Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Terroristas

La visión de Munich de Steven Spielberg me ha recordado a su gemela opuesta, Paradise now, de Hany Abu Assad, aparecida pocos meses antes. Ambas narran el mismo conflicto desde trincheras contrarias, y ambas procuran responder a la misma pregunta: ¿qué pasa por la mente de alguien que va a poner una bomba, o más de una? Pero lo más interesante es que, en ambos casos, las respuestas son las mismas: 1. La gente mata por un ideal. Los suicidas palestinos de Abu Assad están dispuestos a morir por su libertad, y los sicarios israelíes de Spielberg matan por la tierra prometida. 2. La gente mata porque tiene una religión. Para poner a alguien en disposición de matar o morir, es necesario un sistema de creencias sólido y trascendental que le permita justificar y enfrentar sin miedo la muerte, incluso la propia. Los grupos armados comunistas como las Brigadas Rojas o los Baader-Meinhof afirmaban hacerlo por la revolución o la historia, pero sólo cambiaban las palabras, no su sentido. Del mismo modo, los que nosotros llamamos terroristas suelen llamarse a sí mismos combatientes. 3. La gente mata porque confía en alguien. En ambas películas, los asesinos son designados por sus superiores y la designación constituye un honor. No son ellos quienes analizan las razones o la coyuntura de sus acciones. Como buenos soldados, creen en la buena fe de otros –que no mueren- y dejan en sus manos la capacidad de pensar y decidir sobre lo que es mejor para su pueblo. Los líderes ordenan y nuestros personajes obedecen sin dudas ni murmuraciones. A veces tratan de reflexionar al respecto, pero entonces sólo consiguen quebraderos de cabeza. Pensar es bueno para las películas, pero pésimo para la eficiencia a la hora de la verdad. Entre los asesinos de ambas películas sólo hay una diferencia de presupuesto. Los palestinos matan con bombas pegadas al cuerpo en un mercado. En cambio, cada asesinato de los israelíes cuesta más de $200.000 (por cierto, el costo de producción de cada una de las películas es proporcional al de cada grupo combatiente). Y sin embargo, las probabilidades de estar asesinando a un inocente son similares en ambos casos. No por ser más caros, los asesinatos son más justos. En suma, los detalles de producción varían, pero las motivaciones son las mismas: fe, solidaridad, Dios, Patria, todos esos nobles ideales que nos sirven para volarles la cabeza a los demás.

Leer más
profile avatar
1 de febrero de 2006
Blogs de autor

Una visita inesperada

A menudo los libros atesoran mucho más que su contenido. El lunes por la tarde pasé a ver a mi hermano que, por motivos tan fortuitos como mi visita, está viviendo en la casa que perteneció a mis padres. Mientras lo esperaba, me dediqué a investigar la extraña yuxtaposición de lo nuevo (el mobiliario de mi hermano, sus efectos personales) con lo viejo: la mesa de estilo del comedor, el aparador que aún protege la clásica vajilla… Terminé enseguida en la habitación del fondo, la primera habitación que tuve en mi vida. Quizás fue la deformación profesional la que me arrastró de narices hasta la biblioteca. Allí quedaba tan sólo una fracción de los libros que alguna vez hubo en la casa (debo haberme llevado la mayoría cuando me fui), pero el par de estantes que seguía lleno tenía más que suficiente para entretenerme. De mi propiedad había poco y nada, apenas los simpáticos libritos que me torturaban cuando aprendía inglés: Professor Boffin’s Umbrella, April Fools’ Day. El resto pertenecía a mi madre. Revisar esos libros fue como abrir la puerta de su mente. Mi madre fue una mujer inteligente y contradictoria, y esos volúmenes lo expresaban con todas las letras. Estaban las novelas pasatistas de Arthur Hailey y de Guy des Cars, y estaba La Divina Comedia. Estaba el Jesús de Nazareth de Anthony Burguess, y también una antología en inglés de narradores norteamericanos (F.Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, McCullers). Estaba Kon Tiki, el relato de Thor Heyerdal sobre su célebre travesía en balsa, y también la biografía de San Martín escrita por Bartolomé Mitre. Había un libro de Hugo Wast, un escritor conocido por sus tendencias fascistas, y también estaba Sudeste, de Haroldo Conti. Todavía recuerdo la impresión que sentí, de adolescente, al entender que mi madre conservaba el libro de un escritor desaparecido: un gesto temerario en una época temible. Tengo la sensación de que la culpa de mi madre fue abismal al caer la dictadura y difundirse el horrible destino de tantos desaparecidos. Nunca llegamos a hablarlo, pero creo que no se perdonó el no haber entendido a tiempo, y por ende que no se perdonó el no haber hecho algo. Al final hizo algo, aunque nunca tuvo forma de saberlo. Su ejemplar del Nunca más fue mi fuente de consulta cuando escribí El espía del tiempo, Kamchatka y mi nueva novela. Por supuesto, mi madre tenía muchos más libros, algunos de los cuales llevo conmigo desde hace tiempo. Su ejemplar de David Copperfield, por ejemplo, autografiado con una letra que no le reconozco, por infantil: Alicia Susana Barreiros, 1950. Y el Nunca más, claro. (Este libro dice apenas Susana, ’84, con los trazos fuertes y decididos que yo conocía tan bien.) En ellos, y en la mezcla de best-sellers y de clásicos, en inglés y en español, que todavía subsiste en la vieja biblioteca, reconozco la matriz de mi universo literario. Recién ahora, al revisar lo ocurrido, se me ocurrió que mi madre había encontrado una forma de hacerse presente en el día de mi cumpleaños. Por la noche me reuní con toda la familia, pero esa tarde, aunque más no fuese por algunos segundos, mi madre se las arregló para adelantárseles en el saludo. Su ardid me sorprendería, si no estuviese habituado a pensar en mi madre como en una mujer de infinitos recursos.

