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El lenguaje político del fútbol

Por 13 de julio de 2018 Sin comentarios

Pablo Raphael


En el largo transito del coliseo al estadio hemos dejado atrás casi todo. De lo rupestre quedan aún los toros que caen de rodillas ante la tortura, pero también queda la sensación de mirar a un gladiador cada vez que el semidiós futbolero de turno alza la mano y responde a los vítores de su público. Lo cierto es que el poder y el deporte comparten un corazón antiguo y, como en todas las historias de los amores que perduran, ese amor ha logrado cambiar para mantenerse. Más allá de pensar que Lampedusa tiene nombre de técnico, basta poner como ejemplo la relación entre los gladiadores y el César de la actualidad. Antes, los jugadores de fútbol hacían fila para subir al palco presidencial y recibir el reconocimiento del poder, ahora es muy común que el César baje a la arena para saludar a los semidioses que lo legitimen y reconozcan. El mensaje es la cancha y su alfombra de césped: tratar a un semidiós de tú y hacerse una selfie con él, garantiza tu espacio en las alturas y el afecto desde la grada. O al menos el respeto de las redes sociales.


   Hagamos un alto en el centro del estadio donde empezó un nuevo partido. Estamos cumpliendo medio siglo de los movimientos estudiantiles que le dieron la vuelta al mundo. Se dice que a partir de ese instante producido por los “siempre jóvenes” del 68, la democracia y los ciudadanos se abrieron paso hacia la construcción de sociedades más igualitarias ¿Es verdad? ¿Qué ha cambiado desde que finalizó el siglo XX y con casi dos décadas de siglo XXI encima? ¿Qué nuevas formas de ciudadanía se han construido desde aquel movimiento mundial que nació en la primavera de 1968? ¿De verdad el mundo se une por un balón? ¿Qué es lo que ese balón une?


   Tras la manera en que la matanza de Tlatelolco marcó a las Olimpiadas de1968, el Mundial de 1970 fue un intento por presentar la cara de un México renovado, con una dinámica internacional orientada a los no alineados y el llamado tercer mundo y tan fresca como la guayabera. Simultáneamente, en el planeta empezaba a gestarse una comunidad de naciones que aspiraba a borrar las fronteras y a reconocerse en condiciones de iguales. Sin embargo, en aquellos momentos, la llegada de la globalización comercial era apenas una larva que se incubaba en los laboratorios del mundo. La palabra antidoping ni siquiera existía.


   El Mundial de 1970 fue perfecto, no hubo un solo expulsado, los cuatro finalistas ya habían sido campeones del mundo (Brasil, Italia, Alemania y Uruguay) y los mitos llamados Pelé, Banckerbuer y Bobby Charlton hicieron de esos días un mito que aún se recuerda en las memorias de los cronistas deportivos, de hechos y de Indias. Mientras Edson Arantes do Nascimento regalaba al mundo la felicidad del “jogo bonito” los brasileños bautizaban ese año como el “de las 20 mil torturas” incluida la de la hoy expresidenta Dilma Rousseff.


