Estaba en una disquería del aeropuerto de Atlanta, USA, buscando el CD nuevo de Morrissey y no lo encontraba por ningún lado. Cuando ya me había dado por vencido, mi ojo captó una imagen que terminó reclamando mi atención: Ringleader of the Tormentors, con su imagen de Morrissey vestido de gala y tocando el violín y su gráfica que imita las colecciones del género, había sido ubicado en la batea… de música clásica.
El error del empleado no dejaba de tener su ironía. Es indiscutible que Morrissey se ha convertido en una suerte de clásico moderno. Su disco anterior, You’re the Quarry, con el que rompió un silencio de varios años, fue el más vendido de su carrera –aún más vendido que los discos de The Smiths, la legendaria banda que lo puso en la mira del mundo. La prensa saludó Quarry como un regreso de Morrissey a su mejor forma, y ahora alaba Ringleader como una obra todavía superior. No lo es, por cierto, del mismo modo en que Quarry distaba de ser inolvidable. Son obras correctas, agradables, que se oyen sin mayores sobresaltos y exhiben tan sólo ocasionales destellos del Morrissey a quien venero. Los disfrutes de Ringleader son más anecdóticos que reales: el hecho de que reproduzca la experiencia de Morrissey en Italia (lo cual redunda en canciones pop que hablan de Visconti, Pasolini y Accattone, cosa que no deja de tener su gracia), la asunción clara e inequívoca de su sexualidad (“Hay barriles de pólvora entre mis piernas”, canta en Dear God Please Help Me) y la presencia de Ennio Morricone en lo que nunca va más allá del guiño cultural, puesto que la orquestación que agrega a Dear God dista de ser memorable. Ringleader no es mejor que el peor disco de The Smiths, y tampoco es mejor que muchas de sus obras solistas como Viva Hate, Bona Drag, My Early Burglary Years o Your Arsenal.
Los reconocimientos de la prensa y del gran público suelen venir con delay. A menudo los periodistas y la gente se ponen en sincronía justo en el momento en que el artista empieza a perder su gracia, cuando ha consolidado un estilo y se vuelve conservador. Entonces llegan los éxitos de venta y los premios, consagrando obras que distan de ser las mejores de su trayectoria; lo hemos visto miles de veces y lo seguiremos viendo. En Ringleader of the Tormentors no hay una sola canción que llegue a la altura de The Boy With the Thorn in His Side, Panic o Shoplifters of the World, Unite, por mencionar las de su época Smith. (Atesoro el hecho de haber presenciado la presentación en vivo de The Queen is Dead como uno de los grandes recuerdos de mi vida.) Tampoco existe ninguna que pueda competir con Everyday is Like Sunday, The Last of the Famous International Playboys o Reader Meets Author, si vamos al caso de su obra solista. (Me encanta Reader Meets Author, esto es El lector se encuentra con el autor, porque golpea tan cerca de casa: “No sabés nada de sus vidas / Ellos viven en lugares en los que ni siquiera te animarías a conducir… / Los libros no los salvan, los libros no son cuchillos Stanley / Y si estallase hoy una pelea aquí / Serías el primero en irte, porque sos de esa clase de gente… / Oh, cualquier excusa para seguir escribiendo mentiras”.)
A pesar de que hoy se aplauda a un Morrissey que no es su mejor embajador, aquellos que lo consideramos el coro griego de nuestras vidas disfrutamos de su éxito. Nos gusta saber que está bien, gozando de buena salud y en la mira de todos, porque nos consta que en cualquier momento –en el próximo álbum, o en el que le seguirá- volverá a ser fiel a su naturaleza como el escorpión del cuento, le sacará la lengua al mundo y escupirá una de sus frases tradicionales, mezcla de poesía, honestidad brutal y negro humor. ¿Cuánto puede tardar en volver a repudiar a “esos tontos vacíos / que trataron de cambiarte, y te reclamaron / como parte de su mundo común y corriente / en el que se sienten tan afortunados / con sus vidas ya trazadas delante suyo”?
