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No me lo puedo creer

Reunión con Manuel Hernández Iglesias para tratar de averiguar si es posible creer algo voluntariamente. ¿Puedo querer creer algo conscientemente? ¿Tiene sentido esta frase? ¿Es posible una experiencia semejante? En principio, parece que no. Si “quiero creer algo” es que ya lo creo. No puedo “querer creer” que la tierra es redonda o plana. O creo una cosa o creo otra, pero ambas a la vez no puede ser. Cosa distinta es que no sepa si es plana o redonda. Entonces, simplemente, no creo nada. Sin embargo, es evidente que solemos decir cosas como “Felipe cree que no volverá a mentir a su mujer porque quiere creerlo”. Cuya consecuencia es: “pero se engaña porque no podrá dejar de mentirle jamás”. Felipe, por tanto, se miente a sí mismo. E incluso (caso todavía más inquietante): “Yo creía que Adelina me amaba; ¡ay, cómo me engañaba!”. Que viene a decir que si bien yo sabía que no tenía ninguna posibilidad con aquella mujer indiferente y calculadora, por debilidad me dejé caer en una creencia engañosa. Puede parecer algo irrelevante, quizás nimio, pero uno de los mejores filósofos del siglo, Donald Davidson, persiguió el asunto con ahínco. De hecho, se trata de entender cosas como la educación en general (¿cómo se crean las creencias?), ciertos aspectos de la ciencia (¿la ley de la gravedad puede ser una creencia?), o el simple cambio de creencias (¿podemos decir que un mismo sujeto cree A y luego B, o debemos hablar de sujetos distintos?). Davidson propone dos modos para cambiar de creencia cuando uno quiere: la autotrascendencia y la autocorrupción. Ambos modos nos caracterizan una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Estamos constantemente autotrascendiéndonos o autocorrompiéndonos, pero lo más inquietante es que jamás podremos reconocerlo en nosotros mismos. Sólo en los demás, o en nosotros pero en tiempos distintos. Decir “voy a creer tal cosa porque me da la gana” no tiene sentido, pero decir “aquel tipo quiere creer tal cosa” o “cuando era joven quise creer tal cosa”, sí tiene sentido. Es una lata, pero el autoengaño, la máquina más poderosa para la educación, sólo puede reconocerse en los otros. O en uno mismo cuando ya es demasiado tarde.

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30 de enero de 2006
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V o B

Leo Marcha atrás de Patricia Poblete Alday. Primera novela de una autora chilena, Premio Revista de Libros 2005, lo que es algo en Chile. Patricia Poblete es periodista, trabaja para el grupo Mercurio, lo que puede provocar dudas sobre su galardón creado por el mismo grupo. Pero su libro, publicado por la casa editorial "El Mercurio-Aguilar" es bueno y se lee con placer. Tiene fluidez, va hacia adelante y de pronto me encuentro al principio de la segunda parte.

"Hace 10 minutos que entramos a Barcelona, dice el texto, ya me estoy arrepintiendo de haber pasado tanto tiempo en Madrid." Conociendo la relación de amor no compartido entre ambas ciudades no es cualquier planteamiento pronunciarse así a favor de Barcelona. Pero basta con una palabra para destrozar aquella impresión en la página siguiente. "La casa de mi amigo queda en el Rabal..." escribe la novelista. El Raval se escribe con v de vaca y no con b de Barcelona. ¿Qué me pasa? No puedo leer más. Un sólo detalle manchó todo el conjunto de la creación. Me ocurre lo peor que puede ocurrir a un lector: no cree lo que se le cuenta.

Hay una expresión de Stendhal que todos conocemos: dice que es imprescindible poner en una novela "des petits faits vrais" (pequeños datos ciertos). Claro que podemos acumular ejemplos contrarios: desde Swift a Jules Vernes o Asimov, la lista es interminable de los soñadores que consiguieron compartir sus sueños. Pero también, existe una frontera. Si un autor se establece en la geografía real no puede escaparse así después de más de sesenta páginas. Soy capaz de soñar con el Raval o con cualquier barrio pero con el Rabal no. Claro que soy injusto con Patricia Poblete pero es así: un error de ortografía provocó mi marcha atrás.