   De igual manera, el Mundial de 1978 en Argentina, representó la oportunidad para el dictador Rafael Videla de mostrar al mundo como los habitantes de su país podían vivir en paz ye calma con su régimen. Si lo comparamos con la actualidad, los cambios han sido radicales. Aunque la relación del fútbol y la geopolítica siguen formando parte del proceso mundial, los estados nación de la época (democráticos o autoritarios) se fueron transformando todos en la homogénea comunidad de estados de mercado. Supongo que Vladimir Putin está contento. No es Videla, en su mayoría los jugadores de la selección rusa nacieron después de la URSS y su amado líder encarna al estado nación, al estado autoritario, al estado democrático y al estado empresarial, en un solo y contradictorio sistema. Buen negocio ser un equipo con tan distintos jugadores y que en el arduo ejercicio de mirar dónde quedó la bolita, nadie esté hablando de las sanciones económicas por su comportamiento en el conflicto de Ucrania y la anexión de Crimea; la intervención rusa a favor del régimen sirio; los escándalos digitales de manipulación en las elecciones norteamericanas, el independentismo catalán y el Brexit o el escándalo del espía asesinado que costó la expulsión de 22 diplomáticos rusos del Reino Unido. Aunque, antes de empezar la justa, la primera ministra Theresa May anunció que ningún representante de la familia real asistiría al Mundial de Rusia y que el gobierno inglés rompería todos los contactos bilaterales de alto nivel entre el Reino Unido y la Federación Rusa, hubiera sido todo un gesto de dignidad que once ingleses entraran en el corazón de la Rusia de Putin para disputar la final. Aprovechando el mundial, la jugada podía convertirse en todo un ejercicio de distensión. Ir por el tercer lugar nunca es lo mismo.

   Regresemos la mirada un poco atrás. En 1990, al año siguiente de la caída del muro de Berlín, el Partido Comunista Italiano cambiaba de nombre por Partido Democrático de Izquierda y la última Alemania Federal ganaba el mundial de Italia. En 1994, mientras los Estados Unidos preparaban la inauguración del primer mundial en su país, el otro fútbol se teñía de sangre por los asesinatos de Nicole Brown Simpson y Ronald Goldman, adjudicados al jugador de fútbol americano, O.J. Simpson. En esos meses, Bill Clinton y Boris Yeltsin firmaban los Acuerdos del Kremlin, que al detener la carrera de los misiles nucleares, ponían punto final a la Guerra Fría.


   Ahora que el equipo de Trump no está en el ánimo mundial ni del Mundial, es un buen tiempo para que los norteamericanos piensen cómo quieren regresar para el 2024, ya que una cosa es que ese torneo se realice con un muro que separe a los vecinos Estados Unidos, Canadá y México y otra muy distinta es que el evento sea organizado por una comunidad de socios, aliados y amigos.  


   La historia de los símbolos en el fútbol es muy larga. En el proceso de transformación de su lenguaje hemos visto un conflicto entre Honduras y El Salvador llamado “La guerra del futbol” que puso a la luz las tensiones existentes entre estos dos países; hemos visto a un futbolista colombiano asesinado por el narcotráfico tan sólo por haber fallado un penal; hemos visto a un francés descendiente de argelinos defender el honor de su madre con un cabezazo; hemos visto una guerra de honor por las Malvinas entre Inglaterra y Argentina, durante el mismo mundial que la mano de Dios anotó un gol sobrenatural; hemos visto a un país entero rechiflando el enojo por lo sucedido en la Ciudad de México durante los terremotos de 1985; hemos visto al Atlético Nacional de Medellín honrar y ceder la Copa Sudamericana al equipo Chapecoense de Brasil, cuando, de camino a la final, casi todos los miembros de ese equipo perdieron la vida en un accidente aéreo; hemos visto a un equipo quedarse sin director técnico, seducido por el capital antes que por la patria (cosa nueva); hemos visto al equipo de Israel teniendo que clasificar para el mundial en la confederación europea (UEFA), ya que no es bienvenido en la Confederación Asiática de Futbol, particularmente en la Federación de Futbol del Oeste de Asia (WAFF) donde juegan los países de su zona. En la mesa se pone la duda de cuál será la respuesta de los países árabes si Israel califica para el mundial de Catar.   


   ¿Y qué hay de las causas ciudadanas, el respeto a los derechos humanos y la diversidad? Del mismo modo, hemos visto como todas las causas sociales, los movimientos ciudadanos, la defensa de las libertades y contra la discriminación encuentran su espacio en la cancha.

