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Por 10 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Desde que supe que en Francia se había desatado una persecución contra Alain Finkielkraut, devoro todo lo que encuentro de este caballero. En un escrito autobiográfico afirmaba “querer hacerse viejo lo antes posible”. Seguramente lo decía pensando en la clásica estampa del anciano sabio, (le sage, no le savant), tan ausente de nuestra sociedad. Y añadía:

C’est la lecture qui m’a fait vieillir et l’apprenti philosophe que je suis resté doit aux grands romanciers de concevoir le phénomène humain non tant comme un problème a résoudre que comme une énigme à ne jamais cesser d’interroger
(“He envejecido gracias a la lectura y el aprendiz de filósofo que todavía soy le debe a los grandes novelistas una concepción del fenómeno humano, no tanto como un problema a resolver, cuanto como un enigma al que inquirir sin descanso”)

Está bien. El punto de mira del fusil telescópico del filósofo es exacto, certero, busca abatir al animal con eficacia, sin hacerle sufrir inútilmente. Por el contrario, la vieja escopeta literaria lleva un punto de mira ruinoso. A veces apunta demasiado alto y el tiro se pierde entre las nubes. A veces tan bajo que levanta una nube de polvo y hormigas. En ambos casos, el animal sufre un susto espantoso y escapa a toda velocidad, a veces incluso herido.
El filósofo contempla la pieza cobrada. La ve tendida en tierra y sabe que esa es la verdad del animal, su destino irremediable. Pone entonces un pie sobre la testuz del cadáver, suspira profundamente y mira desafiante a su alrededor.
El literato se queda allí, parado, con cara de bobo, viendo cómo se le escapa (¡otra vez!) la presa. Maldice su suerte y arroja la escopeta con rabia. Pero lo cierto es que ha visto algo indescriptible: el salto prodigioso, elástico, aéreo, de un animal en el límite de su potencia. Quizás ha sido un instante, quizás sólo un par de segundos, pero ha sido testigo de la vida viviente en todo su esplendor.
Lo suficiente como para que recoja su escopeta, apure lo que queda en la cantimplora y vuelva a cargar un cartucho mientras musita: “No me fastidies, Tizona, esta vez va en serio”.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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