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Universo y cuerpo de la lengua

Por 24 de mayo de 2018 Sin comentarios

Pablo Raphael

Somos lenguaje, aunque primero fuimos células. Luego nacimos como animales hasta que nos convertimos en humanos atrapados en una red de significados vueltos memoria. Si hurgamos en nuestros primeros recuerdos comprobaremos que están íntimamente relacionados con el tiempo en que aprendimos a esgrimir la lengua, a nombrar el mundo y sus cosas. El habla es el núcleo de la memoria.

Clarice Lispector inicia La hora de la estrella diciendo que “todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria estaba la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé cómo, pero sé que el universo jamás comenzó”. Del mismo modo, es imposible recorrer la línea completa que nos lleva al origen del lenguaje y su universo atemporal de signos. Algo que asumimos como si siempre hubiera estado ahí.

La relación entre los recuerdos y el lenguaje define no sólo a la identidad sino también la posibilidad de explicarla. Así, además de ser universo el lenguaje también nos crea como sujetos. Estamos hechos de palabras y la escritura es el ADN que le otorga raíz a nuestro cuerpo textual, ese espejo mutable de lo físico y su oralidad también mutable. No por nada la lengua se llama lengua: músculo con que articulamos texto y cuerpo. Un signo dijo sí a otro y nacieron los idiomas. En este sentido, intentar transformar intencionalmente la potencia del cosmos idiomático resulta banal. Cuando se pone de manifiesto la angustia ante el futuro de la lengua; cuando se arrojan amenazas sobre la estabilidad de la gramática y el miedo a la revolución digital acusa la simplificación del idioma; cuando los defensores de la pureza se asustan ante la invasión que otros idiomas hacen de la lengua española o cuando las campañas de lo políticamente correcto apuestan por defender derechos de género en el terreno del lenguaje, vale la pena preguntarnos: ¿existe el derecho a hablar como hablamos? En palabras de Leopoldo Valiñas, la respuesta está en decir que más que pertenecerle a la lengua, el léxico pertenece a los hablantes. Ahí radica su potencia incontrolable.

Al igual que todos los idiomas, el español es el resultado de la prostitución de las lenguas con que se anuda su tejido. La moneda de intercambio que representa un idioma pasa de voz en voz hasta convertirlo en otra cosa, ya sea lengua culta, slang o un nuevo idioma. El peso fundacional del latín transformado en lenguas romances fue producto de un intercambio lento con los dialectos locales. Del mismo modo la relación del español con el árabe o el náhuatl, el catalán o el inglés, tuvo su sino en el idioma que, siendo el mismo, es tan distinto en los más de 22 países donde se habla español. Lo local enriquece a lo global del mismo modo que la cultura popular global se esparce en cada rincón del planeta. La revolución digital no será la excepción: como sucedió con el tren de la revolución industrial, nadie podrá detenerla, incluidos los vagones del lenguaje. En este sentido, tengamos claro que el devenir del habla y la escritura no es una dialéctica sino una transformación en continua expansión y contracción simultáneas: como un vientre pariendo, por eso se llama lengua materna. El miedo a la perdida de la pureza se cura revisando la historia de los idiomas; la gramática (que pertenece al ADN de la escritura) tiene su propia epigénetica, es decir, factores externos que modifican la información que nunca es fija porque el lenguaje escrito y hablado son materiales volátiles que siempre se transforman.

Cuando lo políticamente correcto cruza el espejo del lenguaje, suele aparecer del otro lado convertido en algo parecido a una guerrilla conservadora.  El derecho a hablar como hablamos entiende al lenguaje de género como una imposición de diseño cuya verdadera batalla está en otro lado, afuera del espejo, en el terreno de las cruzadas que garanticen la igualdad en la diferencia. Tanto se equivocan quienes acusan al feminismo de enemigo de la literatura, como quienes pretenden modificar genéticamente un cuerpo en movimiento perpetuo como lo es el idioma. Los defensores del discurso los-las quizá obtengan un triunfo en el discurso político, pero no en la cotidianeidad. Su pretensión de ganar batallas fáciles por encima del enorme reto de construir la igualdad, en realidad se traduce en la vía más cómoda para abstenerse de producir el cambio social trazado por el propio feminismo, cuya revolución fue la más poderosa del siglo XX. En este tema quizá sería bueno hacerse un par de preguntas para el futuro: ¿Subrayar la diferencia anula la diferencia? ¿Alargar las frases en aras del reconocimiento de lo femenino y lo masculino es un gesto de igualdad o en realidad es una reivindicación que no tiene muy claro en qué palabras poner su acento? En cualquier caso, el idioma no es el enemigo.

Pensemos en un ejemplo que viene del inglés. Para cambiar la Historia habría que lograr que también se dijera Herstoria, para terminar con la cultura patriarcal no hay que fabricarle un doble en femenino sino edificar espacios sociales cargados de la habilidad femenina y la potencia y el ambiente que es capaz de producir ¿Debemos censurar el derecho a hablar como queramos? La libertad nunca es una forma de control. De las tres misiones de la RAE (limpia, pule, da esplendor) la última es la más flexible y la que más genes de futuro tiene. En este sentido, recordemos que, como sucede en la armonía del universo, lo que es flexible no se rompe. Así sucede también con el lenguaje y el idioma. El nuestro es un universo de universos que se sostiene en la punta de cada lengua que lo habla.

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Pablo Raphael

Pablo Raphael, nació en la ciudad de México el 29 de enero de 1970. Narrador y ensayista. Estudió el doctorado en Humanidades en la Unversitat Pompeu Fabra; graduado en Ciencias Políticas por la Universidad Iberoamericana. Ha colaborado en los diarios El País, El Universal y El Faro; en los suplementos culturales Laberinto de Milenio Diario y Confabulario de El Universal; en las revistas Revuelta, Gatopardo, Casa del Tiempo, Quimera y Granta en español. Dio clases de literatura del siglo XX en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Director y fundador del Centro Cultural El Octavo Día (1996-1999). Editor y cofundador con Guadalupe Nettel de Número 0. Revista periférica de literatura. Ha sido becario en dos ocasiones del Centro Mexicano de Escritores y también del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México. Premio de cuento Viceversa (1996), Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2003, por su libro de cuentos Agenda del suicido. Finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011 por La fábrica del lenguaje, S.A. Textos suyos figuran en diversas antologías, entre estas destacan Los mejores cuentos mexicanos (Planeta, 1999); Novísimos Cuentos de la República Mexicana (FONCA, 2005); Grandes hits, nueva generación de narradores mexicanos (Almadía, 2008); así como la selección Marie Ange Brillaud hiciera para la revista francesa Brèves. En 2012 participó en la primera expedición interdisciplinaria del Proyecto Clipperton, viaje que le sirvió para poner punto final a su más reciente novela Clipperton (Random House. 2015). Ha sido conferenciante en distintos foros sobre el futuro del idioma español, como el seminario "Amigos del español" en la sede de Naciones Unidas de Viena; el Seminario Pensamiento y Ciencia Contemporáneos de Madrid o el Foro Internacional del Español. Entre 2013 y 2018 fue consejero cultural de la Embajada de México y director del Instituto Cultural de México en España. Actualmente se desempeña como consejero cultural de la embajada de México en Portugal.

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