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Escrito por

Pablo Raphael

Pablo Raphael, nació en la ciudad de México el 29 de enero de 1970. Narrador y ensayista. Estudió el doctorado en Humanidades en la Unversitat Pompeu Fabra; graduado en Ciencias Políticas por la Universidad Iberoamericana. Ha colaborado en los diarios El País, El Universal y El Faro; en los suplementos culturales Laberinto de Milenio Diario y Confabulario de El Universal; en las revistas Revuelta, Gatopardo, Casa del Tiempo, Quimera y Granta en español. Dio clases de literatura del siglo XX en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Director y fundador del Centro Cultural El Octavo Día (1996-1999). Editor y cofundador con Guadalupe Nettel de Número 0. Revista periférica de literatura. Ha sido becario en dos ocasiones del Centro Mexicano de Escritores y también del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México. Premio de cuento Viceversa (1996), Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2003, por su libro de cuentos Agenda del suicido. Finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011 por La fábrica del lenguaje, S.A. Textos suyos figuran en diversas antologías, entre estas destacan Los mejores cuentos mexicanos (Planeta, 1999); Novísimos Cuentos de la República Mexicana (FONCA, 2005); Grandes hits, nueva generación de narradores mexicanos (Almadía, 2008); así como la selección Marie Ange Brillaud hiciera para la revista francesa Brèves. En 2012 participó en la primera expedición interdisciplinaria del Proyecto Clipperton, viaje que le sirvió para poner punto final a su más reciente novela Clipperton (Random House. 2015). Ha sido conferenciante en distintos foros sobre el futuro del idioma español, como el seminario "Amigos del español" en la sede de Naciones Unidas de Viena; el Seminario Pensamiento y Ciencia Contemporáneos de Madrid o el Foro Internacional del Español. Entre 2013 y 2018 fue consejero cultural de la Embajada de México y director del Instituto Cultural de México en España. Actualmente se desempeña como consejero cultural de la embajada de México en Portugal.

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Joan Valent o la música del mar y su isla

Una hoja ligera y metafísica rasga los ojos. El llanto a punto de desbordarse sin saber si se trata de la felicidad o de la tristeza o de las cuerdas emocionales que sólo la música es capaz de tocar. Llevo un par de meses escuchando este disco todos los días y ha sido como un bálsamo y un llanto a la vez, una definición única de belleza. Tuve el privilegio de ver como Joan Valent lo escribía en la isla que es su casa que a su vez está rodeada de esa isla de fantasmas que se llama Mallorca. En su escritura volumétrica está el luto de su padre y el doloroso e inexplicable proceso de la orfandad, la experiencia visionaria de Ramón Llull y la cueva y luego la costa de donde partió hacia Túnez para terminar su Ars Magna; las piedras y acantlados de Robert Graves y su I´d died for you; la conexión que Valent tiene con el exilio español en México a través de Pedro Salinas (¿Serás amor un largo adiós que no se acaba? y Si me llamaras) y su guiño a Dylan Thomas (Do not go gente into that good nigh). Encerrarse en Poetic logbook es una declaración de amor al amor, pero también a la poesía y al olvido y al doloroso acto de tocarse por dentro para reconocer que siempre seremos la nostalgia de lo que ya no será. Somos nuestro propio cuaderno de bitácora y sus renglones son las cicatrices. Por días el escucha podrá tararear las letras como si le brotaran en la lengua, por días el escucha se abrazará al vértigo del cello y la marea de violas, violines y piano, para caer rendido ante la voz de Maia Planas mientras el misterio de la arena y el agua lame sus pies. Este es un conjunto de piezas donde uno es una estrella de cinco puntos y también es el mar.

         El único autor español vivo que ha grabado en la Deutsche Gramophon, abandonó aquellos años en que puso su virtuosismo al servicio del cine (¿Cuánto pesa su edificio señor Foster? de Norberto López Amado y Carlos Carcas, Las brujas de Zugarramundi de Alex de la Iglesia, El rey de la Habana de Agutsí Villarogna o Birdman de Alejandro González Iñárritu) para volver a sí mismo no en un trabajo personal sino en un ejercicio desgarrador que le ha dado a la música contemporánea un clásico y una nueva  carta de navegación.

 

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=65grMYjdC4A

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20 de agosto de 2019
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El médico portugués

Siempre he creído que Michael Corleone se quedó ciego gracias al golpe de azúcar que le produjo la muerte de su hija en aquella escalera de la Ópera que inmortalizó a Sofía Coppola. Como una piedad invertida y con los ojos idos, el tercero de los Corleone pega un grito que se ahoga en el silencio por unos segundos que parecen minutos. En mi imaginación se atraviesa una frase del hijo elegido por el Padrino: Just when I tought I was out, they pull me back in. Luego el alarido se apropia de la escena hasta que la imagen se oscurece. En el siguiente acto, el último de esa saga familiar aparece sentado en un huerto de naranjas. Han pasado los años y Corleone vive en el retiro. Se trata de un hombre ciego a punto de fallecer. El fracaso consiste en habitar una realidad que ya no te pertenece y en donde apenas te reconoces. La naranja cae al suelo.

         Estos últimos meses sucede una pregunta que me ronda como una mosca ciega: ¿Qué relación hay entre las emociones y la enfermedad? El año pasado una llamada telefónica me levantó en vilo para luego azotarme contra las piedras. Además de la taza de café que se me escapó de las manos, los mensajes que ahí escuché me rompieron para siempre. No estoy hablando de cuando te rompen el corazón sino cuando te rompen la vida. Una voz emite mensajes como vidrios que me nublan la vista. La certeza del daño que ahí sucedió no se puede explicar. Tampoco las siguientes noticias que en muy pocos meses se sumaron a la muerte de mi madre:  la forma en que, días después, el asma asfixió la vida de su mejor amiga y también puso de luto a mis primos de Colima; el asesinato impune y nocturno de un adorado amigo que sólo era luz para los que le rodeaban; el modo en que estallaron las venas de mi editor haciéndolo caer sin retorno en el fondo de su cabeza y el deceso del hermano de mi padre en cuya casa comí todos los viernes de mi adolescencia. Reconocer que algo no tiene solución no es algo racional. El dolor surge de la base del estómago para escupirte que todo tiene su origen en el instinto, es tu propio cuerpo intentando sobrevivir. Hoy estoy seguro que el golpe de azúcar que recibí en aquellos segundos me regaló la presbicia y también desató el último eslabón de la enfermedad irreversible que el doctor acaba de anunciarme. Cuando la miel que acumulas no tiene venas para ser transferida, se vuelve veneno. Cuando un año te regala tantas muertes seguidas la química del cuerpo sufre una guerra civil.

         Los síntomas eran claros: sueño incontenible, la presión a todo lo que da, la piel reseca y una sensación de hormigueo y malestar en la base del cráneo que sucedía tras beber el jugo de naranja con que solía acompañar al croissant, el café y el periódico de cada mañana. Ese conjunto ritual que me acompañó durante años y que tanto amé, ya no sucederá más. Muerto el hábito uno deja de ser lo que era.

         Los siguientes síntomas sucedieron desayunando en Guadalajara, cuando me desvanecí frente a la mesa del escritor Orhan Pamuk, quien a su vez prestó una cuchara para revolver la taza de azúcar y té que los comensales sirvieron para sacarme de un desmayo que casi se consuma. Lo que yo creía un momento de ansiedad fue en realidad un problema de glucosa y aquella fue la última cucharada de azúcar que probé en mi vida.

         Llegando a la Ciudad de México fui a unos laboratorios para revisar todo lo revisable: colesterol y triglicéridos, presión y coronarias, antígeno prostático, tiroides, glucosa. El resultado fue evidente y la médico que me trató ordenó otros estudios adicionales. Estaba a punto de volver a mi trabajo en Portugal, así que pospuse la segunda etapa de consultas para dejarla en manos de un médico que me habían recomendado en el Hospital de la Luz de Lisboa.

         Las siguientes semanas fueron substituidas por la visita de mi padre recientemente viudo. Pasamos una navidad en silencio y un año nuevo en la casa de unos amigos también nuevos que invitaron a todos sus amigos tan cubanos como Andy García. Mi padre, cada vez más ciego y cada día más sordo, se ensimismaba en sus propios pensamientos. Además del queratocono, sufría la ausencia de mi madre en la misma proporción que muchas veces la abrazó cuando la vida les regaló cincuenta años juntos con todo y sus pleitos. La costumbre del amor otorga permisos de los que luego uno se arrepiente. Por la tarde nos sentábamos a escuchar música. Nadie padece solo, pero acompañarse en los duelos es algo muy parecido a la condición del siamés que comparte el mismo corazón pero anhela separarse. No fueron días fáciles para ninguno de los dos. Cuando llegaba del trabajo apenas le hacía caso y sólo pensaba en poner la cabeza en las almohadas, la mano en los ojos. Él lograba dormir gracias al Rivotril. Desde la crisis que Pamuk quiso arreglar con una cuchara,  supe que algo no iba bien, los síntomas me rodeaban como una tribu, una y otra vez mis ojos  estallaban como aquella noche cuando Michael Corleone se quedó ciego. Mi presión daba números de internarse y cada noche me dejaba caer como un animal herido, dejándome desangrar por un costado en el lado izquierdo de la cama. De las cuencas y el corazón manaba un año durísimo con toda su imposibilidad. Si me movía un poco, las astillas provocaban nuevas fugas que visualizaba como arterias rotas. Así el colchón se iría llenando de sangre hasta dejarme dormido.

