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Blogs de autor

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01-05-2014

Veía más lejos que nadie.

Descubrió lo que llevamos buscando

desde el inicio del tiempo.

El dios lo enmudeció

para que no pudiese contárnoslo.

El libro se cerró.

Alguien lo abrirá otra vez.

Verá muy lejos.

Averiguará lo prohibido.

Será mutilado por el cielo.

El libro se cerrará.

Así transcurre la historia secreta.

Así aguardamos la revelación.

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14 de diciembre de 2017
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La edad de las joyas

Hay un momento en que las mujeres empiezan a observar las joyas como nunca antes lo habían hecho. Coin­cide sabiamente con la madurez, y resume un estado de ánimo, también la consta­tación de que la felicidad imaginada acabó posándose sobre su dedo anular. Y, aun así, no basta, pues la felicidad siempre ocurre cuando la disfrutas, no cuando la tienes al alcance de la mano y no la puedes tocar.
Las he visto embobadas por el reflejo de una piedra propia o ajena, y mover la muñeca adivinando el clin-clin de las pulseras, que les alivia el peso del día. Algunas se tocan las orejas con frecuencia, temerosas de volver a perder un pendiente. No es dolor ni pena. Tampoco avaricia. Perder una joya apreciada es una derrota. Como si, al extraviarse ese talismán secreto, dimitiera una parte de ti que durante un tiempo se simbiotizaba con aquel anillo que te perfilaba gracias a su costumbre, igual que el color del pelo.
Las joyas encapsulan un amor tocable y accesible. No siempre permanece viva la historia que contienen, porque más allá del mensaje con que las recibiste, aquel anillo de pedida, aquellas cursilonas pulseras apodadas nomeolvides, o unos pendientes comprados en un mercadillo azteca, van contigo a todas partes. A menudo ocurre que el anillo se ha enroscado con tal costumbre en el dedo que, cuando no lo llevas, te sientes extraña. Peor que si hubieras olvidado las gafas. Tu dedo se siente huérfano, incómodo, y hasta que introduces el aro en él no se queda complacido. Las mujeres aprecian muy concretamente las joyas, se hacen halagos, y al tocarlas corren unos segundos de electricidad sobre la piedra azul, el aguamarina o la gota roja del rubí. No importa que sean falsas, o mejor dicho de fantasía, dulce eufemismo del cual Coco Chanel fue su más ferviente defensora, pues aseguraba que las joyas fastuosas eran un signo de que la mujer quería convertirse en objeto del hombre, mientras que consideraba mucho más chic la bisutería. “Lleva más adornos que un árbol de Navidad”, decía, y hoy lo seguimos repitiendo, condenando el mal gusto de lo excesivo.
En los años noventa, escuché en París que la edad para llevar brillantes coincide con el volumen de los bolsillos de una mujer: cuando los puedan comprar. Se sobrentendía que difícilmente sería antes de los cuarenta. Hoy, la generación posmileurista que ha tenido que empeñar sus cuatro alhajas para poder comer barre esa teoría retributiva según la cual a más edad, mayor prosperidad. La crisis ha exigido que muchas poseedoras de joyas terminaran vendiéndolas en un heroico acto de desprendimiento, la estrechez asfixia. Aunque el oro nunca debería ser un valor más estable que los sentimientos que un día revistieron aquella pieza, una vez convertida en el pan de cada día.
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13 de diciembre de 2017
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Escrito en piedra, o en el agua

