Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Un epílogo para San Valentín

¿Por qué los escritores no escriben historias de amor? Ya sé que salen libros “de amor” a montones, pero no me refiero a esos: hablo de los escritores que se tienen a sí mismos por artistas. Convengamos que más allá de excepciones que tan sólo confirman la regla (algún Kundera, algún García Márquez, ambos distantes ya en el tiempo), los figurones de la literatura se están cuidando del tema como si se tratase de la gripe aviar. ¿Qué pasa con el amor: es demasiado frívolo? El mundo está lleno de amores frívolos (que sería de tantas revistas sin ellos), pero también de amores profundísimos, y creativos, y más duraderos que el mismísimo aliento. (Una de las mejores historias de amor de los últimos tiempos la encontré en el cine: la película de Michel Gondry Eternal Sunshine of the Spotless Mind.) ¿O será que se teme que esté trillado en exceso? Toda la experiencia humana está trillada, así como la inmensa mayoría de los pensamientos y sentimientos de la especie, pero eso no debería ser obstáculo para un escritor, ya que cualquier sentimiento parece nuevo cuando el personaje está bien construido y su circunstancia es rica; si el escritor adopta el punto de vista adecuado, puede seguir refritando Romeo y Julieta hasta el fin de los tiempos y ser original cada vez. La mejor historia de amor que leí en los últimos tiempos fue una novela de Audrey Niffenegger que se llama The Time Traveller’s Wife, o sea La esposa del viajero en el tiempo. El viajero en cuestión es Henry, un hombre que sufre una extraña condición genética que “resetea” su reloj biológico y lo impulsa súbitamente hacia su propio pasado o hacia su propio futuro. Henry toleraría su extraño mal de buen grado si no fuese porque ama a Clare, la esposa del título. Y la ama a sabiendas de que su amor es en alguna medida imposible, porque esa condición no tiene remedio y porque Henry desaparece por temporadas en el vórtice del tiempo: por eso conoce a Clare cuando ella tenía seis y él treinta y seis, y se casa con ella cuando Clare tiene veintidós y Henry treinta… Este mecanismo fantástico funciona de maravillas en el relato, porque nos enfrenta a las dificultades y a las epifanías del amor real, que se verifica entre personas como ustedes y yo, que también tenemos relojes biológicos que se “resetean” de manera constante –sólo que en un orden lineal. Todo amor está sometido a las dificultades del tiempo, que nos modifica a diario. Y Niffenegger logra convencernos de que el sentimiento vale la pena, aún cuando el reloj de la existencia le juegue en contra: lo efímero, cuando es bello, resulta doblemente bello. La culpa es de San Valentín, pero la reflexión corresponde. El trajín diario tiende a echar tierra sobre nuestros mejores sentimientos, los opaca y los posterga indefinidamente. Aun cuando amamos a alguien que nos corresponde y que se ha convertido en nuestra pareja, lo más habitual es que olvidemos recordarle con la debida frecuencia cuánto significa para nosotros, o que nos rindamos al convencimiento de que no sabemos o no encontramos cómo hacerlo. Esto se vuelve una falta más flagrante en los escritores, porque la expresión de los sentimientos debería ser nuestra especialidad. Si nosotros, que contamos con este blog, con las formas del cuento y de la novela y con las películas, no las usamos para que nuestros amores entiendan cuánto los amamos, ¿para qué demonios nos sentamos a diario delante del teclado? Así que ya ves, amor. Estoy tratando de enmendar mis faltas.

