Rafael Argullol
Abrí la caja:
en su interior había un abrigo negro
con una rosa roja prendida en el ojal.
Me enfundé el abrigo y salí a pasear.
Los transeúntes me miraban con asombro
porque no hacía frío para ir con una prenda así.
Sus ojos se clavaban en la rosa roja.
Caminé varias horas, sin rumbo,
hasta que las calles quedaron desiertas.
Me senté en un banco de piedra.
Estaba alegre metido en mi abrigo negro.
Olí la rosa roja: tenía el aroma sutil
de los jardines en los que no se hacen preguntas.
No pregunté por la caja, ni por el remitente de la caja.
No pregunté por qué me habían enviado un abrigo negro
con una rosa roja prendida en el ojal.
No pregunté nada. Y fui feliz.