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El corazón del sur

Ayer mi hija Agustina se subió a un micro y se fue al sur. No de vacaciones, sino para realizar lo que en el microuniverso de mi vieja escuela (que es la misma de la que Agus acaba de egresar) se llama misionar. Esto es, dedicar parte del verano a trabajar en un sitio mucho menos privilegiado que Buenos Aires, dándole una mano a gente con necesidades elementales insatisfechas. (Necesidades que por cierto no padecen durante el verano, sino los 365 días de cada año.) Parte de la inspiración de la actividad es religiosa, ya que nuestra escuela lo es, pero una vez lanzados a la aventura cada cosa ocupa su lugar y los contenidos dogmáticos ceden paso a la experiencia de vida: los preceptos se vuelven menos importantes que los actos, y al final lo único que cuenta es el ejemplo –el ejemplo que dan no los misioneros, sino la gente del lugar. Hace veinte años yo hice lo mismo que Agustina. Dos veces. Dos eneros. Llegué a la Costa del Río Azul (cerca de El Bolsón, en la provincia de Río Negro) con el corazón lleno de buenas intenciones y la cabeza rebosante de mandamientos. Quise predicar los Evangelios y la gente me enseñó de qué se trataba en realidad: compartían conmigo y con mis compañeros lo poco que tenían, mate, bizcochos… Fue entonces que aprendí que la desnutrición en este país es engañosa, porque los niños mordisquean pan y comen fritos todo el tiempo, lo que los convierte en gordos y mal alimentados a la vez. (La desnutrición de los niños argentinos llegó a los diarios internacionales en los comienzos de este siglo, pero como ven, ya existía desde mucho antes.) Me enamoré de inmediato de aquella gente: imagino que desde mi superioridad de chico satisfecho y educado los vería como una reencarnación del Buen Salvaje, gente a la que le faltaba casi todo lo que uno da por sentado pero que aún así conservaba su generosidad y se mostraba incontaminada por la codicia. Por supuesto, con el correr de los días empecé a percibir las consecuencias de la desnutrición y de la desocupación y de la explotación, y descubrí que existían el alcoholismo y la violencia familiar, y eso me produjo una de las crisis más enriquecedoras de mi existencia. Política, por lo pronto, puesto que me ayudó a trazar la línea que une los puntos que hay entre, por ejemplo, la desocupación y la violencia familiar. Pero ante todo existencial, porque me dio el empujón que necesitaba (una patada, más bien) para animarme a abrazar a esa gente con todo su bagaje, con lo bueno y con lo malo, y aprender a seguir abrazándolos en ambas horas y no tan sólo cuando se comportan como uno espera. A partir de entonces uno calla, acompaña y ya no juzga; aprende cuán complejo es el ser humano, y cuán amable incluso en su hora de debilidad. Las misiones siempre son así: uno saca un provecho infinitamente superior al de aquellos que pretende ayudar. Agus fue por su propia decisión. Sabía de mi experiencia, por supuesto, pero nunca la presioné para que aceptase la aventura. Mejor así. Me gustó ver que su grupo llevaba cajas con juguetes, que repartirán entre los niños para Reyes. Entre las pocas, insignificantes cosas que uno puede hacer por los chicos, darles un poco de alegría o crearles un recuerdo inolvidable no es, por cierto, de las menores. Ojalá Agus vuelva con ganas de más.

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3 de enero de 2006
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Maestros inalcanzables

