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Historia del Huérfano

Por lo general al historiador le preocupa tanto la exactitud del hecho histórico que relata, o dicho en otras palabras, le desagrada tanto la posibilidad de ser tachado de fabulador, cronista o peor aún, ser acusado de escritor de ficción, que procura atenerse únicamente a lo que puede ser documentalmente probado. Y aunque ese condicionante pueda parecer en exceso rígido y restrictivo, autores como Steve Runciman son la mejor prueba de que se puede ser un apasionado y excelente escritor sin necesidad de comprometer el rigor, la precisión o el carácter científico que se espera de un  historiador. Por desgracia lo que más abundan son textos en los que el autor parece no saber dar un paso sin apresurarse a aportar toda clase de pruebas que demuestren la veracidad de su aserto aun a costa de resultar absolutamente tediosos.

                Por eso resultan tan de agradecer escritos como esta Historia del Huérfano, una curiosa modalidad de novela picaresca en la que el protagonista no es un pillo tan desgraciado que se le perdonan sus desafueros porque bastante tiene con llegar vivo al día siguiente sino un chico de una buena familia de Granada que a la muerte de sus padres, y con apenas catorce años, decide trasladarse a las Indias Occidentales en busca de horizontes. Para él todo es nuevo y motivo de maravilla, ya sean los preparativos de una flota para hacerse a la mar, las jerarquías en el mando de un barco, los incidentes durante la navegación o la llegada al Nuevo Mundo.

El verdadero autor de Historia de un Huérfano fue un fraile agustino llamado Martín de León que a la hora de relatar sus propias andanzas, y quizá porque algunos lances y acontecimientos podrían no parecer propios de un hombre de la Iglesia, eligió esconderse tras un doble disfraz. De entrada, el manuscrito (que data de 1615) encontrado inédito en los Archivos de la Spanish Society está firmado por un inexistente Andrés de León. Si en el momento de ser descubierto (a finales del siglo XIX) se tomó por una autobiografía ficticia, estudios posteriores han determinado que la cronología interna del relato coincide bastante con la del propio y verdadero autor, y que si algunos de los hechos que relata no los presenció en persona, al menos son contemporáneos del protagonista y llevados a cabo por personas muy próximas al mismo.

Ello le da muchas veces al relato un aire de frescura e inmediatez cercanas al reportaje: a diferencia de lo que le ocurre a un pillo, cuya trayectoria parece condenarle sin remisión a empuñar un remo en las galeras reales, el Huérfano descubre al poco de llegar a casa de unos parientes ricos que un joven listo y de buena familia, y recién llegado de España es muy bien recibido y agasajado con valiosos regalos por las más ilustres familias allí establecidas y que puede viajar de unas ciudades a otras siempre bajo la protección de los poderosos. Y si encima tiene una participación lucida en los hechos bélicos que se producen, como por ejemplo la conquista del Nuevo Reino de Granada (la actual Colombia), ello le abre las puertas de las siguientes ciudades que visita, como Trujillo y la Ciudad de los Reyes (la actual Lima) donde de inmediato se compromete a alancear un toro y a participar en concursos de monta que le abren nuevas oportunidades. Pero también tentaciones, pues debido a un incidente púdicamente calificado por el narrador como “un problema de celos”, el Huérfano debe pedir refugio en un convento de agustinos donde le convencen de que un joven de tantas virtudes como le adornan debe sacar más partido de las mismas, sin ir más lejos ordenándose sacerdote y entregando su vida a los demás.

Su primera etapa en el sacerdocio transcurre rápida y sin interés, y debido otro oscuro incidente el Huérfano es primero encarcelado y después expulsado de la orden, razón por la cual decide viajar primero a España y luego a Roma para obtener el perdón del Papa. Y ahí empieza la parte más interesante del relato, pues de paso que se cuenta el viaje a la capital del imperio, el lector recibe toda clase de informaciones acerca de la navegación en la época, la actividad de los piratas a la caza de barcos españoles cargados de tesoros o campañas de tanta envergadura como el ataque a Puerto Rico de una poderosa flota inglesa al mando de Francis Drake  cuyo objetivo final era expulsar a los españoles de aquellos mares. O la conquista de Cádiz, ésta con éxito, por los ingleses.

