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Sin Ítaca

Por 9 de noviembre de 2018 Sin comentarios

Pablo Raphael

 

Desde que llegué a Lisboa suelo coincidir con Ulises en un café. A pocas cuadras de ahí, justo enfrente de mi edificio, vive Penélope, una anciana que pasa la mayor parte del día asomada en la ventana del quinto piso que habita. No ha salido de ahí en cuarenta años, recibe la comida gracias a una cubeta que baja con un hilo rojo y desde que la descubrí observando mi ventana (a veces cuando meo otras cuando tomo café) decidí devolverle el voyerismo y escribir una fotonovela de su historia. La colección de instantáneas ya es larga. En invierno se asoma cubierta con un abrigo pesado como si fuera la piel de un oso, en verano se pone un sombrerito que parece diseñado más para los chubascos que para el calor.

            El sábado pasado invité a mi amigo Efraín a desayunar en ese lugar. El mesero nos hacía la lista infinita de los tipos de café que se sirven en Portugal, cuando en el umbral de la puerta se apareció la figura de dos metros, barbada y bronceada de Ulises. Entonces le conté a Efraín la historia. El tipo lleva rondando estas calles unos doce años y no se anima a tocar el timbre de Penélope que está allá arriba en su torre. Los dos tienen la alegría al borde de su puerta y sin embargo uno ronda y la otra sólo se asoma. La inmovilidad del viaje es también un naufragio. Justo estoy explicando esta parte de la historia cuando escuchamos una voz de mujer que nos dice:

            –Hola ¿me puedo sentar?

            — ¿Eres mexicana?

            –Sí lo soy y al escuchar su acento decidí acercarme.

            — ¿Y qué haces en Portugal?

            — Vine a Barcelona con mi compañía de teatro y nos dimos unos días libres. No conocía Lisboa.

            — ¿Y que vinieron a presentar?

            — Una pieza que se llama Sin Ítaca.

Ítaca no pertenece a los que esperan sino a quienes se labran, se construyen, se hacen a sí mismos, es decir, a quienes se adueñan no sólo del cuerpo que habitan sino de la memoria que serán. Ítaca es el lugar donde aguarda tu nombre y Ulises tardó veinte años y todos estos siglos en llegar. En el camino tuvo otro nombre: Odiseo. Y en el camino olvidó sus nombres una vez cuando junto con los argonautas comió la llamada flor de loto. Además del pasaje de los lotófagos, existen poemas escritos después de la épica de Homero que aseguran que la verdad de la isla no está en llegar sino en el viaje. Así como la felicidad no consiste en arribar a un punto determinado, sino en la zanahoria que nos inventamos para caminar el bosque, el hilo rojo que nos guía en el laberinto o el aire que, con la bendición de Eolo, impulsa las velas, cada uno de nosotros no es el cuerpo sino su nombre. Uno puede morir y eso que resta ahí ya no es nosotros. El cuerpo muerto se convierte en una materia inmóvil y la persona que se nombra se convierte en una llave que abrirá el corazón de quienes le recuerden. Esa es la verdadera Ítaca y por eso la felicidad está en la memoria. Aquella con la que volvemos más habitable el presente y luego guardamos para llegar a la vejez con un catálogo de nidos, cicatrices, paisajes e ideas que nos ayuden a montar la tienda que habitaremos el día de nuestro regreso a la isla de la que partimos para buscar la forma de nuestros signos.  

            Hasta aquí todo va bien en el sentido mitológico. Pero qué sucede si nacemos sin nombre, si por alguna razón crecemos sin acta de nacimiento. Mientras Ulises bebe café en la barra, la creadora e integrante de Pendiente Teatro, Tania Barrientos agita su cuchara y mirando el remolino de la taza va explicando el origen de Sin Ítaca, pieza teatral que trata de lo que sucede cuando el individuo pierde los vínculos que le ayudan a construir su identidad. De la tragedia griega, el desarraigo sufrido por Ulises y el romanticismo con que solemos vestir la espera de Penélope, nuestra narradora pasa a la épica de un cuerpo social que va desojándose hasta hablar de una realidad desnuda: en México viven catorce millones de personas que no tienen nombre, más de doscientos ochenta mil desplazados por la violencia, cerca de treinta mil desaparecidos y poco más de 22 millones de refugiados que vienen de otros países. Estos datos se suman a los 68.5 millones de desplazados que en multitud caminan por el mundo por razones de la guerra.  Pongamos ejemplos: de ellos12 millones viven en Brasil o 709 mil son niños sirios que no tienen nombre.