Me quedé enganchado en el memorable volumen de Connolly publicado por Lumen y ya comentado en este blog. Aprovechando la inercia, regresé al original. Connolly tiene un modo de calificar muy caprichoso y astuto. Podría llamarse “calificación por cluster” y consiste en una sucesión de adjetivos que alcanzan su armonía por pura aglomeración, como en la música del siglo XX. Por ejemplo, de un amigo suyo dice que es: robust, tough, cynical, good at games, energetic and vulgar. La secuencia es efectiva: robusto, duro, cínico, buen jugador, enérgico y grosero. El cluster da una impresión sugerente del personaje gracias a ese “buen jugador” que se aparta por completo del conjunto. Lo compruebo con Catulo, a quien sí conozco, el cual es para Connolly: cynical, romantic, passionate and bawdy. Es decir: cínico, romántico, apasionado y guarro. Bastante exacto. Obsérvese que “cínico” y “romántico” no son en absoluto armónicos. El calificativo bawdy ha caído en desuso y no es fácil de traducir; a mediados del siglo XX hacía referencia a cosas como los chistes sexuales de los cómicos procaces. Este arte del cluster de adjetivos parece fácil, pero es endemoniado. Hice un par de experimentos con resultados nefastos. Me avergüenza copiar uno: Beckett es arenoso, rapaz, secante, tabernario y bufón. ¡Una birria! Calificar con naturalidad es sumamente difícil, Pla era un maestro, Baroja también, pero hacerlo mediante cluster me parece tarea imposible o de gran virtuoso. Hay que tener un oído extremadamente fino para las combinaciones improbables. Connolly lo tenía. Su verso favorito era de Gérard de Nerval y dice así:

La treille oú le pampre à la rose s’allie

Es uno de los versos más intraducibles que conozco. Una azarosa confluencia de figura y música. Cualquier traducción (“La parra donde el pámpano se une con la rosa”) lo destruye, lo convierte en un lugar común algo pompier, como de colofón simbolista. Calificar adecuadamente requiere más finura de oído que buen juicio.

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3 de enero de 2006
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La lotería de los perdedores

Un anuncio en el periódico del viernes invitaba a los lectores a comprar bonos para la “paz mundial y la eliminación de la pobreza”. Por sólo 50.000 euros, puede usted hacer se con uno. El anuncio pertenece a una organización llamada Maharishi Global Financing, y lleva un mes apareciendo en diarios de 78 países. Su propuesta es acabar con la pobreza en el mundo impulsando la agricultura en 2.000 millones de hectáreas sin usar en unos cien países. Cada una de esas hectáreas requiere unos 4.000 euros. Los bonos rinden, según el anuncio, entre el 10 y el 15 % anual. O sea que, si invierte usted cien mil dólares, puede vivir de la rentabilidad de esos bonos. Es mejor negocio que comprar una casa en Madrid. Y de paso, acaba con la pobreza. ¿No suena demasiado bueno para ser cierto? El mismo día, he recibido un mail que me informa de que un millonario nigeriano ha muerto sin redactar testamento. El mail está firmado por un supuesto administrador de sus bienes, que asegura que tiene que hacer algo con los tres millones de dólares que ha dejado el millonario, o se los quedará el banco. Yo he sido elegido al azar para evitar esa injusticia. Si le doy mi número de cuenta bancaria, todo ese dinero pasará a mi propiedad. Es mi segunda oportunidad de hacerme rico en un día. Pero lo más curioso es que, al salir a la calle, alguien me ha entregado un papelito que dice lo siguiente (los errores gramaticales están tomados del original): “Maestro Fansu: ayuda a resolver diversos problemas con rapidez y garantía. El maestro chaman africano, gran médium espiritual mágico, con poderes naturales. 20 años de experiencia en todos los campos de la alta magia africana. Ayuda a resolver todo tipo de problemas y dificultades por difíciles que sean. Enfermedades crónicas de droga y tabaco. Cualquier problema matrimonial, recuperar la pareja y atraer a personas queridas. Impotencia sexual, amor, negocios judiciales, suerte. Quitar hechizos, depresión y protecciones. Vida familiar. Mantener puesto de trabajo, atraer clientes. Cualquier otra dificultad que tenga en el amor lo soluciona inmediatamente con resultados positivos y 100% garantizados en 3 a 7 días como máximo. Oficina en Barcelona.” Por todas partes, pero especialmente en fechas como el Año Nuevo, nos llegan ofertas para solucionar todos nuestros problemas y triunfar. Algunas de ellas hasta nos ayudan a ser buenos. Todas funcionan con dinero, y suelen ser bastante poco creíbles. Pero si surgen tantas, es porque hay suficiente gente dispuesta a ignorar todas las normas del sentido común y apostar a un caballo sin garantías. La seducción del éxito fácil es tan fuerte –o quizá el éxito es tan difícil- que obnubila el seso y hace que la esperanza derrote a la razón, y que compremos un boleto seguro en la lotería de los perdedores.

