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Gripe y fe

Con catorce casos humanos en Turquía, la gripe aviar está “en la puerta de Europa”, como dice la prensa al utilizar un “cliché” que recuerda la frase tan usada al final del siglo XIX. En esta época, Constantinopla era la “sublime puerta”, nombre dado al palacio de Topkapi y por extensión al despacho del Vizir que regentaba el imperio Otomán. Hoy, todo cambia: en la puerta de Europa vemos pollos que intentan escapar de la furia de unos militares y veterinarios filmados por la prensa internacional en la cobertura de lo que puede ser el brote inicial de una pandemia.

Ya salieron en los periódicos europeos los planes de varias empresas para seguir funcionando con la mitad de su plantilla en casa o, peor, en el hospital. El Banco HSBC tiene planes para aguantar así hasta tres meses y los bancos de negocios estudian la manera de mantener a todos sus ejecutivos en casa pero trabajando a través de una conexión a Internet para impedir cualquier contaminación.

Hacía días que leía informaciones como esta y miraba matanzas de pollos y patos por televisión (inhumados vivos) cuando me llegó la “letra del año para 2006”. Claro que la letra, que recopila las predicciones de los babalaos de la santería cubana, llega por Internet, tal como las informaciones sobre las empresas frente al riesgo de pandemia. Pero qué cambio más fuerte: se me informa de que el signo regente es “Ogunda Irete” y que los orishas, es decir los santos, que van a tener el papel fundamental son “Obatalá” (la Virgen de las Mercedes para los católicos) y “Oshun” (la Virgen de la Caridad del Cobre, que recibió en ofrenda de Hemingway su medalla del Premio Nobel de Literatura).

Para cualquier persona que conoce a Cuba y a los cubanos, no es poca cosa descubrir que las previsiones de la letra son de las más oscuras. Hablo en serio: el excelente sitio Cubanet tiene el cable de la agencia Efe que cuenta el contenido de aquella carta preparada por los babalaos. Nos espera un momento difícil. Pero además del espanto prometido, si se lee con cuidado el cable se ve la distancia fenomenal entre dos culturas. Pues el 12 de febrero dice el texto, y creo que no se va a esperar tanto, habrá sacrificios de animales en Cuba. Van a morir gallinas blancas, no por detener a la gripe aviar sino por hacer lo que corresponde cuando se busca el apoyo de Obatalá y Oshun. De la puerta de Europa al gran caimán del Caribe, el mundo es ancho y a los pollos todos le pegan fuerte.

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11 de enero de 2006
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Un oscuro día de justicia

