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El espejismo extranjero

Según una reciente encuesta, el 60% de los españoles consideran que los extranjeros en España son “demasiados”. Por extranjeros, evidentemente, no se refieren a ingleses, franceses y alemanes. Esos no son extranjeros, son turistas. Los extranjeros de verdad, es decir los inmigrantes, figuran en la encuesta como el segundo problema de España en orden de importancia, por encima del terrorismo de ETA. Parece una terrible amenaza, pero si se mira de cerca, no lo es tanto. Para empezar, los españoles opinan que son demasiados porque creen que alcanzan el 20% de la población, pero el porcentaje real de inmigrantes no llega ni a la mitad de eso. Y para terminar, el nivel de la amenaza se reduce con la pregunta “¿Cuáles son los tres problemas que a usted le afectan más?”. Entonces, la inmigración baja al quinto lugar. O sea, que es un problema de España, pero no de los españoles. Me pregunto qué pasaría si a la inmigración no se le llamase “problema” sino “fenómeno” o “cuestión”. Porque la encuesta demuestra que la percepción sobre los inmigrantes está determinada por la manera de hablar de ellos. No son un problema porque afecten a las personas, sino porque los medios de comunicación los plantean como problema ahí, en ese mundo lejano que está dentro de las pantallas, y que parece tan real que ha duplicado el número de extranjeros en la imaginación de los españoles. La realidad es así de maleable, y depende de las gafas –o de los antifaces- que nos coloquemos para verla. Para contrarrestar el peso de esas gafas en la experiencia cotidiana, EEUU instauró el sistema de cuotas: las universidades y puestos de trabajo están obligados a incorporar miembros de diversas minorías incluso en los casos en que estén menos cualificados que todos los demás postulantes. Se trata de una idea que rompe el principio comercial básico de competitividad y eficiencia, pero que ahorra roces sociales y permite precisamente desarrollar la competitividad y eficiencia de grupos tradicionalmente marginados del mercado profesional. Los franceses se burlaron durante muchos años de ese sistema, que contradecía abiertamente la igualdad ante la ley. Hasta que en noviembre sus propios inmigrantes se pusieron a incendiar automóviles masivamente en las calles de París. Resultó que de tan iguales que eran en su Constitución, nadie se había dado cuenta de que recibían un trato diferente en el mundo real. Poco después, apareció en sus pantallas la primera narradora de noticias de origen extranjero. Ella ha sido el primer rostro visible del cambio de modelo. España arranca con ventaja para encarar el fenómeno de la migración, porque tiene modelos. Puede ver lo que ocurre en EEUU, lo que ocurre en Francia, lo que ocurre en Alemania, y tomar sus propias decisiones. Haga lo que haga, sus programas de integración tienen una tarea clara: reducir la brecha entre los espejismos y la realidad, para poder trabajar en un mundo que sí exista.

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2 de enero de 2006
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Música celestial

Ayer comenzó el año, pero siendo así que no colgamos el blog los fines de semana, éste es el primer mensaje de 2006. Me gustaría dedicárselo a los músicos con quienes he intercambiado opiniones durante los últimos dos meses, en un foro de compositores españoles. Que es como mencionar una doble condena. No sólo españoles, sino encima compositores. En nuestras discusiones ha salido a relucir una y otra vez la diferencia entre música “seria” y “popular”, o “superior” e “inferior”. Esta diferencia, para mi, es un espejismo. Sólo hay una música y es indivisible. Suena cuando quiere y la oímos como podemos. Su función es sencillísima: nos ayuda a comprender y a soportar, aunque las formas de esa ayuda son imprevisibles. Decía Heidegger que para él no había música superior al tañido de las campanas en la hora del Ángelus. Y Ferlosio describía una música que arrebataba a los funcionarios árabes de Al-Andalus: el sonido de las túnicas de damasco arrastrándose por los suelos de mármol de la Alambra. Como corroboración, quiero obsequiar a los compositores con un apunte estremecedor, una experiencia fenomenal de alguien que en plena guerra, hundido en la desesperación del desastre, recibió el consuelo de la música.