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3 de enero de 2006
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Muerte de una librería

No es la “crónica de una muerte anunciada”, más bien una muerte en marcha e irreversible. Lo anuncia el suplemento semanal Le Monde2: en febrero, la Librairie des PUF, es decir lo que fue la librería de las Presses Universitaires de France cerrará para siempre. Ubicada en la esquina del boulevard Saint Michel con la place de la Sorbonne, la librería estuvo vinculada a la más antigua universidad francesa. Desde la Edad Media hasta Mayo del 68, la Sorbonne se vió involucrada en todas las aventuras de la vida académica e intelectual en Francia.

Próxima a la celebración de su centenario, faltaban quince años, la fama de la Librairie des PUF era tal que se puede afirmar que no hubo un solo estudiante parisiense, en los treinta años que siguieron a la II Guerra Mundial, que no hubiera hojeado por lo menos un libro en una de sus tres plantas. Pero la aparición de nuevas universidades tanto dentro como fuera de Paris, así como el creciente negocio editorial por Internet, han dado desde hace años un golpe mortal al establecimiento. El grupo Zara ya había fracasado por poco, en 1999, en el intento de quitar este espacio a los libros para colgar su ropa. El deseo inicial del Ayuntamiento de mantener el negocio original no hizo sino demorar lo inevitable. Finalmente, no será Zara, sino Delaveine, una marca francesa de ropa para personas con tallas especiales, la que va utilizar el espacio. Más allá del destino puntual de la librería, hay que analizar primero lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo para que hayan conseguido hundir el buque más visible de las PUF, una casa editorial que se dedica a las ciencias humanas. Triunfante en Francia, en la época del post-estructuralismo, este sector ha perdido peso, terreno e influencia.

¿Qué es lo que queda del negocio? Intacta, no más que la vieja filosofía. Basta cruzar al otro lado de la plaza para ver la “Librairie philosophique J. Vrin”, en el número 6, de la place de la Sorbonne. El lugar es austero, pero cuenta con empleados que pueden disertar sobre las distintas ediciones del Príncipe o sobre la historia de las traducciones de la obra de Heidegger al francés. Nada ha cambiado, pero clientes y vendedores tienen cara de supervivientes.

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2 de enero de 2006
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Calvin, Hobbes & yo

