Pablo Raphael
No existe algo tan cierto como el poder de la escritura. Los textos fundan naciones, producen guerras, desnudan y denuncian; hacen memoria; sirven para hacer declaratorias de guerra e igual destruyen individuos. También fundan al amor. Pero el poder de la escritura no es lo mismo que el poder de la literatura, aunque a veces se confundan y en ocasiones se nutran. El pensamiento literario posee características únicas que se organizan en el texto y toman distancia de la funcionalidad práctica del lenguaje que edifica normas y leyes, pensamiento y ciencia. A diferencia de la filosofía el valor central de la literatura está en la contradicción. A diferencia de la política que miente para trastocar la realidad, la literatura miente para inventarla. Del mismo modo, la literatura usa a la historia para ponerla al servicio de sus propios intereses. Mientras que la historia reconoce en la memoria a su instrumento de trabajo, la literatura la utiliza (a veces abusivamente) para edificar aparatos textuales que no necesariamente tienen que ver con la verdad y que, sin embargo, son capaces de emularla, incluso de comprenderla mejor. Guerra y Paz de Tolstoi ayuda a vislumbrar el espíritu ruso durante las guerras napoleónicas mucho mejor que cualquier tratado histórico o sociológico. Mientras que el poder de la política está en su ejercicio, el poder de la historia se encuentra en el dominio de los datos. Del mismo modo, mientras que el poder del pensamiento se encuentra en la comprensión, el poder de la literatura (particularmente el de la novela) se localiza en su capacidad de influencia a partir de los tejidos (textos) que muestran las contradicciones, los matices y las tensiones de una forma que ninguna otra escritura puede logar.
Si nos preguntamos cuál es el verdadero poder de la literatura, la respuesta final no está en cambiar al mundo, ni en promover la lectura o ayudar al beneficio de alguna causa particular. Cuando la literatura se vuelve militante produce panfletos, cuando se propone aconsejar, amanece convertida en cartilla moral. El valor literario tiene un núcleo que le permite flotar por encima del devenir. Los universos literarios no son los libros sino la relación que se teje entre ellos, cosa que va mucho más allá de la idea del libro como objeto inanimado. Así, el poder de la literatura tiene una garantía que se nutre de su origen oral y se reafirma en su condición única de mundus imaginalis que, al final, siempre es capaz de sobrevivir a quienes, ingenuamente, amenazan de su destrucción.
Vivimos tiempos que aparentan un cambio de paradigma. El transfuguismo y la política ambidiestra que ha perdido los lugares de la sala; la desconexión entre sociedades y partidos; la anulación discursiva de lo alto y lo bajo, el regreso a los nacionalismos, el miedo a contiendas tan importantes como el feminismo, la revolución digital, la inserción global democrática o la defensa del medio ambiente y, finalmente, el tremendo cambio en las formas de relación que el ciudadano (espectador, lector, consumidor) mantiene con el espacio público y sus estamentos, han producido una suerte de caída en el presente. El Estado no sabe qué hacer ni cómo conectarse con quienes firmó el pacto social.
Estos son tiempos pasmados y por eso la reacción de los excluidos por la globalización construye narrativas tan apocalípticas (el fin del futuro) o estadios de nostalgia absoluta por un pasado heroico y palpable en sus objetos, hechos y símbolos. El futuro ha dejado de ser, el pasado es presente continuo. Ya en 1934 Paul Valéry escribía en La conquista de la ubicuidad: "Al igual que el agua, el gas o la corriente eléctrica llegan desde lejos a nuestras casas para satisfacer nuestras necesidades con el mínimo esfuerzo, llegaremos a ser alimentados con imágenes y sonidos que surgirán y desaparecerán al mínimo gesto, con una simple señal".
Así como la literatura se anticipa a la historia, influye en el mundo y recrea la verdad, el pensamiento literario es el vaso comunicante que la conecta con la condición humana, es decir, con nuestra imaginación y nuestra percepción. Asumiendo el pasmo y la caída en el presente, parte del pensamiento literario que se hace en español (la crítica en concreto) enfrenta una doble tarea: la de construir aparatos reflexivos que vayan más allá del reseñismo y, en esa vía, aprovechar la crisis del paradigma presente (el derrumbe del neoliberalismo y el proteccionismo de la era Trump) para también reflexionar sobre los muebles que nos hemos construido para hablar de la literatura y sus categorías ¿Qué relación hay entre el poder y la literatura? Cuando la Tierra cambia es hora de redibujar todos los mapas. Frente a un mundo donde ya no tiene sentido hablar de literaturas nacionales o literaturas femeninas o masculinas, porque la literatura es literatura antes que el sexo o la nacionalidad de sus autores; pero también frente a una sociedad que puede interpelar cada vez con mayor facilidad al emisor literario, resulta interesante escribir y dialogar fragmentariamente sobre estas ideas, ir construyendo un corpus de espejos, que (egoístamente) se encamine a ejercer el principal poder literario: la comprensión de uno mismo y los modos en que narro mi relación con las circunstancias. Si el milagro sucede, el poder de la literatura estará en convertir eso en un asunto que también pertenezca al resto. Diálogo que enfrente, corrija o subraye. Como decía Octavio Paz, los actos míos son más míos si son también de todos, para que pueda ser he de ser otro.
Es con estas líneas que delineo las razones de este blog.