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Blogs de autor

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Consejillo

Mientras uno es joven, lo que hoy viene a ser por debajo de los 50, se puede permitir cometer errores de cierto calibre, algunos disparates ridículos y sobre todo ser un perfecto idiota. Luego, ya no. La conspiración publicitaria que presenta nuestra vida como un cuento infantil quiere mantenernos en el error, el disparate y la idiotez hasta la muerte. Y es el horror de morirse lo que está empujando en el mundo los movimientos neofascistas. Enfrentarse a este fascismo sonriente es trabajoso y agotador. Sin embargo, es lo que nos ha tocado. Nada heroico, nada simple.

Sirven de ayuda las vidas ejemplares. A partir de los 50 son muy provechosos los modelos de grandes hombres que hubieron de afrontar el mundo contando tan solo con su escasa entidad. Así, la Vida de Samuel Johnson, de Giorgio Manganelli (Gatopardo), él mismo uno de los más grandes escritores del siglo XX y por tanto con escasa reputación. Concibió una profunda admiración por aquel torpe gigante de suma inteligencia de quien la gente se burlaba y le compuso un bello retrato al hombre estrafalario que también sedujo a Borges. Por cierto, suya es la famosa frase "el patriotismo es el último refugio de los canallas".

La vida de Johnson estuvo entregada a la literatura, la filología y a "hacer habitable un universo gobernado por el sufrimiento". Vienen en este librito sabios consejos aplicables de inmediato a nuestro campo de concentración comandado por gente buenísima y correctísima. El primer consejo es tomarse en serio a uno mismo porque, como decía Johnson, "en la tumba no recibiremos cartas". Lean este pequeño libro como la última carta de un amigo, escrita desde la tumba. Solo podemos responderla con nuestra conducta.

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16 de mayo de 2018
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“Soc d’aquí/ soc estranger”

La doctora del centro de salud pública de la calle Segre, en Chamartín, intentó disuadirme: “¿Por qué te operas en Barcelona, si en Madrid hay muy buenos médicos?”. Hasta que su insistencia empezó a resultar improcedente. Me parecía estar hablando con una promotora de marketing para que la gente se arregle los huesos en Madrid; en veinte años no me habían planteado tal dilema, ni con los partos. La política ha entrado en los dispensarios. Tras su empeño en convencerme, me mandó a que me dieran la baja en el centro de mi madre, tal cual. Así que me instalé durante ocho días en Barcelona, mitad turista, mitad paciente. Llovía y las estelades chorreaban entre geranios. En el supermercado atendían pakistaníes; una mamma siciliana y su hijo preparaban pasta al pesto rosso; y los conductores de los Mytaxi que me condujeron por la ciudad eran, sin excepción, magrebíes o asiáticos. Conversé con una asistenta brasileña, y un enfermero malagueño que hablaban un catalán de TV3. En los palmos cotidianos me encontraba con esos otros habitantes fijos de procedencia diversa que hoy conforman la nueva Barcelona. Viven a gusto aquí, me contaban. ¿Inmigrantes? Su patria permanece envasada al vacío.
Por ello celebré que el president Torra, al que en los medios de comunicación ya han llamado fascista, xenófobo, supremacista, gilipollas o muñeco, recurriera a Palau i Fabre para hablar del extranjero que todos llevamos dentro. “Soc d’aquí/soc estranger. Qui no és estranger en algun àmbit? Qui no se sent diferent als altres en algun moment? La consciència de la pròpia estrangeria ens ajuda a empatitzar amb l’altre: el nouvingut, el singular o el divers en algun aspecte de la seva vida”.
Hubo unos años en los que bastaba la coletilla de internacional para sofisticar cualquier oferta, ya fuese la cocina o el simposio. Costumbrismo y complejos fueron barridos en favor de una mundialización que aún parecía la panacea. Hasta que el ciudadano del mundo dejó de ser ideal para convertirse en el resultado de un modelo global único: el económico. En los noventa, pensadores como Ulrich Beck o Roland Robertson desarrollaron el concepto de lo glocal: “pensar globalmente para actuar localmente”. Suena a beneficio generalizado, aunque en la práctica no haya sido ni tan responsable ni tan exitoso y se haya quedado en un pensar a lo grande.
La acusación del supremacismo catalán aumenta de volumen: menos africanos que los españoles, una raza superior… El discurso vende en el resto de España. Hará falta que Torra repita mucho lo de empatizar con el otro, además de aceptar la extranjería, tanto la existencial como la legal, nudo gordiano del engranaje social: esa nueva identidad plural que ha transformado el paisaje humano.
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16 de mayo de 2018
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Las especias. Historia de una tentación