Leer más
profile avatar
15 de febrero de 2006
Blogs de autor

El enemigo equivocado

Félix de Azúa se preguntaba ayer cuándo había sido la última vez que Hollywood había mostrado a un árabe “digno, alto y admirable” en sus películas. Y mencionaba como respuesta una vieja película de John Milius, The Wind and the Lion (1975). La pregunta me resultó capciosa (capcioso, -a, adj: se aplica al argumento o razonamiento hecho con habilidad para hacer caer al contrario en una trampa) por varios motivos. En primer lugar me cuestioné: cuando Félix dice “Hollywood”, ¿se refiere estrictamente a las películas de los grandes estudios, o por extensión a la totalidad de las películas en inglés? Después seguí dudando: cuando Félix dice “árabe”, ¿se refiere a los nativos de Arabia Saudita, o más bien a la suma de los pueblos originarios de lo que habitualmente se denomina Medio Oriente (lo cual, en ese caso, incluiría entre otros a los descendientes de los persas y a los turcos)? ¿O aludía más bien a la generalidad de los musulmanes, en cuyo caso el grupo aludido incluiría también, por ejemplo, a millones de pakistaníes? Terminé asumiendo que Félix usaba el término en la acepción más amplia, a pesar de que a los turcos les gusta tanto que los llamen árabes como a los japoneses que los llamen chinos, y viceversa. Y entonces recordé varios ejemplos cinematográficos posteriores a 1975. Por ejemplo Kip en El paciente inglés, que busca y desactiva minas que los soldados del Eje ocultaron bajo tierra. (No puedo jurar que Kip supere el metro setenta, porque no conozco a su actor en persona.) Y el iraquí de Tres reyes, que durante la primera guerra del Golfo tuvo el coraje de enfrentarse a Saddam creyendo que Bush padre lo apoyaría… y por eso terminó en prisión. (Este sí parece ser alto, pero tampoco estoy en condiciones de poner las manos en el fuego.) O la camarera turca que interpreta Audrey Tautou en Dirty Pretty Things, que quizás no sea digna en tanto se ve obligada a prostituirse para sobrevivir, pero que en todo caso hace gala de una voluntad admirable. Y también el pequeño afgano que huye del campo de refugiados en In This World, tratando de llegar a Londres; pero claro, tratándose de un niño este personaje no puede ser alto, al menos no todavía. ¡Con la cuestión de la estatura, Félix se las ingenió para ponérmela difícil! Se me ocurrieron más ejemplos, incluso de películas que se están viendo hoy en todo el mundo. El palestino con quien Eric Bana dialoga en la escalera, al promediar Munich. El príncipe a quien el poder de los petroleros texanos priva del acceso al trono en Syriana, y a quien encima después le encajan un misilazo para terminar de borrarlo del mapa. Podría seguir así un buen rato, pero creo que uno de los puntos que señalo (que Félix no está saliendo tanto como debería) ya ha quedado demostrado. Lo más inquietante del argumento de Félix era la exposición previa a la pregunta sobre el árabe alto, digno y admirable. Félix se cuestionaba por la carencia de personajes de ese estilo después de dedicar algunos párrafos a las formas que se empleaban antiguamente para describir a los enemigos. Y de la noción de enemigo pasaba a la del personaje árabe, sin más consideración que la de un punto y aparte. Vivimos tiempos complejos y peligrosos. Precisamente por ello, me produce resquemor asociar libremente conceptos como árabe y enemigo sin que medie alguna aclaración. Estoy convencido de que Félix no cree que árabe y enemigo sean la misma cosa, así como tampoco imagino que haya querido decir que ya no hay películas de árabes admirables porque todos los árabes son secuestradores. Pero del mismo modo creo que existen lectores ingenuos o malintencionados que pueden asociar los dos términos como iguales o sinónimos. Y aunque uno no puede hacerse responsable de sus lectores (y muy especialmente en la vorágine a que nos obliga colaborar con el blog), debemos asegurarnos, en la medida de lo posible, de no incurrir en ambigüedades que le hagan el caldo gordo a los intolerantes. Cuando yo pienso en enemigos, no pienso en ningún árabe. Ni siquiera en los que son indignos y bajos de estatura. Según mi modesto entender, los enemigos más peligrosos que hoy tiene el género humano suelen vivir en otras latitudes.

………………

Dicho sea de paso, me acabo de decidir: este año voy a empezar a estudiar árabe. Inshallah.

