Julio Ortega
Pase en profundidad
Los jugadores que entran a la cancha,
tocan el ardiente grass y se persignan
¿esperan el favor de Dios en el partido?
Rinden su paso al azar pero compiten
por un orden mayor que los elija.
Esa idea del orden presupone la mirada
del Dios creador del hombre y del fútbol,
en cuyos planes fallamos el penal.
Salvo que Dios no sude la camiseta
y ruede sin control del área chica
ante una imposible bola dividida.
¿O habrá preferido, oh Inconstante,
jugar la final y decidir el score?
Estaría el pobre jugador a punto
de ser expulsado por un árbitro
argentino. Y pregunto yo, ¿no está
todo futbolista librado al fútbol?
Te repite el juego, pero el match es tuyo.
El dueño de la pelota
Fui el dueño de la pelota.Los muchachos del barrio me toleraban en el equipo, aunque fuese de volante retrasado.
Esa tarde, me llegó una pelota rebotada y sin mirar al arco enemigo lancé un centro bombeado que se elevó con gracia; hizo una curva profunda, y descendió limpiamente en medio de la incredulidad de los jugadores, que habían quedado inmóviles siguiendo la parábola de esa bola cierta.
El hirsuto defensa central del equipo rival, que reunía a los hijos de los pescadores, con quienes habíamos jugado a guerras de trinchera y ahora nos disputábamos la playa, rechazó con toda su fuerza, y el juego se reanudó contra su madre.
Animado por mi hazaña, corrí reclamando en voz alta la bola. Hasta que Perico, nuestro capitán, se detuvo al centro, y me la pasó con una advertencia:
– Ahora es tuya.
Arranqué a correr por el flanco derecho, como si estuviera solo. Un rival me alcanzó pronto y estuvo a punto de sacarme la bola entre codazos, pero con la cabeza gacha enfilé hacia el arco. Trababa de frenar para asegurar el centro pero la misma velocidad del impulso me lo impedía. Tenía que patear, lo sabía, pero cuando por fin logré hacerlo, perdí pie, pifié la bola, rodé. Me levanté, solitario; el partido seguía sin mi.
Perico con uno de los rivales se excusó:
-Es el dueño de la pelota.
Pero más difícil era terminar el partido. Yo aguardaba a que se encendiesen las luces de la tarde en torno a ese terreno baldío y dominguero. Gritaría que ya era hora, que mejor acabamos, sabiendo que ambos equipos cargarían contra mí.
El partido empezaba a las tres de la tarde y con algunas pausas terminaba después de las seis. Unos jugadores se marchaban, otros ingresaban a su antojo, y un juego que arrancaba con seis o siete por equipo crecía y decrecía sin número fijo.
Yo empezaba a anunciar el final poco antes de las seis. Pero justo entonces el fervor de ganar enfervecía a los rivales. Me hubiera contentado con un agonizante empate peruano, pero Perico se enardecía y casi siempre decidía el score en el último cuarto de hora, rodeado de una nube de polvo épico.
Por fin, yo recogía la pelota, en medio de la rechifla de los vencidos. Y me la llevaba bajo el brazo, roja y ardiente, a cargo de un mundo redondo y ajeno.
Gabo y su película sobre el futbol
Volví a Austin para visitar a Gabo en su archivo. La primera impresión es abrumadora: cuánto ha corregido, mucho más de lo que ha escrito. Y qué trama de orígenes discursivos tienen sus obras mayores: miles de notas en torno a una nota. Está por estudiarse ese origen de García Márquez, más intrigante que su nacimiento colombiano. Construyó un archivo para cada obra, que proviene de las versiones y disputas de las sagas orales que son actas del origen.
De esa papelería fantástica, viene a cuento ahora una brevísima nota, que no llegué a copiar (el protocolo es laborioso, como debe ser) pero que recuerdo o creo recordar. Se trata de una nota de cinco líneas, que es el esbozo para un película dedicada al partido de fútbol más perfecto. Esta idea para un film sobre un partido de fútbol aun por jugarse, sigue, como es claro, la fe en la epifanía o instante de tiempo que cuaja en su exaltación. Desde “El ahogado más hermoso del mundo,” hasta Remedios, la bella, estas figuras de tiempo cristalizado como único y feraz, son emblemas vivos de la épica popular de García Márquez.
Su idea es filmar un partido de fútbol de ficción, pero en su tiempo real de 90 minutos, entre dos equipos formados por los veintidos jugadores mejores del mundo. También los árbitros lo serían, así como el estadio de grass celeste y verde. Y en la plácida tarde la luz bañaría a todos los actores en el espectáculo más celebrado ese domingo universal.
La selección del equipo latinoamericano, capaz de enfrentarse a las selecciones de Europa, Africa, Asia y Resto del Mundo (creo leer en mi letra apremiada) sería hecha por la ONG del fútbol y el cine.
Este sería, en verdad, el partido de fútbol más hermoso del mundo.