Leer más
profile avatar
1 de febrero de 2006
Blogs de autor

El huevo y la gallina

Hay una carrera hacia los orígenes que ninguno de los contendientes ganará jamás, pero que tiene gracia porque ilumina sobre ciertos nudos del cerebro que sueltan chispas cuando hay sobrecarga. Las teorías sobre el origen de la música son innumerables pero últimamente se han multiplicado gracias al interés que despierta en la ciencia cognitiva. No hay acuerdo. Que es una imitación del grito de los animales (Geissmann), que tiene una función biológica similar al chirrido de las cigarras (Richman), que facilita los rituales del celo (Miller & Merker), que es resultado y memoria del cuidado materno (Dissanayake)... La teoría que más éxito tiene y ha tenido es la que de Rousseau a Merker supone anterior el canto al habla. Primero empezamos a entendernos con gritos y aullidos (de horror, de deseo, de hambre, de amenaza, de aviso, de placer) y poco a poco fuimos articulando las emisiones hasta convertirlas en magníficas catedrales sintácticas. Para cualquier aficionado, no obstante, es evidente que la música cantada imita al habla. Numerosos compositores, como Janacék, han construido todo su arte vocal sobre las peculiaridades de un idioma. Y lo que nos ha llegado de la música arcaica no hace sino imitar las bases rítmicas de los hablantes. Los modos griegos, por ejemplo, o la respiración de los neumas gregorianos. Incluso el estridente maullido de algunas músicas chinas es similar a la entonación hablada, como comprobamos cada vez que vemos películas con banda original. ¿Primero cantamos y luego hablamos, o fue al revés?, no lo sabemos. Esa carrera no la va a ganar nadie. Puede que el lenguaje derive de la música o que la música imite al habla, el caso es que ambos se construyen mediante la lucha de dos fuerzas opuestas, el ritmo (el sistema métrico) y la altura tonal que ordena secuencias y sitúa notas en una escala (la melodía). Una estructura fija y otra abierta. Una parte de razón y otra de pasión. Orden y arrebato. Danza y canto. Apolo y Dionisos. Tiene gracia, como digo, que la severa ciencia cognitiva confirme al teórico de la dinamita ideológica, al lírico Friedrich Nietzsche.

