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¡Por el amor de Dios!

Por 16 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Vivir intensamente una religión da mucha seguridad, gran aplomo, total certeza y la sensación de que mamá nos está mirando.
En España son ya muchos siglos los que llevamos entregados a la religión y al fanatismo como para que la tenaza teocrática se afloje en dos generaciones. Va para largo.
Como ahora está feo vivir teocráticamente bajo un monopolio tradicional (judío, islámico o cristiano), los españoles vivimos teocráticamente bajo el monopolio de la así llamada “política democrática”, la cual, entre nosotros, es sólo el nuevo nombre del monoteísmo de siempre.
Aquí no hay políticos sino clérigos. No hay prensa sino hojas parroquiales. No valen los razonamientos ni las argumentaciones; o estás con una autoridad eclesiástica o contra ella. Y si estás contra una, seguro que será porque obedeces a otra.
Nadie es libre, nadie es soberano, por eso no te escuchan, sólo quieren saber si estás circuncidado. Les importa una higa lo que pienses (¡a quién se le ocurre pensar!), sólo quieren averiguar si comes cerdo o cordero.
A lo mejor dices que no te parece sensato negociar con los terroristas y ves cómo se demuda el rostro de tu interlocutor y le oyes balbucear: “Pero, pero… ¡eso es lo que predica el PP!”. Quiere decir: “¡Eso es lo que opina el archimandrita de la iglesia ortodoxa rusa, enemigo mortal de nosotros los coptos!”.
También puede ser que te parezca sensato incrementar la dotación para infraestructuras catalanas y de inmediato ves cómo palidece el otro y masculla: “Oye, oye… ¡eso es lo que dice el Tripartito!”. Quiere decir: “¡Esa es la doctrina arriana, enemiga mortal de nosotros los monofisitas!”.
Vivir la vida religiosamente, como la viven tantos ciudadanos españoles con sus agravios, o los musulmanes de Pakistán con sus gritos histéricos, o los ultras de Israel con sus trencitas, o los chiitas iraníes con sus latigazos, tiene enormes ventajas.
Y sólo un inconveniente: convierte la vida entera en una mentira y a tu prójimo en un insignificante amasijo de sombras. Matar sombras no es pecado. A mamá le gusta.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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