A la mañana siguiente todo estaba purificado y la lengua en tinta.

Los primeros días de enero se sucedieron igual hasta que una mañana amanecí empapado en sudor. Antes de despertar estaba en el borde de una piscina, luego eché a nadar. Voy hacia allá y si me aplico llegaré a tiempo, murmuraba, falta poco y la orilla es tuya, repetía como un mantra. En el sueño las brazadas fueron bien hasta que ese sudor frío que produce el exceso de dulce empezó a paralizar mis  extremidades. Me faltaba poco para llegar al otro lado y cuando quise salir a respirar, sentí como ha de sentir quien nada bajo el hielo. El golpe fue tan brutal que aquel cristal casi se rompe. Luego empecé a embestir. La cabeza me sangraba y la nariz y los ojos, los oídos y los nudillos de las manos.  Llegar a la orilla prometida sería imposible. Estaba condenado a ahogarme y lo tenía claro. Alguien había puesto un cristal sobre la piscina y la pesadilla consistía en intentar romperlo. El nadador se ahoga. Al despertar no me quedaba casi oxígeno. Mi padre dormitaba en el sofá con un periódico y una taza en las manos, encerrado en su ceguera mientras sus aparatos para los oídos dormían empiernados en el lado izquierdo de la cama, haciendo un ruido de grillos.

Ya en el hospital me tomaron una muestra de sangre y luego de esperar en algo parecido a una pecera iluminada por el sol de la mañana, pasé a la sala del doctor Francisco Sobral do Rosario. Lo natural en su palabras hubiera sido decir que mis malos hábitos, el cigarro, los viajes continuos en avión que tenían en jaque a mi presión, pero también el estrés y la vulnerabilidad de los duelos con que cargué el último año, me obligaban a cambiar de vida y que en ello tenía que concentrarme si quería mantener a raya a una enfermedad que me acompañará el resto de los años.

Sin embargo, el doctor Sobral empezó por otro lado. Cuando revisó la tinta de mi lengua, me preguntó por el origen de mi acento. Soy de México, le dije. Portugal acaba de ser invitado a la Feria del Libro de Guadalajara. Lo sé, contesté. Trabajé en eso. Segundos después ya le estaba contando de la cuchara de Orhan Pamuk y de los sesenta escritores portugueses que estuvieron ahí, encabezados por el médico Antonio Lobo Antunes. Me preguntó sobre mi trabajo como agregado cultural de la embajada mexicana y por mis autores lusos favoritos. Dijo que el principal poder de los médicos es la confianza y que una palabra es capaz de transformarlo todo. Le conté de un cuento de Rui Zink que trata de una enfermedad donde escribir se convierte en una epidemia de la lengua muy contagiosa. Luego me recetó a Nuno Judice. Le dije que ya formaba parte de mi mesa de noche. Sin detenerse, en una suerte de glosolalia que hipnotizaba, me dijo que lo mejor de Portugal era su poesía. Entonces sacó el recetario y comenzó a escribir.

Es probable que usted esté  enfermo de una tristeza que no lo es y que los portugueses conocemos bien. Le voy a recomendar lo siguiente... mientras hablaba de mi mal y me decía que debía hacerme una resonancia y otro estudio de sangre, el médico iba haciendo un recuento de todo aquello que no está en el mercado, que pertenece a un mundo cerrado, que se pasa de boca a boca y que construye una sociedad poética pequeña pero sólida, poderosa y tan sana como cuando nació en Los lusiadas, para luego contagiarse de barco en barco, para regresar una y otra vez e inundar las calles de Lisboa y también para abrir grietas e incendiar Portugal entero. Esto no es una cura, pero lo anoto por si requiere algo más que Pessoa. Fue así que el doctor Sobral arrancó las páginas en las que explicó el tratamiento y redacto esta lista de poetas portugueses que aún me estoy recetando sin cuchara, con la presbicia detenida y la glucosa controlada. A punto de recuperar la vista y la voz.

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26 de mayo de 2019
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Sin Ítaca

 

Desde que llegué a Lisboa suelo coincidir con Ulises en un café. A pocas cuadras de ahí, justo enfrente de mi edificio, vive Penélope, una anciana que pasa la mayor parte del día asomada en la ventana del quinto piso que habita. No ha salido de ahí en cuarenta años, recibe la comida gracias a una cubeta que baja con un hilo rojo y desde que la descubrí observando mi ventana (a veces cuando meo otras cuando tomo café) decidí devolverle el voyerismo y escribir una fotonovela de su historia. La colección de instantáneas ya es larga. En invierno se asoma cubierta con un abrigo pesado como si fuera la piel de un oso, en verano se pone un sombrerito que parece diseñado más para los chubascos que para el calor.

            El sábado pasado invité a mi amigo Efraín a desayunar en ese lugar. El mesero nos hacía la lista infinita de los tipos de café que se sirven en Portugal, cuando en el umbral de la puerta se apareció la figura de dos metros, barbada y bronceada de Ulises. Entonces le conté a Efraín la historia. El tipo lleva rondando estas calles unos doce años y no se anima a tocar el timbre de Penélope que está allá arriba en su torre. Los dos tienen la alegría al borde de su puerta y sin embargo uno ronda y la otra sólo se asoma. La inmovilidad del viaje es también un naufragio. Justo estoy explicando esta parte de la historia cuando escuchamos una voz de mujer que nos dice:

            --Hola ¿me puedo sentar?

            -- ¿Eres mexicana?

            --Sí lo soy y al escuchar su acento decidí acercarme.

            -- ¿Y qué haces en Portugal?

            -- Vine a Barcelona con mi compañía de teatro y nos dimos unos días libres. No conocía Lisboa.

            -- ¿Y que vinieron a presentar?

            -- Una pieza que se llama Sin Ítaca.

Ítaca no pertenece a los que esperan sino a quienes se labran, se construyen, se hacen a sí mismos, es decir, a quienes se adueñan no sólo del cuerpo que habitan sino de la memoria que serán. Ítaca es el lugar donde aguarda tu nombre y Ulises tardó veinte años y todos estos siglos en llegar. En el camino tuvo otro nombre: Odiseo. Y en el camino olvidó sus nombres una vez cuando junto con los argonautas comió la llamada flor de loto. Además del pasaje de los lotófagos, existen poemas escritos después de la épica de Homero que aseguran que la verdad de la isla no está en llegar sino en el viaje. Así como la felicidad no consiste en arribar a un punto determinado, sino en la zanahoria que nos inventamos para caminar el bosque, el hilo rojo que nos guía en el laberinto o el aire que, con la bendición de Eolo, impulsa las velas, cada uno de nosotros no es el cuerpo sino su nombre. Uno puede morir y eso que resta ahí ya no es nosotros. El cuerpo muerto se convierte en una materia inmóvil y la persona que se nombra se convierte en una llave que abrirá el corazón de quienes le recuerden. Esa es la verdadera Ítaca y por eso la felicidad está en la memoria. Aquella con la que volvemos más habitable el presente y luego guardamos para llegar a la vejez con un catálogo de nidos, cicatrices, paisajes e ideas que nos ayuden a montar la tienda que habitaremos el día de nuestro regreso a la isla de la que partimos para buscar la forma de nuestros signos.  

            Hasta aquí todo va bien en el sentido mitológico. Pero qué sucede si nacemos sin nombre, si por alguna razón crecemos sin acta de nacimiento. Mientras Ulises bebe café en la barra, la creadora e integrante de Pendiente Teatro, Tania Barrientos agita su cuchara y mirando el remolino de la taza va explicando el origen de Sin Ítaca, pieza teatral que trata de lo que sucede cuando el individuo pierde los vínculos que le ayudan a construir su identidad. De la tragedia griega, el desarraigo sufrido por Ulises y el romanticismo con que solemos vestir la espera de Penélope, nuestra narradora pasa a la épica de un cuerpo social que va desojándose hasta hablar de una realidad desnuda: en México viven catorce millones de personas que no tienen nombre, más de doscientos ochenta mil desplazados por la violencia, cerca de treinta mil desaparecidos y poco más de 22 millones de refugiados que vienen de otros países. Estos datos se suman a los 68.5 millones de desplazados que en multitud caminan por el mundo por razones de la guerra.  Pongamos ejemplos: de ellos12 millones viven en Brasil o 709 mil son niños sirios que no tienen nombre.

            Hasta hace muy poco si una persona sin nombre buscaba registrarse en México, el resultado era un delito, una multa y el desdén del Estado para garantizar derechos tan simples como el libre tránsito, la educación o la salud.  A pesar de que la legislación cambió, los sin nombre continúan siendo una realidad que apremia en un mundo donde las cosas circulan con facilidad pero las personas no.