Leer más
profile avatar
14 de febrero de 2006
Blogs de autor

Caminando (muy lento) hacia Caracas

Desde el avión, el estado de Vargas es un paisaje ordenado: una sierra verde, continua, de donde sale, en cada quebrada, un charco de lodo coronado por edificios. Meramente, en la última vuelta para alinearse con la pista de aterrizaje, se ve, fugaz, Caracas con sus barrios suspendidos como los balcones de un teatro. La autopista vacía lo dice todo: desde que se rompió uno de los viaductos que sostienen la vía de tránsito entre Caracas y su aeropuerto, la capital de Venezuela es una meta remota. En un país que tuvo, en 2005, veinte mil millones de dólares de superávit por el alza del precio del petróleo, los habitantes de una ciudad de seis millones de habitantes tienen que hundirse en una sierra para tomar un vuelo.

Hay tres maneras de ir desde el aeropuerto de Maiquetía hacia Caracas. La pista de Galipán es la más rápida (una hora y media) pero para utilizarla se necesita un vehículo 4x4 y aguantar un recorrido poco cómodo. La carretera de Callaca es la más larga: cerca de cuatro horas para más de ciento veinte kilómetros; se va lento por la abundancia de los vendedores de todo tipo en una vía de salida hacia el ocio con sus tiendas y sus restaurantes. “Vamos a tomar la carretera de la dictadura” me dice el chofer. La carretera de La Guaira fue construida en la época de la dictadura, en la primera parte del siglo XX. Tendría que ofrecernos un paseo por la sierra: 29 kilómetros, que se traducen en realidad en tres horas de un tráfico surrealista entre los cactus. Los zamuros sobrevuelan una larga cola de vehículos. Naturaleza intacta. Serpiente de carros. Vendedores que salen de un bosque semiseco tropical para proponer cervezas al lado de soldados y policías que patrullan. Es un no-mundo: no es el monte a pesar de la vegetación y tampoco la ciudad a pesar del tráfico.

Por fin, culminando la subida a la sierra se ve abajo, muy abajo en el valle, una publicidad inmensa que grita: “paga tus impuestos”. ¿Para qué? Para el mantenimiento de un camino de cazadores que poco merece el nombre de carretera. En el aeropuerto, un hombre me había propuesto un salvoconducto del ejército para abrirme camino a través de “El Limón”, un barrio que conecta la autopista, antes del maldito viaducto, con la carretera de Guaira donde todos nos aburrimos con más ruido que música. Le dije que no: como todos los que viajan a Caracas de vez en cuando quería conocer la linda montaña que domina la ciudad. Ahora, no sé si tenía que rechazar la oferta, no sé si es tan linda una montaña que se llena poco a poco de botellas vacías y embalajes de plástico. De noche, la carretera solo sirve para los camiones que circulan durante unas horas en un sentido y después en otro pues la anchura no permite que se crucen. Es una invasión permanente, de día y de noche. Guerra del motor a explosión, bajo el sol y las estrellas, en contra de lo que fue un universo deslumbrante. Sigue la conquista de América y como todas las conquistas tiene una cara fea.