Puesto que el autor no es un historiador, su relato está plagado de detalles que los hombres de ciencia desprecian, tales como la etiqueta social, las costumbres en las clases altas, la forma de vestir o comer y relacionarse. Claro que a ratos es preciso pagar el peaje de las convenciones retóricas de la época, por lo general sentenciosas y alambicadas, pero el relato no tarda en ganar velocidad y novedad, tanto durante la estancia en España como en  la etapa italiana y el posterior regreso a Lima. Y por si fuera poco la editora. Belinda Palacios, ha hecho un excelente trabajo a la hora de acercar el texto a un nivel muy asequible para el lector actual.      

 

Historia del Huérfano

Andrés de León

Edición de Belinda Palacios

Biblioteca Castro            

 

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4 de diciembre de 2017
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15-12-2013

Dios habita el templo vacío,

en ruinas, cubierto por la maleza,

alojado en el corazón del bosque

como un sombrío monumento al olvido.

Lejos, muy lejos,

quedan los refinados fastos de antaño,

los sacerdotes entonando profecías,

los fieles atenazados por la devoción.

La niebla del tiempo todo lo ha disuelto,

a excepción de una alegría sagrada

que se adhiere a las desnudas paredes

como un cántico sin palabras.

Dios ha vuelto a su casa,

seguro ya de la ausencia de los hombres,

y reina la paz, la paz del misterioso origen.

 

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4 de diciembre de 2017
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Matar al rey

El Museo Nacional de Irlanda en Dublín tiene una sección dedicada a muertos hallados en las turberas, y que según el estudio del conservador emérito Eamonn Kelly, son reyes ejecutados en el correspondiente ritual de fin de reinado. 
 
El llamado Oldcroghan Man, su trozo conservado más de dos mil años por la acidez, el frío y la falta de oxígeno en la turbera, es particularmente elocuente. Era un real mozo de dos metros con planta de decatleta. Tenía unas manos propias de quien nunca labró la tierra ni cuidó ganado. Las uñas manicuradas. Comió carne a diario los cuatro últimos meses, pero su última comida fue ritual: cereales y mantequilla. Le cortaron los pezones porque, sostiene Kelly, eran el equivalente al sello real que los súbditos besan en señal de sumisión. También le cortaron la cabeza a ras de clavículas, y el torso a la altura del diafragma. Tenía los brazos agujereados y traspasados por una atadura de avellano trenzado que sirvió para reducirlo y llevarlo vivo a la turbera.
 
Es la versión irlandesa del destino de Gilgamesh, el gran rey de Uruk forzado a ejecutar su suicidio ritual como fin de su reinado. Los reyes eran los esposos de la diosa de la vida y la fertilidad, y al cabo del año se les renovaba, o no, el destino.
 
A quien le cueste ver (para creer) que el irlandés también viene del sumerio quizá le alumbren las astillas de esta fogata: en sumerio, girr es «fuego», y Girra, «el Fuego»; irlandés hyrr «fuego»; acadio girrum «fuego»; armenio hur «fuego»; etrusco vers «fuego»; hitita pahhur «fuego»; griego πῦρ «fuego»; altoalemán fiur «fuego»; vasco  sur «fuego», erre «quemar», (no hay errata en sur, antecedente del actual su, y nótese que el vasco, como el ibérico y el árabe, es refractario a la p- o la f-, particularmente cuando es inicial).
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2 de diciembre de 2017
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Remedio para la melancolía regional

1

El ensayo es el  proyecto de una conversación propicia.  

Sabemos que la novela deplora el estado lamentable del diálogo civil y que la poesía explora las breves pausas de esa interlocución; por eso, decía Rubén Darío que los malos poemas "no acaban nunca." 

En cambio, el ensayo es el género donde una conversación se da dentro de otra conversación, la que a su vez convoca otros dialogantes inclusivos. 

