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Dans la sacoche

Por 15 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Buscando árabes felices leí Le prémier homme, la novela que Albert Camus dejó inacabada y que, en 1994, treinta y pico de años después de su muerte, Catherine Camus, hija del escritor, decidió editar.
En su momento no le hice caso; supuse que se trataba una vez más de exprimir un limón seco y extraer unas gotas de oro a un cadáver lujoso. ¡Vaya error! ¡Qué petulancia! El libro es una obra maestra.
Inacabada, fragmentaria, apenas esbozada, sin correcciones, esta ruina es majestuosamente superior a todo lo que se ha escrito desde la fecha de su publicación. Un dios entre gusanos.
La escena inicial, con la llegada en carreta del padre de Camus a un lugarejo perdido en las profundidades de la Argelia francesa, allá por 1910, con su mujer rompiendo aguas y chillando de dolor, la oscuridad tenebrosa de la noche sin luces ni fuegos, los vecinos atrincherados en sus granjas presas del pánico y la ignorancia, es escalofriante.
Todos los tópicos de la novela iniciática, el colegio, los parientes ricos, el tío pintoresco, los amigos íntimos, el verano en el mar, en fin, lo que hemos leído mil veces, tienen en Camus una respiración amplia, una sangre fresca, un pálpito de vida que son los signos del arte en su máxima intensidad.
Uno regresa con la memoria a los pueblecitos catalanes de los años sesenta, no muy distintos de esa Argelia de los años veinte semisalvaje, deslumbrante de luz, poblada por energúmenos y por ángeles en igual medida, y revive cada aroma, cada color, cada movimiento corporal, cada variación de la temperatura y la humedad del aire.
Quizás el destino quiso que este fragmento tan hermoso, tan inteligente con las debilidades de la pobreza, tan magnánimo, quedara por siempre incompleto y así añadirle aún mayor fuerza poética. Para lo cual tuvo que matar a Camus aquel 4 de enero de 1960 en un terrible accidente de automóvil. Los primeros que se acercaron para auxiliar a las víctimas, salvaron de las llamas una mochililla o zurrón, una sacoche, con ciento cuarenta y cuatro páginas manuscritas. Las últimas palabras de Camus se habían librado del silencio eterno.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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