidad de su árbol genealógico, para terminar diciendo: “No nos abandonéis”. Llegó a la mesa emocionado, el público en pie. Y una corriente melancólica pasaba de mesa en mesa, un pellizco de espanto al contemplar a un artista, a un creador que ha tocado altísimos techos, desnudo de certidumbre y con los ojos brillantes.
Dalí aseguraba que la revolución surrealista era ante todo una revolución moral. En un libro que he rescatado durante estos días de surrealismo ciudadano, Literatura catalana d’avantguarda (1916-1938) (Joaquim Molas), releo una conferencia suya en la que afirma: “Que los que persistan en la amoralidad de las ideas decentes y razonables tengan la cara cubierta de mi berberecho”. De los infinitos chistes virales, hay uno bien hallado: “Ha sido desenterrar a Dalí y volverse todo surrealista”. Y, en verdad, el devenir de la república independiente tiene algo de cadavre exquis: esos ejercicios poéticos con agregación de versos y sin otra unión que el libre albedrío. Breton, Desnos, Tzara, Éluard y compañía creían en la creación grupal, espontánea, irracional e incluso automática, adjetivos que describen a la perfección la crisis catalana. El procés ha fracturado la lógica, la secuencia del tiempo: del sí pero no, al ahora no, ahora sí, ahora te cito, te pospongo, me sublevo, te fulmino. Un gobierno central inflexible, un presidente incapaz de hallar una tercera vía y que quiere salir fortalecido de esta debacle que se ha cocido a fuego lento, por un lado, y los gritos de “traidor” que tanta vergüenza nos producen, por otro, reflejan la profunda fractura de la razón en pos de los ideales. Nabokov detestaba el exceso de sentido común en la ficción, y en su Curso de literatura europea (RBA) afirmaba: “Es fundamentalmente inmoral, porque la moral natural de la humanidad es tan irracional como los ritos mágicos que se han ido desarrollando desde las oscuridades inmemoriales del tiempo. El sentido común, en el peor de los casos, es sentido hecho común; por tanto, todo cuanto entra en contacto con él queda devaluado”. Y lo ilustraba matizando que él se descubría ante al héroe que salvaba del fuego al hijo del vecino, pero que le estrecharía la mano si arriesgaba cinco minutos para salvar su juguete preferido.
Es un gran ejemplo, aunque válido únicamente para la literatura, dado que el peligro real poco entiende de peluches. La contienda no ha podido calibrar su impacto en las diferentes maneras de ser o sentirse catalán, o español. Porque no sólo hay dos. Estos días se ha escrito una gran crónica surrealista, en la que millones de ciudadanos han manifestado temor ante el abandono de la realidad por parte de sus represen­tantes.
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30 de octubre de 2017
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05-05-2013

Extraviados en el bosque,

¡cuánto deseamos alcanzar una isla de resplandor,

un claro en la espesura,

y aún más el valle prometido,

donde todo es diáfano, abierto!

Pero, después, a salvo en la llanura,

con el gozo del sol en los corazones,

¿no anhelamos igualmente,

con fuerza secreta, inconfesable,

aquella penumbra, aquel misterio

hacia el que avanzábamos turbados,

entre el crepitar de la hojarasca,

aquel demonio de lo prohibido

que acechaba, burlón, tras los recios troncos

de árboles oscuros e infinitos?

La luz nos rescata del instinto,

el instinto nos redime de la razón.

 

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30 de octubre de 2017
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El Boomeran(g)
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