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27 de enero de 2006
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Las siervas de la pasión

La venerable madre Teresa Gallifa Palmarola vivió en Barcelona durante la segunda mitad del siglo XIX. Tuvo siete hijos, de los cuales, seis murieron antes de los cinco años. A los 32, quedó viuda. A partir de entonces, las dos grandes preocupaciones de su vida fueron el bautismo de los niños muertos en el parto y la tentación del aborto en las solteras gestantes. Teresa fundó un hogar cuna para mujeres embarazadas, que después de su muerte fue reconocido por la iglesia. Sus herederas espirituales fueron aceptadas como congregación religiosa con el nombre de “siervas de la pasión”. Hasta finales del franquismo, las siervas de la pasión recibían a parturientas sin recursos o con muchos recursos, que daban a luz en sus casas y entregaban a sus bebés en adopción. La operación se realizaba con la mayor discreción, y la identidad de los padres biológicos quedaba protegida, más bien sellada de por vida. Tras la transición, la ley consagró el derecho de los hijos adoptivos a conocer la identidad de sus padres naturales. Pero las siervas de la pasión callaron. Debido al compromiso asumido por ellas, nadie les ha sonsacado ninguna información que conduzca al paradero de sus familiares. Muchos de sus huérfanos, ya adultos, las denunciaron y ganaron los juicios. Pero cuando la policía judicial fue a buscar los archivos, no los encontró. Las religiosas dijeron que no existían archivos más allá de los cinco años. O que nunca los había habido. La semana pasada visité una casa cuna de las siervas de la pasión en la costa mediterránea. De momento, alojan a 21 chicas con sus bebés, pero preparan una ampliación a diez habitaciones más. El requisito que deben cumplir las chicas es estar embarazadas y no tener recursos ni una familia en condiciones de ocuparse de ellas. La madre que me muestra las instalaciones considera que las mujeres en esas condiciones están “amenazadas de aborto” y hay que hacer lo posible para ahuyentar esa amenaza. La casa es un lugar agradable. Cuenta con comedor, habitaciones individuales, sala de juegos y TV, lavandería y capilla. Antes había una piscina en el patio, pero la retiraron por razones de salud. Muchas de las internas tienen problemas con las drogas, y la piscina es un caldo de cultivo de infecciones y un peligroso lugar para esconder las jeringas. Por lo general, la mayor parte de las internas son inmigrantes. Pero de momento, es mayor el número de españolas que, según la madre, “no están potables para trabajar”. La casa cuna las acoge durante el embarazo, las capacita en algún oficio y les busca un puesto. Tras el parto, pueden permanecer en la casa durante el primer año de la vida de su hijo, si deciden quedarse con él. Los pocos niños españoles que son abandonados tienen una larga lista de espera esperando adoptarlos. Pero la mayoría, al año de nacidos, se mudan con sus madres a un piso compartido con otras chicas de la casa cuna. Según la religiosa, lo más difícil es que las chicas abandonen la casa. Nunca quieren. Por lo general provienen de familias desestructuradas o lejanas, y tienen problemas para poner en orden su propia vida. De alguna manera, la casa cuna es un refugio para mujeres que no pueden tomar las riendas de su existencia, y menos de la de un niño. Al abandonar la casa cuna, me siento presa de una gran confusión moral. Las siervas de la pasión ocultan ilegalmente información sobre los padres, pero así son fieles a la promesa que les hicieron. Aplican una filosofía paternalista, pero ofrecen una alternativa a quien necesite ayuda para tener un hijo. No sé si felicitarlas o indignarme. Como suele ocurrir en las situaciones humanas al límite, los caminos del cielo y del infierno son difíciles de distinguir uno del otro, y carecen de señalización.