“En la radio del Hotel, una selección de la música de Blancanieves. Ruidos de fondo, parásitos. Pero cuando ha sonado la canción que conozco (y que tengo por cursi y trivial) ha sido como si una luz se encendiera en mi noche, una promesa de que todo esto acabará un día y volveré a ser humano. Ha durado unos quince compases, y se acabó”.

¿Adivináis quién lo escribió? No, no podéis adivinarlo. Era Jean-Paul Sartre, movilizado el año 1939, en sus espléndidos Carnets de la drôle de guerre. La película de Disney se había estrenado en 1938 y la canción a la que se refiere era “Un día vendrá mi príncipe azul”. Suena cuando quiere. La oímos cuando podemos.

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2 de enero de 2006
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Ayudemos a la BBC

¿Quiénes son los autores más importantes de América Latina? ¿Cuáles son las influencias que reciben? ¿Cuáles son los desafíos que enfrentan? Cuando en una página (click aquí) del maravilloso sitio de Internet de la BBC se hacen tres preguntas como éstas nadie duda en quedarse para conocer las respuestas. Pero lo que se encuentra en aquella página, Latin American Words (palabras de América Latina), es tan pobre que hay que denunciarlo como un complot anglosajón en contra de la literatura de un continente.

América Latina aquí se reduce a cuatro países: Argentina, Brasil, Colombia y México. Y cada país se resume en su paradigma más insoportable: Brasil es telenovelas más un poco de rap, Argentina se limita a la dictadura de los generales, Colombia no puede ser otra cosa que la violencia y México se resume en la macrocefalia de su capital. Es el triunfo de la caricatura en uno de los mejores sitios de información del mundo. Y, claro, la selección de los autores es otra vergüenza para los amantes de la literatura hispanoamericana. La BBC adivina el tamaño de la catástrofe: no se atreve a ofrecer aquella pagina en su versión española, a pesar de prometer “de todo un poco” o el más alentador “a fondo“ en su espacio de información en castellano.

Ahora bien, todos estamos conectados y lo más obvio es dedicarnos a ayudar a la BBC, utilizando el enlace contact us. Ya tengo mis peticiones: de Brazil, quiero las ciudades y Rubem Fonseca que tanto talento tiene para hablar del frenesí urbano; de Colombia, espero la suma diferencia entre cachacos y costeños y unos jóvenes como Gamboa o a consagrados como Mutis; de México quiero el Spanglish y la letras de las canciones del norte que hablen del hampa y del narcotráfico ; y con relación a Argentina, por favor, si me hablan de la dictadura me ponen en seguida a Osvaldo Soriano, el autor de No habrá más penas ni olvido. Y claro, quiero Chile y Neruda, Uruguay y Roa Bastos, Venezuela y Uslar Pietri, Cuba y Carpentier, etc. Ya tengo mi mail. Ayudemos a la BBC a descubrir América.

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30 de diciembre de 2005
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Hello goodbye

