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ZOÉ Y ZOÉ

Vemos dos fotografías en el último libro de Zoé Valdés, Bailar con la vida (Planeta). En la tapa, a todo color, está la fotografía grande de la joven Zoé Valdés sentada en el malecón en La Habana. La contratapa muestra un pequeño retrato en blanco y negro de Zoé Valdés, tal como se ve hoy en París donde vive. Conozco a ambas mujeres. O mejor dicho conocí a Zoé en la isla, en la época del hundimiento de una Revolución condenada a olvidarse de los países del este europeo que le suministraban sus recursos, y hoy mantengo una amistad con la Zoé parisiense que tiene la incomoda situación de cruzarse con personas que aman a Cuba sin tener el más mínimo deseo de ofrecer a los cubanos lo que tienen los franceses: derecho a opinar en público, libertad de viajar como quieren y vida privada apartada de una vigilancia estatal.

Ni hablar de Cuba en Europa. Hay dos tipos de viajeros europeos en la isla: los que suelen ver lo que muestra el régimen y/o el dinero de su bolsillo, y los que intentan de verdad entender la manera de vivir, de comer, de curarse de un “pincho” (un jefe en la yerga cubana) frente a la vida de cualquier cubano. La Zoé que vemos en la tapa pertenece a una época que no obligaba a escoger entre ambas opciones. El régimen recibía su cuota de ayudas internacionalistas y no buscaba el dinero de los turistas.

Después, claro, hubo un después y Zoé tuvo que resignarse al exilio como tantos cubanos que querían tener una vida suya en lugar de sobrevivir en los actos revolucionarios de la vitrina rota del castrismo. Por eso tenemos a la segunda fotografía de Zoé, la de una mujer. Mirada directa con huellas de heridas en los ojos, labios perfectamente pintados, aretes, y hasta una sofisticada mantilla que tapa a medio su rostro. Aquella fotografía nos hace pensar en una mujer de los años veinte retratada por el Studio Harcourt. La Zoé en color de la portada es otra persona. Niña-mujer, descalza y despeinada, su rabia contenida es perfecta para el cine italiano de los sesenta, son sus heroínas que son a la vez víctimas y manipuladoras.

La belleza, la belleza aplastante del malecón habanero es su vacío. Las olas rompen todo y solo hay el cielo abierto a ciento ochenta grados sobre un muro gris de siete kilómetros. Sentada sobre el muro, Zoé es la imagen perfecta de la rebelión en el vacío. O el casi-vacío. Si se mira con cuidado a la fotografía, se ve un pequeño libro amarillo al lado del pie izquierdo. No se puede leer el título pero lo puedo adivinar, pues tengo una copia de esta maravilla. Es Todo para una sombra, el primer libro de Zoé. Pura poesía, publicada por las ediciones Taifa, en Barcelona, en abril de 1986.

Ya son veinte años desde entonces. La niña perdida en el vacío del mar y del cielo no tenía más que este pasaporte amarillo para salir de la isla y entrar al mundo de las letras. El penúltimo poema del libro termina en dos versos que son una premonición:

“Hoy me siento de algodón y me canso
porque hoy me estoy haciendo la escritora”.

El último poema se titula Mujeres de los años veinte. Siempre me gustó y lo releo, hoy, como el pie de la segunda fotografía. La fotografía de Zoé, mujer, que publica otra novela con dominio total de su oficio hasta dedicarse a la meta-ficción. En su relato, como escritora tropieza con sus personajes y pasa de manera continua de las relaciones con el editor, que le pide una novela erótica, a la vida, que le habla de soledad, de violencia, de desaparición, destierro y cariño. ¿Qué tal la novela? No lo puedo decir. No soporto el amiguismo en las secciones de cultura y las reseñas que intercambian los escritores en los periódicos (“me gustó tu libro, vas a amar al mío”, etc.).

Zoé es una hermana encontrada en el vacío fenomenal de La Habana. Hoy, tiene su pagina Web http://www.zoevaldes.com.fr y su blog http://www.zoeatelier.skyblog.com aunque a su vida real le falta una definición: ¿cuál es la tierra de una cubana con nacionalidad española que vive en Francia y publica en la colección AE&I (Autores Españoles e Iberoamericanos)? Habría que preguntarse si la fotografía de la portada no daba la respuesta, tan violenta como el sol del Caribe: Zoé sigue siendo aquella niña sentada en el salitre del malecón que escribe poesía para encontrar una salida a su vida de aspirante a mujer de los años veinte.

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24 de julio de 2006
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Perdón por las molestias

Llevo tres días de vacaciones en Santa Pola, un inesperado centro de la noticia a partir del pesquero que auxilió a medio centenar de emigrantes cerca de Malta.

