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Pintura T.46

Este cuadro que titulé fue uno de los que sin proyecto hice en mi primera etapa de renacido pintor. Siempre me ha parecido que se había pintado a sí mismo y él mismo se había llamado así- Autonomía de la obra contra la dependencia del autor.

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7 de noviembre de 2017
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Presidio

En Alcalá Meco I se enseña a hacer pan. Una gitana rumana me contó que por fin había aprendido un oficio, que antes de enchironarla no sabía hacer nada, tan sólo afanar carteras. De todas las cosas que se pueden aprender en una prisión, la de amasar harina, agua, levadura y sal y hornear la mezcla se me antoja como encantadoramente perversa. ¿O es que hay otro olor a seguridad, a día limpio, que el del pan recién hecho? Ya de niños, cuando salíamos del colegio a mediodía, agarrábamos la barra caliente bajo el brazo y nos comíamos la punta antes de llegar a casa: la miga blanda y la corteza crujiente se correspondían a nuestra religión particular. Pienso ahora en las conselleras Meritxell Borràs y Dolors Bassa, y en la posibilidad de que se crucen con las presas que conocí en un taller de costura este verano. Esa es otra profesión que enseñan en la cárcel, la de coser y bordar, una manera tradicional de hilvanar las penas. ¿Qué harán las políticas catalanas en su nueva vida entre rejas? Las presas me contaron que lo peor es la entrada y la salida, un miedo turbador apisona la respiración. Tal vez las veteranas les cuenten sus experiencias como mulas; la maleta forrada de cocaína, los hijos bien lejos, la desgracia derramada en litros. Vi el patio, los talleres, el polideportivo, duro de pelar, donde mujeres con mallas de colores chillones levantaban pesas con rabia. Los paisajes dejan huella, no sólo en nuestra retina, también en nuestro interior. “Los instantes en que, tras un chaparrón, se desvela de pronto el gris celeste del cielo, permanecen en nosotros, igual que los instantes en que cae en silencio la nieve”, escribe Adam Zagajewski. No hay peor pesadilla que la de soñarte encarcelada, privada de libertad: puede que te hagas cínica y desdeñes el futuro para siempre, o todo lo contrario, que alimentes la fe en lo invisible. Ardua tarea la de sobrevivir junto a aquellos que han sobrepasado los límites, y, por tanto, son personas temerarias, excesivas, inconscientes o ingenuas… a pesar de que estos sean atributos tan humanos como sus contrarios.
Hay personajes que se muestran ufanos con la entrada de los consellers y conselleras en chirona, parece que les haya tocado una rifa. Berrean agitando banderas, aguardan en aeropuertos y juzgados, condenan a los detenidos exhalando venganza. ¿Cómo serán estos individuos que dedican su tiempo más preciado a ese tipo de escraches? El odio es irracional y disforme, aunque también militante. Aunque resulta una anomalía que tras esta cadena de congojas que ha significado el procés algunos españoles respiren tranquilos y aplaudan el encarcelamiento de estos políticos cuyos ideales derraparon, anduvieron on the wild side, sí, pero sin robar, violentar, estafar ni hacer urdangarinadas ni rodrigoratadas hoy duermen en una celda de los llamados pabellones de respeto donde las rejas chirrían de la misma forma que el profundo desamor entre Catalunya y España.
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6 de noviembre de 2017
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Asesinos de almas

Me sorprende una noticia sobre Bin Laden. Al parecer fue en su adolescencia, visitando la casa de Shakespeare durante un cursillo que hizo para aprender inglés, cuando se dio cuenta de la decadencia de Occidente y de que nos caracterizábamos por abrazar una moral muy débil.

Uno se pregunta qué tendrá que ver William Shakespeare con la debilidad moral. El gran escritor de Stratford no se caracterizaba por su moral quebradiza. Es evidente que la moral shakesperiana es bastante poderosa. Anthony Burgess y Graham Green le acusaban de moralista pertinaz e incorregible, olvidando que ellos eran mucho más moralistas y en tiempos más modernos. Pero ya se sabe que es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno.

Volviendo a la asombrosa iluminación que tuvo Bin Laden en la casa del dramaturgo, uno tiende a pensar que la irritación del caudillo terrorista se debía al hecho de que él mismo parece un personaje de Shakespeare. Recordemos algunos malvados de sus obras y especialmente Ricardo III, aquel que en su hora más triste gritaba: “¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!”. Bin Laden también hubiese dado su reino por un caballo en “su noche más oscura”. Un caballo alado para huir por la azotea de su búnquer o, ya que estamos en el campo semántico de Arabia y las mil y una matanzas, una alfombra mágica.