Leer más
profile avatar
1 de febrero de 2006
Blogs de autor

La leche derramada y la sangre también

La visión de Munich, la nueva película de Steven Spielberg, despierta ecos nuevos a la luz de lo que ocurre en Palestina desde el triunfo de Hamás en las elecciones. Algunas de sus escenas promueven ahora un humor involuntario. En la secuencia final, por ejemplo, un operador del Mossad arguye que el hecho de que un hombre reclute gente para Al Fatah es motivo suficiente para mandarlo matar; esto que describo tiene lugar en 1973. En febrero de 2006, ese mismo operador daría cualquier cosa por devolverle la v ida al hombre de Al Fatah a quien dictó sentencia de muerte, porque hoy sería considerado un moderado, y por ende un aliado posible. Lo cual equivaldría, para emplear una imagen propia de la película, a llorar sobre la leche derramada. La película me conmovió. La vi dos veces en el fin de semana. Asistí con la mejor de las expectativas, me parecía loable que Spielberg se corriese de ese lugar tan blando y tan seguro que ocupa en el establishment para arriesgarse a recibir pedradas de ambos bandos: yo no dudo de sus buenas intenciones, y además la presencia de Tony Kushner como co-guionista (Kushner es el autor de esa magnífica obra teatral llamada Angels in America) me garantizaba que Munich no respondería al catequismo anti-terrorista de la administración Bush. Quizás lo mejor que puedo decir de Munich es que encontré en ella el escenario que vi durante mi propia visita al terreno. En la certeza inquebrantable de la madre de Avner, que es capaz de mirar con ojos claros y de sonreír mientras dice que la existencia de Israel lo justifica todo (y cuando dice todo, quiere decir todo), recordé el testimonio de mucha gente con la que hablé; algunos de ellos eran argentinos que vivían en Jerusalén. En el fervor de Alí, que aunque sabe que tiene todas las de perder entiende que sus hijos tendrán hijos que también batallarán, recordé la convicción de muchos palestinos. Por supuesto, Spielberg y Kushner y el otro co-guionista, Eric Roth, no disimulan que miran desde el prisma de los agentes israelíes, pero esto no molesta en el contexto de Munich porque lo que está en cuestión no es la motivación de los terroristas, sino la de aquellos que responden a los actos terroristas con los mismos medios ilegales. Lo que Avner (Eric Bana) se pregunta es si el apelativo de terrorista le cabe tan sólo al que golpea primero; y si la dialéctica que propone la Ley del Talión produce otra cosa que no sea más sangre, y un ruido destinado a ahogar el sonido de las voces que llaman al raciocinio y la concordia. Avner empieza a sospechar, como tantos estadounidenses en estos días, que los motivos que explican las acciones de sus líderes están muy lejos de ser los expresados; volvería a sospecharlo hoy, ante la victoria electoral de Hamás. El Estado israelí y la política de Washington han abusado del argumento de la falta de transparencia democrática para negar entidad al reclamo palestino, y ahora que los resultados de la elección democrática no les gustan (aunque sean en buena medida la consecuencia directa de sus actos), no saben cómo disimular su hipocresía. En cualquier momento parafrasearán al Orwell de Rebelión en la granja, arguyendo que todas las democracias son iguales, pero algunas son más iguales que otras. Como argentino, no puedo más que sentir escalofríos ante los Estados que niegan la existencia a algunos de sus ciudadanos, tanto al desconocer sus derechos más elementales como al hacerlos objeto de agresión física; la experiencia de los 70 sigue siendo vívida en mi corazón. Tampoco puedo evitar mi rechazo visceral a toda forma de violencia. Recuerdo cuando, en pleno estallido de la última Intifada, tuve el atrevimiento de preguntarle a un hombre de la Red Crescent (la versión palestina de la Cruz Roja), por qué los políticos e intelectuales palestinos no lideraban una ofensiva no violenta, más gandhiana, que hiciese incuestionable la justicia de sus reclamos. Con paciencia de santo, el hombre dejó de mostrarme las esquirlas de armamento prohibido que extraían a diario de los cuerpos y me respondió: “Porque están todos presos o muertos”. Valoro a Munich como una voz que apela a lo mejor del ser humano, entre tanto grito que clama por venganza. Mi hija más pequeña lloró al terminar la película y yo lloro ahora, recordando a aquella gente maravillosa; me pregunto si todavía estarán bien, si no habrán pasado a engrosar la lista de tanta vida y tanta belleza desperdiciada. Sueño con vivir lo suficiente para llevar a mi familia a una Jerusalén recuperada para la humanidad toda, como Capital Mundial de la Paz; y visitar mezquita, iglesia y sinagoga para saludar a un dios al que, ¡por fin!, le ha salido algo bien. Mi sueño es alocado, lo tengo claro, pero no por ello es menos necesario.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2006
Blogs de autor

Mariquita en Cuba

Leo Adiós Mariquita Linda de Pedro Lemebel (editorial Sudamericana, Señales) y me impresiona el verdadero gueto donde vive el autor por ser “marucho” de la especie de las “mariquitas”. Su mundo homosexual es tan cerrado que entrega un glosario al final de su obra para ayudar al lector despistado por “marucho” u otra palabra de su jerga homosexual. Claro que no sabía (uno no puedo saber todo) que “mamao beat-box” es “un acompañamiento musical realizado por los raperos donde el micrófono es reemplazado por el falo”. Pero al contrario, lo que entendí desde la primera línea es que Pedro Lemebel es un escritor.