La broma sostiene que en las novelas policiales al estilo inglés el asesino es siempre o casi siempre el mayordomo. En la novela negra de la realidad argentina, el asesino es siempre o casi siempre el policía. Ayer lunes 9, al cabo de ocho extenuantes meses de juicio, se condenó a los autores materiales de dos crímenes a sangre fría perpetrados el 26 de junio de 2002. Los asesinados fueron los dirigentes piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, de 21 y 22 años. Por su responsabilidad, el ex comisario Alfredo Franchiotti y el ex cabo Alejandro Acosta recibieron pena de prisión perpetua. Otros ex policías fueron sancionados con penas menores, encontrados culpables de encubrimiento. Lo repito, por si no se comprendió bien: policías homicidas. Y policías cómplices, que destruían evidencias del crimen y presentaban falso testimonio. Kosteki y Santillán formaron parte de una protesta que pretendía cortar el puente Pueyrredón, uno de los tradicionales accesos a la Capital desde los suburbios del Gran Buenos Aires. Por vía de distintos voceros, el gobierno del entonces presidente Eduardo Duhalde había hecho saber que pensaba reprimir con la dureza que fuese necesaria para impedir la toma del puente. Los dos jóvenes fueron baleados a quemarropa en el interior de la estación Avellaneda. Aunque no se conocían, Santillán acudió en ayuda del herido Koskeki y resultó fusilado por la espalda, a un metro de distancia. Miles de argentinos recordamos todavía la imagen de Franchiotti en sus apariciones televisivas de aquel día: con el rostro ensangrentado, culpaba a los piqueteros de la violencia y trataba de despertar compasión por su abnegación en el cumplimiento del deber. Un rato antes había fusilado a un hombre. Ahora actuaba ante las cámaras en pleno dominio de su histrionismo; un psicópata de manual. La así llamada Masacre de Avellaneda precipitó la salida de Duhalde del gobierno: no le quedó más remedio que anticipar el llamado a elecciones, que culminarían con el triunfo de Néstor Kirchner. El nuevo presidente ha hecho algunas cosas loables en el terreno de la Justicia, como renovar la Corte Suprema, y otras aun teñidas de gris, como la reforma del Consejo de la Magistratura, pero no estaba en sus manos evitar que el crimen fuese juzgado en Lomas de Zamora, la patria chica de Duhalde sobre la que todavía hoy, aunque desplazado de los sitios formales de poder, el ex gobernador y ex presidente sigue proyectando sombras. La historia nos enseñó que allí donde hay un uniformado que tortura o dispara a quemarropa, casi siempre existe una mano oscura que sugiere, habilita y palmea sus espaldas. Algo similar ocurrió en diciembre de 2001, cuando las protestas por la instauración del llamado “corralito” que arrebató a la gente sus depósitos bancarios; allí también hubo muertos a manos de la policía, que se enfrentó a la muchedumbre siguiendo órdenes del gobierno de Fernando de la Rúa. No nos engañamos, sabemos que los verdugos son siempre empleados, no hacen nada sin que sus superiores se lo indiquen. Lo difícil es condenar a los autores intelectuales de crímenes como los de Kosteki y Santillán, tanto como lo es condenar a los autores intelectuales del genocidio de la dictadura de los años 70. Franchiotti y Acosta quedarán presos, pero aquellos que de modo directo o indirecto les comunicaron que tenían licencia para matar no han sido identificados y probablemente no lo sean nunca, al menos mientras Franchiotti y Acosta prefieran seguir presos a terminar muertos en sus celdas. Por eso la historia argentina es novela negra y no enigma inglés: porque aquí el crimen paga y muchas veces se sale con la suya. Y porque los enigmas a lo Agatha Christie siempre se resuelven, y los crímenes perpetrados en países oscuros sólo en rara ocasión.

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10 de enero de 2006
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M.D.L.M.H.

Hoy me acuerdo del placer de los mexicanos cuando, en su época, se les preguntaba lo que pensaban de su Presidente, Miguel de la Madrid Hurtado. Utilizando las iniciales de su nombre y de sus apellidos formaban la sentencia definitiva: más de la misma historia.

MDLMH fue presidente desde 1982 hasta 1988, pero el concepto de una historia inmóvil sigue viva tanto en México como en otros países de América Latina. Basta hoy despertarse y repasar los sitios de información en Internet para sentir que se detiene el tiempo.

La Republica Bolivariana de Venezuela intenta “construir el socialismo del siglo XX” se traduce en el “Financial Times” de Londres por el título: “El control de precios en Venezuela provoca la escasez de comida”. El artículo dice que “el café, el azúcar y los fríjoles son difíciles de encontrar o faltan en las tiendas esta semana mientras los suministradores esperan conocer el precio oficial”. Cualquier persona que conoce la historia de los “mercados campesinos” y “agromercados” en la Cuba socialista sabe de qué se trata: MDLMH.

Argentina pagó por anticipado su deuda al Fondo Monetario Internacional. Esto se traduce en “Clarín” de Buenos-Aires por el título “Costo de vida: ahora la estrategia del gobierno es pasar el verano”. El artículo dice que “el gobierno ya definió que quiere un dólar de precio alto” (Argentina ya tiene la mayor inflación del continente, detrás de Venezuela). Cualquier persona que conoce la historia psicoanalítica y económica de lo que se llama “pizza con champaña”, es decir la ilusión compartida en la época del presidente Menem de que se puede manipular las tasas de cambio, sabe de qué se trata: MDLMH.

Perú se prepara para la próxima elección presidencial se traduce en “La tercera” de Santiago de Chile por el título “Hoy se inscribe candidatura de Fujimori ante el jurado nacional de elecciones de Perú”. El artículo dice: el mismo jurado ratificó en diciembre la inhabilidad que pende sobre Fujimori de presentarse a cargos públicos”. Cualquier persona que conoce la historia penal y política de los presidentes peruanos, es decir de la mezcla de demandas judiciales y sinvergüenzas activos que conforman el pasado reciente de la nación andina, sabe de qué se trata: MDLMH.

