

Entre un sí y un no
transcurre nuestra vida.
De dilema en dilema
vamos perdiendo la inocencia:
en la Edad de Oro no había encrucijadas.
Entre un sí y un no
caen nuestras horas sobre la tierra.
Bienaventurado el que al final de sus días
no tiene ya que elegir,
y puede dar un paso hacia adelante
tranquilo, sin dudas, sin culpa.
Más allá de todo sí y de todo no.
Es para mí el más grande del siglo XX. También lo son Baroja o Machado, pero están más acotados, Baroja a la novela de sucesos y Machado a la poesía de pensamiento. Valle escribió novelas excepcionales, poemas notables, pero sobre todo un teatro que sigue siendo el único realmente moderno de la España actual. Era un hombre libre e hizo del arte un invento de su libertad personal. Creó géneros enteros, como Picasso creaba escuelas, pero lo hacía con la gracia de un niño, sin preceptos, idearios, panfletos o manifiestos. Se diría que un talento fuera de serie le libró de caer en capillas y vanguardias. Simplemente, desintegró el teatro y lo volvió a montar.
Como en las novelas que comenté hace unos meses, también en el teatro podemos distinguir dos fases, ambas igualmente interesantes, aunque algunos profesores menosprecien la primera por "modernista". Valle lo convertía todo en una novedad originaria, como comprobará el lector de este primer volumen de su Teatro Completo en la magnífica edición de la Biblioteca Castro. Vienen en él las obras juveniles, tan bellas, pero sobre todo las tres comedias bárbaras que valen por sí solas el entero volumen y las dos sarcásticas farsas. El segundo volumen nos traerá los esperpentos y serán comentados en su día.
Vuelvo donde empecé. Ya vivimos la comedia bárbara de los carlistas catalanes, luego la farsa de Companys, y ahora nos espera el esperpento de Puigdemont si Dios no lo remedia. Esos que dicen no ser españoles se acomodan como un guante a Valle Inclán.
Hubo un momento
en que cambiamos de música.
Dejamos de escuchar
el lúgubre ruido del murciélago,
que emitían las almas
tras abandonar los cuerpos sin vida de los hombres,
y empezamos a oír
la dulce melodía que desprendían las alas de la mariposa
cuando nuestras sombras inmortales,
quebrado el cerco de la carne,
viajaban, ligeras, hacia lo eterno.
Pero no fue un cambio definitivo.
En nuestro pensamiento
la danza áurea de las mariposas
era interrumpida con frecuencia
por el arrebato nocturno de los murciélagos,
de modo que las dos músicas
se mezclaron, íntimas, en nuestros oídos.
Así es, ahora, nuestra condición:
escuchamos tanto al murciélago como a la mariposa;
a veces nos oímos mortales; a veces, inmortales.
Desde el 1 de diciembre tu tumba ya está identificada: a partir de ahora vas a tener una placa con tu nombre y tus familiares van a poder llevarte flores, van a poder rezar y tocar el borde tosco de la cruz blanca que guarda tus restos. Este mes la Cruz Roja Internacional entregó e en Ginebra los datos de casi 100 cuerpos enterrados en el cementerio argentino de las Malvinas, y así terminó un largo camino.
Te lo quiero contar, porque no lo viviste. Lo último que debiste haber sentido fue el chispazo de la bala que rompió tu cráneo o paró tu corazón. Probablemente no tuviste tiempo de saber, a los 19 años, que tu vida se terminaba sin haberla casi vivido. Caíste sobre la escharcha y la turba húmeda del monte Tumbledown, o Dos Hermanas, o Longdon, los montes que rodean lo que los británicos llaman Port Stanley y nosotros llamábamos Puerto Argentino. Era la terrible noche del 11 al 12 de junio de 1982, cuando las tropas británicas, bien pertrechadas, bien alimentadas y con anteojos de visión nocturna, masacraron tu regimiento.