Leer más
profile avatar
14 de febrero de 2006
Blogs de autor

El último romántico

Mi libro de cuentos acaba de aparecer en Italia, pero no con un gran grupo editorial ni con una megaempresa, sino con la editorial más pequeña de ese país. Es una editorial tan joven que sólo ha publicado dos libros, y tan pequeña que lleva el nombre de su editor y único trabajador: Roberto Keller. Roberto va a recogerme en persona al aeropuerto, acompañado por Giacomo. Giacomo es su furgoneta. La compró para poder viajar y dormir en ella. Y en efecto, dentro de Giacomo es posible dormir, vivir, instalar una fábrica de jabones o jugar un partido de fútbol. Y es que Giacomo es más que un coche, es un socio de Roberto, que además de editor literario es promotor de conciertos de música electrónica, redactor de discursos políticos, periodista, profesor escolar y consejero cultural. Por si fuera poco, Roberto es amigo de medio mundo, por lo que el gigantesco Giacomo es constantemente requerido para excursiones infantiles, giras rockeras y todo tipo de necesidades de la comunidad que van llenando su espacio de juguetes, instrumentos musicales, discos y otras señales de una rica vida interior. Está claro que un editor como Roberto no responde a las convenciones del oficio. Los editores suelen tener interés sólo por las novelas. Pero Roberto me pidió un libro de cuentos. Nadie suele comenzar una editorial con traducciones, porque es más barato y fácil comenzar con autores cercanos. Pero a él le da igual. Muchos editores, incluso grandes grupos editoriales, consideran que invitar a los autores para presentar su primer libro es un gasto innecesario. Pero Roberto ha movido cielo y tierra para reunirnos en Italia, me ha alojado en el apartamento vacío de unos amigos, ha conducido durante dos horas y media –y otro tanto de regreso- para encontrarnos en el aeropuerto de Treviso y se niega a dejarme invitar siquiera el café. Para hacerlo, tengo que acercarme subrepticiamente a los camareros. En algún momento, me pregunto si Roberto es consciente de esa cosa llamada mercado, y se lo digo. Él me responde: -Yo sólo publico los libros en que creo. Y así, el trabajo no es una carga. En efecto, la semana de gira por el norte italiano es una de las más divertidas que he pasado en mucho tiempo. A bordo de Giacomo, Roberto y yo recorremos Milán, Bolonia, Trento y Venecia pegando afiches, convocando a la prensa regional, haciendo pequeñas presentaciones y cargando nosotros mismos las cajas con los libros. Parecemos una banda de rock de garaje o un grupo de cómicos trashumantes ganando lectores a pulso, de uno en uno. Todo el viaje transcurre en una atmósfera de adolescente amistad. Durante las interminables horas de carretera, hablamos en una mezcla de italiano, español e inglés, pero en ese improvisado esperanto, nos arreglamos para conversar sobre libros, nuestras novias, Italia, la vida, la política. Además, en los distintos tramos del camino, se nos suma el equipo de Roberto: las traductoras, distribuidoras y colaboradoras de la editorial, que son todas chicas y todas guapas (¿o será que todas las italianas son así? Misterio). Y sobre todo, que comparten un contagioso entusiasmo por la editorial y una gran ilusión. La gente suele creer que los escritores somos unos tipos muy románticos y los editores, unos buitres capitalistas sin sentimientos. La verdad, cuando la literatura es tu trabajo, llega un punto en que la mayoría de tus conversaciones de escritor son sobre contratos, agencias, condiciones editoriales y plazos de entrega. En cambio, los días en Italia me han recordado de qué se trataba todo esto. Creo firmemente que Roberto Keller, por su infatigable trabajo y el cuidado de sus ediciones, va camino de convertirse en un gran editor. Pero aunque no llegase a serlo, lo bailado no se lo quitará nadie.

