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Blogs de autor

El último romántico

Por 14 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Mi libro de cuentos acaba de aparecer en Italia, pero no con un gran grupo editorial ni con una megaempresa, sino con la editorial más pequeña de ese país. Es una editorial tan joven que sólo ha publicado dos libros, y tan pequeña que lleva el nombre de su editor y único trabajador: Roberto Keller.
Roberto va a recogerme en persona al aeropuerto, acompañado por Giacomo. Giacomo es su furgoneta. La compró para poder viajar y dormir en ella. Y en efecto, dentro de Giacomo es posible dormir, vivir, instalar una fábrica de jabones o jugar un partido de fútbol.
Y es que Giacomo es más que un coche, es un socio de Roberto, que además de editor literario es promotor de conciertos de música electrónica, redactor de discursos políticos, periodista, profesor escolar y consejero cultural. Por si fuera poco, Roberto es amigo de medio mundo, por lo que el gigantesco Giacomo es constantemente requerido para excursiones infantiles, giras rockeras y todo tipo de necesidades de la comunidad que van llenando su espacio de juguetes, instrumentos musicales, discos y otras señales de una rica vida interior.
Está claro que un editor como Roberto no responde a las convenciones del oficio. Los editores suelen tener interés sólo por las novelas. Pero Roberto me pidió un libro de cuentos. Nadie suele comenzar una editorial con traducciones, porque es más barato y fácil comenzar con autores cercanos. Pero a él le da igual. Muchos editores, incluso grandes grupos editoriales, consideran que invitar a los autores para presentar su primer libro es un gasto innecesario. Pero Roberto ha movido cielo y tierra para reunirnos en Italia, me ha alojado en el apartamento vacío de unos amigos, ha conducido durante dos horas y media –y otro tanto de regreso- para encontrarnos en el aeropuerto de Treviso y se niega a dejarme invitar siquiera el café. Para hacerlo, tengo que acercarme subrepticiamente a los camareros. En algún momento, me pregunto si Roberto es consciente de esa cosa llamada mercado, y se lo digo. Él me responde:
-Yo sólo publico los libros en que creo. Y así, el trabajo no es una carga.
En efecto, la semana de gira por el norte italiano es una de las más divertidas que he pasado en mucho tiempo. A bordo de Giacomo, Roberto y yo recorremos Milán, Bolonia, Trento y Venecia pegando afiches, convocando a la prensa regional, haciendo pequeñas presentaciones y cargando nosotros mismos las cajas con los libros. Parecemos una banda de rock de garaje o un grupo de cómicos trashumantes ganando lectores a pulso, de uno en uno.
Todo el viaje transcurre en una atmósfera de adolescente amistad. Durante las interminables horas de carretera, hablamos en una mezcla de italiano, español e inglés, pero en ese improvisado esperanto, nos arreglamos para conversar sobre libros, nuestras novias, Italia, la vida, la política. Además, en los distintos tramos del camino, se nos suma el equipo de Roberto: las traductoras, distribuidoras y colaboradoras de la editorial, que son todas chicas y todas guapas (¿o será que todas las italianas son así? Misterio). Y sobre todo, que comparten un contagioso entusiasmo por la editorial y una gran ilusión.
La gente suele creer que los escritores somos unos tipos muy románticos y los editores, unos buitres capitalistas sin sentimientos. La verdad, cuando la literatura es tu trabajo, llega un punto en que la mayoría de tus conversaciones de escritor son sobre contratos, agencias, condiciones editoriales y plazos de entrega. En cambio, los días en Italia me han recordado de qué se trataba todo esto. Creo firmemente que Roberto Keller, por su infatigable trabajo y el cuidado de sus ediciones, va camino de convertirse en un gran editor. Pero aunque no llegase a serlo, lo bailado no se lo quitará nadie.

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