Este ha sido un año de siembra. Entre la escritura del tramo final de mi cuarta novela y la de un guión de cine, 2005 se me fue en compañía de un montón de gente imaginaria, a la que por supuesto nadie conoce todavía… salvo yo, porque les di asilo en mi mente. Creo tener una idea bastante aproximada de lo que siente un campesino que se juega todo lo que tiene en la siembra de ese año, esperando que los tiempos por venir sean benévolos y que las semillas den fruto al cambiar la temporada. Esta es, quizás, la parte más dura del oficio del artista: sentarse a esperar que el boomerang que lanzó al mundo regrese a sus manos, coronando su viaje. Interpreto la creación de El Boomeran(g) como un signo auspicioso de lo por venir. La diaria escritura me permitió ponerme en contacto con gente que respondió con ideas a las ideas, y con emociones a las emociones. Fue un modo maravilloso de desprenderme del monólogo de la creación en solitario, necesario pero siempre incompleto, para aproximarme a aquellos en los que pienso a diario cada vez que me enfrento a la página en blanco. Porque existen algunos que crean tan sólo para satisfacerse a sí mismos, pero yo escribo pensando en compartir, como cuando uno era niño y se enamoraba de un libro o de un juguete nuevo: la gracia no estaba en guardarse esa historia como un secreto ni en jugar a solas, sino en acercar a los otros al ruedo. Por supuesto, además de la gente imaginaria con la que uno convive está la gente real que tolera a diario sus excentricidades. Cuando llegue el momento de alzar la copa buscaré la compañía de todos ellos, porque son los garantes de mi felicidad. Lo mejor que puedo desearles a ustedes es que tengan la oportunidad de estar cerca de la gente amada, en estos momentos de fiesta y en todo momento. Y aquellos a quienes les falte alguien o algo les deseo la paciencia del campesino, porque como escribió W. B. Yeats, los hombres mejoran con los años. “Envejezco entre sueños, / Un tritón de mármol gastado por el tiempo / Entre las corrientes de agua”. Feliz 2006 para todos, de corazón.

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30 de diciembre de 2005
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Polansky y el huerfanito

Tengo malas noticias: Roman Polansky ha dejado de ser un psicópata. Su última película ya no es un dechado de perversión sexual como Lunas de hiel. Ni una terrorífica metáfora de la soledad como El inquilino. Ni siquiera una comedia sangrienta como El baile de los vampiros. No. El director que lleva décadas acusado de atropello a una menor, la víctima indirecta de la insania de Charles Manson, la leyenda negra ambulante, acaba de estrenar en España una nueva versión del clásico Oliver Twist: las aventuras de un huerfanito. De hecho, se veía venir un cambio desde El pianista, que ya representaba un giro en la carrera del director polaco. Es verdad que ya había mostrado interés por retratar la violencia de un país en La muerte y la doncella. Pero aún entonces, esa violencia se manifestaba en la perversidad de la relación que establece un torturador con su víctima. En sus dos últimas entregas, en cambio, el torturador no es una encarnación individual del mal, sino la maquinaria pesada de una sociedad que aplasta a sus personajes sin remedio. La diferencia es que una sociedad o un momento histórico no se pueden colar en tu cama. También hay un cambio en la actitud de los protagonistas, que han dejado de pelear. La pasividad del pianista judío es gemela de la buena educación del pequeño Oliver. Ninguno de los dos se toma la molestia de luchar por cambiar una situación que los desborda. Sólo sufren y huyen, se arriman a un lado cuando pueden y, en el caso más activo, suplican que los dejen en paz. Enfrentados a grandes tormentas sociales, estos personajes se dan por satisfechos con que no se les hunda el barco. Esto no es una crítica técnica. La factura de ambas películas es impecable. Oliver Twist goza de una puesta en escena teatral, en ocasiones caricaturesca, que subraya la fragilidad del protagonista y conserva toda la fuerza dramática del original. De hecho, es una ejemplar reproducción. Y eso es lo que resulta extraño al verla. Es Oliver Twist. No es Polansky. En sus dos últimas películas, el director ha optado por desaparecer, o como sus personajes, por dejarse mecer entre las olas del relato, manteniendo el barco decorosamente a flote, con proa a ninguna parte.

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30 de diciembre de 2005
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Por la Patria

La muy notable editorial Los libros del asteroide va a reeditar próximamente las memorias de Andrew Graham-Yooll, el que fuera director del Buenos Aires Herald. Su relato de los años de guerra entre montoneros y militares (A State of Fear) es espeluznante.

Lo más escalofriante de aquella salvajada era la imposibilidad de distinguir a las derechas de las izquierdas. Sus prácticas eran idénticas: secuestros, torturas, asesinatos. En alguna ocasión la víctima no sabía si había caído en manos de un guerrillero comunista o de un torturador de la Marina. Lo cual todavía hacía más difícil la colaboración con el secuestrador. ¿Había que gritar muera Videla, o muera Firmenich? Eran intercambiables.