Siempre he creído que Petrarca inventó la conversación no porque fuera un humanista dicharachero, que lo era, sino porque le escribía cartas a los antiguos quejándose de los malos tiempos que le tocaron entre comerciantes y neófitos; mientras que en los vuestros, protestaba,  no había demasiados libros ni tántos titulados a prisa. 

Desde de ese mismo formato, Montaigne lamenta no tener con quién conversar sobre el Nuevo Mundo, prodigio de noticias. Y echa de menos a Platón, quien tendría mucho que decir sobre unas gentes que no distinguen entre "lo tuyo y lo mío." Se refería a los tahínos, que según Colón eran "de risa fácil." No tuvieron lugar en el monólogo español, y desaparecieron en 50 años. 

En pocos pero encendidos momentos, la lengua española ha sido capaz de dialogar no sólo con Dios, la Patria y la Región, esa trilogía del énfasis, sino también en la parla del llano, cediendo el turno a otros interlocutores y a más idiomas.  Está por hacerse la laboriosa historia del español en el diálogo. 

Duodenarium(c. 1442), Cultura castellana y letras latinas en un proyecto inconcluso (Madrid, Almuzara, 2015), de Alfonso de Cartagena,  editado y traducido por Luis Fernández Gallardo y Teresa Jiménez Calvente, recupera para el lector más que curioso, la extraordinaria vivacidad del siglo XV español, no en vano un tiempo verbal italiano.  Este tratado de la virtud debe ser uno de los más fluídos y felices cruce de caminos entre ambas lenguas.  Todo parece adquirir, en castellano, una dúctil, razonada y compartida convergencia de saberes, de convicción clásica y reverberación itálica. 

La profesora Jiménez Calvente,  de la Universidad de Alcalá,  experta latinista, que estudia la trama del latín que sigue reverberando en el español, añade a este tomo un elegante estudio del género del diálogo. Su trabajo recupera, con provecho, para el interlocutor de  hoy, este formidable tratado de virtudes. 

Para recobrar hoy las bondades del diálogo, concluye uno, haría falta retomarle la palabra al siglo XV.            

 

2                                                        

Cartografias utópicas de la emancipación (Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2016), de Beatriz Pastor, catedrática de Dartmouth College, pone en orden el vocerío de la épocaSu último trabajo fue recuperar los testimonios y documentos del formidable Lope de Aguirre, cuyo diálogo con Dios es la estación furiosa del castellano en América. La Utopía, quizá porque significa “No hay tal lugar,” será otra gran conversación americana aunque, esta vez, gracias a la mediación del francés. La Utopía de Tomás Moro me temo que fuese ya anacrónica en su tiempo, y no en vano en La Tempestad, Shakespeare parece burlarse del buen Tomás cuando repite: “No more.”

En este tratado sobre la suerte del discurso utopista, Beatriz Pastor nos descubre hasta qué punto el horizonte utópico es la gran licencia de la conversación ilustrada. Esto es, una suspensión del monolinguismo tribal, pleno de autoridades lacónicas, que el mundo colonial impone a las ganas irreprimibles de inventar otro mundo para charlar a gusto. Las largas fatigas de la emancipación gestaron en los americanos liberales el ingenio verbal, el neologismo y la agudeza polémica.  Uno llega a creer que el ejemplo de los grandes liberales de esta lengua (Olavide, Jovellanos, Blanco White, Goya) inspiró a los liberales americanos a pasar de la oración a la traducción.  Andrés Bello no creía en los hombres a caballo y declinó la oferta de trabajo que le hizo Bolívar.  Aceptó, en cambio, organizar el sistema jurídico, la educación superior, las instituciones fundadoras de Chile. Este libro nos recuerda que Bello en su Oda calificó a Europa de “espacio carcelario” mientras América prodiga “la virtud y el goce;” y que  el patriota Heredia rehúsa conversar con un Bolívar dictador. La profesora Pastor actualiza esa memoria ilustrada que habla con el porvenir.