En principio, no es posible contar las vicisitudes relacionadas con las especias sin contar de paso la historia de los grandes descubrimientos geográficos, marítimos y tecnológicos que provocó la sola posibilidad de tener un acceso ilimitado a ellas. Colón, Vasco de Gama y Magallanes lo arriesgaron todo al emprender viajes que cambiaron la visión y la magnitud del mundo porque los tres, cada uno a su manera, estaban convencidos de la existencia de vías marítimas nunca antes navegadas pero que les permitirían acceder a un fabuloso tesoro llamado especias y que en aquella época se reducían a la pimienta y el jengibre de la costa Malabar de la India; la canela de la actual Sri Lanka y la nuez moscada y el macis (un derivado de la anterior) de las Islas Molucas, también llamadas Islas de las Especias, situadas al sur de las Filipinas. Como se observará, ninguna de ellas es oriunda de las Indias Occidentales, más adelante conocidas como América, circunstancia esta que trajo a mal traer a Colón y que en parte fue una de las causas que dieron con sus huesos en la cárcel.

                Reyes, banqueros y los grandes comerciantes europeos financiaron las expediciones porque en caso de tener de su lado a la fortuna los beneficios eran inimaginables, como más tarde se demostró con el nacimiento de los imperios orientales de Portugal, Países Bajos y Gran Bretaña, o el español en Occidente.

                Pero igual que no se puede hablar de las especias sin contar de paso la historia de los grandes descubrimientos (y Jack Turner les dedica en este libro mucha y muy bien documentada atención) sería igual de empobrecedor reducir el fenómeno universal que fueron las especias únicamente a la codicia, o a la sola necesidad disimular con sabores y fragancias exóticas el hedor de la carne casi corrompida porque no había otro medio de conservarla que la salazón.

                Jack Turner, nacido en Australia, se licenció en Historia Antigua en la Universidad de Melbourne y completó su doctorado en Relaciones Internacionales en la Universidad de Oxford. Más adelante daría un nuevo golpe de timón a su trayectoria profesional dirigiendo series de televisión dedicadas a grandes acontecimientos históricos. Quiero decir que es un hombre de formación académica pero con una clara visión de cómo llegar a grandes audiencias. Por eso, si de entrada su libro puede parecer un relato de grandes viajes bien estructurado y muy bien relatado, en los capítulos siguientes fija su atención en los efectos que las especias han ejercido sobre el cuerpo y la mente humanos. Lo cual le permite pasar de un continente a otro, de un siglo a otro, y de consideraciones de gran trascendencia a aspectos decididamente anecdóticos, como puede ser todo lo relacionado con la vertiente afrodisíaca de algunas especias.

Por su fragancia y la persistencia de su acción, las especias no tardaron en ser utilizadas en las técnicas de embalsamar y en los rituales sacrificiales, por lo que fue inevitable que se les acabase atribuyendo una esencia sobrenatural. En el capítulo VI, titulado El alimento de los dioses, se da cumplida información de la relación entre las especias y la divinidad. Turner utiliza una frase muy expresiva:”El paganismo, por decirlo en pocas palabras, olía”. Era inconcebible rendir culto a una deidad, o hacerle un sacrificio, sin quemar especias exóticas y carísimas. La identificación de la especia con lo sagrado era tan íntima que Julio César, cuando entró triunfador en Roma tras el paso del Rubicón, se hizo acompañar de sirvientes quemando esencias olorosas en incensarios. El senado lo interpretó como un gesto sacrílego, aunque en el fondo eran muy conscientes de que el ambicioso general estaba imitando con su ceremonia a los monarcas orientales que reclamaban su condición de dioses. Y no iban desencaminados los senadores porque no mucho después los emperadores romanos se iban a incluir entre los dioses y entre otras muchas cosas, exigirían que se les ofrendasen perfumes, especias e incienso.

                Pero las especias también tenían sus detractores. Plinio el Viejo y Saint Bernard de Clairevaux, el fundador del Cister, consideraban que eran una incitación al lujo desmesurado y la extravagancia. Los puritanos las consideraban un producto maligno. Los economistas se alarmaban por la gran cantidad de oro y plata que salían de Europa para ser cambiadas por unos bienes que se comían, bebían o quemaban, y finalmente los científicos en general y los médicos es particular, les negaron a las especias todos los atributos extraordinarios que les atribuía la mentalidad popular. Todo ello junto contribuyó a restar brillo y valor a las especias.

                Como valor añadido a la cuidada edición de Acantilado, es obligado mencionar que la excelente traducción de Miguel Temprano contribuye en gran manera al placer de leer este libro.

