Félix de Azúa
Cuenta Renan que durante su infancia conoció a un personaje enigmático y fascinante. Vivía en su mismo barrio y nadie sabía nada sobre él. La suya era una pobreza extrema, pero digna, seguramente gracias a una pequeña herencia familiar. Tenía fama de “decir cosas raras”, aunque Renan era demasiado niño para identificar la cualidad de aquella rareza. Murió en 1830, cincuentón de mala salud, en la más completa soledad. Cuando la policía registró su covacha sólo encontró unos harapos cuidadosamente remendados, un fatigadísimo volumen de Rousseau y, oculto en un rincón bajo ladrillos sueltos, un atadijo de flores marchitas con cinta tricolor.
Muchos años más tarde, en 1860, leyó Renan una noticia de diario que le trajo a la memoria todo lo anterior. Acababa de morir un nonagenario muy respetado en el pueblo donde a la sazón residía el historiador, aunque nadie recordaba cuándo se había instalado allí y no se le conocían parientes ni allegados. Entre sus pobrísimas pertenencias, halló la policía un ramillete de flores secas atadas con cinta descolorida. El bouquet sostenía este mensaje escrito con tinta sepia: “Ramito que llevé en la fiesta del Ser Supremo, el 20 pradial del año II”.
En ese momento se percató Renan de que su antiguo vecino, como el anciano recién fallecido, debió de haber sido un fiero revolucionario, obligado a llevar luego una vida oculta bajo nombre falso, para evitar responsabilidades sobre sabe Dios qué barbaridades cometidas en la flor de la edad. Aquella opinión de los vecinos: “decía cosas raras”, sería por los alegatos disimulados y las diatribas opacas, todo muy tenue para no despertar sospechas. Sin embargo, ninguno de los dos viejos justicieros pudo desprenderse de las flores comprometedoras. Orígenes del sentimentalismo burgués.
He recordado esta historia de Renan tras leer una entrevista con Santiago Carrillo en la que dice que su amigo Ceacescu era todo un caballero y que nunca le hizo daño a nadie.
Los ancianos de Renan podrían figurar en un cuento de Maupassant. No imagino en qué clase de novela haría un papel aceptable el viejo Carrillo.