En la Facultad, el historiador José de la Puente Candamo nos enseñó a leer la emancipación como una utopía dialógica: el horizonte de discurso que la hace posible ha sido levantado por nuestros elocuentes precursores. Antes que las batallas están las proclamas, que anticipan el futuro imaginado como una gran tertulia metropolitana.  No es casual que los patriotas venezolanos en lugar de ponerse a redactar una nueva constitución provinciana, decidieran traducir la constitución de los Estados Unidos. La consideraban suya, dice Benedict Anderson, porque era un documento universal. Claro que, en español, tuvo más páginas. 

Ya Andrés Bello, en la Biblioteca Británica, consideró la necesidad de que España tuviera un texto fundacional. Lo tenían los otros países europeos,  y España merecería contar con uno, para beneficio de las repúblicas americanas. Bello descubrió que El Cid, considerado un texto casi bárbaro, producto de frailes ignaros, era, más bien, un producto refinado del Romance. Nuestros escritores encuentran lo que buscan cuando miran más allá de sus narices. 

García Márquez llamó a esas tareas, “la gran conversadera del exilio.” Ninguna más grande que las utopías, de cuya demanda de mundo este espléndido libro da cuenta, con precisión y bravura.

           

3

Enzo Del Búfalo, economista y profesor venezolano, nos vuelve a sorprender con otra proeza ensayística. Esta vez, una meditación crítica a partir del diálogo entre la historia y la filosofía puestas al día. Roma: historia y devenires del individuo (Bid & Co. Caracas, 2015), es un alegato erudito por mejorar la conversación sobre su país, Venezuela. Pero en lugar de prolongar la discusión sobre la Venezuela actual, se remonta a la historia ilustrada de Roma.  Buscas a  Caracas en Roma, peregrino.

Esto es, reconstruye  la genealogía del conocimiento dialógico, que construye la noción de sujeto desde el espacio del foro y la civilidad del individuo.

El profesor Del Búfalo, hace ya varios libros que viene demostrando que el mundo que habla español es, en verdad, otro mundo, porque proviene de todas las fuentes que forjan el diálogo de las disciplinas y el saber crítico moderno. Este es un tratado de especulaciones razonadas y felices, que convierten al lector en otro ciudadano de ese país equidistante, hecho desde la fundación de una ciudadanía elocuente.

 Si la historia, clásicamente, es la historia de Roma, para Del Búfalo “Roma nunca cayó, tan sólo se transformó en lo que hoy somos.”

El individuo, por lo mismo, es el devenir de esa historia, que enseña a leer la función del estado, las tareas de la ciudadanía, y el lugar de “la ciudad de Dios” ante la civitas romana.  

Busca en Roma y encuentra una guía virtual de la Romanía, la que todavía demanda los derechos de una ciudad de los hombres capaces de hablar en lenguas.

Por ello, concluímos, los tiranos de turno sólo son unos asaltantes de la calzada que dan voces. Pronto serán una nota al pie de estas conversaciones del camino.

Ahora que el horizonte del diálogo declina en Barcelona, estos tres tratados de virtualidades compartibles son  lección de virtud civil,  cotejo de futuro que excede a las islas, y  manual de ciudadanía plural.

 

         

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2 de diciembre de 2017
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E.G. Marshall

 

Hablaba con E.G. Marshall. En un lugar recogido. En un recodo de una plaza grande de capital de provincia. Estábamos solos y nuestro trato, y los gestos, no arrojaban luz sobre el grado de amistad, quizá reciente. Luego, mientras avanzábamos por un amplio camino, comprobé que E.G. Marshall pertenecía a esa aristocracia rural que se asoma a la ciudad pero que siempre regresa al campo. Un médico, sin duda, hombre de baja estatura, frente inclinada, prognato, trajeado en gris, camisa blanca abotonada hasta arriba y corbata guardada en un bolsillo interior. El camino cruzaba un páramo inmenso en el que un río había excavado la tierra rojiza. Quise detenerme, en varias ocasiones, para contemplar el sobrecogedor paisaje pero Marshall lo impedía, me daba conversación, no quería que me diera cuenta de qué lugar era este, de su devastación y su silencio. Llegamos a un punto en que un montículo coronado por encinas anunciaba un cambio. Un cambio no sólo en el terreno sino en la actitud de Marshall al decir “entramos en la finca” y en la súbita aparición de un par de individuos que habrían bajado del montículo y se les veía dipuestos a proteger nuestras espaldas ante eventuales desafueros.