En el año de 1982, la Asamblea Constituyente de Honduras aprobó una nueva carta magna en la que se prohibía la reelección presidencial de manera terminante e inconmovible. Ni por medio de una reforma constitucional, ni aún por un plebiscito podía cambiarse el artículo que impedía a un presidente de la república continuar en el mando. Esta prohibición entraba entre las disposiciones llamadas "pétreas", escritas en piedra. Y el código penal pasó a considerar el solo intento de promover la reelección como traición a la patria.
La extrema previsión de los legisladores provenía de la propia historia del país, plagada de dictaduras militares, elecciones fraudulentas, y presidentes ambiciosos de quedarse sentados en la silla presidencial largo tiempo, o para siempre, lo que significa también apoderarse de las institucionales, someterlas, y corromperlas.
En junio de 2009, el presidente Manuel Zelaya, del partido Liberal, promovió la celebración de una consulta popular a través de lo que llamó una "cuarta urna" en busca de abrir la vía para llamar a una nueva Asamblea Constituyente. Fue acusado de querer eliminar el artículo pétreo que le prohibía reelegirse, y como remate de una grave crisis institucional el ejército, con el respaldo de la Asamblea Nacional en manos de sus adversarios conservadores del partido Nacional, lo depuso mediante un golpe de estado.
Como si otra vez estuviéramos viendo la misma vieja película, el presidente fue sacado en pijama de su cama a medianoche, metido en un avión, y expulsado a Costa Rica. Parecía que estábamos regresando de nuevo a la época poco honrosa de las famosas repúblicas bananeras.
En 2014 fue electo presidente Juan Manuel Hernández, del partido Nacional, y al año siguiente un grupo de diputados de su propio partido recurrió ante la Corte Suprema de Justicia para que las disposiciones que prohibían la reelección fueran derogadas. El sólo hecho de formular la petición, daba pie para procesarlos, con la consecuencia de ser cesados de sus cargos e inhabilitados políticamente, perdiendo aún la ciudadanía, "por incitar, promover o apoyar el continuismo o la reelección", según la letra de la misma Constitución.
Pero la Corte Suprema, dominada por magistrados del mismo Partido Nacional, sentenció que las disposiciones constitucionales que prohibían la reelección presidencial ¡eran inconstitucionales!, abriendo el camino al presidente Hernández para presentarse de nuevo como candidato.
Estas son las raíces del drama que hoy está viviendo Honduras tras las elecciones del 26 de noviembre de este año, cuando un cuestionado Tribunal Supremo Electoral se ha visto impedido de poder declarar a un ganador frente a una votación estrechamente dividida entre el propio Hernández y el candidato de la Alianza de Oposición contra la Dictadura, el presentador de televisión Salvador Nasralla, respaldado por el expresidente depuesto Manuel Zelaya.
El conteo inicial que favorecía a Nasralla cambió abruptamente tras interrupciones del sistema electrónico. Cuando el sistema se restableció, Nasralla pasó de ganador a perdedor. Todo un acto de prestidigitación digital.
El Tribunal Electoral ha concluido un nuevo recuento parcial de los votos sin la presencia de la oposición, y mantiene el escaso margen de ventaja a favor del presidente Hernández. Nasralla no acepta los resultados y demanda un nuevo recuento total, o la anulación de las elecciones para celebrar unas nuevas, algo que luce más que improbable; y aunque los observadores de la Unión Europea y de la OEA avalaran el escrutinio oficial, la sombra del fraude no podrá ser desterrada.
Desgraciadamente, la Corte Suprema de Costa Rica ordenó en 2003 anular la prohibición de reelección establecida por una reforma constitucional en 1969. Esta sentencia, proveniente de un país de reconocida tradición democrática creó un precedente nefasto que ha sido seguido después en Nicaragua, en Honduras, y últimamente en Bolivia.
En 2010, la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua, dominada por Daniel Ortega, declaró inaplicable el artículo de la Constitución que impedía la reelección, y así pudo seguirse presentando como candidato, amparado por las razones filósofas de sus correligionarios del tribunal: "el derecho a Elegir y Ser Electo, no puede ser alterado...por ser un derecho sustancial y esencial al ser humano".
Evo Morales, que lleva ya bastantes años como presidente de Bolivia, buscó seguir reeligiéndose y para ello convocó un plebiscito, que perdió. No dejó de insistir. Ahora, el Tribunal Constitucional lo autoriza a seguir presentándose como candidato de manera indefinida. La prohibición constitucional, dice la sentencia, violenta sus derechos políticos.
Lo escrito en piedra, está más bien escrito en el agua.

 

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13 de diciembre de 2017
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19-04-2014

La mediocridad cotidiana

nos sana de las heridas causadas

por lo inaudito, por lo prodigioso.

Sin las horas de la rutina, materia de olvido,

apenas podríamos soportar el dolor de la revelación

y nuestro cuerpo se abriría

a la incertidumbre hasta desangrarse.

El reloj de la monotonía

señala, puntual, la continuidad de la existencia.

Pero es la herida,

incesantemente nueva tras cada cuchillazo,

la que origina la creación del mundo.

 

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13 de diciembre de 2017
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¿Qué es sólido?