Buena parte de mis lecturas favoritas no son literarias, al menos en el sentido convencional. Sigo siendo fan de las historietas, por ejemplo. Alan Moore, el autor de Watchmen, From Hell y V for Vendetta (que dentro de algunos meses se estrenará como película: ¡me devora una deliciosa ansiedad!), es para mí uno de los más increíbles narradores contemporáneos. Sus libros están guardados en la parte de mi biblioteca que tengo más a mano. De hecho, basta con que desvíe la vista unos centímetros de la pantalla del ordenador para que pueda ver mi ejemplar de From Hell, ubicado entre The Complete Works of Lewis Carroll y el primer volumen de las obras de Borges. Cuando quiero disfrutar como un cerdo (algo que se convierte en una necesidad, a esta altura del año), lo que hago es releer mi colección de Calvin & Hobbes. Es una historieta engañosamente sencilla, muy en la línea de Peanuts (aquella con Charlie Brown y el perro Snoopy), que apareció entre 1985 y 1995 en los diarios más importantes de los Estados Unidos y desde entonces se vendió al resto del mundo, a menudo mal traducida al español. Su planteamiento argumental también parece simple: Calvin es un niño de seis años, hiperkinético y de una imaginación desbordada, y la tira describe sus infinitas travesuras. Lo llamativo es que en todas ellas lo acompaña su amigo Hobbes, que es su tigre. Y aquí se acaban las simplezas. El común de los lectores asume que Hobbes es el tigre de peluche de Calvin, que cobra vida cuando se queda a solas con el niño; el dibujo parece sugerirlo, puesto que en presencia de los padres de Calvin o de su compañerita Susie, Hobbes pierde su traza felina para verse como un muñeco. Mucha gente cree también que el Hobbes andante y parlante es apenas el producto de la imaginación de Calvin. Pero el autor de la historieta, Bill Watterson, se ha negado siempre a zanjar la cuestión. Lo único que ha dicho es que no cree en ninguna de esas explicaciones. “Yo creo que la vida funciona de esta forma,” escribió alguna vez. “Ninguno de nosotros ve el mundo de la misma manera, y yo me limito a dibujar eso literalmente en la tira. Hobbes es más sobre la naturaleza subjetiva de la realidad que sobre muñecos que cobran vida”. Una historieta sobre un niño bautizado como un teólogo del siglo XVI que creía en la predestinación, cuyo único amigo es un tigre llamado como “un filósofo del siglo XVII que tenía una mirada no muy esperanzadora sobre la naturaleza humana” (Watterson dixit), no puede sino alejarnos de los terrenos más convencionales. Y desde su primer libro (el efecto literario se aprecia mejor cuando uno lee las colecciones, en lugar de la tira diaria), Calvin & Hobbes no ha hecho más que cumplir con esa promesa. Por lo pronto, la historieta es divertidísima: la clase de libros que logra la proeza de hacerme reír en voz alta, esté donde esté (me ha pasado en todo tipo de transportes públicos). En segundo lugar, Watterson es un dibujante exquisito. A menudo el hecho se pierde en el marco estrecho de las tiras diarias, pero el espacio más generoso de las tiras dominicales le permite un aire que marca toda la diferencia: allí, las aventuras del Astronauta Spiff (un alter ego de Calvin), o las fantasías de Calvin soñándose tiranosaurio permiten apreciar que estamos en presencia de un digno heredero de Little Nemo in Slumberland y de Krazy Kat. Calvin & Hobbes es una de esas raras joyas que une con naturalidad los registros más populares de la cultura con las aspiraciones más altas del arte. (Las bromas de Calvin sobre la diferencia entre el “high art” y el “low art”son una constante en la serie; Watterson no cree que exista diferencia entre lo uno y lo otro, y lo demuestra con su obra.) Por eso tiene algo que ofrecer a cada lector potencial. Para aquel que busca tan sólo diversión, Calvin & Hobbes es una receta perfecta. Para aquel con sensibilidad plástica, también. Pero nadie se verá más recompensado que aquel que además de reírse y de apreciar los dibujos busque además una reflexión inteligente sobre la vida en general y sobre estos tiempos en particular, y el aliento lírico de los mejores poemas y las mejores películas. Porque Calvin suele ser grosero y desconsiderado, pero cuando se enfrenta a lo inefable no aparta los ojos. Existe una tira dominical en que Calvin y Hobbes encuentran un pájaro muerto. “Uno no aprecia cuán milagrosa es la vida hasta que es demasiado tarde”, dice el niño. “La naturaleza es despiadada y nuestra existencia es muy frágil, temporaria y preciosa. Pero para seguir adelante con sus asuntos, uno no puede dedicarse a pensar en estas cosas. Lo cual explica, probablemente, por qué todos dan al mundo por sentado y por qué actuamos de manera tan irracional. Es muy confuso. Supongo que todo esto se aclarará cuando crezcamos”. El cuadro final muestra a Calvin y Hobbes sentados al pie de un árbol, con una expresión en la cara que revela cuán inseguros están de que el asunto se aclare alguna vez. Hay artistas que emplean novelas enteras para plantear algo tan preciso y precioso como lo que Watterson hace en tan sólo diez cuadros.