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27 de enero de 2006
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En defensa de los artistas inquietos

Extraño los días de Miguel Angel, cuando se consideraba natural que una misma persona experimentase (¡y triunfase!) en distintas ramas del arte. La maldición de los especialistas se hizo sentir sobre el territorio de la creación. Esto es paradójico, ya que el acceso a los medios artísticos es hoy más democrático (por economía y por practicidad) de lo que era tiempo atrás. Hace décadas eran indispensables miles de dólares para realizar una película modestísima. Hoy puede hacerla cualquiera con acceso a una cámara digital y a un ordenador. ¿Cuántas novelas habría escrito Balzac, dado que creó ochenta en veinte años escribiendo con pluma, si hubiese tenido una Macintosh a su disposición? Cada disciplina supone un cierto saber técnico, pero la técnica nunca ha sido determinante para un artista, dado que es relativamente fácil de adquirir: Orson Welles aprendió lo que necesitaba saber sobre narrativa cinematográfica cuando ya había firmado con la RKO el contrato que redundaría en Citizen Kane. Y todavía recuerdo las floridas metáforas que el músico Luis Alberto Spinetta empleaba en los comienzos, cuando explicaba al técnico de grabación qué clase de sonidos perseguía. En todo caso, la sabiduría del artista está en rodearse de colaboradores tanto o más brillantes que él, como hizo Welles con el guionista Herman Mankiewicz y el fotógrafo Gregg Toland. Lo que juega en mi contra en esta arenga es el relativo éxito de tantos artistas que intentaron el crossover en los últimos años. Algunos actores escribieron novelas: Rupert Everett, Gene Hackman, Ethan Hawke, aunque ignoro cuán buenas; sé que han tenido notoriedad por el simple hecho de publicar, sin obtener nada parecido a los elogios que suelen premiar sus actuaciones. Los músicos metidos a actores son más simpáticos que memorables: Sting, Bowie, Jagger. Algunos novelistas han dirigido: digamos que en el terreno del cine, el pobre de Stephen King (pobre en sentido poético, nomás) no dirige best-sellers, por ponerlo así. En general la prensa observa estos esfuerzos con desconfianza, como si se tratase de un capricho del artista en vez de un intento sincero de probar un nuevo cauce de expresión. Por fortuna existe gente a la que no le ha ido tan mal. El artista plástico y cineasta Julian Schnabel, director de Basquiat y Before Night Falls. El actor John Cusack ha escrito un par de guiones de muy buen nivel: Grosse Point Blank y High Fidelity. (Este último basado en la novela de Nick Hornby.) George Clooney junta hoy nominaciones por su segundo film como director, Good Night, and Good Luck. Todavía no lo he visto, pero su debut como director, Confessions of a Dangerous Mind, estaba más que bien. En la Argentina están Martín Rejtman, que dirige cine y escribe ficción, y Alan Pauls, que es novelista, periodista y guionista, y Fito Páez, que es músico y cineasta. Su búsqueda pasa a años luz de la mía, pero los respeto mucho. Y me alegra que existan y que hagan lo que hacen, porque ayudan a que me sienta menos solo.

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27 de enero de 2006
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Su Santidad el Sexo

