Marcelo Figueras
Mi pasaporte dejó de ser válido. Debería renovarlo con urgencia. Cuando uno concurre a hacer el trámite siempre le otorgan uno nuevo, pero yo conservo siempre los pasaportes caducados. De tanto en tanto me gusta revisar sus sellos y recordar los sitios que visité. Calais, Francia, octubre de 1986: primer viaje a Europa. La Habana, noviembre de 1989, para cubrir el festival de cine. New York, septiembre de 1992: ¿será de la vez que entrevisté a Madonna para el diario Clarín? Narita, Japón, noviembre de 1993, para entrevistar a Paul McCartney. Heathrow, Londres, junio de 1995, cuando entrevisté a Sean Connery para la TV. St. Maarten, diciembre de 1999, donde viví el cambio de siglo. Aeropuerto Ben Gurion, noviembre de 2000, cuando fui a cubrir la Intifada para la revista española Planeta Humano. Colombia, mayo de 2003, cuando la investigación para el guión de Rosario Tijeras, hoy candidata al Goya como mejor película no española pero de habla hispana. A veces encuentro sellos de sitios que no recuerdo haber visitado. ¿República de Panamá? ¿Cuándo estuve allí?
Lo divertido es imaginar los sellos que deberían agregarse, si también contasen los lugares que uno ha visitado con la imaginación. Un breve recuento de mis viajes mentales de las últimas semanas debería incluir la New York de la Depresión, gracias al King Kong de Peter Jackson. (No pongo Skull Island porque allí no sellan pasaportes.) La Inglaterra de mediados del siglo XIX, gracias a la relectura de David Copperfield y la visión del Oliver Twist de Polanski. La Alemania ocupada por los franceses de Los hermanos Grimm, la película de Terry Gilliam. Y por supuesto, la Londres del blitz. (No agrego Narnia por las mismas razones que excluyen a Skull Island.)
Alguno argumentará que se trata de viajes de distinta índole, y quizás hasta agregue que de distinta intensidad, dada la diferencia presunta entre lo real y lo imaginario. Pero tratándose de un escritor, queda claro que no existe diferencia de intensidad alguna. Cuando uno se mete con toda el alma en una ficción, suele producir recuerdos más duraderos que los de muchas vacaciones.
A veces creo que tengo el mejor trabajo del mundo.