Sin la ayuda y la generosidad, la paciencia y la condescendencia de la tripulación del barco santapolero "Francisco y Catalina" es muy posible que los desamparados de la desamparada lancha hubieran perecido. Y, en buena medida, habrían muerto si su salvación hubiera pendido tan sólo de las autoridades, los ministerios, la Unión Europea, los gobiernos, los ejércitos de marinas, las patrulleras oficiales, la totalidad de las instituciones que fueron mirando el fenómeno de los cincuenta y cinco náufragos con una frialdad funcionarial destinada a culminar en repetidos certificados de defunción con sus obligados sellos.

Los marineros, sin embargo, conocen a fondo la fina división entre la vida y la desaparición. El mar supone para un marinero su medio natural de vida y su medio natural de muerte. Muchos amigos santapoleros apenas sabían nadar cuando juntos íbamos a remojarnos tras jugar al fútbol en los antiguos saladares. Ni tampoco trataban de aprenderlo de manera remotamente parecida a como lo hacíamos los veraneantes. El mar les inspiraba temor y a la mayoría de los pescaderos les habría gustado mucho más dedicarse a otra cosa. La prueba ha sido que, con los años del desarrollo, disminuyeron drásticamente los jóvenes que se enrolaban. Casi todos preferían entrar de aprendices en un taller de tapicería, arreglar bicicletas, madrugar para cocer el pan o emplearse en una gasolinera.

Quienes se encontraban en el "Francisco y Catalina" (título que evoca el feliz amor eterno que promueven las millas del mar) son restos de una numerosa proporción de santapoleros que llegaron a componer la flota pesquera mayor de España.

Ahora por la Virgen del Carmen o por la Maredeu de Lorito las fiestas de recibimiento en el puerto no son tan espectaculares ni las verbenas en las que se disfrutaban los reencuentros tan conmovedoras como hace dos o tres décadas. Santa Pola es muy suya y convoca desde hace algunos años unas impostadas Fiestas de Moros y Cristianos en la primera semana de septiembre. Es el momento en que acaba de marcharse la gran masa de pesadísimos forasteros y con ello la localidad de libera de una marea tanto o más abrumadora que el mar. Con esa holgura relacionada con haberse desprendido de unas 150.000 personas añadidas a sus 14.000 habitantes renacen trazos del pueblo marinero, anexo al mar y atado históricamente al mar. El mar como lugar de trabajo y como espacio de separaciones, sacrificios y tragedias. De esta dura relación con el mar, ajena a dulces oleajes o atardeceres de oro, procede el miedo y el respeto al mar o la desarrollada sensibilidad hacia sus variadas amenazas.

La proclamada generosidad que los pescadores demostraron estos días hacia los emigrantes de la patera contiene, en realidad, una solidaridad radical de especie humana. Los marineros santapoleros que conozco han vivido y viven las vicisitudes peligrosas en altamar como una liza entre lo humano y lo monstruoso. Como ellos mismos han declarado: "No podían hacer otra cosa". Concretamente: no sabían hacer otra cosa en cuanto que marineros. No sabían elegir la mezquindad, optar por no prestar socorro, anteponer los cálculos económicos al irresistible impulso de proteger la vida humana. ¿Héroes ahora? ¿Condecorados, premiados, distinguidos, elogiados por la autoridad? El quehacer del marinero se encuentra todavía en ase preindustrial y por ello resulta ser lo menos mediático que quepa imaginar. Sólo aparece (en los medios) cuando desaparece uno o más barcos. Aquí la desaparición pudo haberse consumado antes del rescate. No fue así y la desaparición aplazada se ha comportado como una plataforma argumental que ha favorecido una sustanciosa historia periodística. En ese trayecto recorrido por los medios y no por el "Francisco y Catalina", la tripulación se hizo popular, se podía fotografiar, grabar, radiar, bailar.

Ayer, por primera vez tras la peripecia, cuando el periódico Información de Alicante entrevistó a Pepe Durán, patrón del barco, sobre su impresión de esta calamitosa aventura dijo: "La verdad es que no queríamos causar tanto revuelo y ni mucho menos molestar". Durante treinta años he disfrutado de un amigo marinero y santapolero, Juanito "El Chufa", cocinero en sus años de navegación a Larache que, aunque parezca imposible, habría preferido otra contestación aún más atónita y enteca.

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24 de julio de 2006
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La ciudad de los muertos

Entrar por la puerta 3 al cementerio general de Guayaquil es como entrar a California por Beverly Hills. La calzada principal empedrada está bordeada de palmeras, y los mausoleos que flanquean sus orillas ostentan ángeles de mármol y fachadas barrocas. En las puertas de los sepulcros se leen apellidos ilustres como Baquerizo, Luque o Plaza Sotomayor. Es el barrio rico de la muerte.    

