Rafael Argullol
La mediocridad cotidiana
nos sana de las heridas causadas
por lo inaudito, por lo prodigioso.
Sin las horas de la rutina, materia de olvido,
apenas podríamos soportar el dolor de la revelación
y nuestro cuerpo se abriría
a la incertidumbre hasta desangrarse.
El reloj de la monotonía
señala, puntual, la continuidad de la existencia.
Pero es la herida,
incesantemente nueva tras cada cuchillazo,
la que origina la creación del mundo.