   Hace unas semanas me subí a un taxi en Lisboa. Después de cruzar opiniones sobre la profecía de los Simpson donde Portugal y México se enfrentarían en la final, el taxista me felicitó por el triunfo de mi país contra Alemania. Luego bajó el volumen de la radio para decirme: “lo que los países amigos de México no podemos entender es eso que ustedes hacen contra el árbitro. La homofobia no es ninguna cortesía”. Aquello que para los mexicanos se convirtió en gran debate sobre los modos de hablar, la moral y las fórmulas coloquiales, para el mundo es lo que es: un insulto. Para el mundo el grito de “puto” y que los futbolistas de la selección nacional tengan relaciones con los agentes dedicados a la trata y el tráfico de personas y que, además en alguna ocasión, la Federación Mexicana de Futbol haya alterado la edad de los jugadores para participar en un campeonato juvenil, no sólo son trampas que afectan el prestigio de un país, es una forma de verse la cara y, frente al espejo, descubrir que el engañado es uno mismo.


   De igual manera, en el pasto flota la doble moral y el racismo. Ya lo vimos con los ataques que, en su momento, padeció Samuel Eto´o. Ya conocemos a las hinchadas que emulan la vida ultra del fascismo y que al final de su brazo estirado, sujetan una cerveza. Pensando en ese racismo, pero también en el miedo y los fenómenos migratorios, digno es de pensarse lo que sucede en Francia. Al mismo tiempo que el país galo endurece su política migratoria, especialmente contra ciudadanos provenientes de los distintos países de África, les bleus convierten a su selección en héroes de la libertad, la igualdad y la fraternidad, sin felicitarse por la diversidad de su origen: Congo, Camerún, Guinea, Nigeria. Malí, Togo, Angola, Marruecos y Senegal. Países de donde proviene la mayoría de los integrantes del equipo francés. Y de sus inmigrantes.


   Hagamos un zoom al estadio y usemos la barra (ese antídoto contra la posverdad) para ver en cámara lenta los gestos de una leyenda. Treinta y dos años después de su mundial histórico, Diego Armando Maradona remilga desde su butaca por el supuesto mal trato dado a los colombianos en favor de los ingleses. En su corazón laten las Islas Malvinas. Mientras que el 25 de septiembre de 1991 se firmaba la declaración conjunta de los gobiernos de Argentina y del Reino Unido para poner fin al conflicto de las islas, Maradona era detenido en Buenos Aires por posesión de cocaína y Croacia declaraba su independencia y empezaba un largo camino hacia la soberanía plena.

   En el mismo estadio en que este Maradona embrutecido se rasga las vestiduras, hay una mujer que luce una camiseta ajedrezada en rojos y blancos, que ha pagado de su bolsillo las entradas, su pasaje de avión ye el hospedaje. También ha pedido licencia sin goce de sueldo a los órganos de control de su país, ya que actualmente es la presidenta de Croacia. Se llama Kolinda Grabar-Kitarović y se ha convertido en el alma que impulsa a su equipo. En esos momentos y para el resto del mundo, Croacia sufre una metamorfosis y se convierte en la Urugay europea capaz de ganarle a un Goliat histórico como la Francia de les bleus. Uno de los países más jóvenes de Europa quiere un “maracanazo” (en este caso “luzhnikinazo”) contra el país más grande de Europa. Pareciera que en un mundo donde las potencias hegemónicas de ayer apuestan por mirarse el ombligo, la periferia puede jugar papeles centrales e incluso ganar un mundial. Gran lección para el nuevo paradigma. De cualquier forma, la final será histórica a partir de una disyuntiva: O los franceses se quitan “deportivamente” el karma de Waterloo y conquistan a Rusia y su zar o bien una antigua república de la URSS se hace de la copa en la antigua capital de la Unión.