………………

Quien quiera ir más allá de la tira, descubrirá que Watterson es un personaje tan interesante como su obra. El único motivo por el cual el mundo no está inundado por remeras y pósters y tazas y muñequitos de Calvin & Hobbes es porque Watterson se opuso denodadamente a ceder los derechos. Es decir que se resignó a no ganar cientos y cientos de millones de dólares para no convertir a sus personajes en un objeto de consumo más. Y en 1995 decidió dar por terminada la serie. Fueron diez años divinos. Que por suerte uno puede releer, como volví a hacer otra vez en los albores del año nuevo para reencontrarme con la sensación de que la vida es algo desquiciado y divertido e imaginativo e irrepetible que por cierto, vale la pena intentar cuando uno tiene amigos como Calvin y Hobbes.

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2 de enero de 2006
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El espejismo extranjero

Según una reciente encuesta, el 60% de los españoles consideran que los extranjeros en España son “demasiados”. Por extranjeros, evidentemente, no se refieren a ingleses, franceses y alemanes. Esos no son extranjeros, son turistas. Los extranjeros de verdad, es decir los inmigrantes, figuran en la encuesta como el segundo problema de España en orden de importancia, por encima del terrorismo de ETA. Parece una terrible amenaza, pero si se mira de cerca, no lo es tanto. Para empezar, los españoles opinan que son demasiados porque creen que alcanzan el 20% de la población, pero el porcentaje real de inmigrantes no llega ni a la mitad de eso. Y para terminar, el nivel de la amenaza se reduce con la pregunta “¿Cuáles son los tres problemas que a usted le afectan más?”. Entonces, la inmigración baja al quinto lugar. O sea, que es un problema de España, pero no de los españoles. Me pregunto qué pasaría si a la inmigración no se le llamase “problema” sino “fenómeno” o “cuestión”. Porque la encuesta demuestra que la percepción sobre los inmigrantes está determinada por la manera de hablar de ellos. No son un problema porque afecten a las personas, sino porque los medios de comunicación los plantean como problema ahí, en ese mundo lejano que está dentro de las pantallas, y que parece tan real que ha duplicado el número de extranjeros en la imaginación de los españoles. La realidad es así de maleable, y depende de las gafas –o de los antifaces- que nos coloquemos para verla. Para contrarrestar el peso de esas gafas en la experiencia cotidiana, EEUU instauró el sistema de cuotas: las universidades y puestos de trabajo están obligados a incorporar miembros de diversas minorías incluso en los casos en que estén menos cualificados que todos los demás postulantes. Se trata de una idea que rompe el principio comercial básico de competitividad y eficiencia, pero que ahorra roces sociales y permite precisamente desarrollar la competitividad y eficiencia de grupos tradicionalmente marginados del mercado profesional. Los franceses se burlaron durante muchos años de ese sistema, que contradecía abiertamente la igualdad ante la ley. Hasta que en noviembre sus propios inmigrantes se pusieron a incendiar automóviles masivamente en las calles de París. Resultó que de tan iguales que eran en su Constitución, nadie se había dado cuenta de que recibían un trato diferente en el mundo real. Poco después, apareció en sus pantallas la primera narradora de noticias de origen extranjero. Ella ha sido el primer rostro visible del cambio de modelo. España arranca con ventaja para encarar el fenómeno de la migración, porque tiene modelos. Puede ver lo que ocurre en EEUU, lo que ocurre en Francia, lo que ocurre en Alemania, y tomar sus propias decisiones. Haga lo que haga, sus programas de integración tienen una tarea clara: reducir la brecha entre los espejismos y la realidad, para poder trabajar en un mundo que sí exista.