“Firmenich tenía poco más de veinte años cuando se formó la guerrilla montonera. Nacionalistas de derechas católicos, apostólicos y romanos, decidieron tomar un giro a la izquierda para ver si encontraban el camino de la revolución. Doce personajes en busca de autor. El escenario se levantaba en los cementerios”.

Esa es la clave. Tanto la izquierda como la derecha era, por encima de todo, nacionalista. El nacionalismo une en la barbarie incluso a lo más apartado. Para describir con veracidad estas situaciones de desdoblamiento del mal en versiones contrapuestas pero fraternales (como el pacto Hitler/Stalin), la historia es insuficiente, es imprescindible una novela. No sé si la hay sobre el desastre argentino. Graham-Yooll testificó contra Firmenich en el proceso que sucedió al restablecimiento de la democracia. Al reputado jefe de criminales le cayeron treinta años de cárcel pero fue indultado de inmediato. A nadie le interesaba su presencia en Argentina. Actualmente da clases en una universidad catalana.

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30 de diciembre de 2005
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Encontrado en La Mancha

Adoro a Terry Gilliam. Ayer vi Los hermanos Grimm, que es una de sus peores películas, o quizás la peor, pero cualquier fotograma de un film de Gilliam (¡incluído Grimm!) es mejor y más resonante que el noventa por ciento de lo que hoy pasa por cine. En una entrevista que ofreció al terminar su más reciente película, Tideland, contó una anécdota que describe bien lo que deberíamos denominar El Efecto Gilliam. En su condición de ex miembro de los geniales Monty Phyton, Gilliam logró que su viejo amigo Michael Palin fuese a ver un corte temprano de la película. Palin, otro ex Phyton, le confesó que no le había gustado. Esa noche soñó todo el tiempo con Tideland. ¡No podía quitársela de la cabeza! Al otro día llamó a Gilliam para decirle: “Una de dos: o es lo mejor que hiciste, o es lo peor que hiciste”. Gilliam es de esa clase de artistas. Encara cada nueva obra deseando que sea la mejor, pero sin miedo alguno de que resulte la peor. Habría que inventar una nueva categoría para definirlo: que es un nihilista exultante, por ejemplo; o el más imaginativo de los desesperados. Fantasías como Brazil y Doce monos resultan negrísimas y angustiantes, pero sin dejar nunca de ser fantasías. Lo que Gilliam transmite todo el tiempo es que este mundo no tiene remedio. Experiencias como la de su lucha contra los estudios Universal, cuyos ejecutivos querían injertarle a Brazil un final feliz contra natura, o el desastre que hundió la filmación de The Man Who Killed Don Quixote (que al menos para nuestra alegría resultó en un documental inolvidable, Lost In La Mancha), justifican por sí solas su negra visión del universo. Pero a la vez Gilliam expresa que el hombre merece una oportunidad aunque más no sea por el hecho de que posee imaginación. En su mente lisérgica, hasta el pequeño burócrata de Brazil merece redención tan sólo porque se atrevió a soñar. Ayer nomás me enteré de que J. K. Rowling lo admira, y que soñaba con que dirigiese la adaptación al cine de Harry Potter. No puedo menos que conjeturar qué hubiese sido de Potter en sus manos; lo más probable es que se hubiese tratado de un fracaso comercial y a la vez de una película inolvidable. (Este es el género en el que Gilliam es maestro: el de los gloriosos fracasos.) Mi corazón está con algunas de sus películas a las que suele considerarse menores: Time Bandits y The Fisher King, construída sobre un admirable guión de Richard La Gravenese. (Como suele ocurrir con los creadores de imaginación desbordante, Gilliam funciona mejor cuando debe atenerse a un buen guión ajeno.) En lo que a mí respecta, siento que le debo eterna gratitud. Durante muchos años sufrí el hecho de que la imaginería que yo amaba desde la infancia no tuviese nada que ver con el mundo que me tocó vivir. Crecí en un mundo poblado por héroes homéricos y reyes entregados a búsquedas trascendentes, por piratas y navegantes intrépidos, por bandidos que le sacaban al rico para ofrecerle al pobre; y ya adulto me preguntaba si debería olvidar a esta clase de criaturas, traicionándome a la hora de escribir, para lograr sobrevivir en esta Tierra. Con películas como Bandits y Brazil y The Fisher King Gilliam me demostró que Teseo y los samurais gigantescos y los superhéroes y los caballeros medievales tenían derecho a seguir formando parte de mi universo. Las criaturas fantásticas y el mundo cruel no eran elementos antitéticos sino complementarios, en la medida en que ambos formaban parte irrenunciable de mi cabeza. Todo lo que había que hacer era animarse a liberarlos en el marco de la imaginación, y dejarlos comportarse. El maestro Gilliam me enseñó que nadie es más adulto que aquel que es fiel a sus fantasías infantiles. Aunque en el trayecto se pierda en La Mancha.