            Hasta hace muy poco si una persona sin nombre buscaba registrarse en México, el resultado era un delito, una multa y el desdén del Estado para garantizar derechos tan simples como el libre tránsito, la educación o la salud.  A pesar de que la legislación cambió, los sin nombre continúan siendo una realidad que apremia en un mundo donde las cosas circulan con facilidad pero las personas no.

            Nacer en tiempos de guerra o en condiciones de pobreza tales que en lo último que se piensa es en acudir al registro civil; ser un niño desplazado que en la larga caminata pierde a sus padres y papeles; sufrir una migración forzosa o quedar despojado de la memoria y de los bienes por razones de la edad, son las causas principal de los apátridas. Se trata del silencio adentro del silencio.  

En realidad no conozco el verdadero nombre de Ulises ni por qué pasa el día merodeando el café, la tienda, la banca y los edificios de mi calle. Tampoco conozco a la vecina que todos los días se asoma a la ventana, pero es cierto que nunca la he visto salir de su edificio. Tal vez en su casa y en la habitación de Ulises hay un sobre o una mesa de noche o un cartapacio donde guardan sus documentos de identidad. Pienso en mi abuela Lucía que fue apátrida y que logró hacerse de un acta de nacimiento mexicana cuando sus parientes en Francia lograron conseguir una licencia de conducir que obtuvo a los dieciséis años. Pienso en los barcos que llegaron a Veracruz tras la guerra civil española y los hijos de la república que destruyeron sus libros de familia para no ser arrestados por la dictadura; pienso La multitud errante, gran título de Laura Restrepo y pienso en los miles de Ulises que en estos momentos caminan por el territorio mexicano, buscando la tierra prometida, sabiendo que dejan su Ítaca atrás.

Fue precisamente Ulises quien tuvo el genio suficiente para inventar el caballo que los soldados de Agamenón llevaron hasta las puertas de Troya. El resultado de esa historia es de todos conocido: Un desastre y una historia de amor. A ver qué pasa cuando ante el muro del imperio la multitud errante disperse el caballo de la dignidad que llevan a cuestas, vigilados por los testigos del mundo. A ver que hacen los vecinos. Mientras tanto, yo seguiré observando a los míos, sin Ítaca.

 

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Pablo Raphael

Pablo Raphael, nació en la ciudad de México el 29 de enero de 1970. Narrador y ensayista. Estudió el doctorado en Humanidades en la Unversitat Pompeu Fabra; graduado en Ciencias Políticas por la Universidad Iberoamericana. Ha colaborado en los diarios El País, El Universal y El Faro; en los suplementos culturales Laberinto de Milenio Diario y Confabulario de El Universal; en las revistas Revuelta, Gatopardo, Casa del Tiempo, Quimera y Granta en español. Dio clases de literatura del siglo XX en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Director y fundador del Centro Cultural El Octavo Día (1996-1999). Editor y cofundador con Guadalupe Nettel de Número 0. Revista periférica de literatura. Ha sido becario en dos ocasiones del Centro Mexicano de Escritores y también del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México. Premio de cuento Viceversa (1996), Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2003, por su libro de cuentos Agenda del suicido. Finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011 por La fábrica del lenguaje, S.A. Textos suyos figuran en diversas antologías, entre estas destacan Los mejores cuentos mexicanos (Planeta, 1999); Novísimos Cuentos de la República Mexicana (FONCA, 2005); Grandes hits, nueva generación de narradores mexicanos (Almadía, 2008); así como la selección Marie Ange Brillaud hiciera para la revista francesa Brèves. En 2012 participó en la primera expedición interdisciplinaria del Proyecto Clipperton, viaje que le sirvió para poner punto final a su más reciente novela Clipperton (Random House. 2015). Ha sido conferenciante en distintos foros sobre el futuro del idioma español, como el seminario "Amigos del español" en la sede de Naciones Unidas de Viena; el Seminario Pensamiento y Ciencia Contemporáneos de Madrid o el Foro Internacional del Español. Entre 2013 y 2018 fue consejero cultural de la Embajada de México y director del Instituto Cultural de México en España. Actualmente se desempeña como consejero cultural de la embajada de México en Portugal.

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