-Ese es el presidente Vicente Rocafuerte –me dice el vigilante. Estamos ante la tumba que corona la calzada, una mezcla de mausoleo y monumento nacional, llena de arabescos y figuras patrias esculpidas en bronce. La estatua de Rocafuerte se eleva soberbia en el centro.
-¿Fue un buen presidente? –pregunto.
-Ya da igual. Buenos o malos, aquí todos somos iguales.
-Ya.

Las palabras del vigilante no son tan ciertas. No todos son iguales en este camposanto. Ni siquiera los presidentes. Más atrás, como escondidito, descansa el ex mandatario Eloy Alfaro, implantador del laicismo en Ecuador, que ordenó el fin de los privilegios eclesiásticos. Su actitud fue tan revolucionaria que terminó asesinado por sus detractores, y casi un siglo después, la guerrilla ecuatoriana tomó el nombre “Alfaro vive carajo”. Pero el destino le jugó una broma cruel. Terminó enterrado en un cementerio católico, entre cruces y angelitos, para cuidar que no se escape.

-Este cementerio está lleno de gente importante ¿no? -comento.
El vigilante niega con la cabeza:
-Es como la ciudad. Tiene sus zonas ¿dónde se ha visto que los importantes se mezclen con los pobres?

En efecto, aquí también hay clases sociales. En los alrededores de las tumbas presidenciales se yerguen los sepulcros clasemedieros, con menos mármol y menos apellidos. Todo está tan bien organizado que uno puede incluso encontrar integrantes de organizaciones gremiales y profesionales que han decidido mantenerse juntos incluso después de que la muerte los separe: si necesitas un taxi, puedes llamar a la puerta del mausoleo del sindicato de Chóferes. Y a la misma altura, está el Benemérito Cuerpo de Bomberos, por si surge un incendio. Al lado de este último, como en toda ciudad que se respete, hay un barrio judío. Los apellidos Guttmann, Cohen, Beuthner, Oster figuran decorados con estrellas de David, apartados de los cristianos incluso más allá de la muerte. 

-Qué lugar tan apacible. No se puede usted quejar de estrés laboral.
-La verdad que no. Cuando acabé mi servicio militar me vine para el cementerio. Y me quiero quedar. Aquí hay mucha gente pero nadie molesta. 

Cómo no, también hay un barrio pobre. Y sigue el modelo urbanístico latinoamericano: las tumbas menos pudientes se desparraman arriba, por las laderas y las cumbres, desordenadas, en calles sin asfaltar cubiertas de mala hierba. Y entre ellas se encuentra un pequeño altar dedicado a los que no tienen ni tumba, las ánimas del purgatorio. Todos los lunes, la gente deja flores y velas en el altar, como quien pasa por un mercadillo de almas en pena. Y es que, según me explica el vigilante, en este mundo ni morirse es gratis:   

-Todas las tumbas llevan escrita la letra P o la A, según hayan sido compradas a perpetuidad o alquiladas por periodos de cuatro años. Vencido ese plazo, si los deudos no renuevan el contrato, los huesos se retiran del sepulcro y se guardan en unas cajas. Y si pasa mucho tiempo sin que nadie los reclame, sabe Dios dónde acaban.
-Oiga ¿Y no le da miedo trabajar entre tanto muerto?
-La verdad que no. Aquí nunca pasa nada. Los que me dan miedo son los vivos.
-Ya.

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24 de julio de 2006
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YA SON DIEZ AÑOS

Como siempre, encontré la revista en mi buzón. En un sobre amarillo, de estos gorditos que llevan bolitas de plástico que los niños hacen explotar como el ruido de una rama seca que se rompe. Encuentro de la cultura cubana tiene diez años, lo que me obliga a reflexionar cuando leo el número cuarenta que me llevó el cartero.

Diez años es un plazo gigantesco en la historia de un proyecto de comunicación funcionando con base en la militancia. Diez años es una eternidad en la historia de un exilio cubano plagado de divisiones, rupturas, cansancios y frustraciones. Encuentro sobrevive todavía, tal como sobrevivió a la muerte de su creador, el novelista y cineasta Jesús Díaz, y aprovechó la creación de la red para darnos una versión electrónica.

La honestidad me obliga a reconocer que soy uno más entre los centenares de personas que han escrito en la revista. Encuentro ha publicado tanto a cubanos como a extranjeros, a personas del exilio y a cubanos de la isla, a castristas, disidentes, oponentes, prisioneros o decepcionados del castrismo. Nada y nadie es perfecto. Tampoco esta revista, aunque ha mantenido su línea editorial (no tiene línea política), recordada de manera discreta en la página 203 de su último número. Dice un texto anónimo que Encuentro postula una doble crítica. Por un lado, se opone a la estrategia del gobierno cubano, al no admitir límites ideológicos y políticos a la libertad de expresión, y considerar a la diáspora, parte integral del patrimonio de la nación; por otro, discrepa de las tesis más excluyentes del exilio, al afirmar que la cultura contemporánea producida en la isla es un parte vital y diversa del legado nacional, digna de estudio y valoración...”.