Sus descripciones de caminatas a través de Santiago de Chile, sus relatos de momentos difíciles en Perú son suntuosos bocetos, tal como los bocetos, dibujos hechos con lápiz y papel, que reproduce en su libro. Lemebel, que no conocía hasta leerle, que aparentemente hizo su libro con pedacitos de lo que publicó allá y allí, camina con talento en una tierra de amores malditos y de sabor poético (“…solo conocí el mar, la otra parte son aguas que te seducen en un vértigo de miradas o palabras de un joven poeta…”). El libro no se parece a nada pero da todo, hasta el relato de una noche de amor no cumplido con un homosexual enfermo de sida en Cuba. En una isla que creó el concepto del sidatorium para encarcelar hasta a sus pacientes potenciales (que llevan el virus sin que se manifieste la enfermedad); son encuentros con prófugos que huyen de una cárcel pero llevan su verdugo por dentro. Encuentros con seres inalcanzables, lo viví hace años, y que te dejan una amargura para siempre.

Pero con Lemebel, no sé por qué, aquel encuentro es más bien un momento de gracia. Todo lo que escribe sobre Cuba en su libro es excelente, gracioso. Me acuerdo que en Cuba a los mariquitas les dicen mariposas. Lemebel escribe como vuela una mariposa. Hasta tal punto que me llevó a buscar el famoso poema “Son de negros en Cuba” que Federico García Lorca dedicó a Fernando Ortiz para entregar un son a la isla. ¿Era tan bueno como lo recordaba? Sí. Gracia intacta; gracias a Lemebel por llevarme a releer lo que da un sol para todo el día: "Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago en un coche de agua negra. Iré a Santiago. Cantarán los techos de palmera. iré a Santiago. Cuando la palma quiere ser cigüeña, Iré a Santiago". Lemebel fue a Cuba, y para parodiar la frase clásica de los machistas de la isla, es un escritor que tiene lo que hay que tener.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2006
Blogs de autor

Gordos

Santo Tomás de Aquino era tan grueso que pasó sus últimos años sin salir de su estudio, y tras su muerte hubo que ampliar la puerta para poder retirar su cadáver. Por eso, hoy por hoy, el teólogo medieval tendría nuevos elementos de juicio para su teología. En menos de cuatro años, tres cuartas partes de las patentes farmacéuticas expirarán. Eso significa que los países y los pequeños laboratorios serán libres de producir y distribuir medicamentos contra el SIDA, la tuberculosis y demás enfermedades sin que estorben los intereses de las transnacionales ¿será el fin de las corporaciones farmacéuticas? Quizá no. Según parece, aún les queda una tabla de salvación: los gordos. En efecto, el sector farmacéutico prepara 60 pociones diferentes para proveer a los 1.000 millones de personas que ya padecen sobrepeso y a los 500 millones de nuevos obesos que surgirán hasta 2015: un total de 1.500 millones de gorditos que se niegan rotundamente a hacer ejercicio o comer menos, y prefieren que una pastilla se ocupe del problema. Algunos de los medicamentos previstos son para adelgazar, es decir, están dirigidos a pacientes que prefieren verse bien sin esfuerzo. Pero la mayoría de ellos no adelgazan sino previenen las enfermedades derivadas del sobrepeso: problemas arteriales, metabólicos y otros. Esos son para gente a la que no le importa estar gordita mientras eso no implique estropearse la salud. Si sumamos a estas cifras el crecimiento de la medicina estética en los últimos años, la conclusión es sorprendente: cada vez más, la investigación y desarrollo de la ciencia no pretende curar nuestras enfermedades sino alimentar nuestros pecados capitales, como la vanidad o la gula. Santo Tomás, seguramente, no aprobaría esa actitud. Pero a ver luego quién lo llevaría a enterrar.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2006
Blogs de autor