Para dar un poco de altura al día, mejor reabrir un clásico como “El Gatopardo” y comprobar la inagotable continuidad de los poderes más allá de los hombres y de las generaciones en la fórmula definitiva del maestro Lampedusa: “las cosas tienen que cambiar un poco, para que nada cambie”.

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10 de enero de 2006
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Más analogías

Desde que supe que en Francia se había desatado una persecución contra Alain Finkielkraut, devoro todo lo que encuentro de este caballero. En un escrito autobiográfico afirmaba “querer hacerse viejo lo antes posible”. Seguramente lo decía pensando en la clásica estampa del anciano sabio, (le sage, no le savant), tan ausente de nuestra sociedad. Y añadía:

C’est la lecture qui m’a fait vieillir et l’apprenti philosophe que je suis resté doit aux grands romanciers de concevoir le phénomène humain non tant comme un problème a résoudre que comme une énigme à ne jamais cesser d’interroger” (“He envejecido gracias a la lectura y el aprendiz de filósofo que todavía soy le debe a los grandes novelistas una concepción del fenómeno humano, no tanto como un problema a resolver, cuanto como un enigma al que inquirir sin descanso”)

Está bien. El punto de mira del fusil telescópico del filósofo es exacto, certero, busca abatir al animal con eficacia, sin hacerle sufrir inútilmente. Por el contrario, la vieja escopeta literaria lleva un punto de mira ruinoso. A veces apunta demasiado alto y el tiro se pierde entre las nubes. A veces tan bajo que levanta una nube de polvo y hormigas. En ambos casos, el animal sufre un susto espantoso y escapa a toda velocidad, a veces incluso herido. El filósofo contempla la pieza cobrada. La ve tendida en tierra y sabe que esa es la verdad del animal, su destino irremediable. Pone entonces un pie sobre la testuz del cadáver, suspira profundamente y mira desafiante a su alrededor. El literato se queda allí, parado, con cara de bobo, viendo cómo se le escapa (¡otra vez!) la presa. Maldice su suerte y arroja la escopeta con rabia. Pero lo cierto es que ha visto algo indescriptible: el salto prodigioso, elástico, aéreo, de un animal en el límite de su potencia. Quizás ha sido un instante, quizás sólo un par de segundos, pero ha sido testigo de la vida viviente en todo su esplendor. Lo suficiente como para que recoja su escopeta, apure lo que queda en la cantimplora y vuelva a cargar un cartucho mientras musita: “No me fastidies, Tizona, esta vez va en serio”.

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10 de enero de 2006
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Las guerras ya no son lo que eran

Se estrena en España Jarhead, la película del director de American Beauty sobre la Guera del Golfo (no ésta guerra sino la otra, la de los noventa, la que duró un par de semanas). Recuerdo que, desde la televisión, esa guerra parecía un juego de Playstation. Uno veía pantallas de aviones apuntando a objetivos terrestres, luego una lucecita y un cartelito que decía algo así como “Target destroyed: game over”. Era una guerra aséptica, donde tenías que tener muy mala suerte para morirte y los aviones sobrevolaban desiertos resolviendo las operaciones con fría y distante eficiencia. Nada de guerrillas urbanas ni secuestros. Nada de posguerras más largas que la guerra. Ni siquiera una dosis de ambigüedad: los buenos eran buenos y los malos, horribles. Jarhead, basada en las memorias de un verdadero marine, narra la parte que no veíamos mientras presenciábamos las lucecitas de la operación Tormenta en el desierto (por Dios, si hasta tenía nombre de Playstation). Básicamente, la película describe a un grupo de soldados hinchados de testosterona y convertidos en máquinas de matar que no tienen con quién practicar sus habilidades. Y mira que lo buscan. La crítica norteamericana acusó a Jarhead de dos cosas. 1) Ser moralmente ambigua, o sea, no definirse como Rambo ni como Nacido el 4 de julio, como si Sam Mendes no quisiera tomar partido para no enojar a nadie. Y 2) carecer del sentido del humor que el libro sí tiene. Quizá su ambigüedad política se deba más a la guerra que a la película en sí. La guerra del Golfo fue aprobada por todo el mundo y ganada con limpieza. No está cargada con el trauma de Vietnam ni con el heroísmo de la Segunda Guerra. Es una guerra que hubo, perfectamente olvidable, como la incursión rutinaria de la policía para salvar a un gato que se ha subido a un árbol. Era una guerra –lo cual es malo- pero era necesaria, lo suficientemente para no envilecerla, pero no para ennoblecerla. La falta de sentido del humor, en cambio, tiene que ver con la guerra, pero no con ésa sino con ésta, la que se libra ahora en Bagdad. Una guerra que, por primera vez, ha dividido a los americanos seriamente desde antes de su inicio, en la que los soldados torturan a los prisioneros y se toman fotos para los amigos, una guerra en la que todo sale mal y que sólo produce bochornos. Básicamente, una guerra que da de todo menos risa. No es momento para tomarse a los soldados y al medio Oriente con sentido del humor. Como toda película sobre la realidad, y sobre esa realidad política que es la guerra, Jarhead no se ve ni se produce independientemente de lo que ocurre en el mundo, y de nuestras opiniones al respecto. Pero antes era más fácil asumir nuestras opciones morales y opinar sobre esas películas incluso antes de verlas. No por casualidad, este filme habla sobre la guerra que inauguró el nuevo orden mundial tras la caída del muro de Berlín, y anunció el nacimiento de un mundo que parecía muy sencillo y ha terminado por ser mucho más complejo de lo esperado.