Leer más
profile avatar
14 de febrero de 2006
Blogs de autor

Sudarás la tierra

Pues lo siento, pero me ha entrado una emoción. Estaba yo mirando láminas de obras maestras de los años setenta cuando me topé con la sección Land Art. Durante años yo desprecié el Land Art, mísero de mí. Me parecía arte de señoritos. Ciertamente, muchos de quienes lo practicaron eran señoritos, si no, ¿cómo se habrían pagado los viajes, las excavadoras, los braceros para el desmonte o las cosechadoras con las que rapar figuras en maizales y trigales? Y de golpe, la fascinación. Incisiones de Michael Heizer en el desierto de Nevada, líneas de erosión que Walter de María arañó durante kilómetro y medio en el desierto de Mohave, por no hablar de la espiral más famosa del mundo, una espiral de roca, cristales de sal, tierra y algas que Robert Smithson hizo surgir del Lago Salado como Boticelli a la Afrodita de Florencia. Respeto por los desiertos, campo de rayos y relámpagos en el de México, paseo suicida por la pelada cordillera andina, círculo de Richard Long entre picachos de la India septentrional... señales de la desolación incisas en lugares insólitos, despoblados, inhóspitos. Su sentido se me revela como un chispazo. Lo más extraordinario es que no queda ni rastro de todo ello, no es posible ver casi nada de lo que aquellos muchachos llevaron a cabo con extrema gravedad y pasión. Todo ha sido barrido por huracanes, torrenteras, vientos gélidos, lluvias tenaces. Quedan fotografías y recuerdos tartamudos de los viejos lugareños. Sólo la espiral sobresale casi sumergida y los cristales del Salado centellean como si fueran espejuelos de discoteca. Parejas de novios se fotografían vestidas con atuendos salvajes. Frente a la petrificación gloriosa del arte seguro de sí mismo, aquellos Horiáceos y Curiáceos de Jacques-Louis David, aquel Dios Padre que tiende un dedo traidor a ese Adán que anuncia colonias, la Francia despechugada que conduce al pueblo hacia su violación y fusilamiento, ¡qué descanso la fugacidad, la inexistencia de estas obras colosales y sin embargo frágiles como libélulas! Aquellos muchachos eran los Rimbaud de la época, los destinados a escribir su nombre en el viento.

Leer más
profile avatar
14 de febrero de 2006
Blogs de autor

Teoría francesa

Hago lo que el profesor y crítico Wayne Booth consideraba como insoportable: hablar a propósito de dos libros que no he leído. Tengo una buena razón para hacerlo: dos libros intentan liberarnos de lo que se llamaba en EE. UU., en los años setenta, la «French Theory», la sopita conceptual cocinada por pensadores como Jacques Derrida, Jacques Lacan, Gilles Deleuze o Michel Foucault, entre otros. En las universidades norteamericanas, la «French Theory» se vendía bajo la etiqueta de post-estructuralismo, post-modernismo o deconstrucción. Sobre todo deconstrucción pues el pensamiento de Derrida llegó a ser un encuentro ineludible para cualquier estudiante que pretendía conseguir un título de «Master of Arts».

Derrida tuvo un papel fundamental en la influencia de la escuela de Yale sobre los estudios literarios en EE. UU. Pero su posición se debilitó con el escándalo de Paul de Man. Pocos se acuerdan de este caso vergonzante: De Man, profesor de origen belga, tuvo el honor de ser estudiado por Derrida. El francés llegó a escribir un libro sobre el belga, aplicando su famoso método de deconstrucción para encontrar todo lo que había en los textos de De Man, tanto lo que decía el autor como lo que callaba. “No hay nada fuera del texto”, decía Derrida. Para desgracia suya se supo después que De Man era un anti-semita que soportó a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y que se casó dos veces en Europa y en EE. UU. sin ningún divorcio entre sus dos matrimonios. Al analizar la prosa de De Man, Derrida no había notado nada raro, sino su admiración por un colega de primer rango. Para muchos ese fracaso fue el primer índice de los límites de la deconstrucción, corazón conceptual de la «French Theory».

De manera extrema, dos libros vuelven hoy sobre lo que queda de aquella teoría francesa. El primero, que se publica en EE. UU., tiene 736 páginas y pretende, segun un artículo de la «Policy Review», eliminar lo que aportaron los pensadores franceses, es decir «unas fuerzas poco amistosas para el amor de la literatura». Theory’s empire: an anthology of dissent (Columbia University Press) es una recopilación de textos de autores que quieren prescindir del pensamiento francés en el momento de gozar de la literatura.

Fresh Théorie (Editions Léo Scheer) se publica en Francia y tiene 600 páginas. Es también una recopilación de textos de autores que quieren escaparse de la teoría francesa. Pero no se atreven a denunciarla. Hacen un homenaje a sus autores para burlarse también de ellos, dice la revista de promoción de los libros del ministerio francés de asuntos externos. El motivo de este desafío es sencillo: Francia, dicen los autores de Fresh Théorie (teoría fresca) no ha conocido los estudios literarios sobre la política, el cuerpo, el feminismo o el post-colonialismo de los otros países por culpa del peso de los maestros de la «French Theory».