            Nacer en tiempos de guerra o en condiciones de pobreza tales que en lo último que se piensa es en acudir al registro civil; ser un niño desplazado que en la larga caminata pierde a sus padres y papeles; sufrir una migración forzosa o quedar despojado de la memoria y de los bienes por razones de la edad, son las causas principal de los apátridas. Se trata del silencio adentro del silencio.  

En realidad no conozco el verdadero nombre de Ulises ni por qué pasa el día merodeando el café, la tienda, la banca y los edificios de mi calle. Tampoco conozco a la vecina que todos los días se asoma a la ventana, pero es cierto que nunca la he visto salir de su edificio. Tal vez en su casa y en la habitación de Ulises hay un sobre o una mesa de noche o un cartapacio donde guardan sus documentos de identidad. Pienso en mi abuela Lucía que fue apátrida y que logró hacerse de un acta de nacimiento mexicana cuando sus parientes en Francia lograron conseguir una licencia de conducir que obtuvo a los dieciséis años. Pienso en los barcos que llegaron a Veracruz tras la guerra civil española y los hijos de la república que destruyeron sus libros de familia para no ser arrestados por la dictadura; pienso La multitud errante, gran título de Laura Restrepo y pienso en los miles de Ulises que en estos momentos caminan por el territorio mexicano, buscando la tierra prometida, sabiendo que dejan su Ítaca atrás.

Fue precisamente Ulises quien tuvo el genio suficiente para inventar el caballo que los soldados de Agamenón llevaron hasta las puertas de Troya. El resultado de esa historia es de todos conocido: Un desastre y una historia de amor. A ver qué pasa cuando ante el muro del imperio la multitud errante disperse el caballo de la dignidad que llevan a cuestas, vigilados por los testigos del mundo. A ver que hacen los vecinos. Mientras tanto, yo seguiré observando a los míos, sin Ítaca.

 

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9 de noviembre de 2018
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La autoficción o el arte de navegar la memoria

En mi cabeza sucede el desorden del plano cartesiano, me cuesta trabajo concentrarme y cuando intento leer la presbicia me agota. Tal vez la mirada y la memoria tienen un vínculo mucho más profundo de lo que pensamos y el órgano que los vincula se llama lenguaje. Por eso el envejecimiento puede ser un veneno para la escritura y también lo es ese frasco donde se contiene el estado de ánimo. En este sentido y en otros la memoria es uno de los temas favoritos de nuestro tiempo literario, tanto o más que este hecho: la felicidad casi nunca produce buena literatura. Hay que vivir. Darse cuenta de que el mundo es una mierda forma parte de ese goce. Quizá es un prejuicio, pero cuando pienso en la potencia del infierno que se proclama en La Divina Comedia y luego comparo lo que sucede en el cielo, al final me queda claro el daño que la bondad y los colores pastel pueden provocarle al arte.  

Detenido ante la imagen de la belleza del mal y la cursilería del bien, alguna sinapsis me lleva a pensar que nunca quise escribir temas biográficos, a pesar de que la autoficción es una de las estéticas favoritas de los tiempos que corren. Hay tantas historias en el mundo, la prensa, los archivos y el paisaje que andar exhibiendo nuestras miserias personales me resulta un poco bochornoso. En la era del exhibicionismo la literatura íntima se confunde con el branding de sí mismo. Cuántas novelas hay tan bien contadas como Esto también pasará, de Milena Busquets, pero para los ojos de un voyeur y puestos a escoger, hubiera preferido más chicha sobre la relación con su madre, llena de luces y oscuros, tan pública como privada ¿Hay valentía en el acto de contar tu vida? y si decides hacerlo ¿tiene el lector derecho a cuestionar la intimidad que se cuenta públicamente? ¿Es la autoficción una licencia para matar que a su vez le otorga una pistola al lector? Pensando en el duelo, trato de enfocar los ojos y todo me resulta doblemente problemático ¿Por qué contar las glorias de la juventud, los hechos de la infancia o la memoria del padre o la madre desde un asiento que lleva el letrero Expiación? ¿Qué mérito tiene hablar sobre uno mismo? ¿Cómo cambia nuestra mirada tras los lentes del tiempo? ¿Existe el derecho al arrepentimiento? ¿Quién borrará las ideas que ya no tengo? Pasamos más tiempo con nosotros mismos que con el mundo y para sobrevivir-nos inventamos a un yo que, a su vez, se convierte en la mejor versión de lo que somos privadamente. En lo público queremos ser vistos de una forma suficiente y simple, para que los demás nos toleren. La expectativa en el otro no es el otro, sino la idea que tenemos de él. Ese es el origen de casi todos los fracasos. En lo privado nos miramos al espejo con cada defecto supurando en la cara, las cuencas llenas de ojeras, el cerebro cabeceando después de un día largo en la oficina, la imposibilidad de concentrarse y un mensaje diciéndote: aún te quedan treinta años de vida activa. Si ahora estás cansado cómo vas a estar dentro de dos décadas. Creo que no escribo autoficción porque el resultado sería un gran bostezo. O tal vez porque eso significaría contar una historia que contiene tanto daño que no me atrevo a dejar tal testimonio ante los vivos que formaron parte de la acción. Pudor.

            Ya sé que hay historias fascinantes de hermanos gemelos que le dan la vuelta al mundo o mares de por medio o libros que están poniendo en jaque a un universo que ya no pertenece a esta idea, porque resulta que estoy teniendo problemas de atención. Olvido lo que quiero decir en este segundo y lo que siento es más cansancio. Hay que tomar en cuenta que el verano acaba de terminar y es lunes y por eso tengo un agotamiento terrible que me hace imposible reflexionar sobre (ahora recupero la idea) la autoficción como estética. A la cabeza me vienen libros que, a su vez, han sido influenciados por otros libros de autoficción. Hablo principalmente del éxito internacional de Emmanuel Carrere y la manera en que este influyó algunos libros de la literatura contemporánea que se hace en español como el reciente X, de este sujeto que ya no me acuerdo y cuyo nombre conozco perfecto porque lo quiero y lo admiro en su libro sobre las islas y que aparece justo ahora en mi mente para decirme que se llama Bruno Hernández Piché o Bruno H y que aquel libro se llama Robinson ante el abismo: recuento de islas (la memoria es un archipiélago) y que la novela que presenta ahora es la revelación del año y se titula La mala costumbre de la esperanza, una novela de no ficción ¿No será acaso Truman Capote el papá de Carrere? En mi grupo de wsp de la escuela preparatoria un amigo manda un chiste soez de la prisión donde vivía Elba Esther Gordillo. Por coincidencia el apodo de ese amigo es Gonzo, que es abogado y no hace ningún tipo de periodismo. Gonzo, así se llama desde 1989. O tal vez, el periodismo se convirtió en la mejor literatura de principios del siglo XXI y por eso los novelistas caminan hacia los trabajos de investigación hechos en primera persona, pero desprovistos de emociones y bajo el rigor de los datos, informes periciales o declaraciones juradas.

            En la misma línea literaria donde el autor pone su biografía al servicio de la narrativa, pienso también en la impecable y dolorosa nueva obra de Jorge Volpi, Una novela criminal; en la burla que Juan Pablo Villalobos hace de la autoficción en su No voy a pedirle a nadie que me crea o un libro que está escribiendo mi hermano sobre un miembro de los zetas que está oficialmente muerto pero que en realidad vive en una prisión de alta seguridad y cuyas múltiples vidas  ponen en duda a la verdad y la historia oficial. Con la memoria pasa lo mismo, es tan fragmentaria que la verdad resulta siempre una ilusión o al menos un pedazo del prisma. Iba a continuar hablando de esta influencia y este tipo de estética a partir de otro modelo que es el de la memoria prestada en las novelas sobre el tema de los padres que escribieron Marcos Giralt, Guadalupe Nettel, Patricio Pron, Alejandro Zambra e Inés Bortagaray, pero mi proclividad a la procrastinación me llevó a contestar un wsp con mi agente quien me recomienda a otro agente y al mismo tiempo entra un mensaje de una terapeuta a la que escribí el fin de semana, porque creo que mi déficit de atención se agudiza conforme pasan los días y es que tal vez ya lo tenía de niño, pero este año se puso punk  porque se murió mi mamá, dejé a mi hija en Madrid y me mudé de país, ya que me trasladaron de una ciudad a otra por razones de trabajo. Me interrumpe otro wsp de la terapeuta para que hablemos dentro de una hora porque quiero contarle que he gastado mucho dinero en pasajes de avión por no revisar cuidadosamente los horarios o ciudades de origen que elijo queriendo otros, pero tengo que interrumpir esa idea porque debo terminar un proyecto para la oficina que requiere de toda mi atención y la son las siete de la tarde. Regreso un par de horas después al teclado con todas las tareas hechas. No hay nada que me produzca más satisfacción que mi jefe lo sepa. Al teléfono, la madre de mi hija dice que tengo que terminar lo que empiezo. Tengo que terminar lo que empiezo, pienso. La memoria es un pozo que come sus orillas. El esfuerzo que significa tener demasiadas cosas en el plato convierte a ese plato en un pozo, también. Pero eso no es todo, la vista cansada me lleva a leer noticias que creo haber leído ya, porque todas las noticias sobre Donald Trump se parecen y porque la presbicia me obliga a usar unos lentes multifocales que me afectan la cabeza (me duele un montón) aunque no sé si eso es en realidad consecuencia de mis lecturas nocturnas frente a una pantalla brillante (la tecnología y sus múltiples ventanas abiertas también están modificando el modo en que construimos nuestra memoria y jodemos la salud). Total que una de las estéticas de la literatura contemporánea es la autoficción y, como sucede con los activistas con TDA, toco demasiados palos sin terminar de contar nada, sin atinar a una causa. Aunque a la mente me venga la cuarta transformación o el meme de la musa, escribir no ayuda ni siquiera cuando me doy cuenta que soy el protagonista principal de decisiones que no sólo me afectan a mi sino a la vida de los demás. En el fondo de mi cabeza aparece una escenografía (también fragmentada) que representa a los países que construyen el imaginario iberoamericano de la década de los setentas, donde hubo un D.F. en el que creció Guadalupe Nettel, pero también el Santiago de Chile de Alejandro Zambra y el Buenos Aires montonero de Patricio Pron. No descarto a la España dictatorial de la infancia de Marcos Giralt o los viajes en carretera de la familia en uruguaya en la que creció Inés Bortagaray, pero esta idea ya no cupo en la frase anterior.