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29 de diciembre de 2005
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Morirse de risa

A contracorriente, Adam Zagajewski defiende la necesidad de una inconveniencia: el fervor. Es uno de los ensayos que incluye En defensa del Fervor (El Acantilado) recientemente aparecido y muy poco previsible en el panorama del ensayo literario contemporáneo. ¿Quizás pudo ser “entusiasmo”? ¿Quizás “furor”? Ignoro cuál será el término polaco del original, pero los excelentes traductores han elegido una palabra que sugiere la ebullición pasional frente a la gélida inteligencia. Y de eso se trata, Zagajewski, espléndido poeta, reprocha a nuestra época un exceso de ironía, de distancia burlona. En compensación armónica, propone el fervor, el calor próximo. Creo que fue Kierkegaard el primero en definir la ironía como la posición de quien ha dejado de creer en los viejos dioses, pero no puede aún creer en los nuevos. La imagen se la sugirió aquel pobre Sócrates, ironista originario, a quien Aristófanes hacía comparecer en su comedia Las Nubes, flotando sobre el escenario en el interior de una cestilla pendiente de una cuerda. Sócrates atacaba las viejas tradiciones (lo que le costó la vida), pero sin defender nada nuevo. Así que “estaba en las nubes”. Zagajewski argumenta, razonablemente creo yo, que los nuestros son tiempos ya excesivamente irónicos, lo que denota un extendido escepticismo frente a los dioses del poder, pero también una evidente impotencia para proponer dioses nuevos. Su invitación es honesta y seguramente religiosa: la ironía divide, el fervor une. Quizás aún estemos a tiempo de vivir el renacimiento del fervor. Habría que estar loco para no desear intensamente una renovación fervorosa del pensamiento y de la convivencia en el mundo sublunar. Sin embargo... Aun cuando el escepticismo me impida creer en una cercana aurora del fervor (vivo en un lugar plagado de falsos dioses y de inocentes idólatras), su artículo ha sido un apreciable regalo de fin de año. Un poco de calor en el frío desierto de la constatación.

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29 de diciembre de 2005
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La exhibición de atrocidades