El titular del periódico de esta mañana dice: “El Papa alerta de que el sexo sin amor convierte al ser humano en mercancía”. Se refiere a Deus caritas est, la primera encíclica de Benedicto XVI. Como en todo lo demás, la Iglesia de Roma lleva un retraso de decenios en materias en las que ya fracasó la izquierda hace quinquenios. Que el sexo como puro valor de cambio nos convierte en mercancías, es una viejísima máxima moral de la izquierda proletaria. Todavía recuerdo cuando un actual alto cargo de la Generalitat expulsó del Partido Comunista Catalán, el célebre PSUC, al finísimo AGT porque había intentado ligar con una camarada. Le montaron una autocrítica, decía AGT con su sarcasmo habitual. El primer feminismo revitalizó la reivindicación para luchar contra el uso del cuerpo femenino como reclamo publicitario. El fracaso de la izquierda y del feminismo en este intento de ennoblecer a los humanos ha sido uno de los más estrepitosos. No sólo se utiliza cada vez más el cuerpo de hombres y mujeres en la publicidad, sino que ya se hace como una invitación explícita a la copulación. De otra parte, el modo de vestir de las hembras jóvenes imita apasionadamente el de las estrellas del pop más obscenas y pornográficas. Y sin la menor duda, la práctica habitual del sexo sin amor se ha convertido en el derecho político más reivindicado por los adolescentes. O quizás el único. El sexo sin amor nos convierte, ciertamente, en mercancías, pero el Papa olvida la posibilidad más cruel: que precisamente porque somos mercancías y es inevitable que lo seamos, tenemos cada vez más sexo y menos amor. El problema moral no es que las mercancías forniquen como mandriles, sino que a esas mercancías se les pueda llamar “seres humanos”. Y somos mercancías porque no queda ya ni un solo aspecto de los humanos que no sea mercancía, desde sus órganos vitales hasta su reproducción. Somos un almacén de mercancías: el hígado, el esperma, el corazón, y muy pronto los genes, son mercancías. Por no hablar de nuestra actividad espiritual, toda ella inmersa en un mercado de trabajo totalitario. Tal es la encíclica de Houellebecq, en su excelente Plateforme, un alegato mucho mejor escrito que el de su Santidad. Aunque, claro, como la Encíclica está en latín, no se nota. Por cierto que para mucha gente, la prohibición papal tendrá como consecuencia, o bien la abstinencia, o bien aumentar la autoestima.

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27 de enero de 2006
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Gabo en su trocha

La primera vez que leí Cent ans de Solitude (era la traducción francesa) nada más terminar la última línea de la novela, volví a la primera para empezar una relectura. Quería entender cómo un escritor al acumular, una sobre otra, generaciones de Buendía, es decir construyendo una pirámide vertical según las edades, había conseguido despistarme en un laberinto, una obra horizontal, donde desaparecía la sensación del paso cronológico del tiempo.

Claro que me acordaba de lo que dice la mama grande: el tiempo no pasa, da vueltas, pero tenía que entender la trampa perfecta de la primera frase que dice "Muchos años después... " ubicando al lector en un después. El despiste es total pues en la tercera frase, en lugar de hablar de un después se ubica el antes más temprano: "El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".

Fue para leer Cien Años de Soledad que me dediqué a mejorar el poco castellano que había aprendido en el Instituto, descubriendo que los costeños tienen sus palabras, como "trocha" que aparece al principio de la novela y que no es un camino si no una trocha para subir de la Ciénaga grande a la Sierra Nevada.

Muchos años después conocí a Gabriel García Márquez. Soy de los "happy few", como decía Stendhal, que llegaron a hablar con él de literatura y del desorden del mundo. Me reclutó entre los maestros de su fundación de periodismo. Entonces no puedo hacer comentarios o valoración sobre su declaración al diario la Vanguardia: su parón total al no escribir una sola línea durante el año 2005. Claro que entre lo mejor, una pausa, y lo peor, un punto final, sé por donde me gustaría que camine el maestro en su trocha literaria.

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26 de enero de 2006
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Solo y acompañado