Claro que ha habido expresiones de celo, injusticias y errores en lo que ha publicado la revista, pero eran posturas individuales en un panorama de rechazo a la intolerancia o al silencio sobre el enemigo, que fue utilizado tanto en la isla como en ciertos sectores del exilio de Miami. Prueba de esto: al celebrar su décimo aniversario, Encuentro dedica menos espacio a su propia hazaña que al informe de Jorge Ferrer sobre las “Revistas del exilio”, tanto las contemporáneas como las que desaparecieron.

Hoy, Encuentro es una revista editada en Madrid con un director que vive en México y otro director ubicado en las Canarias. Es una revista sobre Cuba y los cubanos, para los cubanos y en donde estén. Lo de “la cultura cubana”, que hace parte del nombre de la revista, también hay que tomarlo muy en serio y de manera amplia. Encuentro ha publicado páginas fenomenales sobre arquitectura, musica, cine y literatura, pero también sobre economía o historia. Los editores no pueden negar su deseo de soñar el futuro, con informes sobre la transición a la democracia en España o en los países socialistas, o sobre la construcción del éxito económico en Chile, pero han publicado también fuertes miradas hacia la historia de las organizaciones del exilio o de la propia revolución castrista.

Claro, la existencia de la revista no complace a las autoridades en La Habana. Su supuesta financiación por parte de la CIA o de otra oficina de Washington hace parte de una campaña continua de descalificación, que dice mucho sobre el papel que tiene la revista en la isla. Detrás de los insultos y de la mala fe de la La Jiribilla, una de las revistas electrónicas financiadas por el gobierno cubano, veo claramente la voluntad de responder a un medio que no quiere hacer callar a nadie, ni fuera ni dentro de la isla. Cada vez, Encuentro existe un poco más.

Cualquier persona que sabe de Cuba y del talento de los cubanos para enfrentarse puede entender el sentimiento mío al mirar, del 1 al 40, los números que se han acumulado a mi lado y que nunca tiré debido a lo útiles que son. Sigue el encuentro con mi querida Cuba.

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21 de julio de 2006
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CIUDADES VOLANTES

He leído en Fast Company, una revista recomendable para estar al día, que el 40% del valor de todas las mercancías producidas en el mundo apenas se corresponde con un 1% del peso total. De este modo el transporte aéreo se ha vuelto rentable y cada vez más. Como también las ciudades que más crecen no son aquellas que se encuentran junto a los mares o los ríos sino aquellas que brotan y se reproducen en torno a los aeropuertos. El nombre de estas nuevas ciudades localizadas en los lugares menos previsibles es "aerotrópolis".

Frente a la regla de que las tres principales condiciones de una localidad próspera eran "localización, localización y localización", hoy el trío de oro es "accesibilidad, accesibilidad y accesibilidad". Las materias primas, los automóviles, las maquinarias correspondientes a la era industrial se sirven de la lentitud de los barcos y los trenes. Los productos de la era postindustrial, desde los componentes microelectrónicos hasta las medicinas, de los aparatos de precisión a los artículos de lujo con gran valor añadido vuelan. El 50% del valor de las exportaciones norteamericanas se realiza en avión. Su peso es tan liviano que el flete es barato y aún más en relación a lo formidablemente cara que llega a ser la carga. De un lado se ensancha la economía del conocimiento, la compraventa de intangibles y, de otra, surgen los macroaeropuertos que fomentan las nuevas y distintas metrópolis de los últimos años. En ocasiones incluso el mismo aeropuerto llega a ser en sí mismo una ciudad de decenas de miles de habitantes como es el caso del Check Lap Kok de Hong Kong donde trabajan 45.000 empleados. El modelo se repite en China con Shangai o Pekín, en Estados Unidos con Memphis o Dallas, en Europa con Frankfurt o Madrid. Y el laberinto se enreda cada vez más.