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10 de enero de 2006
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Viene Haruki Murakami

La traducción francesa de su último libro saldrá a la venta el 23 de enero en Francia, pero los diarios franceses (Liberation, Le Figaro) hicieron como si los Reyes hubiesen traído las reseñas: ya lo han dicho todo sobre “Kafka sur le rivage” (Ubime no Kafka en japonés fonético, Kafka en la orilla), la novela del escritor japonés Haruki Murakami. Síntomas como estos no se pueden ignorar. Cuando existe una competencia por ser el primero en hablar de un libro en la prensa francesa, se entiende que la calidad del libro ya no cuenta frente al temor de los periodistas de quedar apartado de un éxito anunciado.

Y no se trata solo de Francia. Hay una fiebre Murakami en todas partes: viajando en los últimos meses, he visto en España, Argentina, Chile, Venezuela, Reino Unido, EE UU que sus libros ocupan el mejor sitio en las librerías. Sobre todo el que se titula en Japonés “Norvegian Wood”. El título es robado a la canción de los Beatles pero la novela se llama en español, de manera extraña, “Tokio blues”. Es una hazaña de la casa editorial Tusquets que cambió un título en inglés por otro también en inglés fingiendo hacer una traducción al castellano…

Ahora bien, hablamos de Haruki Murakami. Es el autor que viene, amenazado por el disgusto que provoca el exceso de promoción. Hace años que compruebo cómo crece el espacio dedicado a sus novelas en las tiendas. Me pareció francamente espantoso el artículo que publicó The Guardian, el 26 de Mayo del 2001 diciendo que tarde o temprano el novelista tendría que conseguir el premio Nobel de literatura. Creo que fue el primero en hacer este pronóstico. Y en esta maldita fecha, ya sabía que lo de Murakami era un secreto compartido por tantos lectores que no se podría mantener más la cofradía secreta de sus seguidores. Ahora, lo dice hasta el suplemento de libros que más influencia tiene en el mundo editorial: “Kafka en la orilla” fue uno de los diez libros del año 2005 según The New York Times. Salió primero en la lista.

Todo parece listo para que un escritor reacio a la publicidad, que mantiene una triple carrera de novelista, cuentista y traductor, sea aplastado por la comunicación y el eco de su fama. Es una lástima pues Haruki Murakami más allá de este ruido que ya viene llegando, es unas de las voces que nunca se olvidan. No puedo decir nada más: viene Haruki Murakami y con tanta potencia que tendremos una dificultad muy grande para evaluar su mérito real.

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9 de enero de 2006
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El hombre que no sonríe

