Este cuadro que titulé fue uno de los que sin proyecto hice en mi primera etapa de renacido pintor. Siempre me ha parecido que se había pintado a sí mismo y él mismo se había llamado así- Autonomía de la obra contra la dependencia del autor.

Este cuadro que titulé fue uno de los que sin proyecto hice en mi primera etapa de renacido pintor. Siempre me ha parecido que se había pintado a sí mismo y él mismo se había llamado así- Autonomía de la obra contra la dependencia del autor.
Me sorprende una noticia sobre Bin Laden. Al parecer fue en su adolescencia, visitando la casa de Shakespeare durante un cursillo que hizo para aprender inglés, cuando se dio cuenta de la decadencia de Occidente y de que nos caracterizábamos por abrazar una moral muy débil.
Uno se pregunta qué tendrá que ver William Shakespeare con la debilidad moral. El gran escritor de Stratford no se caracterizaba por su moral quebradiza. Es evidente que la moral shakesperiana es bastante poderosa. Anthony Burgess y Graham Green le acusaban de moralista pertinaz e incorregible, olvidando que ellos eran mucho más moralistas y en tiempos más modernos. Pero ya se sabe que es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno.
Volviendo a la asombrosa iluminación que tuvo Bin Laden en la casa del dramaturgo, uno tiende a pensar que la irritación del caudillo terrorista se debía al hecho de que él mismo parece un personaje de Shakespeare. Recordemos algunos malvados de sus obras y especialmente Ricardo III, aquel que en su hora más triste gritaba: “¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!”. Bin Laden también hubiese dado su reino por un caballo en “su noche más oscura”. Un caballo alado para huir por la azotea de su búnquer o, ya que estamos en el campo semántico de Arabia y las mil y una matanzas, una alfombra mágica.
También pertenece al Ricardo III una frase que le gritan las almas de los hombres que ha matado: “¡Desespérate y muere!”. Qué extrañeza me producen esos seres que los textos sagrados de la India llaman aatmas: asesinos de almas. Shakespeare, que en sus cielos y sus infiernos daba cobijo a todas las dimensiones del mal y del bien, habló mucho de ellos con tétrica grandeza. Recordemos a Macbeth cuando ve que una masa de árboles se dirige hacia él. Pero resulta que los árboles eran hombres camuflados, como las sombras que cercaban a Bin Laden eran fuerzas especiales que le cosieron a balazos. No estoy haciendo una apología de esas fuerzas tan dudosas, simplemente advierto que quien a hierro mata con hierro lo taladran, aunque no siempre, muchos asesinos de almas llegarán a viejos y no se sentirán acosados como Macbeth, que vivía atormentado porque sentía gravitando a su lado “los agentes del las sombras”, como el mismo confiesa cuando la paranoia empieza a apoderarse de toda su persona.
La sinfonía urbana cesó de repente:
el rugido del tráfico,
las vibraciones de los aires acondicionados,
los vómitos de las tuberías enroscadas en los edificios
como los tentáculos de un pulpo gigantesco.
Los músicos de hierro enmudecieron,
desacostumbrados a la derrota.
Entonces, rasgando el bochorno del mediodía,
se oyó el canto de un ruiseñor.
Tímido al principio, luego ya suelto
en la exhibición del virtuosismo.
Y pareció que la Edad de Oro
se había instalado de nuevo sobre la Tierra,
mientras los hombres despertaban perezosamente
con el alivio de dejar atrás las pesadillas.
UN GRAN NÚMERO DE PINTORES A LO LARGO DE LA HISTORIA HAN SENTIDO ATRACCIÓN POR LAS VENTANAS Y LAS PUERTAS, SU LUZ Y SUS MISTERIOS. ESTE CUADRO PERTENECE A ESTA VELEIDAD DE HACE UNOS AÑOS.