Ya hablé en este blog de la caída de las ciencias sociales en Francia y de la visión filosófica que caminaba con ellas. La publicación de estos dos libros es otra prueba del proceso. Ahora se denuncia a los maestros en ambas orillas del océano Atlántico.

Leer más
profile avatar
13 de febrero de 2006
Blogs de autor

El torturador danés

Después de la guerra de las caricaturas detonada por el periódico danés que reprodujo imágenes burlonas de Mahoma, un director de ese mismo país dirige una película irreverente sobre los conflictos entre negros y blancos: lo único que faltaba para convertir al apacible país nórdico en la nueva meca de la intolerancia racial y cultural. Para colmo, ese director es el inescrupuloso Lars von Trier. Quien haya visto su documental Las cinco condiciones puede dar fe de su inhumana crueldad. Quien recuerde Dancer in the Dark o Rompiendo las olas ya se habrá acostumbrado a su misógina tendencia a someter a sus mujeres protagónicas a las más implacables torturas físicas y psicológicas. Y en su última película, Manderlay, se añade a la lista un grupo de esclavos negros que se niega a ser libre, clasificados numéricamente según sus defectos de carácter, sazonados con un par de escenas de flagelación y condimentados con varios clichés sobre su rendimiento sexual. ¿Se le puede pedir algo más a alguien antes de colgarle el brazalete con la esvástica? Manderlay continúa con la historia de Grace, la heroína interpretada por Nicole Kidman en Dogville. Esta vez, Grace pasa de víctima a verdugo, aunque en ambas películas se pone de manifiesto precisamente la ambigüedad entre ambas categorías, el modo en que el amo es también esclavo de sus esclavos, lo que las carga de una gran ambigüedad moral. Y es que esta película, aunque forme parte de una trilogía sobre Estados Unidos, no habla de los dilemas políticos de Alabama, sino de la libertad y sus contradicciones. O, por decirlo así, de la serie de esclavitudes que escogemos libremente. De hecho, los dilemas que plantea son más interesantes en la actualidad que en el sur de la Guerra de Secesión: ¿Qué ocurre si un grupo social escoge libremente continuar sojuzgado? ¿O si decide mayoritaria y libremente votar por un autoritario como Hugo Chávez? ¿O si, democrática y limpiamente, elige que lo gobierne Hamás? ¿Tenemos derecho a imponerle su libertad, como hizo EEUU en Irak? ¿Es moralmente lícito convertirse en amo de alguien en nombre de su capacidad de decidir? ¿No es toda institución social un sistema de restricciones aceptado por sus miembros? Es raro que un cine tan formalmente recargado tenga una carga política tan fuerte. Manderlay, igual que Dogville, está grabada íntegramente en un interior teatral artificioso. Y sus diálogos y su oscuridad pueden resultar por momentos asfixiantes. Y sin embargo, quizá aún más que en su anterior película, Von Trier da en el clavo del conflicto moral de nuestro tiempo, un conflicto incrustado en la identidad del país más poderoso del mundo, pero también en la delgada línea roja entre nuestros valores más profundos y nuestras más perversas pretensiones.