Más falso que Judas

Dentro de cien años alguien estudiará (si es que queda gente en este perro mundo) los líos que se hacían los habitantes del siglo XXI para distinguir entre lo real y lo virtual, lo verdadero y lo ficticio. James Frey se hartó de enviar su novela a editores que la rechazaban sin apelación, de modo que en un ataque de lucidez cambió de género: dejó de definirla como “novela” y comenzó a presentarla como “autobiografía”. No sólo se la publicaron de inmediato, sino que fue un éxito de ventas gracias al apoyo de una gran estrella mediática, Oprah Winfrey, tan bien informada ella como casi todas las estrellas mediáticas. Ahora, Oprah ha afeado a Frey su traición (“has engañado a millones de lectores”) y llora amargas lágrimas, en lugar de asumir su incompetencia y reconocer que fue ella quien los engañó. El mismo texto puede ser un éxito si se lee como “verdadero”, pero ni siquiera se publica si se considera “ficción”. En realidad, estamos ante un clásico. Los célebres “Protocolos de Sion” escritos por feroces antisemitas, tienen un éxito loco entre los islamistas gracias a que esa gente los toma por verdaderos, aunque para cualquier lector sensato es evidente que son una patraña inverosímil. Lo que no hace sino constatar que la mayor parte de la gente sólo quiere ver y leer aquello que confirma sus opiniones, prejuicios, supersticiones, odios, enfermedades mentales y manías. El secreto del éxito es coincidir con las manías, enfermedades mentales, odios, supersticiones, prejuicios y opiniones de un gran número de ciudadanos. Entre las manías y enfermedades mentales del público del siglo XXI debemos incluir el respeto religioso por la “realidad” y la “verdad”, aunque con un relevante matiz: a casi nadie importa seriamente si es o no verdadero y real un texto, una foto, un documental, un artículo, un reportaje, un libro, una teoría científica, un descubrimiento médico, una película. Nadie tiene tiempo para comprobarlo y muy pocos podrían hacerlo aunque tuvieran meses para ello. Lo que importa es que lo parezca, que simule adecuadamente la verdad y lo real. El simulacro de realidad y el simulacro de verdad, ese es el verdadero alimento de nuestra sociedad. Porque lo cierto es que apenas nadie soporta ni la verdad ni la realidad cuando se presentan de forma indudable, intransigente y cruda. El público sólo aguanta las imitaciones. A poder ser, garantizadas por una estrella mediática.

Leer más
profile avatar
31 de enero de 2006
Blogs de autor

Imperialismos

Hasta el fin de la primera guerra mundial, el imperio era el sistema político más común en nuestro planeta. Tengo que recordar ese dato elemental, que figura en los primeros cursos de cualquier estudiante de ciencias políticas, antes de recordar la dolorosa mirada de Francia sobre su pasado. Fueron once meses de polémicas y desafíos sobre unas palabras de una ley del 23 de febrero del 2005 que hablaba del “papel positivo de la presencia francesa en ultramar”. Para decirlo de manera directa, los diputados y senadores franceses celebraban así la obra colonial de Francia, hasta el miércoles pasado: vencido, el presidente Chirac, que pretendía pedir la mera reescritura de estas palabras, optó ese día por proponer que sean borradas.

Francia, que tiene un presente difícil, se dedica a debates sobre su memoria. Lo normal es volver al periodo de vergüenza mayor: la ocupación alemana, cuando Francia fue el único país cuyas autoridades legales aceptaron negociar con los nazis. (En otras partes no había gobierno nacional, o existía un gauleiter, un especie de procónsul nazi, o después de una incorporación al Reich había un administración directa). Los franceses saben que las leyes en contra de los judíos se tomaron en esta época sin que los alemanes pidieran nada. Es un periodo de vergüenza y la otra vergüenza es lo que cuesta reconocerlo.

Ahora viene el turno del imperio colonial francés, otra vergüenza para muchos, y tan difícil de reconocer. El contraste no puede ser más grande con el Reino Unido que asume, y prolonga en gran parte con el Commonwealth, lo que fue su imperio. Hay que leer el libro de Niall Ferguson El imperio británico (Editorial Debate, Madrid) para entender aquella diferencia. Empieza con un examen a fondo de los discursos a favor y en contra de una polémica sobre el pasado imperial del reino que no cambiará en nada el pasado. Es un excelente libro, que corresponde a lo que fue una excelente serie de la BBC y el autor no niega su orgullo imperial. En 1982, cuenta, al entrar a la Universidad de Oxford, se negó a sumarse al voto de una asociación estudiantil a favor de una moción para deplorar la colonización. No faltan los libros como este para celebrar de manera indirecta el imperio. Voy a citar dos: uno ya viejo, Pax Britannica de Jan Morris, y otro más reciente, The Zanzíbar Chest de Aidan Hartley, que es una maravilla y merece ser traducido a todos los idiomas (es insuperable sobre Somalia en la época reciente).