Saldrá decepcionado quien quiera encontrar objetividad en El centro cederá, el documental sobre Joan Didion en Netflix. Griffin Dunne, el director, es sobrino de Joan, y tuvo claro desde el principio que lo suyo sería "una carta de amor". Era la única manera de que el documental existiera: Didion había rechazado muchos pedidos para hacerlo, y solo accedió porque un familiar querido se lo pedía. Dunne adopta un formato tradicional: una larga entrevista con Didion, y en torno a esta converaciones con críticos y amigos -Vanessa Redgrave, Anne Wintour- con anécdotas y comentarios que construyen una imagen condensada de la escritora californiana, desde sus inicios a mediados de los sesenta en la revista Vogue hasta su consagración como escritora clave del "nuevo periodismo" y su descubrimiento por una nueva generación con El año del pensamiento mágico (2005). Dunne se aprovecha al máximo del acceso al archivo de su tía, con fotos y videos familiares que acompaña de música sentimental.
Didion tiene más de ochenta años y se muestra físicamente frágil en la entrevista: sus amigos conspiran cada día para que coma algo. Su rostro es tan expresivo como sus brazos, que agita mientras habla, como si la ayudaran a buscar palabras y bucear entre recuerdos. La fragilidad desaparece al llegar a la esencia de su vocación; cuando habla de la locura hippie de fines de los 60, Griffin le pregunta qué sintió la vez que vio en una casa de mala muerte a una niña de cinco años a la que sus padres le acababan de dar LSD: "eso fue oro puro. Uno vive para momentos como ese, más allá de que sean buenos o malos". No hay rastros de sentimentalismo en su respuesta, más bien la convicción de que para escribir uno necesita un pedazo de hielo en el centro del corazón (esa frialdad le permite ir a comprarle a Linda Kasabian, una de las mujeres del clan Manson que ha accedido a darle una entrevista, la ropa con la que se presentará al juicio).
El documental muestra que Didion vivió conectada a los centros del poder cultural norteamericano, en un eje en el que se juntan el cine con la escritura, la música y el periodismo de investigación. Casada con otro escritor, John Gregory Dunne, se mudó a mediados de los sesenta a Los Angeles y estableció una casa en Malibu que se convirtió en punto de encuentro del establishment: a sus fiestas iban Janis Joplin, Scorsese y Warren Beatty (y su carpintero era un desempleado Harrison Ford). Didion se aprovechó del acceso que le brindaba ese poder para escribir las crónicas definitorias del período -en libros como Slouching Towards Bethlehem (1968) y The White Album (1979)--, pero eso no le impidió, como sugiere Louis Menand en The New Yorker, "fundirse en la escena hippie e internalizar sus confusiones".
La parte más conmovedora gira en torno a las muertes de su esposo y su hija Quintana Roo, sobre las que escribió en El año del pensamiento mágico y Blue Nights (2011). Si escribe sobre el duelo y la culpa ("ella era adoptada, me la dieron para cuidarla y yo fallé") es para perderle el miedo a aquello que desconoce (el dolor profundo y sus aristas). Solo podrá acercarse a esas muertes como si se tratara de un reportaje objetivo en el que esta vez la investigada es ella misma. La escritura ayuda a aceptar el fin de la vida, "la desaparición de la luminosidad".
El centro cederá nos cuenta lo anecdótico -a Didion le gustaba tomar Cocacola en el desayuno y, literalmente, guardaba sus manuscritos en el refrigerador--, pero no arroja luces sobre cómo la escritora conectó sus antenas con la locura y extrañeza de su tiempo. El crítico Hilton Hals es el más perspicaz: Didion fue una de las pocas que se dio cuenta de que el ensayo, dado a lo fragmentario más que a la perspectiva totalizadora, era el género más potente para narrar un periodo tan poco cohesivo como el de fines de los sesenta. Aparte de eso, no hay mucho más.