            Novelas respectivas como El cuerpo en que nací, Formas de volver a casa, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Tiempo de vida o Prontos, listos ya entierran la idea de generaciones para edificar el concepto de memoria de una estética común. No hay manifiesto sino coincidencia: la memoria de los padres. Se trata de una coincidencia temporal en temas muy puntuales que luego se desvanecen como nubes. En su siguiente libro, cada autor se irá a temáticas diametralmente opuestas. De aquí la importancia de estudiar las estéticas de la memoria que suceden hoy por encima de las literaturas nacionales o los proyectos de generación.

Si la autoficción es una forma de memoria, la coincidencia estética de estos tres o cuatro autores tiene que ver con una posibilidad preciosa: en un mundo que apela a la individualidad existen algunos fenómenos donde se encuentran más afinidades que desavenencias. Lo digo por dos cosas: una es el tema (los padres) que en realidad es una preocupación por la identidad. La segunda cosa es que el verdadero tema contemporáneo es la memoria. Si entendemos esto y que el aumento en la expectativa de vida (científicamente comprobado) es una constante, entenderemos que la autoficción es en realidad un pretexto para trabajar con el derecho al olvido y al recuerdo como el leitmotiv capaz de detener a una sociedad tan veloz. La memoria es un freno que adora la lentitud.

Llevo un par de líneas aguantando la concentración cuando entra un grupo de wsp que tiene la foto del escritor Ignacio Padilla y que reúne a todos sus compañeros de la Universidad Iberoamericana que lo recuerdan a dos años de su partida. Su obsesión temática por los impostores es en realidad una obsesión por la memoria que quería construir de sí mismo y las historias que pudieron ser de otro modo. Ignacio fue una obra en sí, pero nadie se dio cuenta hasta el final de su muerte, esa muerte que seguirá extendiéndose conforme vayan escribiéndose las seis o siete novelas que se harán sobre la complejidad del Ignacio sujeto. Se de algunos proyectos en marcha y puedo decir que suman una lista larga. A diferencia de Pron o Zambra o Nettel, la principal ficción de Padilla no estaba en el recuerdo sino en traer a la realidad un personaje multiple del que queda mucho por investigar. Con esto quiero decir que su vida no era una sino infinitas al mismo tiempo. Supongo que gracias a su déficit de atención, se perdió aquella lección vital que dice que en la literatura puedes ser muchos personajes. La apuesta estética de Ignacio fue otra: la de creer que en la vida puedes ser muchos personajes literarios y que nadie se entere de los papeles que desempeñas ante unos y otros puede convertirte en una obra perfecta. Tanto o más que tus libros. Impostarte en una multiplicidad de personajes convierte a tu literatura en el ancla más realista, la que te mantiene conectado con la lucidez y a flote ante una sociedad que no toleras ¿Si uno elige la vida de un amigo muerto tiene licencia para matar? No es que quiera cambiar de tema, pero aquí me detengo porque de Ignacio Padilla, la memoria como tema y su TDA para las relaciones quedará para otro momento cuando los años me permitan tomar perspectiva y si es que logro mantener al órgano del lenguaje vivo y sin la erosión que producen los años. Tal vez por eso dejo  esta nota para el futuro. Se trata de una bomba de tiempo que abriré el mes de septiembre del 2045. Reto a los metadatos a que me lo recuerden en el momento preciso.

 Justo anoche terminé el renglón anterior y lo dejé flotando porque no tenía muy claro cómo cerrar este artículo. De pronto, compartido por alguien, aparece en El País un fragmento sobre el libro póstumo de Tom Wolfe titulado El reino del lenguaje. Entre otras cosas, en ese libro Wolfe se confronta con las teorías de Noam Chomsky, particularmente su idea de que nacemos con un órgano del lenguaje que va adquiriendo flexibilidad y funciones conforme crecemos, es decir, conforme se sedimenta la memoria. A partir de esta reflexión y para un ensayo futuro, pongo en está mesa (pública) de trabajo la siguiente anotación:

La dispersión y el déficit de atención son un modo atrofiado de este órgano de la memoria que, a su vez, es el origen de modos literarios preciosos como el fragmento, el epígrafe y cierto tipo de poesía. También de algunas obras narrativas que se producen bajo el efecto de substancias químicas o que se escriben por aproximación como La reclusión solitaria de Tahar Ben Jelloun. Redacto esto y el sentimiento de inquietud que produce la narrativa de Mario Bellatin me asalta la memoria de un golpe, porque las novelas de Bellatin son pastillas que trastornan las emociones y tuercen la memoria. Ahora bien, si existe un pensamiento literario podemos decir que una de sus ramas es algo que podría denominarse pensamiento distraído o pensamiento disperso. Se trata de un modo que se escribe, precisamente, por aproximaciones y que requiere tiempo para construir cuerpos literarios consolidados, donde con toda certeza habría que incluir a la crítica en primera persona.

 

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6 de septiembre de 2018
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El lenguaje político del fútbol


En el largo transito del coliseo al estadio hemos dejado atrás casi todo. De lo rupestre quedan aún los toros que caen de rodillas ante la tortura, pero también queda la sensación de mirar a un gladiador cada vez que el semidiós futbolero de turno alza la mano y responde a los vítores de su público. Lo cierto es que el poder y el deporte comparten un corazón antiguo y, como en todas las historias de los amores que perduran, ese amor ha logrado cambiar para mantenerse. Más allá de pensar que Lampedusa tiene nombre de técnico, basta poner como ejemplo la relación entre los gladiadores y el César de la actualidad. Antes, los jugadores de fútbol hacían fila para subir al palco presidencial y recibir el reconocimiento del poder, ahora es muy común que el César baje a la arena para saludar a los semidioses que lo legitimen y reconozcan. El mensaje es la cancha y su alfombra de césped: tratar a un semidiós de tú y hacerse una selfie con él, garantiza tu espacio en las alturas y el afecto desde la grada. O al menos el respeto de las redes sociales.


   Hagamos un alto en el centro del estadio donde empezó un nuevo partido. Estamos cumpliendo medio siglo de los movimientos estudiantiles que le dieron la vuelta al mundo. Se dice que a partir de ese instante producido por los “siempre jóvenes” del 68, la democracia y los ciudadanos se abrieron paso hacia la construcción de sociedades más igualitarias ¿Es verdad? ¿Qué ha cambiado desde que finalizó el siglo XX y con casi dos décadas de siglo XXI encima? ¿Qué nuevas formas de ciudadanía se han construido desde aquel movimiento mundial que nació en la primavera de 1968? ¿De verdad el mundo se une por un balón? ¿Qué es lo que ese balón une?


   Tras la manera en que la matanza de Tlatelolco marcó a las Olimpiadas de1968, el Mundial de 1970 fue un intento por presentar la cara de un México renovado, con una dinámica internacional orientada a los no alineados y el llamado tercer mundo y tan fresca como la guayabera. Simultáneamente, en el planeta empezaba a gestarse una comunidad de naciones que aspiraba a borrar las fronteras y a reconocerse en condiciones de iguales. Sin embargo, en aquellos momentos, la llegada de la globalización comercial era apenas una larva que se incubaba en los laboratorios del mundo. La palabra antidoping ni siquiera existía.


   El Mundial de 1970 fue perfecto, no hubo un solo expulsado, los cuatro finalistas ya habían sido campeones del mundo (Brasil, Italia, Alemania y Uruguay) y los mitos llamados Pelé, Banckerbuer y Bobby Charlton hicieron de esos días un mito que aún se recuerda en las memorias de los cronistas deportivos, de hechos y de Indias. Mientras Edson Arantes do Nascimento regalaba al mundo la felicidad del “jogo bonito” los brasileños bautizaban ese año como el “de las 20 mil torturas” incluida la de la hoy expresidenta Dilma Rousseff.