Leer más
profile avatar
13 de febrero de 2006
Blogs de autor

Grandeza y miseria del moro

Los antiguos alababan desmesuradamente a sus enemigos. Decían de ellos que eran fieros guerreros, inteligentes y hábiles, los más guapos y ricos. De ese modo, cuando vencían tenía mucho mérito. Y si perdían, era comprensible. La estrategia moderna, según Huizinga, comienza en el siglo XV, el célebre otoño de la Edad media, con el desprecio del enemigo. Pero considerar al enemigo un enano maloliente, leproso, analfabeto, cobarde y lelo, es bastante más moderno. Seguramente viene de las guerras napoleónicas, cuando los ingleses inundaron las islas con caricaturas de los franceses (geniales, las de Rowlandson) como una especie de macacos cubiertos de harapos que comían ajos y no se cortaban las uñas de los pies. Cavilando sobre lo anterior me pregunté cuál sería la última vez que Hollywood había presentado un árabe digno, alto y admirable. Y creo que no me equivoco si digo que fue con The Wind and the Lion, de John Milius (1975). Llegué hasta el videoclub y la alquilé. En efecto, Sean Connery hace de árabe alto y guapo, el León del desierto, cabecilla berebere. Alto y guapo, pero poco inteligente, si he de ser sincero, porque la película comienza cuando secuestra a una señora americana (Candice Bergen) y a sus dos hijos, un episodio similar al que tuvo lugar realmente hacia 1904. La industria del secuestro es una de las más antiguas del mundo árabe. La orden de los mercedarios se fundó como mutua de Seguros dados los beneficios que reportaba el negocio. El sur de Italia lo ha imitado con menos éxito. El León del desierto no consigue su propósito porque una cosa es secuestrar inglesas y otra secuestrar americanas. Los marines ponen en su sitio al Sultán, un sodomita con lobotomía que no quiere que le importunen mientras huele jazmines, y obligan a que se forme una fuerza expedicionaria contra el León. Mientras tanto, como es natural, la americana y los niños están totalmente fascinados por aquel hermoso bárbaro que corta cabezas de un certero golpe de cimitarra. La fuerza expedicionaria libera a la señora, pero apresa al León, traición tramada por el general alemán que enfurece a la señora americana y al capitán de los marines. No les cuento el desenlace, pero Sean Connery salva la vida sin darle ni un beso a Candice Bergen, lo cual tiene su mérito. Lo más significativo, sin embargo, no es que hace treinta años un árabe secuestrador aún pudiera ser héroe de Hollywood, sino el final de la película. El León y un camarada de armas caracolean sus caballos en el horizonte. Es el crepúsculo. El camarada dice: “¡Lo hemos perdido todo, magnífico Al-Raisuli!”. A lo que Connery contesta: “¡Hay cosas por las que merece la pena perderlo todo!”. Típica frase que sólo puede decir el secuestrador. Los secuestrados suelen ser de muy otra opinión. Quizás por eso ya no hay películas de árabes admirables.

Leer más
profile avatar
13 de febrero de 2006
Blogs de autor

Dulce condena

Pensaba escribir sobre otra cosa, pero tuve la peregrina idea de ir al supermercado ayer domingo (los escritores también hacemos las compras, por lo menos cuando tenemos con qué… o cuando nuestras tarjetas de crédito todavía no transpasaron sus límites de gastos) y allí me topé con infinidad de anaqueles llenos de lápices, carpetas, gomas de borrar y un cartel omnipresente que proclamaba su mensaje con pretendida alegría: ¡Volvemos a clases! Mi primera reacción, producida desde el vientre, fue de malestar. Hace ya algún tiempo que no voy a clase alguna, pero como dice Jerry Lewis en la última edición de Esquire, todos tenemos nueve años, y nuestras reacciones más instintivas manan de un corazón que continúa siendo aquel que portábamos entonces. El mío fue un malestar solidario, un reconocimiento de la tristeza que sentirán tantos niños al entrar a un supermercado donde se les anuncia la inminencia de su ejecución como si se tratase de la mejor de las noticias; las burlas del destino. No me opongo a la educación formal. De hecho salí bien parado del trance, y agredeciéndole no pocas cosas: la alfabetización, el disfrute del juego numérico, la Historia, mis primeros contactos con la mitología griega, con Borges y con Cortázar. Pero aunque lidiaba bien con las demandas del sistema, sufrí como la inmensa mayoría las indignidades de su ejercicio. Levantarse temprano, por ejemplo; todavía recuerdo madrugadas en las que, habiéndome despertado por las mías, rezaba para que el despertador no sonase o planeaba incursiones en el dormitorio paterno con propósitos de sabotaje. También la sensación de haber sido condenado a formar parte de un rebaño, donde se perdía el valor de la voz individual o de las peculiaridades de cada uno. Y por supuesto, la sumisión a una autoridad que a menudo era injusta, o insostenible por sus propios méritos. Por supuesto, estas pequeñas miserias forman parte de un aprendizaje que ya no es académico, sino que nos prepara para lo que los victorianos gustaban llamar la batalla de la vida. Pero aunque estoy agradecido a mis educadores y a mis escuelas (forzado cuando niño a dejar los estudios para convertirse en sostén económico de su familia, Charles Dickens describió a su biógrafo John Forster el horror de quien, al ser condenado a la ignorancia, se descubre marginado de la sociedad: “¡Lo que habría dado, si hubiese tenido algo para dar, para que me enviasen de regreso a cualquier escuela, para que me enseñasen algo en alguna parte!”), no puedo menos que sentir empatía con tantos pequeños para quienes su libertad tiene las horas contadas. Los abrazo a todos, así como abrazo a los adultos conminados a cumplir con un deber para el que no tienen escapatoria, desde lo más profundo de mi corazón de nueve años.