La terminal 4 de Barajas permitirá ampliar el transporte hasta unos 75 milones de pasajeros anuales y paralelamente a un descomunal valor de mercancías sin peso. La consecuencia, ya visible, es que en torno a Barajas se acumula una monstruosa proporción de oficinas y viviendas, de autopistas y atascos que se resuelven un día para renacer meses después. Este mundo que tiende de un lado a la ocupación extensiva del territorio y las organizaciones en red, posee a su vez la tara de los nódulos de esa red. Enormes tumores que perjudican gravemente la vida. Ciudades corazón de la prosperidad que son, de otra parte, metáforas de unos  bultos cancerígenos que atascan la vida. Ningún signo en el horizonte que permita confiar en un giro de esta dinámica casi suicida. Cuando una ciudad observe que su aeropuerto será ampliado y el presupuesto, como en el caso de la T4, rebasa el billón de pesetas está autorizada a evocar los conocidos versos de Dámaso Alonso refiriéndose a Madrid como ciudad de un millón de cadáveres. No se ha llegado a esta escala poética del cementerio. Se ha logrado una fase literariamente peor: Madrid -o París, Dubai, Chicago, Guangzhou-, espacio para una multitud de insatisfechos.

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21 de julio de 2006
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Invasión

En la convulsa Caracas, donde unas 25 personas mueren cada semana en episodios violentos, la plaza de Altamira parece un remanso de paz. A pesar de la congestión de tráfico, luce verde y limpia, y su obelisco proyecta cierta ilusión de prosperidad. Y sin embargo, la apacible Altamira también ha tenido sus sacudidas. Es aquí donde se reunían los manifestantes opositores a Hugo Chávez, entre ellos, la periodista Cynthia Rodríguez: 

-El 11 de abril del 2002 nos concentramos en esta plaza para protestar contra la politización de Petróleos de Venezuela. Éramos quizá millón y medio de personas marchando. En un momento, un actor de telenovelas que lideraba la manifestación arengó a la gente para llegar al palacio de Miraflores. ¿Por qué el líder era un actor de telenovelas? Así es este país. Él había llegado a animador. Y eso en Venezuela es como ser Dios.

Bajamos a la estación. Las instalaciones del metro de Altamira no tienen nada que envidiarle a ningún transporte público europeo, y la frecuencia de trenes es incluso mayor que en Madrid o Barcelona. Pero cuatro estaciones más adelante, al abandonar el subterráneo, volvemos al mundo real. Entre la Plaza Venezuela y el barrio de Chacaíto se extiende el bulevar de Sabana Grande, una extensa calle peatonal infestada de vendedores ambulantes. Cynthia asegura su bolso y me advierte contra los ladrones. Luego continúa su historia de abril:

-Mientras nos dirigíamos al palacio, empecé a ver a gente que corría en dirección contraria a la nuestra. Algunos de ellos estaban ensangrentados. Llamé al periódico en que trabajaba, y me advirtieron que no continuase, que la cosa se estaba poniendo muy violenta, que regresase a la oficina inmediatamente. Ahí supe que había francotiradores esperando la marcha. Ese día hubo 20 muertos.

Ahora deambulamos por los puestos de venta callejeros, que los venezolanos llaman “buhoneros”. Hasta hace unos años, en el bulevar de Sabana Grande se concentraban las tiendas de ropa cara y joyas de diseño, y los inmigrantes españoles se reunían en las terrazas a tomar café. Los primeros vendedores ambulantes eran vendedores furtivos que corrían con sus bolsas de mercancía al ver a la policía. Hoy, las autoridades les permiten quedarse.

La mayor parte del comercio se realiza en la calle. Aquí puedes conseguir ropa interior, bisutería de Miss Universo, discos y películas de estreno, manicura, trajes de novia, artículos esotéricos o pequeños trabajos de costura. Las tiendas de lujo han ido despareciendo o transformándose, y las sobrevivientes sacan la mercancía a la calle para poder competir con los buhoneros. En Sabana Grande, donde los pobres estaban prohibidos, ahora hay que confundirse con ellos para sobrevivir.

-Ese mismo día, tras la violencia callejera, un grupo de altos oficiales exigió la renuncia de Chávez. Según dijeron, Chávez firmó la renuncia, pero nadie vio ese papel. El caso es que entonces, todo se empezó a volver muy confuso. Los medios no informaban con claridad. Nadie sabía qué ocurría. Repentinamente, gobernaba Carmona, un empresario que representaba a los grandes capitales, y anuló por decreto las decisiones que se habían tomado en referéndum. Todo de porrazo. Amanecimos con un prepotente y, horas más tarde, teníamos a otro haciendo exactamente lo contrario. Y luego, para colmo, volvió Chávez. Todo en 24 horas.

No sólo las calles de Sabana Grande han sido ocupadas. En los alrededores del bulevar hay edificios vacíos que fueron tomados por familias bajo protección oficial. En los edificios se alquilan espacios para que los buhoneros guarden su mercancía. De ellos salen constantemente cajas y maniquíes de mujeres sin brazos pero con culos perfectos y respingones. Sabana Grande es una red, una ciudadela del microcomercio, una especie de zona liberada. Y al final, cuando llegamos a Chacaíto, termina también la historia de Cynthia:
   
-Nunca se supo quién disparó contra los manifestantes. Los chavistas dicen que fueron los opositores y viceversa. Yo, que participé en la manifestación, aún no sé para quién estaba trabajando, ni a quién apoyé realmente. En cuanto al actor de telenovelas que nos llevó hacia Miraflores, ahora vive en Miami.