 

La sala estaba en penumbra, el techo altísimo, quizá hubiera muebles pero resultaban indistinguibles de los pintados en los muros. Una mujer, que podría ser el propio E.G. Marshall, musitaba algo referido a un ángulo de la estancia, en concreto a un trapo blanco, un pedazo de sábana, que arrugado y tirado en el suelo, era la boca de un túnel por el que entraban y salían gran cantidad de hormigas argentinas, no en una o dos hileras sino formando una columna de un palmo de ancho. En la mesa camilla se sentó a mi derecha la mujer de E.G. Marshall y, a mi izquierda, su hija. Me esperaban. También, se acercaron los dos individuos, uno de gran parecido a Marshall, a su mujer y a su hija, que me saludó con un “orina infectada” sin especificar si ese era su nombre o la enfermedad que le acosaba, y otro, de aspecto totalmente distinto, barbero, fumador y cazador, que me habló en esa horrible lengua que debía de ser la habitual del vulgo en esas tierras y que aún, en aquellos años, se mantenía en un plano secundario aunque algunos, como este engendro, ya la situaran en el plano principal. Irrumpió E.G. Marshall con un plato de arroz con gallina, una especialidad local de la que se sentiría muy orgulloso y que había preparado durante este rato; no se veía servicio. La penumbra no progresó pero las figuras se diluyeron. Quizá la mujer de Marshall mantuvo su presencia durante más tiempo. Pero al final esas personas, los magros muebles, los murales y hasta el trapo arrugado dejaron de verse.

 

Regresaba a la ciudad solo, cansado, andando por el amplio camino y me detuve en un par de ocasiones para girarme y buscar la silueta del inmenso edificio. Pero no supe encontrarla. Era noche cerrada cuando abrí la puerta de casa. Y allí nadie me esperaba.     

 

 

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1 de diciembre de 2017
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14-12-2013

Una mujer velada

camina ágilmente entre las dunas.

Lleva sobre su espalda un niño,

también cubierto con un velo

para evitar la arena que levanta el vendaval.

A su frente sólo hay vacío,

un desierto blanco, infinito.

Ningún signo de vida interrumpe

la perfecta lisura de la piel del infierno.

A menudo la mujer se inclina hacia adelante

para contrarrestar la fuerza del viento,

y de tanto en tanto, con un gesto rápido,

se vuelve hacia su hijo

para susurrarle unas palabras,

apenas audibles entre las voces del desierto.

¿A dónde se dirige con tanta determinación

esa mujer que ha ocultado su rostro?

¿Quién puede adivinarlo?

La nada es suya; la vida, también.

 

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1 de diciembre de 2017
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12-12-2013

Un violín entre los escombros,

roto, sin cuerdas, silencioso.

El fraude dura sólo un instante.

Enseguida se reanuda el concierto.

Unos dedos ágiles, unos ojos atentos.

Los sonidos fluyen como aguas

que saltan de cascada en cascada.

El manantial, el río.

Las notas se expanden por el mar

a la busca de límpidas auroras.

Y por fin la música se vierte en el firmamento,

cautiva de su propia maravilla,

segura del origen de las cosas,

muerte y matriz del mundo.

El fraude dura sólo un instante

cuando veo el violín entre los escombros.

Luego, atento ya, el oído se abre,

y Dios reinicia su interpretación.

 

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30 de noviembre de 2017
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Pintura: Azul Damiana

Este cuadro está hecho sobre una tabla de madera y con pinturas de una imprenta de alicante que había quebrado en 1995.

Los botes, con sus tintas de unos 30 kilós cada uno, me las regalaron los propietarios arruinados.