   De igual manera, el Mundial de 1978 en Argentina, representó la oportunidad para el dictador Rafael Videla de mostrar al mundo como los habitantes de su país podían vivir en paz ye calma con su régimen. Si lo comparamos con la actualidad, los cambios han sido radicales. Aunque la relación del fútbol y la geopolítica siguen formando parte del proceso mundial, los estados nación de la época (democráticos o autoritarios) se fueron transformando todos en la homogénea comunidad de estados de mercado. Supongo que Vladimir Putin está contento. No es Videla, en su mayoría los jugadores de la selección rusa nacieron después de la URSS y su amado líder encarna al estado nación, al estado autoritario, al estado democrático y al estado empresarial, en un solo y contradictorio sistema. Buen negocio ser un equipo con tan distintos jugadores y que en el arduo ejercicio de mirar dónde quedó la bolita, nadie esté hablando de las sanciones económicas por su comportamiento en el conflicto de Ucrania y la anexión de Crimea; la intervención rusa a favor del régimen sirio; los escándalos digitales de manipulación en las elecciones norteamericanas, el independentismo catalán y el Brexit o el escándalo del espía asesinado que costó la expulsión de 22 diplomáticos rusos del Reino Unido. Aunque, antes de empezar la justa, la primera ministra Theresa May anunció que ningún representante de la familia real asistiría al Mundial de Rusia y que el gobierno inglés rompería todos los contactos bilaterales de alto nivel entre el Reino Unido y la Federación Rusa, hubiera sido todo un gesto de dignidad que once ingleses entraran en el corazón de la Rusia de Putin para disputar la final. Aprovechando el mundial, la jugada podía convertirse en todo un ejercicio de distensión. Ir por el tercer lugar nunca es lo mismo.

   Regresemos la mirada un poco atrás. En 1990, al año siguiente de la caída del muro de Berlín, el Partido Comunista Italiano cambiaba de nombre por Partido Democrático de Izquierda y la última Alemania Federal ganaba el mundial de Italia. En 1994, mientras los Estados Unidos preparaban la inauguración del primer mundial en su país, el otro fútbol se teñía de sangre por los asesinatos de Nicole Brown Simpson y Ronald Goldman, adjudicados al jugador de fútbol americano, O.J. Simpson. En esos meses, Bill Clinton y Boris Yeltsin firmaban los Acuerdos del Kremlin, que al detener la carrera de los misiles nucleares, ponían punto final a la Guerra Fría.


   Ahora que el equipo de Trump no está en el ánimo mundial ni del Mundial, es un buen tiempo para que los norteamericanos piensen cómo quieren regresar para el 2024, ya que una cosa es que ese torneo se realice con un muro que separe a los vecinos Estados Unidos, Canadá y México y otra muy distinta es que el evento sea organizado por una comunidad de socios, aliados y amigos.  


   La historia de los símbolos en el fútbol es muy larga. En el proceso de transformación de su lenguaje hemos visto un conflicto entre Honduras y El Salvador llamado “La guerra del futbol” que puso a la luz las tensiones existentes entre estos dos países; hemos visto a un futbolista colombiano asesinado por el narcotráfico tan sólo por haber fallado un penal; hemos visto a un francés descendiente de argelinos defender el honor de su madre con un cabezazo; hemos visto una guerra de honor por las Malvinas entre Inglaterra y Argentina, durante el mismo mundial que la mano de Dios anotó un gol sobrenatural; hemos visto a un país entero rechiflando el enojo por lo sucedido en la Ciudad de México durante los terremotos de 1985; hemos visto al Atlético Nacional de Medellín honrar y ceder la Copa Sudamericana al equipo Chapecoense de Brasil, cuando, de camino a la final, casi todos los miembros de ese equipo perdieron la vida en un accidente aéreo; hemos visto a un equipo quedarse sin director técnico, seducido por el capital antes que por la patria (cosa nueva); hemos visto al equipo de Israel teniendo que clasificar para el mundial en la confederación europea (UEFA), ya que no es bienvenido en la Confederación Asiática de Futbol, particularmente en la Federación de Futbol del Oeste de Asia (WAFF) donde juegan los países de su zona. En la mesa se pone la duda de cuál será la respuesta de los países árabes si Israel califica para el mundial de Catar.   


   ¿Y qué hay de las causas ciudadanas, el respeto a los derechos humanos y la diversidad? Del mismo modo, hemos visto como todas las causas sociales, los movimientos ciudadanos, la defensa de las libertades y contra la discriminación encuentran su espacio en la cancha.

   Hace unas semanas me subí a un taxi en Lisboa. Después de cruzar opiniones sobre la profecía de los Simpson donde Portugal y México se enfrentarían en la final, el taxista me felicitó por el triunfo de mi país contra Alemania. Luego bajó el volumen de la radio para decirme: “lo que los países amigos de México no podemos entender es eso que ustedes hacen contra el árbitro. La homofobia no es ninguna cortesía”. Aquello que para los mexicanos se convirtió en gran debate sobre los modos de hablar, la moral y las fórmulas coloquiales, para el mundo es lo que es: un insulto. Para el mundo el grito de “puto” y que los futbolistas de la selección nacional tengan relaciones con los agentes dedicados a la trata y el tráfico de personas y que, además en alguna ocasión, la Federación Mexicana de Futbol haya alterado la edad de los jugadores para participar en un campeonato juvenil, no sólo son trampas que afectan el prestigio de un país, es una forma de verse la cara y, frente al espejo, descubrir que el engañado es uno mismo.


   De igual manera, en el pasto flota la doble moral y el racismo. Ya lo vimos con los ataques que, en su momento, padeció Samuel Eto´o. Ya conocemos a las hinchadas que emulan la vida ultra del fascismo y que al final de su brazo estirado, sujetan una cerveza. Pensando en ese racismo, pero también en el miedo y los fenómenos migratorios, digno es de pensarse lo que sucede en Francia. Al mismo tiempo que el país galo endurece su política migratoria, especialmente contra ciudadanos provenientes de los distintos países de África, les bleus convierten a su selección en héroes de la libertad, la igualdad y la fraternidad, sin felicitarse por la diversidad de su origen: Congo, Camerún, Guinea, Nigeria. Malí, Togo, Angola, Marruecos y Senegal. Países de donde proviene la mayoría de los integrantes del equipo francés. Y de sus inmigrantes.


   Hagamos un zoom al estadio y usemos la barra (ese antídoto contra la posverdad) para ver en cámara lenta los gestos de una leyenda. Treinta y dos años después de su mundial histórico, Diego Armando Maradona remilga desde su butaca por el supuesto mal trato dado a los colombianos en favor de los ingleses. En su corazón laten las Islas Malvinas. Mientras que el 25 de septiembre de 1991 se firmaba la declaración conjunta de los gobiernos de Argentina y del Reino Unido para poner fin al conflicto de las islas, Maradona era detenido en Buenos Aires por posesión de cocaína y Croacia declaraba su independencia y empezaba un largo camino hacia la soberanía plena.

   En el mismo estadio en que este Maradona embrutecido se rasga las vestiduras, hay una mujer que luce una camiseta ajedrezada en rojos y blancos, que ha pagado de su bolsillo las entradas, su pasaje de avión ye el hospedaje. También ha pedido licencia sin goce de sueldo a los órganos de control de su país, ya que actualmente es la presidenta de Croacia. Se llama Kolinda Grabar-Kitarović y se ha convertido en el alma que impulsa a su equipo. En esos momentos y para el resto del mundo, Croacia sufre una metamorfosis y se convierte en la Urugay europea capaz de ganarle a un Goliat histórico como la Francia de les bleus. Uno de los países más jóvenes de Europa quiere un “maracanazo” (en este caso “luzhnikinazo”) contra el país más grande de Europa. Pareciera que en un mundo donde las potencias hegemónicas de ayer apuestan por mirarse el ombligo, la periferia puede jugar papeles centrales e incluso ganar un mundial. Gran lección para el nuevo paradigma. De cualquier forma, la final será histórica a partir de una disyuntiva: O los franceses se quitan “deportivamente” el karma de Waterloo y conquistan a Rusia y su zar o bien una antigua república de la URSS se hace de la copa en la antigua capital de la Unión.

   Entretanto Kolinda Grabar-Kitarović aprovecha las horas antes de la final  para firmar acuerdos de colaboración con Rusia y visita a su equipo para darles ánimos. Las redes sociales la admiran y su nombre sube de ranking entre las entre las 19 mujeres que gobiernan algún país en el mundo. Nada que felicitar aún si entendemos que los gobiernos encabezados por mujeres representan apenas el 10% del planeta. La batalla del feminismo continúa y en el caso del futbol se juega en otras canchas que también apuestan por la igualdad de género. Ejemplo de ello son las neozelandesas, quienes lograron que las jugadoras de fútbol ganasen lo mismo que los jugadores. A las neozelandesas le siguen las danesas, que tienen en jaque a la Federación de Fútbol de Dinamarca. Un mundial de hombres no es un mundial de mujeres y hablar de igualdad en este deporte suena todavía a quimera. Aunque parezca mentira, no importa, el voto femenino también parecía un imposible en su momento. La puerta se abrirá por los árbitros mujeres y el mundo se quedará con la boca abierta cuando llegue una directora técnica a encabezar alguna selección. Es probable, deseable, que eso suceda en Catar. También llegará el momento en que la diversidad sexual no sea un tabú que aún permanece encerrado en los casilleros o que el futbol femenino se encuentre con el masculino, jugando partidos de igual a igual.

