Jean-François Fogel
En estos días el cielo de París no sabe elegir entre sol y lluvia. Pasa de la luz triunfante de la primavera a la luz tenue del otoño en el plazo de un guiño de ojo. Es el peor momento para descubrir, lo que hice ayer, un libro lleno de melancolía: El país de las palabras de Daniel Mordzinski (Roca Editorial).
Mordzinski es un fotógrafo argentino y su libro tiene como subtítulo “Retratos y palabras de escritores de América Latina 1980-2005”. Hay que fijarse en las fechas. Un cuarto de siglo es una duración aplastante. Hace un cuarto de siglo todavía no había dinosaurios en la tierra (hablo de los dinosaurios que tienen un papel comprobado en la historia de nuestra cultura, los de Jurassic Park) y tampoco ordenadores portátiles. En este cuarto de siglo, 67 escritores pasaron por París y Daniel Mordzinski consiguió sacar fotografías (no siempre en París) a cada uno de ellos. Muchos escribieron un texto o entregaron algo ya escrito para componer una especie de retrato fragmentado de París a través de la mirada de sus visitantes o inmigrantes.
El colombiano Héctor Abad, por orden alfabético, es el primero en entregar su cariño con una frase inicial que no sabe esconder una honda ternura: “París es una puta muy cara para mí.” Una puta carísima y poco alegre si miramos estas fotografías repletas de gravedad. ¿Sería un latino en París un escritor que no puede sonreír por la capa de almidón de la vieja cultura francesa que cubre todo? ¿O, más bien, sería París el lugar perfecto para vivir una crisis, desde la mera lucha para sobrevivir que cuenta Santiago Gamboa hasta las tres crisis fundamentales que aguantó Ernesto Sábato en la capital francesa?
“We will always have Paris” (siempre tendremos a París) dice Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en la película Casablanca. Es una frase que pocos autores latinos podrían utilizar. Hablan como si la ciudad fuese un préstamo, un vivir en alquiler. No son propietarios (menos Silvia Barón Supervielle cuya fotografía la muestra en su isla Saint Louis -es la de la dueña de un barco en el Sena-, y Héctor Bianciotti que, como miembro de la Academia Francesa, tiene la condición de “inmortal”).
Basta nombrar a Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Juan José Saer y Guillermo Cabrera Infante para entender la melancolía de un libro que abarca tantos años. Sus páginas pasan de la galería de retratos al cementerio, sin alivio para su lector. Y con relación a los escritores que vienen a París, ni hablar: se enfrentan con un desafío terrible y todos lo saben: se encuentran en una ciudad que nos pregunta cada día lo que hemos hecho con nuestras promesas de juventud.