Es extraño ver cómo Ferguson, frente a la palabra actual de “globalización” inventa la de “anglobalización” con un entusiasmo imperial. Todo lo contrario de Francia que sufre al evocar su pasado. Claro que nosotros, los franceses, actuamos con la dosis de hipocresía que nos corresponde: hoy la prensa dice maravillas de un libro de Conan Doyle: The crime of Congo (el crimen del Congo); fue escrito en ocho días en 1909 por el inventor de Sherlock Holmes para denunciar lo que hacía Leopoldo II en África. Ahora, la editorial “Les nuits rouges” lo saca con el título Le crime du congo Belge, con un epílogo de Colette Braeckman, periodista belga muy reconocida. Qué placer imaginar que los belgas han sido los peores en África.

¿Para qué hablar de la historia imperial? Para entrever si va a ocurrir algo con los discursos de Evo Morales o de Hugo Chávez. El primero ataca de frente al colonialismo español y el segundo va repitiendo que la construcción del imperio español destruyó las sociedades precolombinas que eran todas, dice, “socialistas”. Por el momento, las Cortes no votaron nada para celebrar “el papel positivo” de Hernán Cortés o Francisco Pizarro; los diputados españoles no son tan tontos como los franceses pero dudo que se eluda por mucho tiempo una cierta polémica.

Si ocurre, habrá que recordar lo fundamental que fue el imperialismo para la literatura escrita. Podemos hablar de choques creativos y mortales, mortales pero creativos, desde Conrad a Naipaul y desde Ngugi Wa Thiongo a todo lo que se escribió en español o portugués en América Latina. Dentro de los sitios web que voy viendo hay uno dedicado al impacto del colonialismo y el imperialismo sobre la literatura en inglés. Es de la Universidad de Singapur y tiene un mapa en su portada. ¿Cuándo y cómo vamos a tener algo parecido para el mundo iberoamericano?

Leer más
profile avatar
30 de enero de 2006
Blogs de autor

El imbécil europeo

Anoche regresé a una Barcelona lluviosa y helada tras unas semanas haciendo un reportaje en el Perú. He vuelto a abrazar a mi novia, he dormido catorce horas y ahora trato de poner en orden mis pensamientos sobre mi propio país, en el que no vivo desde el año 2000. Lo primero que me hizo sentir raro en Lima fue asistir al montaje de mi propia obra teatral, “Tus amigos nunca te harían daño”, un texto muy generacional sobre un grupo de amigos que escribí cuando tenía 23 años. Desde que dejé Lima, la obra se ha representado con sorprendente frecuencia en el Perú y América Latina. Y aún ahora, la encuentro divertida: tiene mucho ritmo y sus diálogos son muy ingeniosos. Pero no me reconozco como su autor. Me parece de una inocencia conmovedora. Por momentos, mientras veía el montaje, pensaba “¿esas eran mis preocupaciones? ¿Así éramos nosotros? ¿Tan cerrados y endogámicos?” Supongo que sí, y que entre las pocas virtudes del texto, figura, lamentablemente, la honestidad. Otra cosa extraña fue lo fácil que me resultaba hacer un reportaje. En Lima, tengo acceso a muchas fuentes importantes entre analistas, políticos y funcionarios, básicamente porque casi todos son mis tíos. Eso significa también que todos viven en el mismo barrio. Una mañana, por casualidad, encontré a cuatro de mis potenciales entrevistados desayunando al mismo tiempo en la panadería San Antonio. En cualquier otra ciudad, conseguir esas entrevistas me habría tomado tres o cuatro días. Muchos desastres de mi país se deben a un grupo muy reducido de gente del que yo formo parte. En los restaurantes de Miraflores y San Isidro, es imposible entrar sin saludar a viejos conocidos, y entre ellos siempre están los creadores de opinión, los periodistas importantes, los intelectuales, los funcionarios, los empresarios. Para los cambios sociales es necesario el debate, y yo me pregunto qué debate vamos a tener si todos esos grupos formamos casi una familia. Significativamente, mis amigos han cambiado de estatus social. Cuando me fui, todos éramos casi unos estudiantes. Ahora, muchos de ellos –incluso los que estudiaron literatura bajo amenaza de morir de hambre- viven en departamentos con vista al mar y alquilan casas de playa durante el verano. Casi todos van a votar por los candidatos conservadores. Un día, medio en broma y medio en serio, le digo a uno: -Por ti, claro, que este país siga igual. En un país más justo, tendrías que pagar más por el alquiler y por el servicio doméstico, y te costaría más superar a la competencia para conseguir un puesto en un ministerio o un banco. Medio en broma, medio en serio, él responde: -En este país, gobierne quien gobierne, a mí me va a ir bien. Simplemente porque no hay suficiente gente que sepa cómo funcionan los bancos o los ministerios. Ni siquiera hay suficientes alfabetizados. Para que las cosas funcionen, nosotros somos imprescindibles. Hace seis años, mis amigos y yo solíamos burlarnos del imbécil europeo, el típico desubicado de aire intelectual que vive en una sociedad bien organizada y es incapaz de entender el funcionamiento de otras más conflictivas y complejas. La variante subdesarrollada del imbécil europeo es el progre latinoamericano, que añade a esas características el aire sabiondo de sus críticas o, si tiene educación católica, el complejo de culpa. Creo que me estoy convirtiendo en todo eso.