También pertenece al Ricardo III una frase que le gritan las almas de los hombres que ha matado: “¡Desespérate y muere!”. Qué extrañeza me producen esos seres que los textos sagrados de la India llaman aatmas: asesinos de almas. Shakespeare, que en sus cielos y sus infiernos daba cobijo a todas las dimensiones del mal y del bien, habló mucho de ellos con tétrica grandeza. Recordemos a Macbeth cuando ve que una masa de árboles se dirige hacia él. Pero resulta que los árboles eran hombres camuflados, como las sombras que cercaban a Bin Laden eran fuerzas especiales que le cosieron a balazos. No estoy haciendo una apología de esas fuerzas tan dudosas, simplemente advierto que quien a hierro mata con hierro lo taladran, aunque no siempre, muchos asesinos de almas llegarán a viejos y no se sentirán acosados como Macbeth, que vivía atormentado porque sentía gravitando a su lado “los agentes del las sombras”, como el mismo confiesa cuando la paranoia empieza a apoderarse de toda su persona.

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6 de noviembre de 2017
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10-06-2013

La sinfonía urbana cesó de repente:

el rugido del tráfico,

las vibraciones de los aires acondicionados,

los vómitos de las tuberías enroscadas en los edificios

como los tentáculos de un pulpo gigantesco.

Los músicos de hierro enmudecieron,

desacostumbrados a la derrota.

Entonces, rasgando el bochorno del mediodía,

se oyó el canto de un ruiseñor.

Tímido al principio, luego ya suelto

en la exhibición del virtuosismo.

Y pareció que la Edad de Oro

se había instalado de nuevo sobre la Tierra,

mientras los hombres despertaban perezosamente

con el alivio de dejar atrás las pesadillas.

 

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6 de noviembre de 2017
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Pintura T.115

UN GRAN NÚMERO DE PINTORES A LO LARGO DE LA HISTORIA HAN SENTIDO ATRACCIÓN POR LAS VENTANAS Y LAS PUERTAS, SU LUZ Y SUS MISTERIOS. ESTE CUADRO PERTENECE A ESTA VELEIDAD DE HACE UNOS AÑOS.

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6 de noviembre de 2017
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Un pedazo de hielo en el corazón de Joan Didion

 

Saldrá decepcionado quien quiera encontrar objetividad en El centro cederá, el documental sobre Joan Didion en Netflix. Griffin Dunne, el director, es sobrino de Joan, y tuvo claro desde el principio que lo suyo sería "una carta de amor". Era la única manera de que el documental existiera: Didion había rechazado muchos pedidos para hacerlo, y solo accedió porque un familiar querido se lo pedía. Dunne adopta un formato tradicional: una larga entrevista con Didion, y en torno a esta converaciones con críticos y amigos -Vanessa Redgrave, Anne Wintour- con anécdotas y comentarios que construyen una imagen condensada de la escritora californiana, desde sus inicios a mediados de los sesenta en la revista Vogue hasta su consagración como escritora clave del "nuevo periodismo" y su descubrimiento por una nueva generación con El año del pensamiento mágico (2005). Dunne se aprovecha al máximo del acceso al archivo de su tía, con fotos y videos familiares que acompaña de música sentimental.

Didion tiene más de ochenta años y se muestra físicamente frágil en la entrevista: sus amigos conspiran cada día para que coma algo. Su rostro es tan expresivo como sus brazos, que agita mientras habla, como si la ayudaran a buscar palabras y bucear entre recuerdos. La fragilidad desaparece al llegar a la esencia de su vocación; cuando habla de la locura hippie de fines de los 60, Griffin le pregunta qué sintió la vez que vio en una casa de mala muerte a una niña de cinco años a la que sus padres le acababan de dar LSD: "eso fue oro puro. Uno vive para momentos como ese, más allá de que sean buenos o malos". No hay rastros de sentimentalismo en su respuesta, más bien la convicción de que para escribir uno necesita un pedazo de hielo en el centro del corazón (esa frialdad le permite ir a comprarle a Linda Kasabian, una de las mujeres del clan Manson que ha accedido a darle una entrevista, la ropa con la que se presentará al juicio).