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21 de julio de 2006
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El año que vivimos en peligro

De vez en cuando esta ansiedad me ataca como un perro negro: ¿puedo permanecer de brazos cruzados, o limitándome a hacer lo de todos los días, mientras en algún lugar del planeta –a veces distante como el Líbano, o el África; otras, tan próximo como la esquina de mi casa- alguien está sufriendo un sufrimiento innecesario, a menudo hasta la muerte? Por lo general mantengo la calma, me digo que soy un escritor, que mi función es la de escribir los mejores libros que pueda y las mejores películas que estén a mi alcance, a lo sumo aportando mi testimonio como trabajador de la cultura; cuando estoy así de criterioso, imagino que lo mío es inspirar a otros quienes, desde sus propios lugares, harán lo que puedan para que todo mejore, para que nuestra especie termine metiendo en caja su agresividad autodestructiva y potencie, en cambio, su talento para la compasión. Pero cuando el perro negro enseña los dientes me digo que estos no son tiempos para darnos el lujo de perseguir una carrera liberal, como si viviésemos en una era iluminada: vivimos, más bien, en tiempos peligrosísimos, porque el hombre ha desarrollado exponencialmente su talento para lo tecnológico –lo cual incluye a la tecnología armamentística- sin haberse diferenciado mucho, ¡casi nada!, de aquellos salvajes originarios que arrasaban aldeas por pura sed de sangre y para quedarse con el producto del pillaje. Una bestia primitiva en posesión de una bomba atómica: eso somos, en eso nos hemos convertido.

La cuestión esencial está planteada en Lucas 3, 10: “¿Qué debemos hacer?”, le pregunta la gente a Jesús. El fotógrafo Billy Kwan (inolvidable Linda Hunt) convierte esa pregunta en una obsesión durante una de mis películas favoritas, El año que vivimos en peligro. (Nunca más apropiado el título.) Qué debemos hacer. Al filo de la desesperación, la repite una y otra vez, tipeando a los golpes sobre su máquina de escribir. Qué. Debemos. Hacer. Qué…

Me gustaría hacer algo para ayudar a que detengan la actual masacre del Líbano. Ya sé que vuelvo sobre el tema todos los días, pero está claro que las declaraciones no alcanzan. Declaraciones son lo que produce la ONU y nada cambia. Los diarios dicen que Condoleezza Rice esperará unos días más, aún, antes de presentarse en la zona para presionar efectivamente en pos de un alto el fuego; esto equivale a decir que esperará que mueran unos miles más, que miles más pierdan sus casas y sus fuentes de trabajo, que miles más se queden sin futuro, que miles más se conviertan en refugiados y empiecen a depender de programas de asistencia pública que a menudo constituyen una nueva y perversa forma de esclavitud. Por eso no basta con lo que estamos haciendo, por eso hace falta más, ahora, ya. ¿Pero qué?

En algún momento escribí aquí sobre los niños famélicos que existen en este país abundante: una paradoja criminal. Argentina produce alimentos para saciar a medio continente, sin embargo son cientos de miles los niños, adolescentes y jóvenes que no comen aquí lo suficiente para garantizar su desarrollo neurológico; después del genocidio militar permitimos que ocurriese el genocidio económico, sacrificamos a otra generación más. No pasa un día sin que al salir de casa dé dinero o compre algún alimento para los niños que se me aproximan en las esquinas, pero por supuesto esto no basta. Recuerdo que cuando expresé en este blog mi sueño de lograr que ningún niño se vaya a la cama con hambre en este país, alguien me envió sus simpatías y pidió que le hiciese saber si tomaba alguna iniciativa al respecto. No supe qué contestarle. Todavía siento vergüenza. Soy un escritor, un hombre con escasas o nulas capacidades organizativas, con escaso o nulo talento gerencial. Y al mismo tiempo sé que no puedo escudarme detrás de mis propias limitaciones. Porque no es tiempo de excusas. Porque no hay tiempo.

Algo se me va a ocurrir, algo tiene que ocurrírseme. O se le ocurrirá a alguien más, que me permita sumarme a su iniciativa. Por el momento no tengo otra cosa que mi voluntad inquebrantable y mi esperanza en el género humano.

¿Qué debemos hacer?

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21 de julio de 2006
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A favor y en contra

El conductor del programa ostenta el grado académico de “bachiller”, aunque todos dicen que era policía. Usa barba de guerrillero maduro y una gorrita con la imagen del Che Guevara. En su mesa se acumulan imágenes de Martí, fotos de Fidel, un gran retrato de Bolívar y una foto de Hugo Chávez abrazando a una anciana. A pesar de tanta solemnidad revolucionaria, el bachiller es un hombre irónico, más bien sarcástico. Su espacio televisivo lleva por nombre La hojilla, y su símbolo es una navaja de afeitar con los colores de la bandera venezolana. 

