Félix de Azúa
Superadas por las del Líbano, las matanzas de Irak van llegando cada vez con menos apremio hasta el público rico. Si no van por encima de los cuarenta muertos, ya no interesan. Se está cumpliendo el anuncio de los expertos: las guerras ya no tienen final, pero su permanencia en los medios es limitada. Quizás lo comprobemos en el actual enfrentamiento entre Israel y las milicias teocráticas del sur del Líbano. También esta guerra puede petrificarse.
Quien sólo lea periódicos españoles puede creer que la guerra de Irak la declaró Aznar, pero que luego le puso remedio Zapatero. O que Zapatero traicionó al ejército español y a su tarea humanitaria. La inteligencia estrechísima, sectaria, clientelar, que comparten los políticos y periodistas españoles sólo sabe distinguir entre paraísos e infiernos, como en tiempos del nacional catolicismo y su complemento estalinista. O eres de los míos, o mal rayo te parta.
La guerra de Irak, si uno escapa al cainismo español, es más interesante. Como ya sucedió en Vietnam con el uso de helicópteros, se está desarrollando en Irak un tipo de guerra que seguramente será la que domine durante el siglo XXI. Ignoramos qué países se verán libres de ella porque puede suceder, como en el siglo XIV, que afecte a todo el mundo. Una Guerra Mundial, pero no entre naciones, sino en el interior de las naciones, y sin declarar. Algo así como una guerra civil generalizada.
El modelo de guerra territorial a partir de un enfrentamiento entre naciones-estado, con vencedores y vencidos, un pacto final, y la reconstrucción activa de los territorios resultantes, forma parte del pasado. Las nuevas guerras enfrentan a las poblaciones internas de una nación y no tienen límite temporal.
Su fraccionamiento puede utilizar cualquier excusa, o cualquier “narrativa” como gustan de decir ahora los anglosajones. Los contendientes pueden identificarse por la religión, la etnia, la lengua, los usos familiares, la cocina, las costumbres mercantiles, el pantalón o la falda, o cualquiera de los mil matices que pueden establecerse entre humanos fundamentalmente iguales. Estas diferencias narcisistas servirán para separar territorios en donde una minoría aspira a dominar la totalidad del flujo económico.
Según un especialista en temas bélicos absolutamente imparcial, el general Rupert Smith (The utility of force), ese fue el error de Bush/Blair: creer que estaban iniciando un conflicto convencional. En su opinión, Irak está condenado a convertirse en una posmoderna nación sin estado, como Somalia, en manos de caudillos feudales armados. Los ejércitos invasores están ahora obligados a permanecer en territorio irakí porque su retirada globalizaría el conflicto a toda la zona. Irán, Siria y Turquía se lanzarían sobre el petróleo como vampiros en un banco de sangre. Algo que también sucede en Kosovo, por cierto, donde las fuerzas internacionales nunca saldrán de allí.
Puede darse por supuesto que estas guerras de tribus, clanes, etnias, feudos o sencillamente clientelas y mafias, es cosa de África, de Oriente Medio y del Tercer Mundo. Sin embargo, la explosión de Yugoslavia, que a punto estuvo de caer en el modelo de guerra ilimitada y sólo lo evitó la estupidez de Milosevic y señora, dos auténticos botarates que todo el mundo quería quitar de en medio, nos indica que puede haber nuevos casos de guerra en Europa, por muy lejana que aparezca la posibilidad.
Lo cual debería inclinar a la prudencia en un territorio secularmente dado a las guerras entre oligarquías centrales y periféricas, todas ellas caciquiles y asilvestradas. En lugar de la prudencia, sin embargo, los capos españoles parecen cada vez más animados a darse de cuchilladas mientras declaman luchar por la paz y la democracia.
La estupidez, componente genético de este país, consiste en hacer todo el daño posible al enemigo, infligiendo al mismo tiempo el máximo daño posible a uno mismo.