El documental muestra que Didion vivió conectada a los centros del poder cultural norteamericano, en un eje en el que se juntan el cine con la escritura, la música y el periodismo de investigación. Casada con otro escritor, John Gregory Dunne, se mudó a mediados de los sesenta a Los Angeles y estableció una casa en Malibu que se convirtió en punto de encuentro del establishment: a sus fiestas iban Janis Joplin, Scorsese y Warren Beatty (y su carpintero era un desempleado Harrison Ford). Didion se aprovechó del acceso que le brindaba ese poder para escribir las crónicas definitorias del período -en libros como Slouching Towards Bethlehem (1968) y The White Album (1979)--, pero eso no le impidió, como sugiere Louis Menand en The New Yorker, "fundirse en la escena hippie e internalizar sus confusiones".

La parte más conmovedora gira en torno a las muertes de su esposo y su hija Quintana Roo, sobre las que escribió en El año del pensamiento mágico y Blue Nights (2011). Si escribe sobre el duelo y la culpa ("ella era adoptada, me la dieron para cuidarla y yo fallé") es para perderle el miedo a aquello que desconoce (el dolor profundo y sus aristas). Solo podrá acercarse a esas muertes como si se tratara de un reportaje objetivo en el que esta vez la investigada es ella misma. La escritura ayuda a aceptar el fin de la vida, "la desaparición de la luminosidad".

El centro cederá nos cuenta lo anecdótico -a Didion le gustaba tomar Cocacola en el desayuno y, literalmente, guardaba sus manuscritos en el refrigerador--, pero no arroja luces sobre cómo la escritora conectó sus antenas con la locura y extrañeza de su tiempo. El crítico Hilton Hals es el más perspicaz: Didion fue una de las pocas que se dio cuenta de que el ensayo, dado a lo fragmentario más que a la perspectiva totalizadora, era el género más potente para narrar un periodo tan poco cohesivo como el de fines de los sesenta. Aparte de eso, no hay mucho más. 

(La Tercera, 5 de noviembre 2017)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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5 de noviembre de 2017
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Otoño de caza

Desflorece el otoño por fin, caen las primeras hojas ocres que alfombran el parque de El Capricho, y los machos hispánicos más poderosos que algún día le dieron una zurra a una mujer que no era la suya empiezan a temblar. En Madrid –en redacciones, gobiernos y empresas– están bien identificados los pichas locas. La confesión pública es imparable en Hollywood y en las cortes: hasta el ministro británico de defensa que ha dimitido por ponerle la mano en la rodilla a una periodista –¡en la rodilla, sí! con los carros y carretas que han aguantado muchas periodistas españolas por parte de besucones salivosos–. Recuerdo a una azafata que aún con el susto en el cuerpo, me contó que su directivísimo insistió en acompañarla a casa y, como en las malas pesadillas, el coche acabó en un descampado donde él intentó campar a sus anchas También tengo en mente a aquel político que recibía en albornoz, o a un reportero intrépido que en mitad de la nada le pedía a su compañero de fatigas que se tumbara en la cama porque quería masturbarse mirándolo. A casi todas las mujeres nos han puesto una mano el culo cuando menos lo esperábamos. Algunas contestábamos con una bofetada, otras con una peligrosa risita falsa. Muchos truhanes de la llamada alta sociedad han paseado dos morales: la privada y la pública. He conocido a Ceos que tenían la amante en París, y en verano le ponían piso en Marbella para tenerlo todo cerca. El fin del derecho de pernada es el tema del día, además del look tintinero de Puigdemont, convertido hoy en cómic. Con qué facilidad pasamos de la preocupación al esperpento. El asunto catalán es tratado ahora en este Madrid donde permanecen en los balcones las banderas españolas igual que en un libreto zarzuelero. Ahí es donde hay que pisar para entender la ciudad, el Teatro de la Zarzuela, ese viva la Pepa aplaudido por las espectadoras castizas fieles al cardado y la laca Elnett. Tercera edad hiperventilada y público gay con pluma, sin duda los dos sectores de la población más animosos, despidieron a Rossy de Palma, a quien todos se rifan, en la opereta El cantor de México. A final de mes, se espera allí Silvia Pérez Cruz, que presentará su disco Vestida de nit. La cantante entusiasma a los madrileños por su voz y su belleza que resultan tan exóticas como familiares. Ella no hace de la lengua un género, sino que hace música con el cuerpo entero y en cualquier lengua: portugués, inglés, catalán, castellano…