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2 de enero de 2006
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Música celestial

Ayer comenzó el año, pero siendo así que no colgamos el blog los fines de semana, éste es el primer mensaje de 2006. Me gustaría dedicárselo a los músicos con quienes he intercambiado opiniones durante los últimos dos meses, en un foro de compositores españoles. Que es como mencionar una doble condena. No sólo españoles, sino encima compositores. En nuestras discusiones ha salido a relucir una y otra vez la diferencia entre música “seria” y “popular”, o “superior” e “inferior”. Esta diferencia, para mi, es un espejismo. Sólo hay una música y es indivisible. Suena cuando quiere y la oímos como podemos. Su función es sencillísima: nos ayuda a comprender y a soportar, aunque las formas de esa ayuda son imprevisibles. Decía Heidegger que para él no había música superior al tañido de las campanas en la hora del Ángelus. Y Ferlosio describía una música que arrebataba a los funcionarios árabes de Al-Andalus: el sonido de las túnicas de damasco arrastrándose por los suelos de mármol de la Alambra. Como corroboración, quiero obsequiar a los compositores con un apunte estremecedor, una experiencia fenomenal de alguien que en plena guerra, hundido en la desesperación del desastre, recibió el consuelo de la música.

“En la radio del Hotel, una selección de la música de Blancanieves. Ruidos de fondo, parásitos. Pero cuando ha sonado la canción que conozco (y que tengo por cursi y trivial) ha sido como si una luz se encendiera en mi noche, una promesa de que todo esto acabará un día y volveré a ser humano. Ha durado unos quince compases, y se acabó”.

¿Adivináis quién lo escribió? No, no podéis adivinarlo. Era Jean-Paul Sartre, movilizado el año 1939, en sus espléndidos Carnets de la drôle de guerre. La película de Disney se había estrenado en 1938 y la canción a la que se refiere era “Un día vendrá mi príncipe azul”. Suena cuando quiere. La oímos cuando podemos.

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2 de enero de 2006
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Ayudemos a la BBC

¿Quiénes son los autores más importantes de América Latina? ¿Cuáles son las influencias que reciben? ¿Cuáles son los desafíos que enfrentan? Cuando en una página (click aquí) del maravilloso sitio de Internet de la BBC se hacen tres preguntas como éstas nadie duda en quedarse para conocer las respuestas. Pero lo que se encuentra en aquella página, Latin American Words (palabras de América Latina), es tan pobre que hay que denunciarlo como un complot anglosajón en contra de la literatura de un continente.

América Latina aquí se reduce a cuatro países: Argentina, Brasil, Colombia y México. Y cada país se resume en su paradigma más insoportable: Brasil es telenovelas más un poco de rap, Argentina se limita a la dictadura de los generales, Colombia no puede ser otra cosa que la violencia y México se resume en la macrocefalia de su capital. Es el triunfo de la caricatura en uno de los mejores sitios de información del mundo. Y, claro, la selección de los autores es otra vergüenza para los amantes de la literatura hispanoamericana. La BBC adivina el tamaño de la catástrofe: no se atreve a ofrecer aquella pagina en su versión española, a pesar de prometer “de todo un poco” o el más alentador “a fondo“ en su espacio de información en castellano.

Ahora bien, todos estamos conectados y lo más obvio es dedicarnos a ayudar a la BBC, utilizando el enlace contact us. Ya tengo mis peticiones: de Brazil, quiero las ciudades y Rubem Fonseca que tanto talento tiene para hablar del frenesí urbano; de Colombia, espero la suma diferencia entre cachacos y costeños y unos jóvenes como Gamboa o a consagrados como Mutis; de México quiero el Spanglish y la letras de las canciones del norte que hablen del hampa y del narcotráfico ; y con relación a Argentina, por favor, si me hablan de la dictadura me ponen en seguida a Osvaldo Soriano, el autor de No habrá más penas ni olvido. Y claro, quiero Chile y Neruda, Uruguay y Roa Bastos, Venezuela y Uslar Pietri, Cuba y Carpentier, etc. Ya tengo mi mail. Ayudemos a la BBC a descubrir América.