Faltaban dos días para la rendición. Fuiste parte de un ejército hecho en su mayoría por chicos como vos y como yo, de 18 y 19 años, haciendo el servicio militar durante la dictadura del general Leopoldo Galtieri.
Yo vi fotos que muestran cómo te enterraron en el monte. Tus compañeros, aturdidos y muertos por dentro, te colocaban en fosas comunes, bajo la mirada de los marines británicos. Las encontró el historiador Federico Lorenz 25 años después de la guerra, cuando fue a Londres a buscar fotos que mostraran lo que no habíamos visto, las fotos que tomaron ellos.
Ahí estuviste hasta noviembre de 1982. Con la llegada del verano y el deshielo, el ejército británico decidió juntar los cadáveres esparcidos por los campos de batalla en un cementerio que debía estar lejos de la vista de los habitantes de las islas. Así, en febrero de 1983 el capitán Jeoffrey Cardoso, que hablaba español y mostró una especial sensibilidad para la tarea, dirigió la recolección de cadáveres y los llevó a lo que ahora es el Cementerio Argentino de Darwin.
De los 649 muertos argentinos en la guerra, muchos perecieron en el mar, la mayoría en el hundimiento del Crucero General Belgrano el 1 de mayo. Casi la mitad de los 218 cuerpos enterrados en Darwin tiene nombre. Pero 123, entre los que te encontrás, tienen como marca una frase que el capitán Cardoso tomó de las tumbas de soldados anónimos ingleses de la Primera Guerra Mundial: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.
El 23 de abril de este año, el sitio de noticias en Internet Infobae compartió un documento histórico: la ceremonia, muy respetuosa, presidida por el obispo católico de las Malvinas, el general a cargo de las tropas y el capitán Cardoso, en que se inauguró el cementerio y te enterraron oficialmente con los demás “conocidos por Dios”: Fue el 19 de febrero de 1983. https://www.infobae.com/sociedad/2017/04/23/documento-historico-asi-enterraron-los-soldados-britanicos-a-sus-pares-argentinos-caidos-en-malvinas/
El cementerio de Darwin se había construido con la cooperación de la Cruz Roja Internacional. Del lado argentino, la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e islas del Atlántico Sur comenzó a hacerse cargo de los viajes de familiares para visitar las tumbas desde que un acuerdo diplomático durante el gobierno de Carlos Menem permitiera la entrada de argentinos a las islas en 1991.
Para cualquiera que visite el sitio donde estás enterrado, la imagen encoge el corazón. Desde 1998, lo preside una enorme cruz blanca que se eleva en el descampado, entre suaves colinas barridas por un viento constante. Debajo, una Virgen de Luján (patrona de Argentina), con su manto celeste y blanco: fue la forma que encontró la Comisión de Familiares de saltar la prohibición de poner una bandera del país que, en la visión de los habitantes de las islas, los invadió.
La madre y los dos hermanos de mi compañero de armas Juan Ramón Turano viajaron al Cementerio de Darwin en varias ocasiones para ponerle flores a su tumba y rendirle tributo. El marinero Juan Ramón tenía solo 17 años, era más joven que vos o yo. Yo ayudé a enterrarlo en Bahía Fox el 26 de mayo, en medio de la guerra, y cuando el equipo del Capitán Cardoso llevó su cuerpo a Darwin, estaba identificado. Fueron viajes angustiosos, pero al menos pudieron rezar al pie de su tumba. Tus padres también fueron, pero eligieron al azar una de las tumbas anónimas.
Desde hace años muchos padres piden que se identifiquen los cuerpos. El pedido de que la Cruz Roja realice la extracción de las muestras en el cementerio vino de la muy activa agrupación de veteranos, el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) de La Plata.