-La mitad de este país ve La hojilla –me dice Alberto Barrera-. Y la otra mitad, Aló ciudadano. Ambos se presentan como espacios de reflexión crítica sobre las noticias del día. Pero son sólo espacios de burla a favor del gobierno y la oposición respectivamente. A mí me cuesta decidir cuál es peor.

Alberto es el biógrafo de Chávez, y me ha costado convencerlo de pasar su lunes por la noche viendo el programa del bachiller. En realidad, a nadie que conozca le parece un plan especialmente agradable. Y sin embargo, el programa no deja de ser llamativo. Filman a los furibundos líderes de una marcha opositora, y luego la cámara muestra que están solos en la calle. Entrevistan a una exaltada manifestante que grita a la cámara “¡son ustedes unos mentirosos!”, y le ponen de subtítulo: “qué linda ¿no?”. La hojilla no hace el más mínimo esfuerzo por fingir cierta objetividad. Es un baño de ácido, un escarnio constante y  panfletario contra los opositores de Chávez.

Según Alberto:

-Aunque algún programa periodístico fuese objetivo en Venezuela, nadie se daría cuenta. En este país, la noción de verdad está sesgada para un lado u otro. Una vez, Chávez anunció a todo el país que habían tratado de matarlo. Mostró en televisión el fusil que los supuestos asesinos tenían preparado, y hasta sus teléfonos celulares. Advirtió en cadena nacional que los capturaría. Prometió revelar sus números y sus nombres próximamente. Nos dejó con ese suspenso hasta el próximo capítulo, pero el capítulo nunca llegó. No volvió a tocar el tema. Poco después, los organizadores de una marcha de oposición anunciaron que setecientos francotiradores cubanos estaban apostados en los edificios para montar una masacre. Nadie lo probó. Nadie demuestra nunca que esas acusaciones sean ciertas, pero todos actúan como si lo fueran.

Cualquier repaso por la televisión venezolana confirma las palabras de Alberto. Para bien o para mal, Hugo Chávez parece acaparar cada minuto de transmisión. Durante la promoción de mi novela en Caracas, muchos entrevistadores tratan de que me manifieste a favor o en contra. Yo procuro ofrecer análisis, hablar de la dimensión regional de Chávez, contar cómo es percibido fuera de su país. Pero en cuanto los periodistas comprenden que no obtendrán ni una condena ni un elogio, pierden el interés y cambian de tema. No son tiempos de reflexión, sino de confrontación. No se requieren teóricos sino soldados. Lo mismo ocurre en la calle. Las conversaciones invariablemente resbalan en el “comandante”. No es que la gente hable de política. Habla de Chávez.

-Y entonces ¿Es un dictador o no? –le pregunto a Alberto.
-Chávez ha hecho cosas muy interesantes. Eso sí, todas con doble filo: ahora en este país se pagan impuestos al fin, pero ese sistema sirve también para presionar políticamente. El gobierno ha montado un gran aparato cultural, pero también lo usa para hacer propaganda. Se ha politizado como era necesario el tema de la pobreza, pero también se manipula.
-¿Y qué recepción ha tenido tu biografía sobre Chávez?
-Los chavistas más radicales la detestan. Los opositores más radicales, también. Supongo que eso significa que el libro está bien hecho.

Volvemos a ver la televisión, en silencio. En la pantalla aparece un candidato opositor, pero la imagen ha sido manipulada para que hable en cámara rápida, como si fuese un muñequito de cuerda.

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20 de julio de 2006
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Anochecer de un día agitado

Ayer por la tarde, buscando material para un seminario sobre adaptación de textos literarios al cine, volví al leer el cuento Emperor of the Air, de Ethan Canin. Es la historia de un viejo profesor de biología, cuyo corazón ya ha sufrido un infarto, que descubre que el olmo centenario de su jardín está incurablemente infectado por insectos. “Llevo puesto el reloj de mi padre, que me dice que son las cuatro y media de la mañana”, dice sobre el fin del primer párrafo, “y aunque he pensado distinto, ahora creo que la esperanza es la esencia de todos los hombres buenos”.