Una homonimia curiosa en italiano es la de saldo como «sólido» y «saldo». En latín, el significado primario de solidus es «solar», «hecho de la materia del sol». De ahí, aureus solidus, la moneda «de oro solar», el pleonasmo que recalcaba la pureza de la aleación, porque el oro venía del sol, era solar; y después el llamar «sol» a la moneda, y «saldo» a lo que se vende. 
 
Donde más salta a la vista la relación entre el sol y la moneda de su nombre es en ibérico. En el plomo de Alcoy aparece dos veces Salirg, el dios Sol, por su importancia en el panteón ibérico y porque era el testigo por excelencia de los juramentos: los testigos divinos nombrados podían vengarse del perjuro. Salirg, derivado del sumerio zalaq «brillar», d’Zalaqqa «el dios Brillante», y del también sumerio dingir, digir «dios», ha quedado como un monumental arcaísmo sin otra referencia que la inscripción alcoyana. En cambio, su versión más tardía salir figura tropecientas veces en las inscripciones. Seguramente es el término más repetido en el corpus ibérico. Un trabajo interesante para los iberistas sería perfilar en las inscripciones los diversos significados de salir que van desde la teonomia testifical, hasta la moneda y la venta, lo cual arrojaría luz sobre el texto adyacente.
Tambien es ilustrativa la familia derivada: ibérico Salirg «dios Sol», salir «sol, moneda, venta»; latín sol «sol», aureus solidus «moneda, pieza batida de oro»; inglés sellan, sell, sold «vender, vendido»; noruego selja «vender»; vasco saldu «vender, vendido», salgai «producto que se vende», «materia convertible en moneda», saldo «rebaño»; castellano, sol, saldar, saldo; italiano saldo «sólido», «saldo»; sueco sol «sol»; gótico soil «sol»; griego ἥλιος «sol»; etrusco usil «sol».
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12 de diciembre de 2017
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Carta a la hermana perdida

Nunca te quise, aunque eras la hermana mayor, risueña, muy vivaz, muy guapa. Y tú nunca te interesaste por mí, quizá porque la diferencia de más de siete años me daba un rol superfluo en la familia, donde mi nacimiento, debido a una encíclica del papa Pío XII que hizo mella en nuestros padres, alteró el orden establecido de la parejita, chica y chico, que formabais tú y tu hermano, mi siempre querido hermano.

Te fuiste, camino de un matrimonio por amor y un viaje de novios demasiado corto, siendo yo todavía un niño cándido que empezaba a leer lo que encontrara por casa. Tú no leías. Parecías la más feliz, en tu simpatía, cuando, ya madre de tres hijos, tu vida se estancó en la ciudad de provincias de la que nunca saliste. Un día, pasados los años, tuvimos una conversación que empezó banal y acabó tensa. Tu marido vivía apartado, a pocos kilómetros de vuestro domicilio de casados, y tus hijos tenían vida propia; entendí por ciertas alusiones que la mía no te gustaba, ni mis amistades. "¿Eres feliz así?". "Mi felicidad la sigo buscando, pero mientras busco me siento bien", te contesté, añadiendo: "Y tú, ¿eres tú feliz, aquí y sola? Desde tu boda no has vuelto a viajar, con lo que te gustaba, siempre lo decías, conocer mundo". Tu mirada se apartó de mí y saliste de la habitación.

Tus tres hijos me acercaron a ti. Mi fantasía era que ninguno se te parecía, en el carácter, en la determinación, en sus ganas de libertad. Tú te enfrascabas en tu vida, llena de pasatiempos estrambóticos pero no desdichada en apariencia. Yo sentía que te amargabas. Te sulfuraban los cantantes afeminados de la tele, y en la democracia la política nos distanció aún más. Murió nuestro padre, al que tú adorabas, y fue como si la pervivencia de mamá te resultara injusta, sin reconocer que era ella quien sufría la injusticia de una soledad prematura después de una larga y plena felicidad conyugal que ni tú habías conseguido ni yo me vi con arrestos para establecer con nadie. Te desocupaste de nuestra madre, te impacientaste con ella cuando, cumplidos ya los ochenta, se hizo débil, perdió del todo el oído, se recluyó anhelando la compañía de los nietos y las excursiones aventureras conmigo lejos de la ciudad de provincias. Ella viajó hasta el fin. Tú no. Murió mamá y no te sentí hermana de ese luto.