El rancio abolengo abre la temporada de caza, mientras que las fincas para bodas y bautizos se renuevan a fin de sacudirse la caspa y el verde loden. La Hacienda Campoamor, donde se casan las familias del pijerío mesetario, ha sido renovada por el maestro de decoradores Pascua Ortega. Dorados y espejos, tan en tendencia; vibrantes colores de campo ilustrado; lo clásico –hasta algún tapiz en la pared– y moderno (como plantas colgantes aquí y allá) hermanados y, de fondo, un espíritu rustic chic en busca de filtros de luz. Para la inauguración, hubo un cóctel en un primer salón, donde las etiquetas que reposaban sobre las mesas sentaban a grandes personajes ya fallecidos. Las señoras botoxomizadas buscaban desesperadamente su nombre, aunque solo hallaban los de Sara Montiel, Marlon Brando, Pablo Picasso o Edgar Allan Poe. El segundo salón sí era para cenar: gazpacho, sardinas –ahora manjar de ricos– y solomillo. Allí ser reunieron el cirujano de las vips, Enrique Monereo, Roberto Torretta y su mujer, Carmen Echevarría –los casi consuegros de Amancio Ortega–, Ana García Siñeriz, Antonio Escámez, las hermanas Blanca y María Suelves, la condesa de Carvajal, el empresario catalán Juan Mata, que se autopresenta “exiliado en Madrid”. Hoy, todo el mundo que sale en televisión y en redes pretende ser celebrity full time job. Según los relaciones públicas de la villa y corte, los vips más preciados e icónicos para las fiestas siguen siendo Isabel Preysler y su entorno. “Son las que mejor lo han hecho” me dicen los relaciones públicas: han sabido exponerse sin quemarse. Tamara Falcó felicitó en su Instagram el día Todos los Santos reivindicando “nuestra fiesta cristiana”. Otro nombre cada vez má solicitado es el de Alejandra Silva, novia de Richard Gere, empresaria de éxito muy involucrada en Fundación Rais, que vive entre Madrid y Nueva York. De ella dicen sus íntimos que es “una persona íntegra, solidaria y muy espiritual”. Los apellidos reales ya no venden, excepto los de la Infanta Elena y sus hijos. Es tiempo de cachorros de la alta sociedad, almas budistas y conciencias delatoras.

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4 de noviembre de 2017
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La cama, esa isla

La cama ha desplazado al sofá. Acaso porque su invitación a la horizontalidad resulta más rotunda, pero sobre todo es su recogimiento el que atrae. No hay mayor símbolo de la propia intimidad que donde dejamos caer el cuerpo fatigado o la cabeza hirviendo. Un dormitorio siempre es portador de una atmósfera privada: las sábanas que ha rozado el cuerpo, la almohada que algunos contraen para abrazarla igual que los niños hacen con sus muñecos, la luz de la mesilla como un indicador de la penumbra que nos protege. Cada vez son más quienes leen, navegan, ven series, hablan por teléfono e incluso comen o beben en la cama. Los diseñadores han ampliado los chasis de los lechos, transfigurando el clásico marco rectangular alrededor del colchón en una verdadera isla que invita a la actividad en reposo. En la cama yo me siento a salvo. No hay mejor lugar para hablar con una misma y tratar de entenderse. Nunca he alardeado de dormir poco, aunque ha habido épocas, sobre todo durante los embarazos, en las que veía amanecer a diario. Hoy, en cambio, estoy abonada a las ocho horas de sueño y en cuanto puedo, me enredo más y más en sus hilos. En mis sueños, debo dar explicaciones a la policía por desprogramar un mando de televisión, o paseo con muertos que escriben sonetos. A menudo, las sobras del sueño permanecen en el ánimo del nuevo día y arañan el noos griego, esa parte elevada del alma.
Leo a Matthew Walker, profesor de neurociencia en la Universidad de California Berkeley y autor del ensayo ¿Por qué dormimos?, quien advierte sobre el desarrollo de un problema de salud pública debido a la reducción del descanso. E insiste en desterrar la idea que prevalece entre los hombres y mujeres de acción de que acumular horas despiertos es un signo de fortaleza mental, mientras que dormir equivale a flaqueza y falta de fibra moral. “Siempre me ha llamado la atención que Margaret Thatcher y Ronald Reagan, dos estadistas que alardearon orgullosos de dormir apenas cuatro o cinco horas, desarrollaran la enfermedad de Alzheimer”, escribe Walker, que añade: “El actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también un vociferante profeta del dormir sólo unas pocas horas cada noche, tal vez debería tomar nota de ello”. Esa fanfarronería del exceso de vigilia parece ya caduca. La ideología del bienestar impone una higiene de rutinas. Los españoles descansan una hora menos que la mayoría de los europeos; su necesi- dad de alargar el día robándole horas al sueño nace de la ilusión por vivir, aunque sea un espejismo. Y es que, excepto en la enfermedad, todo aquello que puede hacerse yaciendo en la cama responde al placer de sentirse vivo en posición horizontal.
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2 de noviembre de 2017
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