¿Han notado que Vladimir Putin nunca sonríe? Tiene esta cara como made in KGB, sin expresión, y la mirada de piedra. Uno se lo imagina diciendo “te quiero, cariño, cásate conmigo” con el mismo tono de voz neutro que usaría para “vamos a bajar los tipos de interés”. Pues con esos ojitos cariñosos, Putin estrena la presidencia anual del G-8, el grupo de los siete países más industrializados del mundo más Rusia. Y para los que confiaban en que Europa y EEUU lo llamasen al orden por la deriva autoritaria de su gobierno, desengáñense: a Occidente le da lo mismo. La prueba han sido las reacciones ante la crisis del gas de la semana pasada. Rusia le sube a Ucrania cinco veces el precio del gas. Y si no quieren, amenaza con cerrarles el grifo en pleno invierno. EEUU reacciona con contundencia: les pide a ambos países que se pongan de acuerdo por favor. Europa tiene un comportamiento heroico: pregunta “¿A nosotros también nos van a cortar el gas? ¿No pueden enviárnoslo por otro lado mientras se arreglan ustedes?” Hasta el asesor económico de Putin ha renunciado después de lo que considera el fin de la economía libre en Rusia y el uso de la energía como herramienta de chantaje político. Pero Occidente ha decidido mejor no hacer escándalo, que Putin se puede enojar. Las ONGs rusas tienen que ser aprobadas por el gobierno, pero no por eso es una dictadura. No, por Dios. Y los medios de prensa están presionados, pero sólo un poquito. Y los empresarios que se meten en política van presos mientras el estado controla la energía y la industria de armas y automotores, pero más o menos el mercado es libre: o sea, eres libre de acatar o ir preso. Y el ejército es capaz de tomar violentamente un colegio y matar a más rehenes que terroristas en un teatro. Pero bueno, esos son pecadillos. Putin declaró hace como un año que la democracia tendría que adaptarse a la realidad y a la historia rusas. Entendemos ahora que se refería a la tradición de Stalin e Iván el Terrible. Pero ahora, en el G-8, además, es el jefe de los grandes. Y aquí nadie ha dicho ni mu. El discurso global de Occidente es “todos queremos la democracia, pero sólo en los países con dictadores antipáticos.” Putin no es, pues, un dictador, sino un socio clave con un mercado grande, una posición estratégica para Oriente Medio y Asia y, sobre todo, un montón de gas y petróleo. Eso lo hace bueno. Me pregunto qué ocurrirá cuando empiece a resultar malo, y sus políticas choquen con intereses norteamericanos o europeos. Entonces quizá sus socios traten de sugerirle en ese tono amable que por favor si fuese tan amable se modere un poquito. Pero él pondrá su mirada de sótano de la comisaría y dirá “hasta la vista, baby”, eso sí, siempre sin sonreír.

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9 de enero de 2006
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El sello de lo real

Mi pasaporte dejó de ser válido. Debería renovarlo con urgencia. Cuando uno concurre a hacer el trámite siempre le otorgan uno nuevo, pero yo conservo siempre los pasaportes caducados. De tanto en tanto me gusta revisar sus sellos y recordar los sitios que visité. Calais, Francia, octubre de 1986: primer viaje a Europa. La Habana, noviembre de 1989, para cubrir el festival de cine. New York, septiembre de 1992: ¿será de la vez que entrevisté a Madonna para el diario Clarín? Narita, Japón, noviembre de 1993, para entrevistar a Paul McCartney. Heathrow, Londres, junio de 1995, cuando entrevisté a Sean Connery para la TV. St. Maarten, diciembre de 1999, donde viví el cambio de siglo. Aeropuerto Ben Gurion, noviembre de 2000, cuando fui a cubrir la Intifada para la revista española Planeta Humano. Colombia, mayo de 2003, cuando la investigación para el guión de Rosario Tijeras, hoy candidata al Goya como mejor película no española pero de habla hispana. A veces encuentro sellos de sitios que no recuerdo haber visitado. ¿República de Panamá? ¿Cuándo estuve allí? Lo divertido es imaginar los sellos que deberían agregarse, si también contasen los lugares que uno ha visitado con la imaginación. Un breve recuento de mis viajes mentales de las últimas semanas debería incluir la New York de la Depresión, gracias al King Kong de Peter Jackson. (No pongo Skull Island porque allí no sellan pasaportes.) La Inglaterra de mediados del siglo XIX, gracias a la relectura de David Copperfield y la visión del Oliver Twist de Polanski. La Alemania ocupada por los franceses de Los hermanos Grimm, la película de Terry Gilliam. Y por supuesto, la Londres del blitz. (No agrego Narnia por las mismas razones que excluyen a Skull Island.) Alguno argumentará que se trata de viajes de distinta índole, y quizás hasta agregue que de distinta intensidad, dada la diferencia presunta entre lo real y lo imaginario. Pero tratándose de un escritor, queda claro que no existe diferencia de intensidad alguna. Cuando uno se mete con toda el alma en una ficción, suele producir recuerdos más duraderos que los de muchas vacaciones. A veces creo que tengo el mejor trabajo del mundo.