Las especias. Historia d una tentación  

Jack Turner

Traducción de Miguel Temprano García

Acantilado

 

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15 de mayo de 2018
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El muro

Coroné el muro. Sin dificultad. Y desde arriba vi lo que no quería ver, una inmensidad gris en la que el cielo, o las nieblas y nubes del cielo, se confundían con el horizonte, no muy lejano. Decidí seguir, progresar hacia el Norte, pese a lo tenebroso e incierto de lo que imaginaba. Tanteé la posibilidad del salto, mas la tierra que se me ofrecía debía de ser pantanosa y temí quedar atrapado. Descendiendo esa cara oscura del muro, como una salamanquesa, adherido, lento, recordé aquel viaje a Alemania a observar pigargos, aquel atardecer o amanecer en que paré el coche y me acerqué, caminando, al muro que cerraba el septentrión. Y esto era lo mismo: frío, humedad, silencio. Avancé. Usaba zancos. Y, a unos metros, difuminada, surgió una forma. El Crucificado, pensé. Pero era mujer, Kelly LeBrock. Transformada. O en transformación. Y al acercarme, ¿o se acercaba ella?, cobraba luz, y mucho color. Esa mujer, cómo apareció, ni siquiera sé si se encontraba allí. Formada, sin duda, por retazos de otras, lucía falda de muselina, refulgente, que ondeaba sin que soplara el viento. Quise abrazarla. Así de pie. Contra la nada. A mi manera. Tan grande la pasión, que desperté. Y no era yo. 

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11 de mayo de 2018
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Elogio de la contradicción

Si la palabra texto viene de tejido, la escritura literaria podría asemejarse a una urdimbre en tensión. Imaginemos un arpa reticulada, es decir, un instrumento de la imaginación que entrelazara cuerdas de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba, aunque también de forma diagonal. A diferencia de la lógica cartesiana, el pensamiento literario tiene particularidades que lo distinguen de otras formas de conocimiento como la filosofía, la sociología o la ciencia porque su fortaleza está en la ambigüedad, el encuentro de los opuestos y la verdad que se produce sin buscarla premeditadamente. En este sentido, es posible pensar que la columna vertebral del pensamiento literario se encuentra en la contradicción. Es en el encuentro de los opuestos, es decir, en la posibilidad de afirmar y negar algo al mismo tiempo, donde radica el poder de la literatura frente a otras disciplinas y su capacidad única para ponerlas en diálogo. Enfrentar a los personajes en el caso de la novela o los deslumbramientos que pueden provocar figuras poéticas como el oxímoron, ayudan a construir realidades y pensamientos que, sin ser raciocinios, producen una idea de comprensión.

Invisible, luz fría, decía Octavio Paz para provocar la sorpresa de la verdad a partir de un choque de palabras que terminan por develar algo. La luz es invisible y visible a un tiempo, pero también puede ser fría sin que sepamos explicar por qué, aunque lo entendamos.

Taylor Kressman escribió en 1938 el mítico Paradero desconocido. En ese relato, aturdidos por el devenir de la historia, dos antiguos socios y amigos se ven enfrentados a partir del dilema que les produce el avance del nazismo. Vuelta enfrentamiento y guerra personal, la realidad tensa la relación entre Max Eisenstein, un judío que es marchante de arte en San Francisco y su antiguo socio, Martin Schulse, que ha regresado a Alemania para sumarse a la militancia hitleriana, a la que admira y teme. Cuando el judío escribe a su amigo con el fin de que le ayude a sacar a su hermana de Alemania, en respuesta va recibiendo evasivas, negativas y silencio, hasta que ya no es posible rescatar a nadie. Es entonces cuando la idea de venganza se instala en la punta de un opuesto. Desde ese momento el defensor del arte y lo sublime se convierte en un depredador que caza a su presa, usando precisamente el discurso del arte y la belleza como flecha y arco. A partir de una relación epistolar, los antagonistas aprovechan el silencio o la palabra para destruirse mutuamente. En el telón de fondo, la realidad se impone como sucede con la verdad: a fragmentos. El ejemplo es nítido: Es aquí donde, valiéndose de la contradicción, el pensamiento literario encuentra en la escritura fragmentaria y en la elipsis (ese silencio que activa la capacidad de suponer) dos instrumentos adicionales que le otorgan a la literatura el poder de habitar simultáneamente en planos muy distintos: la guerra íntima de las emociones personales, la reflexión sobre el papel del arte en la política y el gran mundo de los temas macro como escenario en el que se mueve el terror, en este caso el nazismo. La multiplicidad de ese tejido y sus cuerdas tensadas engendran la ilusión de contemplar la intimidad y el mundo como una misma cosa. Mientras escribo me viene a la cabeza el cuadro de Gustave Courbet, El origen del mundo. En esas sábanas, el arte de mentir nos deja ver (además) un arpa y una esfera. Si miramos de cerca el tejido, resulta sorprendente advertir como la contradicción, el silencio y el fragmento producen un resultado opuesto que, a modo de negativo, se traduce en un texto capaz de erigirse en voz, en denuncia involuntaria y en comprensión de la complejidad. Nada más alentador que vernos reflejados en lo que somos: seres contradictorios, incapaces de separar emoción y razón, como la literatura.  

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11 de mayo de 2018
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El Boomeran(g)
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