El pedido interesó a un músico inglés, el fundador de Pink Floyd Roger Waters, autor de álbum conceptual sobre la guerra de Malvinas, The Final Cut (1983), muy crítico con el manejo de la guerra por el gobierno de Margaret Thatcher. En 2012, de visita en Argentina para interpretar The Wall, sugirió a la entonces presidenta Cristina Fernández pedir a la Cruz Roja colaborar en la identificación de los cuerpos. (http://cronistaurbano.com.ar/malvinas-gracias-a-la-intervencion-de-roger-waters-se-autorizo-a-cruz-roja-a-identificar-a-combatientes-argentinos/)
Finalmente, con el nuevo gobierno del conservador Mauricio Macri, Argentina y Gran Bretaña acordaron colaborar con la Cruz Roja Internacional en las inhumaciones. (https://www.icrc.org/es/document/las-tareas-de-identificacion-en-las-islas-falklandmalvinas-continuan-segun-lo-planeado )Por la falta de comunicación con los familiares de caídos en Malvinas, un mal que los envenena desde hace 36 años, hay 20 familias que no pudieron ser localizadas. Y un puñado que no accedió a dar muestras de ADN. Según fuentes confiables, 98 familias sí dieron su consentimiento, y serán estos 98 soldados muertos los que recobrarán su identidad el 1 de diciembre.
El director del EAAF (http://www.eaaf.org/), Luis Fonderbrider, asegura que los cuerpos están en buen estado de conservación. Algunos incluso tienen objetos, fotos, cartas, que se devolverán a sus seres queridos. Entonces empezará el camino, con psicólogos y ayuda social, para informar a cada una de las familias.
Será a comienzos del año que viene cuando seguramente un auto oficial se detenga en la puerta de la casa de tus padres. Hace 36 años que esperan.
Los funcionarios, capacitados por la Cruz Roja (https://www.icrc.org/es/document/capacitacion-en-el-marco-del-proceso-de-identificacion-de-soldados-sepultados-en) les dirán que te identificaron. Que hay una tumba con tu nombre y que allí están tus restos. Fue su ADN el que propició el milagro de la ciencia. Es que no teníamos nada que nos identificara, de tan atropellada que fue la operación Malvinas. Ni vos ni yo teníamos una plaquita de metal con nuestro nombre y documento. Si yo hubiera sufrido la muerte del marinero Turano, tal vez estarían haciendo ahora el estudio con muestras de sangre de mis padres.
Desde el empecinamiento de Antígona por dar un entierro digno a su hermano Polinices que murió combatiendo contra el dictador en la Grecia antigua, el dar nombre a las tumbas de los muertos es una muestra de humanidad y civilización. En Puerto Berrío en Colombia, en Ayotzinapa en México, en Rabinal en las montañas de Guatemala y en las fosas comunes del franquismo en España, los familiares de desaparecidos siguen buscando identificar a los suyos.
A vos ya te encontraron. Bienvenido, camarada. Tu viaje terminó.
Nota: Hace dos semanas lo publiqué en el New York Times en Español. La semana pasada lo reprodujo la Revista Ñ de Clarín en Buenos Aires. Hoy quiero compartirlo por aquí.
Nadie hace una pregunta semejante.
Ninguna criatura, ningún objeto, ninguna fuerza
se preguntan si vale la pena nacer.
Ninguna hormiga, ningún león lo hacen.
Ningún abeto, ningún río, ninguna rosa.
Ninguna estrella del universo
se interroga sobre su propio nacimiento.
Sólo el hombre se hace la pregunta fatal,
y al hacerla pierde la inocencia.
Los seres viven y mueren inocentemente.
Los mundos viven y mueren inocentemente.
Nosotros nos llamamos nosotros
porque somos hijos del oscuro día
en que desde el silencio brotaron las palabras.
Ese día perdimos la inocencia.
Nos hicimos míseros. Nos hicimos grandes.