Leer más
profile avatar
13 de febrero de 2006
Blogs de autor

Caricaturas, justicia y Napoléon

No puedo huir más del tema: Ustedes se preguntan ¿Qué pasa en París con el caso de las caricaturas que insultan al Islam? No pasa nada. Nada de nada. Es decir que los periodistas intentan sin éxito vender una salsa con libertad de expresión, guerra de religión y preocupación de poder político. De verdad, no paso nada. Un semanal, “Charlie Hebdo” dice que consiguió vender cuatro ciento mil ejemplares en un solo día al reproducir las imágenes del diario danés que provocaron la rabia de musulmanes en Oriento próximo. Mala polémica para los árboles si se vende más papel, pero las mínimas manifestaciones que se registraron no consiguen inventar una polémica.

La verdad es que Francia se apasionó mucho, pero muchísimo más, con la audiencia de un juez llamado Burgaud. Habló el miércoles durante siete horas frente a una comisión parlamentaria. Era el juez encargado de controlar la encuesta sobre un caso de abusos sexuales a niños en el norte de Francia. Sin entrar en detalles repugnantes o jurídicos, después de dos procesos se decidió que la mayoría de los acusados eran inocentes. Muchos de ellos pasaron dos años en la cárcel, se quitaron sus hijos a varios padres, uno de los acusados se suicidó. Entonces, el parlamento, que tiene meramente el poder de informarse en este caso, dedicó horas y horas de entrevistas a las víctimas, al juez que hizo el informe inicial, al fiscal, para entender cómo pueden ocurrir cosas semejantes. Esto es lo que apasionó a los franceses. Y claro que fue otra oportunidad para hablar de cómo funciona la República.

La República no funciona, su costo sobrecarga a los franceses de impuestos, su funcionamiento corresponde a una monarquía: el Rey es el Estado y los altos funcionarios (expresión muy francesa: les “hauts fonctionnaires”) componen su corte. Francia tiene la cuarta parte de su población activa en el sector público, en el reto de Europa es modestamente el 16%, pero no hay manera de plantear el problema de manera racional: ¿Por qué no funciona la República?

Acabo de encontrar una repuesta en la traducción al francés del libro de un historiador británico: La leyenda de Napoleón de Sudhir Hazareesingh (editorial Taillandier). Sería buena lectura en América Latina donde la visión estropeada de la Revolución Francesa hizo tanto daño. Hazareesingh demuestra cómo un emperador que tenía un poder absoluto consiguió ser la representación de los principios y de las conquistas de la Revolución Francesa. Tesis del historiador: la Revolución Francesa quería eliminar la figura del poder personal, pero puso en su lugar la figura de la persona que encarna a la República. Para esta persona, hablar mucho de igualdad permite cometer crímenes en contra de la libertad. No se puede leer este libro sin pensar en los pequeños napoleones que tenemos, allá y aquí, que buscan construir su pobre leyenda.

Leer más
profile avatar
10 de febrero de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.