   Entretanto Kolinda Grabar-Kitarović aprovecha las horas antes de la final  para firmar acuerdos de colaboración con Rusia y visita a su equipo para darles ánimos. Las redes sociales la admiran y su nombre sube de ranking entre las entre las 19 mujeres que gobiernan algún país en el mundo. Nada que felicitar aún si entendemos que los gobiernos encabezados por mujeres representan apenas el 10% del planeta. La batalla del feminismo continúa y en el caso del futbol se juega en otras canchas que también apuestan por la igualdad de género. Ejemplo de ello son las neozelandesas, quienes lograron que las jugadoras de fútbol ganasen lo mismo que los jugadores. A las neozelandesas le siguen las danesas, que tienen en jaque a la Federación de Fútbol de Dinamarca. Un mundial de hombres no es un mundial de mujeres y hablar de igualdad en este deporte suena todavía a quimera. Aunque parezca mentira, no importa, el voto femenino también parecía un imposible en su momento. La puerta se abrirá por los árbitros mujeres y el mundo se quedará con la boca abierta cuando llegue una directora técnica a encabezar alguna selección. Es probable, deseable, que eso suceda en Catar. También llegará el momento en que la diversidad sexual no sea un tabú que aún permanece encerrado en los casilleros o que el futbol femenino se encuentre con el masculino, jugando partidos de igual a igual.

   ¿Y qué hay de la esperanza? Cuando descubres que un milenial como Luka Modrić, además de ser un astro del Real Madrid y de su selección, fue un niño que presenció el fusilamiento de su abuelo, escapó de un campo de concentración, estudió ingeniería en recursos hídricos y hoy lleva una empresa que imprime prótesis para niños amputados, la respiración y la esperanza regresan al cuerpo. Cuando revisas la prensa y lees que ese mismo jugador está acusado de falsedad de declaraciones en un caso de corrupción en su país, te dan ganas de ver la tarjeta amarilla (dando el beneficio de la duda) o de tirarte al suelo y llorar como Neymar.

   Silencio. En la vida como en el fútbol, siempre tendremos tiempo de recuperación, porque este deporte es la metáfora perfecta del mundo y lo que sucede en él.

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Pablo Raphael

Pablo Raphael, nació en la ciudad de México el 29 de enero de 1970. Narrador y ensayista. Estudió el doctorado en Humanidades en la Unversitat Pompeu Fabra; graduado en Ciencias Políticas por la Universidad Iberoamericana. Ha colaborado en los diarios El País, El Universal y El Faro; en los suplementos culturales Laberinto de Milenio Diario y Confabulario de El Universal; en las revistas Revuelta, Gatopardo, Casa del Tiempo, Quimera y Granta en español. Dio clases de literatura del siglo XX en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Director y fundador del Centro Cultural El Octavo Día (1996-1999). Editor y cofundador con Guadalupe Nettel de Número 0. Revista periférica de literatura. Ha sido becario en dos ocasiones del Centro Mexicano de Escritores y también del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México. Premio de cuento Viceversa (1996), Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2003, por su libro de cuentos Agenda del suicido. Finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011 por La fábrica del lenguaje, S.A. Textos suyos figuran en diversas antologías, entre estas destacan Los mejores cuentos mexicanos (Planeta, 1999); Novísimos Cuentos de la República Mexicana (FONCA, 2005); Grandes hits, nueva generación de narradores mexicanos (Almadía, 2008); así como la selección Marie Ange Brillaud hiciera para la revista francesa Brèves. En 2012 participó en la primera expedición interdisciplinaria del Proyecto Clipperton, viaje que le sirvió para poner punto final a su más reciente novela Clipperton (Random House. 2015). Ha sido conferenciante en distintos foros sobre el futuro del idioma español, como el seminario "Amigos del español" en la sede de Naciones Unidas de Viena; el Seminario Pensamiento y Ciencia Contemporáneos de Madrid o el Foro Internacional del Español. Entre 2013 y 2018 fue consejero cultural de la Embajada de México y director del Instituto Cultural de México en España. Actualmente se desempeña como consejero cultural de la embajada de México en Portugal.

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