Jean-François Fogel
Se publica una biografía de Zane Grey. Se titula Zane Grey: his life, his adventures, his women diciendo así que lo que hay que contar del autor más popular de los años veinte en EE UU es su vida, sus aventuras y sus mujeres. Claro que no voy a leer una biografía como esta. Zane Grey (1872-1939) no fue malo como novelista, fue malísimo. Su mala prosa le permitió vender a lo largo de su carrera diecisiete millones de libros dedicados a la conquista del oeste, con indios y pioneros, además de unas cien adaptaciones al cine de sus historias. Su heredero literario fue Louis L’Amour, otro novelista norteamericano, que a pesar de intentarlo con mucha energía no llegó al abismo donde se situaba el arte de Grey.
No lo digo con desprecio, pero si no puedo leer la biografía escrita por el profesor Thomas Pauly para “University of Illinois Press”, es por la insoportable ausencia de pescados en el título de su obra. Había que prometer algo como “Zane Grey: su vida, sus aventuras, sus mujeres y sus pescados”. Grey es un artista para pescado. No hice ningún caso a sus novelas tan abundantes en una librería de segunda mano de EE.UU., hasta una conversación, un día, en el puerto de Cojímar en Cuba. “El señor Hemingway no inventó la manera en que pescaba, me dijo una persona del pueblo, fue otro escritor, un yankee también, Sane Greí”. Me explicó que éste lo había inventado todo: la manera de pescar, la utilización del barco, el sillón donde el pescador se ataba para no ser arrastrado y el orgulloso despliegue de la víctima colgada por la cola frente a un fotógrafo.
No fue difícil comprobarlo: Zane Grey era un pescador fenomenal e inventivo. El primer hombre que sacó un pescado de más de mil libras con un anzuelo. Sin él nunca habría sido posible ni soñar remotamente la historia de El viejo y el mar que Hemingway ubica en Cojímar.
Unos años después oí otra vez el nombre de Grey en las mismas circunstancias, en la orilla del mar, pero en Cabo Blanco, en Perú. Es el sitio donde se hizo parte del rodaje de la película El viejo y el mar y otra vez escuché a alguien, esta vez el camarero de un hotel, contarme las hazañas de Grey, y pintar a Hemingway como alguien que se aprovechó de lo que había creado otro escritor. Lo mejor del novelista, pensé ese día, es el pescador.
Pero no se puede luchar contra la fama de un premio Nobel. Grey escribió, según todas las opiniones, los mejores manuales de pesca en el mar, pero nadie le hace caso. Lo entendí en una última conversación, en Cairns, en Australia. Tenía el papel del reportero y el alcalde o el jefe de la Cámara de Turismo, no me acuerdo, me explicaba que su ciudad era lo mejor que podía encontrar un pescador. Mejor que Cuba, Bahamas, Perú, me decía. Y al preguntarle por qué esto no se sabía, me contestó: “es que a Cairns le falta un Hemingway”, olvidando las varias visitas que Grey hizo a su ciudad.