   ¿Y qué hay de la esperanza? Cuando descubres que un milenial como Luka Modrić, además de ser un astro del Real Madrid y de su selección, fue un niño que presenció el fusilamiento de su abuelo, escapó de un campo de concentración, estudió ingeniería en recursos hídricos y hoy lleva una empresa que imprime prótesis para niños amputados, la respiración y la esperanza regresan al cuerpo. Cuando revisas la prensa y lees que ese mismo jugador está acusado de falsedad de declaraciones en un caso de corrupción en su país, te dan ganas de ver la tarjeta amarilla (dando el beneficio de la duda) o de tirarte al suelo y llorar como Neymar.

   Silencio. En la vida como en el fútbol, siempre tendremos tiempo de recuperación, porque este deporte es la metáfora perfecta del mundo y lo que sucede en él.

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13 de julio de 2018
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La crítica frente a la piedra levantada

En el mundo del arte contemporáneo las preguntas se bifurcan en todas las direcciones posibles. A su vez, esas preguntas se convierten en nuevas y viejas dudas. El péndulo del supuesto sistema se mueve de nuevo: se cuestiona la existencia del arte, se declara la muerte de la pintura, se crean nuevas herejías y Torquemadas de cuño reciente se alzan acusando a quienes erigen capillas, templos, catedrales y castillos de naipes. Los mecenas se colocan por encima de los artistas –gran novedad–, las galerías son acusadas de fomentar circuitos de poder y el monstruo del mercado es quien marca la agenda. Se trata de un monstruo que es al mismo tiempo amigo y enemigo. Mientras tanto, la crítica de arte que se hace en español camina dando tumbos, sin producir pensamiento. O tal vez no lo ha producido nunca. Octavio Paz decía: “No es que falten buenos críticos en nuestro idioma, pero carecemos de un cuerpo de doctrina o doctrinas, es decir, de ese mundo de ideas que, al desplegarse, crea un espacio intelectual”. 

En un campo donde los artistas difícilmente se dirigen la palabra y la crítica se confunde con la reseña, concentrando sus luces en preguntas en apariencia pertinentes pero en realidad inútiles (¿existe aún el arte?) es que sucede el milagro. El escenario sucede en un mundo desmembrado. Deseable que los artistas visuales dialogaran entre sí, pero más deseable que las artes establezcan conversaciones entre ellas. A pesar de que la democratización de los medios ha producido un mundo hipercomunicado, la distancia entre la literatura y la música, o la pintura y la arquitectura o la ausencia de proyectos colaborativos entre ciencia y arte, ha producido una constelación de ombligos, donde cada cuerpo se mira (concentrado) sin saber siquiera de la existencia del otro.

Desde fuera el mundo del arte contemporáneo se ve así: en el siglo XXI no hay piezas memorables, no hay aún piezas destinadas a la lentitud que ofrece la inmensidad de la historia universal. Tal vez sean la inexistencia o la negación, como actitud vital, las almas del arte contemporáneo, pero eso merece otro análisis. Lo cierto es que el mercado es un cohete que sirve para elevar al arte, pero el tiempo es la prueba de control para sostenerlo en el territorio de la inmortalidad. 

Mientras esto le sucede al arte, los protagonistas de su inmediatez son vistos así como un cuadro de reparto: el curador, que a su vez es crítico, pelea con el galerista, que también es curador y que en los créditos se pone por encima de sus artistas. Por otra parte el crítico, que también es gerente, curador y cabildero para el mercado, hace box de sombra con los “enemigos del arte” que no aceptan el sistema. Ese sistema que, apelando a la verdad, los críticos llaman realidad.

No pasará mucho tiempo sin que este modo de ser se tope con el futuro. Para quienes creen en el sistema, la venganza del arte no consistirá en colocar al artista en el sitio que le pertenece, sino en producir pensamiento y diálogo. El sistema será rebasado por una simple razón: el arte, lo mismo que el lenguaje, no se reduce a la condición de mero sistema, sino que es un complejo e irregular tejido en permanente transformación que tanto los sistemas económico y político acarician y envidian precisamente por su carácter subjetivo. A diferencia de los sistemas existentes, los límites del arte no representan un final sino la posibilidad de iniciar algo totalmente nuevo. La continuidad en el arte no existe y su potencia radica en la flexibilidad que posee para enlazar tiempos distintos. Solo el arte es capaz de anticipar, desde los sistemas existentes, los nuevos sistemas que están por venir. El arte prefigura y se adelanta, pero no es un sistema porque no requiere de continuidad ni de métodos específicos. Si el terreno donde se funda la economía es el intercambio de valores, si la construcción de pactos representa el armazón sobre el que se construye la política y si el método científico ha hecho de la ciencia un poderoso motor de cambio, al arte le corresponden los lenguajes de la imaginación. 

Frente al pensamiento cartesiano, el pensamiento en el arte se nutre de la contradicción y la tensión entre los opuestos. La salida a la crisis imperante consiste en reconocer la ausencia de teoría y reflexión crítica soportada por un cuerpo que defina las coordenadas del pensamiento que es capaz de producir el arte: un pensamiento basado en el principio de contradicción. Mientras la falta de elaboración teórica siga siendo un hábito ajeno al mundo hispanoamericano seguiremos produciendo cráteres y desiertos donde en vez de Alonso Quijano y la loca de la casa –así solía llamar Schopenhauer a la imaginación– reinarán entre nosotros el mercader de Venecia, el preso del cubículo universitario y el sastre de la vestidura invisible.

Mientras tanto, el paisaje de la cultura contemporánea apunta a un mundo dominado por un nuevo barroco. Se trata del mundo de las fronteras desdibujadas en que todas las disciplinas se concentran y abigarran en un solo punto. En él conviven lo abstracto y lo figurativo, la captura de la memoria en todos sus formatos, el relato transmedia y la máquina de escribir convertida en objeto de culto o pieza de museo. ¿Por qué el arte contemporáneo está tan obsesionado con la tipografía, la industria digital, los archivos y los textos escritos a máquina? 

Más allá de la respuesta vaya esta aproximación: aunque el ejercicio multidisciplinario sea la principal materia de creación contemporánea y la velocidad esté convirtiendo a ciertas tecnologías en piezas de museo, el producto final y visible no es el arte sino una suerte de juego de rol, cuyas principales características son la velocidad y los egos, absortos en una carrera frenética y sin destino. 

Trabajar con distintos materiales y disciplinas para crear una obra de arte no es producir diálogo. La trascendencia de la obra no está en su valor añadido, ni en su originalidad o cualidad estética, ni en su valor de mercado, sino en la capacidad que tenga para dialogar con lo que la rodea: con el tiempo –diferido o simultáneo–, con otras obras, con el público y sus emociones, con la crítica, con las demás artes y con el pensamiento. Es aquí donde está sucediendo el milagro. A la vez que las galerías y el mercado están siendo quienes marcan la agenda del arte, empieza a vislumbrarse un modo de producción sustentado en el intercambio de experiencias y conocimiento, donde los artistas se están adueñando de un modo de hacer crítica que es capaz de producir diálogo. En tanto que los artistas comprendan que no es necesario esperar al crítico sino producir reflexión, el milagro consistirá en la desaparición paulatina de la constelación de los ombligos que arriba mencionaba.

Quiero poner en la mesa un ejemplo que ilustra muy bien estas buenas noticias. Se trata de México: ensayo de un mito (1)un libro precioso que llega ahora a mis manosSu equilibrio es perfecto por muchas razones. En primer lugar porque da idéntica importancia a la lexis y a la praxis. El libro, editado por María Virginia Jaua, es al mismo tiempo una joya del diseño gráfico concebido por Estudio Herrera (2), un ejercicio de contraste entre distintas obras y textos y, por último, una colección de escritos que desde distintas disciplinas asimilan el tema que tocan: México y las miradas propias y ajenas que transformaron su mito fundacional en un mosaico tan poderoso como el Aleph. Si aquel punto borgiano era capaz de concentrar todas las tradiciones, ideas e imágenes del mundo, el mosaico que aquí se presenta rompe la barrera del tiempo para sumar todo aquello que aparentemente es inconexo, pero que en su conjunto forma la gran panorámica de un país donde conviven distintos tiempos. Los ensayos y las imágenes del libro producen la sensación de estar viendo muchas películas proyectadas al mismo tiempo sobre una sola pantalla.

Antonin Artaud decía que había viajado a México para encontrarse con el origen primigenio de todas las cosas. Su visión de la sierra de los Tarahumara, construida desde un cierto platonismo, se sumó a los pasos de Humboldt y Trotski. Al camino abierto por Artaud se añadió Breton dos años después. Todos ellos tuvieron antecesores y seguidores. Graham Greene, los beatniks, Jackson Pollock, Malcom Lowry, Leonora Carrington, Phillip Glass, Damian Hirst. La naturaleza de México contiene una fuerza ancestral que lo vuelve un imán para propios y extraños. Quizás es hora de entender que la línea temporal en este país se destruye gracias al desorden como fuerza motora de los mitos. La naturaleza en México habita con las contradicciones, las grietas del suelo son al mismo tiempo una herida y un paisaje. En el libro que Jaua ha editado el escritor Mario Bellatin habla de la esclavitud borrosa, mientras sobre su cielo, en las azoteas de la Ciudad de México, habitan las criadas, las gatas del servicio doméstico (las esclavas escondidas), que como vigías miran desde sus torres las casas de sus dueños, los ricos de la Región más transparente, título que por cierto Carlos Fuentes eligió en diálogo con la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes. Por la mente pasa sin querer un cuadro de José María Velasco.