El amigo Sergio sugirió en un comentario que hablase del arte grupal y del arte individual. No sé exactamente a qué se refería. Puedo decir, eso sí, que como receptor uno reacciona ante la pieza artística sin que importe si es obra de un solo hombre, o de muchos. Uno piensa en la novela, o en la ópera, o en la pintura, o en la película, como en una unidad de sentido: nos da igual si la fabricaron una o mil manos. Pero claro, como autor, aquello que creo a solas y aquello que creo con otros no me da igual. Tal como dije días atrás, cuando escribo una novela soy a la vez productor, guionista, director, actor, musicalizador y responsable de los efectos especiales. Esto es maravilloso porque me pone ante una situación creativa en la que no existe más límite que el de mi talento: puedo concederme a mí mismo un presupuesto ilimitado y escribir durante años, cosa que un director de cine real no puede hacer. Soy libre. Soy feliz. Nadie se mete conmigo. (Salvo la familia, por cierto, cuando reclama que baje de mi nube.) Cuando hago cine, todo el mundo se mete conmigo. El productor, para empezar. El director, si es que escribo para otro. Y los actores, y los técnicos, y los músicos, y los diseñadores… Esto significa no uno sino miles de rompederos de cabeza. Pero yo siento que todos y cada uno de ellos valen la pena. ¿Por qué, si crear a solas delante de mi Macintosh es tanto más relajado? Tan sólo por esto: porque crear con otros me enriquece. Si uno tiene el tino de rodearse de colaboradores más talentosos que uno, lo que resulta de presentarles nuestra visión y recibir su feedback es infinitamente más rico que lo que uno había imaginado por las suyas. Me encanta crear un mundo a partir de la nada; pero disfruto tanto o más cuando la gente con la que me asocio ve cosas de ese mundo en las que yo mismo no había reparado, o me propone instancias superadoras. La idea original se espesa, adquiere texturas y sonoridades impensadas. Ya no se trata de una fantasía solipsista, sino de un universo compartido. Y ese juego es, al menos para mí, un placer irrenunciable. Jugar solo está muy bien, y jugar con otros ni qué hablar. Me han preguntado una y mil veces qué prefiero, si la literatura o el cine. Suelo responder que esa pregunta equivale a preguntar si uno ama más a mamá o a papá. Uno los ama a los dos, y desearía no tener que prescindir de ninguno. Ese es mi caso, pues. Amo la libertad absoluta de la literatura. Y también amo crear con otros. Prescindir de alguna de estas disciplinas me convertiría en un sujeto más pobre.

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26 de enero de 2006
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Santas

El Vaticano ha iniciado el proceso para canonizar a Melchorita Saravia del Perú. Bueno, se ha iniciado el proceso para considerarla “venerable”, que es algo así como sargento segundo de la santidad. Este proceso es más lento que la seguridad social. Para llegar a santa, la Melchorita puede formar cola durante 300 años como San Martín de Porres. Es verdad que a San José María Escrivá, fundador del Opus Dei, le tomó menos de treinta, pero es que él tenía mejores contactos. El proceso de la Melchorita no será muy rápido, además, porque ella nunca hizo grandes aspavientos. Simplemente fue buena. Era una monjita que no se peleaba con nadie y trataba bien a la gente. Eso significa que se está mejorando el nivel de las santas peruanas, porque la anterior, Santa Rosa de Lima, patrona de América y las Filipinas, era una psicópata. Es verdad: Santa Rosa se puso un cinturón de castidad con púas hacia adentro y tiró la llave en un pozo. Luego, amarró su cabellera a un clavo colgado de la pared para no quedarse dormida y poder rezar toda la noche. Cuando le dijeron que tenía las manos bonitas, se las quemó. Como una arribista del reino de los cielos, estaba dispuesta a todo con tal de ser Santa. Al final se salió con la suya. No tenía mucha competencia. A mí la que me gusta es Sarita Colonia: Sarita era una inmigrante provinciana que trabajaba en la capital como empleada doméstica y pescadera. Sus milagros eran del tipo milagro barato para gente pobre: sacaba a los ladrones de la cárcel, hacía que llegase plata para pagar el alquiler y conseguía que el esposo canalla volviese al redil. Sus seguidores, que aún se aglomeran en su mausoleo, son sobre todo prostitutas, asaltantes y malvivientes de toda calaña. La cárcel del Callao lleva su nombre, y los reclusos se la tatúan en el pecho. Sarita no tiene historia oficial. Cada quién le inventa la que le conviene. Las empleadas domésticas creen que murió por los maltratos de su patrona. Los ladrones dicen que la acusaron de un robo que no cometió. Las prostitutas aseguran que trataron de violarla, pero Dios le cerró el sexo. Con esos antecedentes y esas malas juntas, está claro que la Iglesia católica nunca ha aceptado a Sarita y jamás la admitirá a trámite. Pero tú puedes pedirle un milagrito por Internet si haces clic aquí.