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30 de diciembre de 2005
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Hello goodbye

Este ha sido un año de siembra. Entre la escritura del tramo final de mi cuarta novela y la de un guión de cine, 2005 se me fue en compañía de un montón de gente imaginaria, a la que por supuesto nadie conoce todavía… salvo yo, porque les di asilo en mi mente. Creo tener una idea bastante aproximada de lo que siente un campesino que se juega todo lo que tiene en la siembra de ese año, esperando que los tiempos por venir sean benévolos y que las semillas den fruto al cambiar la temporada. Esta es, quizás, la parte más dura del oficio del artista: sentarse a esperar que el boomerang que lanzó al mundo regrese a sus manos, coronando su viaje. Interpreto la creación de El Boomeran(g) como un signo auspicioso de lo por venir. La diaria escritura me permitió ponerme en contacto con gente que respondió con ideas a las ideas, y con emociones a las emociones. Fue un modo maravilloso de desprenderme del monólogo de la creación en solitario, necesario pero siempre incompleto, para aproximarme a aquellos en los que pienso a diario cada vez que me enfrento a la página en blanco. Porque existen algunos que crean tan sólo para satisfacerse a sí mismos, pero yo escribo pensando en compartir, como cuando uno era niño y se enamoraba de un libro o de un juguete nuevo: la gracia no estaba en guardarse esa historia como un secreto ni en jugar a solas, sino en acercar a los otros al ruedo. Por supuesto, además de la gente imaginaria con la que uno convive está la gente real que tolera a diario sus excentricidades. Cuando llegue el momento de alzar la copa buscaré la compañía de todos ellos, porque son los garantes de mi felicidad. Lo mejor que puedo desearles a ustedes es que tengan la oportunidad de estar cerca de la gente amada, en estos momentos de fiesta y en todo momento. Y aquellos a quienes les falte alguien o algo les deseo la paciencia del campesino, porque como escribió W. B. Yeats, los hombres mejoran con los años. “Envejezco entre sueños, / Un tritón de mármol gastado por el tiempo / Entre las corrientes de agua”. Feliz 2006 para todos, de corazón.

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30 de diciembre de 2005
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Polansky y el huerfanito

Tengo malas noticias: Roman Polansky ha dejado de ser un psicópata. Su última película ya no es un dechado de perversión sexual como Lunas de hiel. Ni una terrorífica metáfora de la soledad como El inquilino. Ni siquiera una comedia sangrienta como El baile de los vampiros. No. El director que lleva décadas acusado de atropello a una menor, la víctima indirecta de la insania de Charles Manson, la leyenda negra ambulante, acaba de estrenar en España una nueva versión del clásico Oliver Twist: las aventuras de un huerfanito. De hecho, se veía venir un cambio desde El pianista, que ya representaba un giro en la carrera del director polaco. Es verdad que ya había mostrado interés por retratar la violencia de un país en La muerte y la doncella. Pero aún entonces, esa violencia se manifestaba en la perversidad de la relación que establece un torturador con su víctima. En sus dos últimas entregas, en cambio, el torturador no es una encarnación individual del mal, sino la maquinaria pesada de una sociedad que aplasta a sus personajes sin remedio. La diferencia es que una sociedad o un momento histórico no se pueden colar en tu cama. También hay un cambio en la actitud de los protagonistas, que han dejado de pelear. La pasividad del pianista judío es gemela de la buena educación del pequeño Oliver. Ninguno de los dos se toma la molestia de luchar por cambiar una situación que los desborda. Sólo sufren y huyen, se arriman a un lado cuando pueden y, en el caso más activo, suplican que los dejen en paz. Enfrentados a grandes tormentas sociales, estos personajes se dan por satisfechos con que no se les hunda el barco. Esto no es una crítica técnica. La factura de ambas películas es impecable. Oliver Twist goza de una puesta en escena teatral, en ocasiones caricaturesca, que subraya la fragilidad del protagonista y conserva toda la fuerza dramática del original. De hecho, es una ejemplar reproducción. Y eso es lo que resulta extraño al verla. Es Oliver Twist. No es Polansky. En sus dos últimas películas, el director ha optado por desaparecer, o como sus personajes, por dejarse mecer entre las olas del relato, manteniendo el barco decorosamente a flote, con proa a ninguna parte.

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30 de diciembre de 2005
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El Boomeran(g)
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