El contraste textual y gráfico que se recoge en México: ensayo de un mito contiene dos formas de pensamiento, una abstracta y otra racional. Esta se acomoda de una manera accidental en apariencia, porque racionalmente dirigida, con la intención de generar la sensación de que se está viendo un mosaico que, a su vez, presenta un paisaje. Los dioses en las piedras, los nombres de los artistas de casa que miran a México una y otra vez y que el lector podrá apreciar a partir de los textos ‘presentados’ sin su autor. El diálogo que se produce con las piezas obliga a quedarse con una lectura que se sitúa por encima de cualquier persona. Se trata de una justa valoración de las ideas y, al mismo tiempo, de una declaración de principios que apuesta por producir reflexión crítica. El ejercicio de su editora no solo es hábil, también es generoso. De alguna manera, este libro plantea una suerte de canon textual, que bien puede servir como brújula para los debates que se requieren, es decir, para dar contexto a la discusión que la editora se ha empeñado a producir en ciertos foros y encuentros. Si no hay un plan preconcebido, ojalá trace su ruta. Con toda seguridad, esta es una buena brújula.

La editora del libro es una escritora que ha decidido invadir el mundo del arte contemporáneo. También es una crítica de arte que ha decidido tender puentes con el pensamiento y con la literatura. Su técnica es la de la guerra de guerrillas. Ubicua, fantasma de al menos tres países, atinada en su análisis, instigadora del pensamiento y la crítica, ella decide en este hermoso libro engendrar un gemelo textual del mosaico de imágenes que conformaron la exposición. Volcanes, niños y dioses de ambas orillas del Atlántico, autos incendiados y demás incordios de Carlos Reygadas, miniaturas, fotos que parecen de Teresa Margolles pero que son de Gabriel Orozco, el mito vuelto verdad del siglo XXI, recientemente ratificado en el fabuloso ensayo Contra el tiempo de Luciano Concheiro, tapices de la nao de China, piezas arqueológicas, reales de Ocho, el Chapo y otras “ch”, como canción de Café Tacuva, fotogramas de Luis Buñuel que ya pertenecen al imaginario colectivo, el retrato más conocido de Tina Modotti sosteniendo su rostro, fotogramas de La malquerida del Indio Fernández, un still de Julien Devaux de una pieza de video llamada Noche buena y una portada que parece un cuadro de Mathias Goeritz, todo esto se pasea en esta edición y nos produce la sensación de estar descubriendo una mirada terriblemente nueva y, al mismo tiempo, endemoniadamente conocida, pues en realidad se trata de un espejo. Somos nosotros mismos.

Si otra desgracia como la que sucedió  en los terremotos de México fuese letal para el país y acabara con toda nuestra civilización, y dentro de dos mil novecientos años un grupo de arqueólogos se topase con este libro entre los escombros de la antigua ciudad enterrada, es muy probable que de sus páginas surgiese una certeza: el mito mexicano es hijo del caos y solo lo salva el arte.

 

(1)  El libro formó parte y fue concebido como pieza para la exposición Variaciones sobre tema mexicano curada por Guillermo Paneque para la Fundación Iberdrola en Bilbao.

(2) Estudio Herrera: Maricris Herrera y Santiago Martínez.

El libro fue galardonado con el premio de diseño de Aiga 50 Books / 50 Covers 2016. Hasta hoy domingo 22 de octubre forma parte de la muestra "Sin ríos ni callejones  | Diseño editorial mexicano 2000-2017" organizada por Centro diseño cine televisión en el Palacio Postal de la ciudad de México.

Originalmente publicado en Campo de Relámpagos:

 http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/21/10/2017

 

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4 de junio de 2018
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Universo y cuerpo de la lengua

Somos lenguaje, aunque primero fuimos células. Luego nacimos como animales hasta que nos convertimos en humanos atrapados en una red de significados vueltos memoria. Si hurgamos en nuestros primeros recuerdos comprobaremos que están íntimamente relacionados con el tiempo en que aprendimos a esgrimir la lengua, a nombrar el mundo y sus cosas. El habla es el núcleo de la memoria.

Clarice Lispector inicia La hora de la estrella diciendo que “todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria estaba la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé cómo, pero sé que el universo jamás comenzó”. Del mismo modo, es imposible recorrer la línea completa que nos lleva al origen del lenguaje y su universo atemporal de signos. Algo que asumimos como si siempre hubiera estado ahí.

La relación entre los recuerdos y el lenguaje define no sólo a la identidad sino también la posibilidad de explicarla. Así, además de ser universo el lenguaje también nos crea como sujetos. Estamos hechos de palabras y la escritura es el ADN que le otorga raíz a nuestro cuerpo textual, ese espejo mutable de lo físico y su oralidad también mutable. No por nada la lengua se llama lengua: músculo con que articulamos texto y cuerpo. Un signo dijo sí a otro y nacieron los idiomas. En este sentido, intentar transformar intencionalmente la potencia del cosmos idiomático resulta banal. Cuando se pone de manifiesto la angustia ante el futuro de la lengua; cuando se arrojan amenazas sobre la estabilidad de la gramática y el miedo a la revolución digital acusa la simplificación del idioma; cuando los defensores de la pureza se asustan ante la invasión que otros idiomas hacen de la lengua española o cuando las campañas de lo políticamente correcto apuestan por defender derechos de género en el terreno del lenguaje, vale la pena preguntarnos: ¿existe el derecho a hablar como hablamos? En palabras de Leopoldo Valiñas, la respuesta está en decir que más que pertenecerle a la lengua, el léxico pertenece a los hablantes. Ahí radica su potencia incontrolable.

Al igual que todos los idiomas, el español es el resultado de la prostitución de las lenguas con que se anuda su tejido. La moneda de intercambio que representa un idioma pasa de voz en voz hasta convertirlo en otra cosa, ya sea lengua culta, slang o un nuevo idioma. El peso fundacional del latín transformado en lenguas romances fue producto de un intercambio lento con los dialectos locales. Del mismo modo la relación del español con el árabe o el náhuatl, el catalán o el inglés, tuvo su sino en el idioma que, siendo el mismo, es tan distinto en los más de 22 países donde se habla español. Lo local enriquece a lo global del mismo modo que la cultura popular global se esparce en cada rincón del planeta. La revolución digital no será la excepción: como sucedió con el tren de la revolución industrial, nadie podrá detenerla, incluidos los vagones del lenguaje. En este sentido, tengamos claro que el devenir del habla y la escritura no es una dialéctica sino una transformación en continua expansión y contracción simultáneas: como un vientre pariendo, por eso se llama lengua materna. El miedo a la perdida de la pureza se cura revisando la historia de los idiomas; la gramática (que pertenece al ADN de la escritura) tiene su propia epigénetica, es decir, factores externos que modifican la información que nunca es fija porque el lenguaje escrito y hablado son materiales volátiles que siempre se transforman.

Cuando lo políticamente correcto cruza el espejo del lenguaje, suele aparecer del otro lado convertido en algo parecido a una guerrilla conservadora.  El derecho a hablar como hablamos entiende al lenguaje de género como una imposición de diseño cuya verdadera batalla está en otro lado, afuera del espejo, en el terreno de las cruzadas que garanticen la igualdad en la diferencia. Tanto se equivocan quienes acusan al feminismo de enemigo de la literatura, como quienes pretenden modificar genéticamente un cuerpo en movimiento perpetuo como lo es el idioma. Los defensores del discurso los-las quizá obtengan un triunfo en el discurso político, pero no en la cotidianeidad. Su pretensión de ganar batallas fáciles por encima del enorme reto de construir la igualdad, en realidad se traduce en la vía más cómoda para abstenerse de producir el cambio social trazado por el propio feminismo, cuya revolución fue la más poderosa del siglo XX. En este tema quizá sería bueno hacerse un par de preguntas para el futuro: ¿Subrayar la diferencia anula la diferencia? ¿Alargar las frases en aras del reconocimiento de lo femenino y lo masculino es un gesto de igualdad o en realidad es una reivindicación que no tiene muy claro en qué palabras poner su acento? En cualquier caso, el idioma no es el enemigo.

Pensemos en un ejemplo que viene del inglés. Para cambiar la Historia habría que lograr que también se dijera Herstoria, para terminar con la cultura patriarcal no hay que fabricarle un doble en femenino sino edificar espacios sociales cargados de la habilidad femenina y la potencia y el ambiente que es capaz de producir ¿Debemos censurar el derecho a hablar como queramos? La libertad nunca es una forma de control. De las tres misiones de la RAE (limpia, pule, da esplendor) la última es la más flexible y la que más genes de futuro tiene. En este sentido, recordemos que, como sucede en la armonía del universo, lo que es flexible no se rompe. Así sucede también con el lenguaje y el idioma. El nuestro es un universo de universos que se sostiene en la punta de cada lengua que lo habla.