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26 de enero de 2006
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El Rey y el Loco

Acabo de escuchar unas declaraciones de Miguel Illescas, maestro internacional de ajedrez, por la radio. Decía que las máquinas son cada vez más potentes y es cada vez más difícil vencerlas. Un programa medianejo, de 50 euros, ya juega como un maestro. Tiene almacenadas sobre los tres millones de partidas y resuelve a gran velocidad guiándose con las jugadas vencedoras. Como la acumulación informativa es muy discreta para los movimientos de inicio (las salidas sensatas son escasas) y para los finales (se juega con pocas piezas), es casi imposible vencer a la máquina como no sea en el juego medio. Es en esta zona media donde los mejores jugadores del mundo todavía pueden superar a las máquinas mediante estrategias muchas veces suicidas. Dicho con mayor claridad, en la zona media un gran maestro puede mover las piezas haciendo lo contrario de lo que haría un gran maestro. La máquina no puede entonces recurrir a su almacén de datos porque no tiene recursos contra la insensatez del contrario. Sólo de este modo la máquina puede quedar en desventaja al llegar al final de la partida. El humano sólo gana si se arriesga a perder toda sombra de racionalidad frente a la máquina. Es interesante. No me parece muy distinto de lo que están llevando a cabo los suicidas islámicos. Incapaces de vencer en ataques frontales, sabiendo que tienen perdidos los finales de todas las guerras, se plantean el juego medio de una manera enloquecida. De ese modo, lo que los americanos creyeron que sería el final de la guerra en Irak, con la toma de Bagdad, se ha convertido en un juego medio. Y loco. Si el juego de los americanos sólo confía en la información de sus máquinas, se arriesgan a perder la guerra. La máquina no puede de ninguna manera incluir el suicidio en su planificación. Es de sentido común: sólo puedes ganar una guerra contra las máquinas si tus soldados combaten decididos a morir. Para lo cual hay que estar loco.

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26 de enero de 2006
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De una candidatura a la otra

Chile es un país limpio. Cuando uno llega al aeropuerto de Santiago de Chile, toma la autopista llamada Costanera Norte para llegar a la capital. Es impresionante. Muy impresionante. No queda ni una de las publicidades enormes que se colgaron para la última elección presidencial. No se ven las caras de Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, el pobre Joaquín Lavín, fantasma de la elección anterior, y tampoco Tomás Hirsch, el candidato comunista que la prensa internacional olvidó por completo. Chile es un país donde nada más termina una campaña electoral se limpia todo. Sólo queda un anuncio para sopa, de caldo con legumbres. Un país que, después de cocinar unas elecciones durante tantos meses, vuelve al caldo, es un país trabajador y en orden.

Michelle Bachelet, sin que nadie le pidiera nada, llegó a autoimponerse una tarea apresurada: formar su gabinete antes del domingo con un 50% de ministras. La formación del gabinete compite con las noticias clásicas sobre las corrupciones y coimas (palabra muy chilena) que ocupan de manera regular una crónica política siempre dominada por la tentación de ser publicada en la sección de justicia de los periódicos.

¿Se termina así la historia? Para nada. Chile va de una candidatura a la otra. Hoy se publica la noticia acerca de que la Universidad Andrés Bello presenta de manera formal al comité Nobel la candidatura del poeta Gonzalo Rojas al premio Nobel de Literatura. Rojas es un poco como Hirsch: una persona que siempre olvida la prensa internacional a pesar de que tuvo todos los premios que conforman una gran figura en el idioma español: Reina Sofía de España, Octavio Paz de México, Miguel Hernández de Argentina y por supuesto el Cervantes de España. Hace 15 años, recuerda el diario La Tercera, que un autor hispanohablante no ha sido galardonado en Estocolmo. Hace tiempo, ya. Y Chile, donde una Presidenta no se demora en obligarse a empezar su trabajo, ya se mete en el camino de otra candidatura, más compleja ésta, lo sabemos todos.

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25 de enero de 2006
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El Boomeran(g)
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