Skip to main content
Blogs de autor

Las siervas de la pasión

Por 27 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La venerable madre Teresa Gallifa Palmarola vivió en Barcelona durante la segunda mitad del siglo XIX. Tuvo siete hijos, de los cuales, seis murieron antes de los cinco años. A los 32, quedó viuda. A partir de entonces, las dos grandes preocupaciones de su vida fueron el bautismo de los niños muertos en el parto y la tentación del aborto en las solteras gestantes.
Teresa fundó un hogar cuna para mujeres embarazadas, que después de su muerte fue reconocido por la iglesia. Sus herederas espirituales fueron aceptadas como congregación religiosa con el nombre de “siervas de la pasión”.
Hasta finales del franquismo, las siervas de la pasión recibían a parturientas sin recursos o con muchos recursos, que daban a luz en sus casas y entregaban a sus bebés en adopción. La operación se realizaba con la mayor discreción, y la identidad de los padres biológicos quedaba protegida, más bien sellada de por vida.
Tras la transición, la ley consagró el derecho de los hijos adoptivos a conocer la identidad de sus padres naturales. Pero las siervas de la pasión callaron. Debido al compromiso asumido por ellas, nadie les ha sonsacado ninguna información que conduzca al paradero de sus familiares. Muchos de sus huérfanos, ya adultos, las denunciaron y ganaron los juicios. Pero cuando la policía judicial fue a buscar los archivos, no los encontró. Las religiosas dijeron que no existían archivos más allá de los cinco años. O que nunca los había habido.
La semana pasada visité una casa cuna de las siervas de la pasión en la costa mediterránea. De momento, alojan a 21 chicas con sus bebés, pero preparan una ampliación a diez habitaciones más. El requisito que deben cumplir las chicas es estar embarazadas y no tener recursos ni una familia en condiciones de ocuparse de ellas. La madre que me muestra las instalaciones considera que las mujeres en esas condiciones están “amenazadas de aborto” y hay que hacer lo posible para ahuyentar esa amenaza.
La casa es un lugar agradable. Cuenta con comedor, habitaciones individuales, sala de juegos y TV, lavandería y capilla. Antes había una piscina en el patio, pero la retiraron por razones de salud. Muchas de las internas tienen problemas con las drogas, y la piscina es un caldo de cultivo de infecciones y un peligroso lugar para esconder las jeringas.
Por lo general, la mayor parte de las internas son inmigrantes. Pero de momento, es mayor el número de españolas que, según la madre, “no están potables para trabajar”. La casa cuna las acoge durante el embarazo, las capacita en algún oficio y les busca un puesto. Tras el parto, pueden permanecer en la casa durante el primer año de la vida de su hijo, si deciden quedarse con él. Los pocos niños españoles que son abandonados tienen una larga lista de espera esperando adoptarlos. Pero la mayoría, al año de nacidos, se mudan con sus madres a un piso compartido con otras chicas de la casa cuna.
Según la religiosa, lo más difícil es que las chicas abandonen la casa. Nunca quieren. Por lo general provienen de familias desestructuradas o lejanas, y tienen problemas para poner en orden su propia vida. De alguna manera, la casa cuna es un refugio para mujeres que no pueden tomar las riendas de su existencia, y menos de la de un niño.
Al abandonar la casa cuna, me siento presa de una gran confusión moral. Las siervas de la pasión ocultan ilegalmente información sobre los padres, pero así son fieles a la promesa que les hicieron. Aplican una filosofía paternalista, pero ofrecen una alternativa a quien necesite ayuda para tener un hijo. No sé si felicitarlas o indignarme. Como suele ocurrir en las situaciones humanas al límite, los caminos del cielo y del infierno son difíciles de distinguir uno del otro, y carecen de señalización.

Close Menu