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9 de enero de 2006
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Viejos revolucionarios

Cuenta Renan que durante su infancia conoció a un personaje enigmático y fascinante. Vivía en su mismo barrio y nadie sabía nada sobre él. La suya era una pobreza extrema, pero digna, seguramente gracias a una pequeña herencia familiar. Tenía fama de “decir cosas raras”, aunque Renan era demasiado niño para identificar la cualidad de aquella rareza. Murió en 1830, cincuentón de mala salud, en la más completa soledad. Cuando la policía registró su covacha sólo encontró unos harapos cuidadosamente remendados, un fatigadísimo volumen de Rousseau y, oculto en un rincón bajo ladrillos sueltos, un atadijo de flores marchitas con cinta tricolor. Muchos años más tarde, en 1860, leyó Renan una noticia de diario que le trajo a la memoria todo lo anterior. Acababa de morir un nonagenario muy respetado en el pueblo donde a la sazón residía el historiador, aunque nadie recordaba cuándo se había instalado allí y no se le conocían parientes ni allegados. Entre sus pobrísimas pertenencias, halló la policía un ramillete de flores secas atadas con cinta descolorida. El bouquet sostenía este mensaje escrito con tinta sepia: “Ramito que llevé en la fiesta del Ser Supremo, el 20 pradial del año II”. En ese momento se percató Renan de que su antiguo vecino, como el anciano recién fallecido, debió de haber sido un fiero revolucionario, obligado a llevar luego una vida oculta bajo nombre falso, para evitar responsabilidades sobre sabe Dios qué barbaridades cometidas en la flor de la edad. Aquella opinión de los vecinos: “decía cosas raras”, sería por los alegatos disimulados y las diatribas opacas, todo muy tenue para no despertar sospechas. Sin embargo, ninguno de los dos viejos justicieros pudo desprenderse de las flores comprometedoras. Orígenes del sentimentalismo burgués. He recordado esta historia de Renan tras leer una entrevista con Santiago Carrillo en la que dice que su amigo Ceacescu era todo un caballero y que nunca le hizo daño a nadie. Los ancianos de Renan podrían figurar en un cuento de Maupassant. No imagino en qué clase de novela haría un papel aceptable el viejo Carrillo.

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9 de enero de 2006
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Puer senex

Han pasado quince años y Mozart ataca de nuevo. Si en 1991 celebramos los doscientos años de su muerte, ahora celebramos los doscientos cincuenta de su nacimiento. Lo asombroso es que Mozart siga siendo el músico más popular, más horizontal, de la historia de Occidente. Si no fuera así, las empresas dedicadas a la música enlatada, al Compact, al DVD, a todas las mecánicas reproductivas del sonido, habrían elegido otra mercancía. La operación anterior, la muerte, debió de ser tan rentable que ahora tratan de exprimir también el nacimiento. ¿Qué elementos míticos, qué calificativos tiene Mozart que lo sitúan tan por encima de otros músicos “populares”? Quizás una euforia vital, un vigor, una energía, que hoy sólo existen en los anuncios publicitarios. Según creen los jefes de marketing, Bach es demasiado cristiano para unos ciudadanos francamente incrédulos. Vivaldi se repite tanto que al tercer concierto ya estás empalagado. Beethoven es para intelectuales y, además, el estruendo germano fatiga y deprime. Tchaikovsky es un exagerado, un bocazas, una especie de tonadillera ensordecedora. Realmente, Mozart es un regalo para la publicidad: es variado sin marear al oyente, es fácil y sin embargo sutil, es ingenioso pero nunca grosero... ¡Y eternamente joven! Bien es verdad que un hombre de treinta años de su tiempo equivale a uno de cincuenta de ahora, pero eso carece de importancia para los mercaderes. Mozart siempre será un niño. ¡Un niño con capacidad para graduarse de masón! ¡Un tipo muy superior a Harry Potter! Me parece estupendo que la industria cultural invente acontecimientos para colocar sus productos, pero me preocupa que esa industria se encuentre tan escuchimizada, exangüe, envejecida. Ha de vivir muy acobardada para repetir una operación de hace tan sólo quince años. La falta de imaginación delata un riego sanguíneo defectuoso. Los sellos discográficos han entrado en su fase decrépita. Y si la industria cultural agoniza, nos vamos a quedar con la cultura a secas, la real. Dios nos coja confesados...

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5 de enero de 2006
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El Boomeran(g)
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