Es lo poco que quedaba tras el paso arrasador de deudores y ladrones.

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29 de noviembre de 2017
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Tapones de silencio

El zumbido de la aspiradora industrial de los vecinos se escucha desde la habitación donde escribo. A las nueve de la mañana entre semana, y los sábados a la hora de comer, invariablemente, el ruido de la máquina sopladora y trituradora de hojas enmascara cualquier otro sonido. Los estruendos de los caserones lujosos son mil veces más molestos que los de las viviendas humildes: ¿cómo se va a comparar la cháchara del patio de vecinos, incluso el afanoso taladro, con la mansión con brigada de jardinería, dispuesta a deglutir la hojarasca del otoño, cortar el césped o podar ramas desentonando igual que una orquesta desafinada? Es una chicharra metálica que se inmiscuye entre ideas y teclas y acaba por interrumpir el ritmo y alterarte, igual que esas personas que te hablan apretando el botón del bolígrafo, una y otra vez.
El progreso ha contaminado acústicamente las ciudades, obligando al uso de auriculares para protegernos de tanta bulla, pero a la vez infoxicándonos la mente y hasta favoreciendo el aislamiento. Porque la tecnología se ha convertido en una perspicaz enemiga del silencio: “No sin mis podcasts”, podrían decir muchos de los hiperconectados que se enredan en una madeja de estímulos permanentes y ya no saben vivir sin música, noticias, voces, o ruido blanco, ese que se empasta y se acomoda sin aspavientos. Leo una definición técnica de ruido blanco, y en verdad me sobrecoge, en especial cuando se refiere a la “nieve” en el televisor, y señala el proceso estocástico: “Representa la entropía, la incertidumbre, el caos, lo que no se puede predecir de ninguna manera”.
La empresa de tecnología de sonido Bose acaba de anunciar un nuevo proyecto de auriculares llamados Noise Masking Sleepbuds, que lograrán acallar cualquier sonido externo pudiéndose escuchar una cascada de agua o un manso oleaje para llevarnos al paraíso acústico. Nos hemos habituado a vivir con banda sonora constante, a tolerar el alud de publicidad, a los megáfonos y las caceroladas, pero nunca habíamos sido tan fóbicos al ruido. Hace 17 años, los neurocientíficos estadounidenses Pawel y Margaret Jastreboff definieron la misofonía como la intolerancia a los sonidos cotidianos: desde el ruido del masticar al apilamiento de platos y cubiertos, pasando por las absorciones nasales. Se trata de una respuesta extrema, una sensación de amenaza y descontrol. Antes, se le llamaba ser neurasténico; y eso que reinaba un estruendo más enloquecido. Hoy, más finos, y menos tolerantes con las invasiones a nuestra burbuja, nos hallamos a un paso de que la sanidad pública recete y distribuya generosamente tapones para protegernos, igual que antaño se repartían condones. ¿O no es el silencio el nuevo sexo?
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29 de noviembre de 2017
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Gay Talese: De la gripe de Sinatra a los vicios de un voyeur

Hoy comienza en Buenos Aires el Festival de periodismo narrativo Basado en Hechos Reales. La Revista Ñ de Clarín me pidió un perfil de su invitado estrella, que hablará a distancia, el maestro del Nuevo Periodismo Gay Talese. Fue un saludable ejercicio de síntesis.

1.

En 1966, Frank Sinatra ya está mayor, pero se lanza a un especial de televisión para demostrar que aún es ‘La Voz’. La revista Esquire envía a Gay Talese para hacer un perfil del veterano crooner.

Todo debe salir bien, pero cuando llega el día de comenzar, Frank se pesca una gripe y la voz no le sale. Está furioso. Y lo que menos quiere es recibir al cargoso periodista.

Con tiempo y dinero en sus manos pero sin la entrevista con su personaje, Gay Talese recorre los arrabales y se asoma a los callejones de Sinatraville. Y la historia que va tejiendo no es la del cantante, sino la de la gente que se mueve a su alrededor. Es una historia sobre el poder, el culto al ídolo, la enfermedad de la fama y la decadencia.