Es complicado incluir bebés o niños en una narrativa, hacerlos dialogar de manera verosímil, convertirlos en personajes esenciales para la acción. Quizás por eso tienden a no existir o aparecen muy en el fondo del cuadro, sombras escurridizas. De los últimos escritores que se han preocupado por ellos, quizás Samanta Schweblin haya sido la más inteligente en Distancia de rescate: David es el que guía el relato a través de sus preguntas inquisitivas, y la preocupación obsesiva de Amanda por su hija crea el concepto que sostiene a la novela. La ciudad blanca (Anagrama), de la sueca Karolina Ramqvist (1976), es otra gran novela corta sobre la maternidad, aunque en este caso, a diferencia de Schweblin, no hay "distancia de rescate": Karin y su bebé, Dream, son un simbionte, una unidad ("una díada", en palabras de Siri Hustvedt, "un personaje con dos cuerpos").
La ciudad blanca -novela ganadora del prestigioso premio Per Olov Enquist, traducida a nueva idiomas-- podría adscribirse de manera muy amplia al género noir: Karin era la pareja de John, un capo de una organización criminal que, buscado por la policía, desaparece un día. La "familia tolerante" de mafiosos a la que pertenece Karin se disgrega rápidamente, y ella se queda sola con Dream, en una casa que es regalo de John. Pero Karin no tiene nada que le permita mantenerse, y la justicia le avisa que la casa será embargada. ¿Qué hacer? Con esos detalles Ramqvist podría haber construido un thriller, pero ella prefiere más bien un relato minimalista que es una indagación psicológica profunda de una mujer a la deriva y su bebé.
Buena parte de la acción de esta novela resulta de la interacción entre Karin y Dream, en la que el cuerpo y los sentidos están siempre presentes. En el paisaje nevado de una ciudad sueca, en una casa vacía frente al lago, Karin se fija en el espejo, mira las marcas dejadas por el embarazo y recuerda cómo, con la recién nacida "permanentemente unida a su cuerpo, había sido ingresada a un mundo de llantos y despertarse por la noche y líquidos que salían de su cuerpo". Se ha acabado la época de las fiestas y la buena vida con John y ahora debe buscar cómo sobrevivir junto a Dream, esa "joven depredadora". Su simbiosis con Dream es tanta que a veces, cuando camina sola sin empujar el carrito del bebé, siente que el viento podría levantarla como un "recibo arrugado". Su paradoja es la de muchas mujeres: se afirma como madre, pero parece haber dejado de existir como individuo. De hecho, ella no quería ser madre (la idea es de John); pero ahora que lo es, se afirma en su papel y extrae toda su energía de este de la misma manera que el bebé no deja de (literalmente) succionarla.
Ante la inevitabilidad de tener que abandonar la casa, Karin se verá obligada a buscar la ayuda de su "familia", gente como Therese y Alex, quien la introdujo al mundo de John y suele pegarla sin miramientos. Karin sueña: John era rico, algo de su botín le pertenece, quizás ellos sepan algo. Hay suspenso en esta parte de la novela, pero aun en estos momentos, con rifles y persecuciones y la vida en peligro, Ramqvist no olvida la relación de Karin con Dream: hay que amamantar al bebé, que llora y tiene hambre y la jala de los pelos. El final, por si acaso, es perfecto.
(La Tercera, 17 de diciembre 2017)
Siempre me aburren
las conversaciones que oigo a mi alrededor
en bares o restaurantes.
Se habla de cosas triviales, estúpidas.
Nunca he logrado escuchar
confesiones trascendentales
como las que se dan en los cafés
que aparecen en las novelas de Balzac o Dostoievski.
O tengo mala suerte yo,
o he tenido poca fortuna
con la época que me ha correspondido,
o Balzac y Dostoievski
hacían mentir a sus personajes,
hartos, también ellos,
de oír necedades en los cafés
-sórdidos o elegantes, qué más daba-
de París o San Petersburgo.