Leer más
profile avatar
30 de enero de 2006
Blogs de autor

Birthday

No ha escapado a mi atención, en los últimos tiempos, la forma en que los adultos tienden a minimizar la importancia de su cumpleaños. Los cumpleaños están bien para los niños, parecen sugerir, puesto que los niños valoran el nuevo jalón en su crecimiento mientras que los adultos escapan de cualquier referencia, por festiva que parezca, que les recuerde la proximidad de la muerte. A veces creo que le tememos más a la decrepitud que a la muerte, y que esa es la razón por la cual demonizamos todos sus signos: las arrugas, la salud menguante, la flaccidez, la desmemoria, cualquier señal que sugiera que ya estamos passé. Cada vez que oigo a alguien decir que olvidó su propio cumpleaños, o sugerir “que no hará nada” en la fecha, o impostar un gesto sarcástico mientras el coro entona el Feliz cumpleaños, pienso que están perdiendo su batalla contra el tiempo de la peor manera posible –porque están convencidos de que pueden emprenderla. Yo amo cumplir años. E insisto en ello hoy, porque hoy los cumplo. No es que no tema a la decrepitud y a la muerte, les tengo tanta aversión como cualquiera. En realidad se debe a… La verdad es que no sé a qué se debe. Me gustaría decir que comparto la alegría de millones de chinos, que inician su nuevo año al mismo tiempo que yo (4704, a partir de hoy), pero no estoy demasiado convencido de que sea la verdadera causa. Tampoco puedo decir que tenga recuerdos dorados de mis cumpleaños previos, ni siquiera de los correspondientes a la infancia: no recuerdo casi ninguno, debería pensar en todo caso que la alegría de los primeros festejos se me quedó grabada en el disco rígido aunque hoy no consiga acceder a él. Lo único que sé es que siento que es mi día, y que en consecuencia me asiste el derecho a vivirlo tal como me place sin rendirle cuentas a nadie. (Una convicción que, justo es decirlo, me ha acarreado no pocos inconvenientes laborales.) Hoy que puedo decidir sobre mi propio día haré cosas muy sencillas. Despertarme tarde, por lo menos en la medida en que los saludos matinales me lo permitan. Resistir a pie firme la tentación de ponerme a escribir. (Esta es la parte más dura.) Releer las partes de la biografía de Dickens que escribió Peter Ackroyd en las que describe el período de creación de David Copperfield. Quizás ver alguna película. (Resistiendo, en este caso, la tentación de aprender algo de esa visión: ¡placer, no trabajo!) Practicar tiro con arco durante un par de horas. Y por la noche recibir a la gente que quiero y que me quiere: esta es la mejor parte. Debería estar previsto por ley que uno pueda disponer del día de su cumpleaños como más le plazca. Si uno no puede reinar sobre su vida ni siquiera en su día, ¿qué le queda para el resto del año?

Leer más
profile avatar
30 de enero de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.