Por la noche fui al estreno de Días contados, la nueva obra teatral de Óscar Martínez, protagonizada por Cecilia Roth. Es la historia de Ana, una autora teatral que revisa el momento de su vida en que debió lidiar con la condición terminal de su madre, el hijo que su ex marido esperaba de su nueva pareja y el deseo de independencia de su propia hija. Sobre el final, Ana (magnífica Roth, como siempre) recuerda que cuando estudiaba teatro un maestro le dijo que la esencia de todo era practicar la compasión. Uno tiende a identificar la compasión con la piedad, como si fuesen lo mismo, cuando en todo caso la piedad es una consecuencia de la compasión, una consecuencia del haber sentido pasión junto con otros, de haber compartido una pasión. Eso era lo que habíamos hecho durante casi dos horas, el autor y director, los actores y el público que abarrotaba la sala: compartir la pasión de Ana por la vida.

A medianoche, cuando llegué a casa, vi por televisión la pequeña charla informal entre Tony Blair y George Bush durante la cual el presidente de los Estados Unidos había manifestado que había que “terminar con esta mierda”, siendo esta mierda la agresión homicida que Israel desató sobre Gaza y el Líbano. Ya había leído el texto de la conversación por la mañana, indignándome ante la hipocresía del tipo que manifiesta que “habría que terminar” con esta mierda como si no le cupiese responsabilidad alguna sobre el asunto; como si no le bastase levantar un teléfono para lograr el cese del fuego. Pero al ver las imágenes por la noche me impactó que Bush dijese semejante cosa mientras se llenaba la boca de galletas. El presidente del país más poderoso de la Tierra aludía al conflicto por el que están muriendo centenares de inocentes a diario, mientras comía galletas con velocidad compulsiva.

Se me fue haciendo tarde, casi tan tarde como al profesor del cuento de Canin. Mi mujer se había dormido a mi lado sobre el sillón, mientras yo seguía haciendo zapping: respiraba profundamente, como quien confía en el poder reparador del sueño. Siempre me pareció que dormir era la más extraña de las actividades: nuestro organismo reclama que al menos una vez al día nos desconectemos, del mismo modo en que se desenchufa un refrigerador. Nos apagamos casi por completo; queda en pie, por así decirlo, nuestro sistema de emergencia, mientras el resto del organismo recarga sus baterías. En algún sentido dormir es un acto de esperanza: aceptamos desvanecernos, aceptamos dejar de ser, porque confiamos en que mañana resurgiremos mejor que nunca, otra vez nuevos. Y aun cuando mi corazón seguía sufriendo la golpiza que a diario le propinan los asesinos, los intolerantes y los comedores compulsivos de galletas, decidí que podía dar el salto, que podía cerrar los ojos y confiar en mi resurgimiento de mañana, porque gente como Canin, como el profesor del cuento, gente como Ana y como Cecilia Roth, me habían recordado que no estaba solo, que compartía una pasión y que la esperanza seguía siendo la esencia de todos los hombres buenos.

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20 de julio de 2006
Blogs de autor

EL ENCANTO DE LA NADA

La inanidad arrasa. En YouTube ( el espacio en la red donde cualquiera cuelga su vídeo libremente para que libremente lo vean y lo descuelguen miles de otros cibernautas) la pieza más apreciada la semana pasada -colectada por 360.000 personas- fue la de un muchacho británico de 18 años que él mismo calificaba como "el vídeo más aburrido de todos los tiempos". Todos los tiempos han sentido una rara atracción por lo aburrido siendo lo aburrido el refugio seguro ante el suceso.

El tedio, tan rechazado en esta cultura del entretenimiento continuo, ha venido a convertirse reactivamente en un producto de altísima calidad. Un bien semejante a los productos naturales, la fibra de cáñamo o la slowfood. Lo lento frente a la velocidad interminable, el espesor del tedio frente a la pregonada transparencia en cualquier actividad, política, económica, moral. El tedio da ocasión para sentir el peso del tiempo y recobrar con ello la dimensión de la historia. Hasta hace poco, cuando todavía existía la historia y no sólo el accidente, los objetos pesaban mucho. Pesaban los teléfonos, las radios, las máquinas de escribir.

El reino de la levedad y la transparencia que también acabó con las raíces y los gruesos límites a la libertad ha desembocado en un ámbito abierto en el que brotan los centros comerciales y los parques temáticos, los grandes conciertos rave y las manifestaciones efímeras. La profundidad de los proyectos, la profundidad de las convicciones ha sido sustituida por la superficie de las mil pantallas y, en esas condiciones, lo correspondiente es patinar, resbalar, cambiar. El tedio ralentiza, enrarece el movimiento, vuelve despacioso el pensamiento.

Frente al modelo, en fin, de los filmes de acción y la trepidación de los efectos especiales, renace la tendencia de la visión plana, horizontal, sin variaciones, la cinta continua de una contemplación donde la falta de hechos se convierte en la deseable forma de vida. La vida de la inanidad. O más interesante: la inanidad como alternativa de distracción o el aburrimento como forma de diversión extrema.

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20 de julio de 2006
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El Boomeran(g)
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