Recientemente, Salman Rushdie pasó por Barcelona para promocionar su novela Shalimar, el payaso, y en una entrevista con Diego Salazar, dijo lo siguiente: “Hay una gran pregunta para todo escritor y ésta es: ¿Cómo escribir la atrocidad? Porque hay cosas en los libros que uno no puede mirar a la cara, son demasiado horribles. Y no sólo para el escritor, también para los lectores, hay cosas que son demasiado espantosas de leer. Y la gran pregunta es: ¿Cómo escribes todo esto de una manera que te sea posible seguir escribiendo, de una manera en que les sea posible a los lectores seguir leyendo acerca de estos hechos horribles, sin traicionar la experiencia, sin disminuirla? Mucha gente se ha enfrentado a este problema al escribir sobre hechos reales. La gente que ha dejado testimonio del Holocausto lo ha enfrentado de una manera envidiable. ¿Cómo escribes sobre este hecho tan horroroso? Para mí, esto ha sido de lejos lo más duro, y quizá haya sido lo más duro de escribir en toda mi vida.” Curiosamente, muchos de los grandes escritores actuales se definen por su actitud ante la atrocidad. Coetzee, por ejemplo, suele encontrarla en los pliegues de la conflictiva sociedad sudafricana. Su descripción de la violación e incineración humana en Desgracia no se limita a los hechos de sangre, sino que permanece como una espada de Damocles sobre su víctima, una mujer que se niega a hablar de lo ocurrido, que parece considerar que la violencia es una condición obligatoria de su existencia, como comer o respirar. Y lo mismo ocurre en La edad de hierro, donde nos muestra cómo una sociedad puede llevar dentro la semilla de su propia destrucción, como si fuese un tumor. Ian McEwan ha dedicado buena parte de sus novelas al análisis del monstruo que llevamos dentro. En libros como Amor perdurable o El placer del viajero, la amenaza no proviene de una situación política o una coyuntura social, sino de la propia naturaleza humana, que amenaza los límites de la razón y pone de manifiesto su fragilidad. Y Roberto Bolaño, desde el poeta psicópata de Estrella distante hasta las mujeres descuartizadas de 2666, ha desarrollado una obra que navega en el umbral de lo inhumano y su fascinante relación con la estética, la belleza y el arte. Todos estos escritores tienen algo en común: la frialdad de su retrato de la violencia. Coetzee, McEwan cuando despedaza a un cadáver en El inocente o Bolaño cuando tortura presos políticos en un sótano, se caracterizan por describir la brutalidad física con la frialdad clínica de un cirujano. Las escenas salvajes de estos autores no se tiñen de sensacionalismo, ni siquiera de opinión. Se limitan a exhibirse como piezas de un museo, autosuficientes, talladas a pulso para incrustarse en la mórbida imaginación de sus espectadores. Si el horror, como dice Rushdie, es lo más duro de escribir, no es casualidad que los narradores del espanto se cuenten entre los más admirados novelistas contemporáneos.

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29 de diciembre de 2005
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El nuevo carretero

Me demoré en enterarme del último discurso de Fidel Castro frente a su parlamentito que se reúne unos días al año bajo el nombre de Asamblea Nacional del Poder Popular. Claro que demorarse es una figura retórica. En una isla donde el tiempo se detiene en un éxtasis revolucionario nunca pasa nada, cada día es más de la misma historia. Esta vez el nuevo capítulo se titula: Anuncio por el Comandante en jefe de la instalación en cada camión y tractor estatal de la isla de un localizador de Sistema de Posicionamiento Global (GPS, en inglés). En su obsesión por controlar la sociedad civil y promover una supuesta igualdad, el poder cubano seguirá a través de un satélite el recorrido de cada chófer.

Se trata de ahorrar gasolina, pero de verdad es otra dimensión en la lucha entre vida privada y vigilancia estatal, el combate cubano de cada día. Ya podemos adivinar la reacción machista que va a provocar una tecnología que obliga a seguir el camino profesional “¿Y cómo hago, yo, pa’ planchar a mi querida si no tengo transporte pa’ su casa?”

En realidad, el único comentario que corresponde a tal proyecto es escuchar con suma nostalgia El carretero, la famosa guajira de Guillermo Portabales: “Me voy al trasbordador a descargar la carreta, para llegar a la meta…” Su Cuba, donde el transporte funcionaba, es, lo dice la canción, un “paraíso” donde cada persona asume sus tareas. “Yo trabajo sin reposo” dice el carretero de Portabales. Desde entonces habrá más vigilancia para el carretero con GPS. “Me voy al trasbordador a descargar el camión, para cumplir con las orientaciones…”

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29 de diciembre de 2005
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El Boomeran(g)
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