(La Tercera, 5 de noviembre 2017)
Desflorece el otoño por fin, caen las primeras hojas ocres que alfombran el parque de El Capricho, y los machos hispánicos más poderosos que algún día le dieron una zurra a una mujer que no era la suya empiezan a temblar. En Madrid –en redacciones, gobiernos y empresas– están bien identificados los pichas locas. La confesión pública es imparable en Hollywood y en las cortes: hasta el ministro británico de defensa que ha dimitido por ponerle la mano en la rodilla a una periodista –¡en la rodilla, sí! con los carros y carretas que han aguantado muchas periodistas españolas por parte de besucones salivosos–. Recuerdo a una azafata que aún con el susto en el cuerpo, me contó que su directivísimo insistió en acompañarla a casa y, como en las malas pesadillas, el coche acabó en un descampado donde él intentó campar a sus anchas También tengo en mente a aquel político que recibía en albornoz, o a un reportero intrépido que en mitad de la nada le pedía a su compañero de fatigas que se tumbara en la cama porque quería masturbarse mirándolo. A casi todas las mujeres nos han puesto una mano el culo cuando menos lo esperábamos. Algunas contestábamos con una bofetada, otras con una peligrosa risita falsa. Muchos truhanes de la llamada alta sociedad han paseado dos morales: la privada y la pública. He conocido a Ceos que tenían la amante en París, y en verano le ponían piso en Marbella para tenerlo todo cerca. El fin del derecho de pernada es el tema del día, además del look tintinero de Puigdemont, convertido hoy en cómic. Con qué facilidad pasamos de la preocupación al esperpento. El asunto catalán es tratado ahora en este Madrid donde permanecen en los balcones las banderas españolas igual que en un libreto zarzuelero. Ahí es donde hay que pisar para entender la ciudad, el Teatro de la Zarzuela, ese viva la Pepa aplaudido por las espectadoras castizas fieles al cardado y la laca Elnett. Tercera edad hiperventilada y público gay con pluma, sin duda los dos sectores de la población más animosos, despidieron a Rossy de Palma, a quien todos se rifan, en la opereta El cantor de México. A final de mes, se espera allí Silvia Pérez Cruz, que presentará su disco Vestida de nit. La cantante entusiasma a los madrileños por su voz y su belleza que resultan tan exóticas como familiares. Ella no hace de la lengua un género, sino que hace música con el cuerpo entero y en cualquier lengua: portugués, inglés, catalán, castellano…
El rancio abolengo abre la temporada de caza, mientras que las fincas para bodas y bautizos se renuevan a fin de sacudirse la caspa y el verde loden. La Hacienda Campoamor, donde se casan las familias del pijerío mesetario, ha sido renovada por el maestro de decoradores Pascua Ortega. Dorados y espejos, tan en tendencia; vibrantes colores de campo ilustrado; lo clásico –hasta algún tapiz en la pared– y moderno (como plantas colgantes aquí y allá) hermanados y, de fondo, un espíritu rustic chic en busca de filtros de luz. Para la inauguración, hubo un cóctel en un primer salón, donde las etiquetas que reposaban sobre las mesas sentaban a grandes personajes ya fallecidos. Las señoras botoxomizadas buscaban desesperadamente su nombre, aunque solo hallaban los de Sara Montiel, Marlon Brando, Pablo Picasso o Edgar Allan Poe. El segundo salón sí era para cenar: gazpacho, sardinas –ahora manjar de ricos– y solomillo. Allí ser reunieron el cirujano de las vips, Enrique Monereo, Roberto Torretta y su mujer, Carmen Echevarría –los casi consuegros de Amancio Ortega–, Ana García Siñeriz, Antonio Escámez, las hermanas Blanca y María Suelves, la condesa de Carvajal, el empresario catalán Juan Mata, que se autopresenta “exiliado en Madrid”. Hoy, todo el mundo que sale en televisión y en redes pretende ser celebrity full time job. Según los relaciones públicas de la villa y corte, los vips más preciados e icónicos para las fiestas siguen siendo Isabel Preysler y su entorno. “Son las que mejor lo han hecho” me dicen los relaciones públicas: han sabido exponerse sin quemarse. Tamara Falcó felicitó en su Instagram el día Todos los Santos reivindicando “nuestra fiesta cristiana”. Otro nombre cada vez má solicitado es el de Alejandra Silva, novia de Richard Gere, empresaria de éxito muy involucrada en Fundación Rais, que vive entre Madrid y Nueva York. De ella dicen sus íntimos que es “una persona íntegra, solidaria y muy espiritual”. Los apellidos reales ya no venden, excepto los de la Infanta Elena y sus hijos. Es tiempo de cachorros de la alta sociedad, almas budistas y conciencias delatoras.
ESTE FUE UN ENSAYO PARA HACER COLORES DEL SUPUESTO NO COLOR ATRIBUIDO AL BLANCO Y NEGRO.