Frank Sinatra está resfriado es aún hoy lectura obligatoria en universidades de Estados Unidos, junto con los otros perfiles de su clásico Retratos y encuentros (1970), con su gran crónica de la mafia italiana Honrarás a tu padre (1971) y con su relato coral de la revolución sexual La mujer de tu prójimo (1980).

2.

Con el paso de las décadas, Tom Wolfe y Norman Mailer pasaron de moda. Pero el estilo sobrio, preciso y elegante de Talese no. ¿Por qué? La revista New Yorker postula que “Gay Talese siempre encontró a sus mejores personajes en la derrota y el declive: (…) El estilo lapidario y los impecables estándares de investigación de Talese se mantienen frescos mucho más tiempo que las obras de algunos de sus contemporáneos más histriónicos del movimiento del Nuevo Periodismo”.

Gay Talese (Nueva Jersey, 1932) dice que aprendió a escuchar y mirar de niño. Su padre era un sastre del sur de Italia, y en su tienda entraba multitud de inmigrantes pobres, con ganas de ser escuchados.

“Éramos gente de la clase baja, gente que salía a observar a los otros pero no éramos observados. Mi padre era un sastre preguntón. Sabía mucho de la gente que entraba en su tienda. Yo crecí escuchando sobre las vidas de gente común, y las encontraba interesantes”, cuenta en Telling True Stories.

Comenzó a trabajar en diarios y pronto entró a la redacción del New York Times. Escribía sobre Nueva York, sus muelles brumosos, sus calles semidesiertas por las noches, siempre pobladas de almas en pena y en busca de oídos atentos.

3.

Así definió Talese su oficio en Telling True Stories: “Escribo no ficción como una forma de escritura creativa. Creativa no quiere decir falsa: no invento nombres, no junto personas para construir personajes, no me tomo libertades con los datos; conozco a gente de verdad a través de la investigación, la confianza y la construcción de relaciones. Llegas a conocerlos tan bien que se vuelven parte de tu vida privada. Yo respeto a esa gente, aunque he escrito sobre gansters y pornógrafos. Llegué a ver el mundo como lo ven ellos”.

Y de un pornógrafo aficionado va su último libro y la última gran polémica de Talese. El motel del voyeur (2016), el relato de su relación a lo largo de tres décadas con Geraldo Foos, el propietario de un motel que observaba por un agujero en el techo a sus clientes teniendo sexo, se convirtió casi de inmediato en fuente de debates y críticas: que Foos le mintió sobre datos básicos, que cometió delitos al violar la intimidad de sus clientes y que Talese lo acompañó ocasionalmente en esta actividad reprochable, que el tema no tiene interés periodístico. Y que incluso el libro da cuenta de un asesinato cometido en una habitación y del que no informó a la policía.

4.

En Babelia, Miguel Ángel Bastenier fue lapidario: El periodista italoame­ricano que fue uno de los creadores, en los años sesenta del llamado nuevo periodismo,  tan frecuentemente literario que podía bordear los límites de la ficción, ha publicado un libro-reportaje en el que lo que bordea son los límites mismos del trabajo periodístico”.

Pero hay mucho del mejor Talese en el libro. En uno de los capítulos más angustiosos de El motel del voyeur, varios veteranos de Vietnam acuden en los sesenta con sus esposas o novias. En las camas del motel el voyeur nota las heridas físicas y emocionales y un sexo desaforado, triste o imposible. Así se cuelan en estas páginas las secuelas inesperadas de una guerra horrenda.

Talese siempre fue polémico, estiró los límites, buscó ese lugar donde se cruzan lo público y lo privado, auscultó como nadie el latido de los grandes temas de su tiempo. Aún después de los ataques y las críticas a su último libro, sigue siendo un referente inexcusable del periodismo narrativo o literario. El último de la época de oro del Nuevo Periodismo. Una influencia vital en la crónica latinoamericana de hoy.  Escucharlo sigue siendo una delicia y un deber para los que seguimos sus hondas huellas.

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29 de noviembre de 2017
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