Un camaleón. O un pulpo: un organismo capaz de mudar de color, o incluso de forma, con tal de acoplarse mejor al medio ambiente para sobrevivir y escapar de los peligros. Desde 1929, éste ha sido el ADN del PRI: un producto de la revolución que aspiró a terminar con ella; un hato de caudillos enemistados dispuestos a pactar para repartirse el poder -y sus beneficios económicos-; una empresa vendida como encarnación del alma nacional. Si el estilo personal de gobernar del jefe máximo en turno oscilaba hacia la derecha (Calles, Ávila Camacho, Díaz Ordaz, De la Madrid, Salinas), el partido se camuflaba hasta parecérsele como una gota de agua a otra. Si viraba hacia la izquierda (Cárdenas, Echeverría), los militantes torcían el cuello en el mismo ángulo de su líder. Mejor, claro, si se mantenía cierta ambigüedad (López Mateos, Ruiz Cortines, López Portillo, Zedillo, incluso Peña Nieto). Como Groucho Marx: tenemos principios muy sólidos pero, si a ustedes no les gustan, podemos cambiarlos.
Ayudaba, en cualquier caso, tener enfrente un partido más a la derecha, creado por resentidos de la Revolución, liberales, conservadores y católicos: el PAN. Y luego, con la Corriente Democrática y el PRD, otro más a la izquierda. El PRI quedaba entonces en posición inmejorable: una suerte de centro, sin posiciones demasiado obvias, dispuesto a ganar elecciones a cualquier costo y a servir eficazmente a su base clientelar. Quedaba por allí, sin embargo, un mínimo sustrato de sus orígenes revolucionarios: una huella o impronta nacionalista, laica y socialmente abierta que separaba al partido de la "derecha reaccionaria". En su último y más reciente viraje, el PRI ha decidido renunciar definitivamente a los últimos rastros de esta tradición. Aunque Peña Nieto y los suyos se jactan de haber adoptado a un "independiente", en realidad le han entregado el partido de Calles y de Cárdenas a la figura más a la derecha de cuantas han encabezado las plantilla electoral del partido en décadas.
José Antonio Meade se presenta como "simpatizante" del PRI, pero tendríamos que preguntarle (o preguntarnos) con qué simpatiza. Con una larga carrera como tecnócrata apartidista -en el más puro estilo ITAM- y autodefinido como conservador y católico, es difícil suponer que su simpatía sea hacia los orígenes ideológicos del Partido de la Revolución. Que haya trabajado con idéntico celo -y eficacia- para Calderón y Peña Nieto prueba que podría haber sido candidato de un partido u otro. En su primera entrevista con un medio internacional, hizo malabares con tal de no decir nada. Es decir: por no mostrar una sola posición ideológica que pudiese comprometerlo en ningún sentido. El grado cero del discurso.
Ello no lo hace, sin embargo, menos ideológico. Uno de los grandes triunfos del neoliberalismo -la derecha por antonomasia de nuestra época- consiste en convencernos de que los políticos son perniciosos o perversos y en cambio los técnicos, impolutos y serenos, son quienes pueden salvarnos de la catástrofe. Meade es su prototipo: alguien que no parece querer tomar posiciones fuertes sobre nada para mejor ocultar su simpatía hacia la derecha. Su silencio en El País es muy elocuente: encarna la continuidad del mismo modelo económico implantado en México desde los noventa y de la política de seguridad de Calderón y Peña, su exjefes. Ni una sola palabra sobre la legalización de las drogas -nuestro mayor desafío-, diversidad o inequidad.
Lo hemos visto al revés: no es el PRI el que ha hecho suyo a Meade, sino Meade quien se ha apoderado del PRI y lo ha convertido en nuestro gran partido de derechas. PAN y PRD, aliados de pronto, se vuelven de la noche a la mañana un frente de centro-derecha. Morena, cuyos militantes por lo general sí son de izquierda, en realidad es propiedad de un candidato profundamente conservador. Y los dos independientes que llegarán a la boleta, Margarita y El Bronco, pertenecen asimismo a la derecha católica. Tristes alternativas, todas conservadoras, para un México que se desangra. Difícil, como nunca, elegir el menor de los males.
@jvolpi