Cuando tenías la edad que hoy es la mía tus dos hijas te llevaron al médico. Eras fuerte, no parabas de reír y de hablar, pero a ratos te ibas del mundo. Al acabar la consulta, en vez de saludar al facultativo te dirigiste al ordenador en el que había él tomado tu historial y le diste la mano al aparato. Una confusión que nos divirtió a todos, por lo que tenía de acto fallido un tanto novelesco. Fue el primer síntoma de un deterioro veloz. La pérdida de la cabeza, de la voz, tu bonita voz, de los deseos de salir, de la gana de comer, de la necesidad de estar guapa e ir limpia. Hace tres años, ya callada, aún quedaban sonrisas en tus labios pintados por tus hijas para darle a tu cara un resto de coquetería. Ellas rehacen cada día tu vida con su sacrificio voluntario, en tu casa, en la casa que fue de nuestra madre.

El invierno pasado tuve un acto literario en la ciudad donde crecimos, y fui a visitarte. No hablabas ni te podías mover sola; parecías contenta. No te había querido nunca, ni tú a mí, pero al ver que me levantaba y me ponía el abrigo tus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Sabías quién se iba de aquella casa? ¿Sabías tú quién era yo? Bajé a la calle conmocionado.

Ahora que estás perdida en ti misma para siempre quiero tener de ti, con esas lágrimas sin nombre, el recuerdo de lo que no hubo: un apego que nunca se mostró y tal vez en algún lugar de nosotros existía.

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12 de diciembre de 2017
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Perdurar

Celebramos los 90 años de Ferlosio junto a sus apoderados, alguna figura política y una nube de aficionados, como si fuera un torero. Mantiene la gallardía del matador, pero el tiempo me lo ha menguado de cuerpo. Sentado entre Claudio López y Miguel Aguilar, que son dos torres, parecía un gorrión cobijado entre montañas. No era una despedida, nada de eso. Jünger, que tiene la categoría literaria de Ferlosio en Alemania, duró hasta los 100. Nos quedan 10 años de celebraciones. La ancianidad es una época muy adecuada para hacer fiestas.

Claro, sólo a quien las merece. Ferlosio las merece. Ha dedicado su vida a limpiar de hoja muerta, ponerle aceite, apretar un tornillo, darle brillo con la gamuza a la lengua española. Una vida afinando el instrumento, como quien dice, con mucho gusto. Y eso es de agradecer, sobre todo en unos tiempos, es bien sabido, en los que el instrumento a todo el mundo le importa un pito, perdón por el chiste.

A todo el mundo no. A millones de personas no. En los diccionarios de la Real Academia colgados en Internet se dieron el mes pasado 70 millones de consultas. Es la cifra usual. Algún mes puede llegar a los 80 millones. Da pena que al Gobierno se la sude, porque es el instrumento más importante de ese país aún llamado España, no se sabe por cuánto tiempo.

Y Ferlosio ha sido un apasionado, un entregado, un abnegado de la lengua y del lenguaje. En la presentación se daba un juicio unánime: es el máximo escritor español de la posguerra. Sin duda no es tan popular como Antonio Gala, pero es porque nunca ha escrito para complacer al público, sino al lenguaje. Para celebrarlo se han editado unas Páginas escogidas (Random House) que puede leer absolutamente todo el mundo. Ya no hay excusa.

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12 de diciembre de 2017
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Lérida

"Don Tomás de Vargas, sobre Flavio Dexto, Carillo, Florián de Ocampo y otros, dizen que estuvo en esta ciudad Herodes Antipas, que degolló a San Juan Baptista, retirado con la manceba Herodías y su hija, baylarina, desterrados a Francia, muriendo de mancomún conforme obraron, pues baylando sobre los yelos del Segre, año 34, se hundieron y ahogaron, verificando el adagio: Muere cada uno con su oficio." 

 

 

Parte de la adición de Benito Remigio Noydens (1674) a la entrada LÉRIDA del Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias (1611). Edición preparada por Martín de Riquer. Barcelona. 1943. 

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12 de diciembre de 2017
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22-03-2014

He acabado un libro.

He acabado un cuadro.

He acabado una composición.

He acabado un edificio.

¡Imposible!, ¡imposible!

La vida está construida

como si siempre faltara algo por decir,

y es un fraude dar por hecho

lo que permanece perpetuamente inacabado.

Somos espectadores de un cortejo de sombras

y al mismo tiempo, sin saber la razón,

somos una de las sombras que desfila.

 

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12 de diciembre de 2017
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El Boomeran(g)
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