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24 de mayo de 2018
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Elogio de la contradicción

Si la palabra texto viene de tejido, la escritura literaria podría asemejarse a una urdimbre en tensión. Imaginemos un arpa reticulada, es decir, un instrumento de la imaginación que entrelazara cuerdas de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba, aunque también de forma diagonal. A diferencia de la lógica cartesiana, el pensamiento literario tiene particularidades que lo distinguen de otras formas de conocimiento como la filosofía, la sociología o la ciencia porque su fortaleza está en la ambigüedad, el encuentro de los opuestos y la verdad que se produce sin buscarla premeditadamente. En este sentido, es posible pensar que la columna vertebral del pensamiento literario se encuentra en la contradicción. Es en el encuentro de los opuestos, es decir, en la posibilidad de afirmar y negar algo al mismo tiempo, donde radica el poder de la literatura frente a otras disciplinas y su capacidad única para ponerlas en diálogo. Enfrentar a los personajes en el caso de la novela o los deslumbramientos que pueden provocar figuras poéticas como el oxímoron, ayudan a construir realidades y pensamientos que, sin ser raciocinios, producen una idea de comprensión.

Invisible, luz fría, decía Octavio Paz para provocar la sorpresa de la verdad a partir de un choque de palabras que terminan por develar algo. La luz es invisible y visible a un tiempo, pero también puede ser fría sin que sepamos explicar por qué, aunque lo entendamos.

Taylor Kressman escribió en 1938 el mítico Paradero desconocido. En ese relato, aturdidos por el devenir de la historia, dos antiguos socios y amigos se ven enfrentados a partir del dilema que les produce el avance del nazismo. Vuelta enfrentamiento y guerra personal, la realidad tensa la relación entre Max Eisenstein, un judío que es marchante de arte en San Francisco y su antiguo socio, Martin Schulse, que ha regresado a Alemania para sumarse a la militancia hitleriana, a la que admira y teme. Cuando el judío escribe a su amigo con el fin de que le ayude a sacar a su hermana de Alemania, en respuesta va recibiendo evasivas, negativas y silencio, hasta que ya no es posible rescatar a nadie. Es entonces cuando la idea de venganza se instala en la punta de un opuesto. Desde ese momento el defensor del arte y lo sublime se convierte en un depredador que caza a su presa, usando precisamente el discurso del arte y la belleza como flecha y arco. A partir de una relación epistolar, los antagonistas aprovechan el silencio o la palabra para destruirse mutuamente. En el telón de fondo, la realidad se impone como sucede con la verdad: a fragmentos. El ejemplo es nítido: Es aquí donde, valiéndose de la contradicción, el pensamiento literario encuentra en la escritura fragmentaria y en la elipsis (ese silencio que activa la capacidad de suponer) dos instrumentos adicionales que le otorgan a la literatura el poder de habitar simultáneamente en planos muy distintos: la guerra íntima de las emociones personales, la reflexión sobre el papel del arte en la política y el gran mundo de los temas macro como escenario en el que se mueve el terror, en este caso el nazismo. La multiplicidad de ese tejido y sus cuerdas tensadas engendran la ilusión de contemplar la intimidad y el mundo como una misma cosa. Mientras escribo me viene a la cabeza el cuadro de Gustave Courbet, El origen del mundo. En esas sábanas, el arte de mentir nos deja ver (además) un arpa y una esfera. Si miramos de cerca el tejido, resulta sorprendente advertir como la contradicción, el silencio y el fragmento producen un resultado opuesto que, a modo de negativo, se traduce en un texto capaz de erigirse en voz, en denuncia involuntaria y en comprensión de la complejidad. Nada más alentador que vernos reflejados en lo que somos: seres contradictorios, incapaces de separar emoción y razón, como la literatura.  

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11 de mayo de 2018
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El pensamiento literario y su poder

No existe algo tan cierto como el poder de la escritura. Los textos fundan naciones, producen guerras, desnudan y denuncian; hacen memoria; sirven para hacer declaratorias de guerra e igual destruyen individuos. También fundan al amor. Pero el poder de la escritura no es lo mismo que el poder de la literatura, aunque a veces se confundan y en ocasiones se nutran. El pensamiento literario posee características únicas que se organizan en el texto y toman distancia de la funcionalidad práctica del lenguaje que edifica normas y leyes, pensamiento y ciencia. A diferencia de la filosofía el valor central de la literatura está en la contradicción. A diferencia de la política que miente para trastocar la realidad, la literatura miente para inventarla. Del mismo modo, la literatura usa a la historia para ponerla al servicio de sus propios intereses. Mientras que la historia reconoce en la memoria a su instrumento de trabajo, la literatura la utiliza (a veces abusivamente) para edificar aparatos textuales que no necesariamente tienen que ver con la verdad y que, sin embargo, son capaces de emularla, incluso de comprenderla mejor. Guerra y Paz de Tolstoi ayuda a vislumbrar el espíritu ruso durante las guerras napoleónicas mucho mejor que cualquier tratado histórico o sociológico. Mientras que el poder de la política está en su ejercicio, el poder de la historia se encuentra en el dominio de los datos. Del mismo modo, mientras que el poder del pensamiento se encuentra en la comprensión, el poder de la literatura (particularmente el de la novela) se localiza en su capacidad de influencia a partir de los tejidos (textos) que muestran las contradicciones, los matices y las tensiones de una forma que ninguna otra escritura puede logar.

            Si nos preguntamos cuál es el verdadero poder de la literatura, la respuesta final no está en cambiar al mundo, ni en promover la lectura o ayudar al beneficio de alguna causa particular.   Cuando la literatura se vuelve militante produce panfletos, cuando se propone aconsejar, amanece convertida en cartilla moral. El valor literario tiene un núcleo que le permite flotar por encima del devenir. Los universos literarios no son los libros sino la relación que se teje entre ellos, cosa que va mucho más allá de la idea del libro como objeto inanimado. Así, el poder de la literatura tiene una garantía que se nutre de su origen oral y se reafirma en su condición única de mundus imaginalis que, al final, siempre es capaz de sobrevivir a quienes, ingenuamente, amenazan de su destrucción.

            Vivimos tiempos que aparentan un cambio de paradigma. El transfuguismo y la política ambidiestra que ha perdido los lugares de la sala; la desconexión entre sociedades y partidos; la anulación discursiva de lo alto y lo bajo, el regreso a los nacionalismos, el miedo a contiendas tan importantes como el feminismo, la revolución digital, la inserción global democrática o la defensa del medio ambiente y, finalmente, el tremendo cambio en las formas de relación que el ciudadano (espectador, lector, consumidor) mantiene con el espacio público y sus estamentos, han producido una suerte de caída en el presente. El Estado no sabe qué hacer ni cómo conectarse con quienes firmó el pacto social.

Estos son tiempos pasmados y por eso la reacción de los excluidos por la globalización construye narrativas tan apocalípticas (el fin del futuro) o estadios de nostalgia absoluta por un pasado heroico y palpable en sus objetos, hechos y símbolos. El futuro ha dejado de ser, el pasado es presente continuo. Ya en 1934 Paul Valéry escribía en La conquista de la ubicuidad: "Al igual que el agua, el gas o la corriente eléctrica llegan desde lejos a nuestras casas para satisfacer nuestras necesidades con el mínimo esfuerzo, llegaremos a ser alimentados con imágenes y sonidos que surgirán y desaparecerán al mínimo gesto, con una simple señal".

            Así como la literatura se anticipa a la historia, influye en el mundo y recrea la verdad, el pensamiento literario es el vaso comunicante que la conecta con la condición humana, es decir, con nuestra imaginación y nuestra percepción. Asumiendo el pasmo y la caída en el presente, parte del pensamiento literario que se hace en español (la crítica en concreto) enfrenta una doble tarea: la de construir aparatos reflexivos que vayan más allá del reseñismo y, en esa vía, aprovechar la crisis del paradigma presente (el derrumbe del neoliberalismo y el proteccionismo de la era Trump) para también reflexionar sobre los muebles que nos hemos construido para hablar de la literatura y sus categorías ¿Qué relación hay entre el poder y la literatura? Cuando la Tierra cambia es hora de redibujar todos los mapas. Frente a un mundo donde ya no tiene sentido hablar de literaturas nacionales o literaturas femeninas o masculinas, porque la literatura es literatura antes que el sexo o la nacionalidad de sus autores; pero también frente a una sociedad que puede interpelar cada vez con mayor facilidad al emisor literario, resulta interesante escribir y dialogar fragmentariamente sobre estas ideas, ir construyendo un corpus de espejos, que (egoístamente) se encamine a ejercer el principal poder literario: la comprensión de uno mismo y los modos en que narro mi relación con las circunstancias. Si el milagro sucede, el poder de la literatura estará en convertir eso en un asunto que también pertenezca al resto. Diálogo que enfrente, corrija o subraye. Como decía Octavio Paz, los actos míos son más míos si son también de todos, para que pueda ser he de ser otro.

Es con estas líneas que delineo las razones de este blog. 

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4 de abril de 2018
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