Félix de Azúa
Claro, sólo a quien las merece. Ferlosio las merece. Ha dedicado su vida a limpiar de hoja muerta, ponerle aceite, apretar un tornillo, darle brillo con la gamuza a la lengua española. Una vida afinando el instrumento, como quien dice, con mucho gusto. Y eso es de agradecer, sobre todo en unos tiempos, es bien sabido, en los que el instrumento a todo el mundo le importa un pito, perdón por el chiste.
A todo el mundo no. A millones de personas no. En los diccionarios de la Real Academia colgados en Internet se dieron el mes pasado 70 millones de consultas. Es la cifra usual. Algún mes puede llegar a los 80 millones. Da pena que al Gobierno se la sude, porque es el instrumento más importante de ese país aún llamado España, no se sabe por cuánto tiempo.
Y Ferlosio ha sido un apasionado, un entregado, un abnegado de la lengua y del lenguaje. En la presentación se daba un juicio unánime: es el máximo escritor español de la posguerra. Sin duda no es tan popular como Antonio Gala, pero es porque nunca ha escrito para complacer al público, sino al lenguaje. Para celebrarlo se han editado unas Páginas escogidas (Random House) que puede leer absolutamente todo el mundo. Ya no hay excusa.