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LA FAZ DE ESPAÑA

He terminado de leer un bellísimo libro de Gerald Brenan, La faz de España, que recoge las notas que fue guardando, entre febrero y marzo de 1949, de su retorno a España. ¿Por qué resulta tan hermoso este libro? Sin duda alguna, por la especial finura de su lenguaje. Parece que hay algo común en Azorín, en Josep Plà, en Brenan y también en Ortega, en Marañón o en Baroja que va más allá del estilo literario de cada uno. Se trataría del modo de expresarse de una época, la común disposición para transmitir conocimientos y sensaciones, paisajes y episodios en un tiempo que apenas conoce  bien el cine y es torpe  en  cualquier medio audiovisual.

Para todos aquellos antepasados la palabra hablada o escrita poseía un valor tan fundamental que expresarse acertadamente formaba parte de los actos necesarios para la supervivencia o la  prosperidad. No necesariamente para la prosperidad material -aunque también- sino para todo modo de identificación social y moral.

Ser un individuo, identificarse consistentemente, darse a ser, conllevaba de manera inherente alguna clase de elocuencia. Así, tal como los animales afilan su perfil a través de la diferente articulación sonora, el modo de articular las palabras hacía ver la clase de sujeto que existía detrás. La mente y el lenguaje, la persona y su habla o su escritura convivían en una unidad que vemos perderse irremisiblemente ahora en la generalidad de la población.

Hablar apropiadamente, referirse a una experiencia con suficiente precisión, afanarse en trasladar mejor las emociones con la palabra, ha dejado de ser un deseo y una necesidad primordial. En su lugar se emplea el vídeo doméstico, el vídeo del viaje, la videoconferencia, el vídeo como forma de vida.

La facultad de transmitir cuerpo a cuerpo se ha reemplazado ampliamente por la facultad del aparato y los juicios sobre los demás tienden a realizarse a través de grabaciones y pantallas. El  lenguaje, hablado o escrito, puede embaucar o falsificar como la imagen y el audio pueden hacerlo pero ¿qué duda cabe de que estas mediaciones han contribuido a apartarnos, ocultarnos, revestirnos? La belleza de La faz de España procede de su deliciosa escritura, pero de su materia escrita se desprende un encanto peculiar muy parecido a la encantación que suscita la comunicación desde un cuerpo desnudo. Se trata en definitiva de la mayor cercanía del cuerpo que emite y de la emocionante percepción de su sustancia humana.

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16 de agosto de 2006
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Las aventuras porno de Alicia, Wendy y Dorothy

Ya lo dije aquí mismo alguna vez: Alan Moore es uno de mis novelistas favoritos. Eso sí, no busquen sus obras en los anaqueles de ficción de las librerías porque no las encontrarán. En todo caso, si tienen suerte, las hallarán en la sección dedicada a las historietas. Porque Moore escribe lo que formalmente se llama historietas: libros de viñetas acompañadas por textos. Pero sus historias y la forma en que las cuenta son tan densas, ¡y tan ambiciosas!, que el resultado suele ser superior al noventa por ciento de las ficciones que pasan por novela hoy en día.

Moore ha sido noticia dos veces en los últimos tiempos. La primera, por negarse a recibir ni siquiera un dólar por los derechos de la adaptación cinematográfica de V for Vendetta. La película fue un éxito, pero Moore ni siquiera quiso aparecer en los créditos: supongo que las horrendas experiencias que supusieron From Hell y The League of Extraordinary Gentleman en su traducción al cine lo curaron de espanto. La segunda noticia causará todavía más olas: acaba de salir a la venta su nueva novela, Lost Girls, producto de dieciséis años de trabajo junto a Melinda Gebbie, que arrancó como su socia y terminó como su novia e inminente esposa. Las olas que imagino producirá Lost Girls se comprenden fácilmente cuando uno cuenta de qué va. Corre 1913 en Berlín: se estrena El rito de la primavera, de Igor Stravinsky, y faltan tan sólo meses para que un magnicidio en Sarajevo proporcione la excusa que iniciará la Primera Guerra Mundial. En ese contexto se produce el encuentro fortuito entre tres mujeres: la Alicia de Lewis Carroll, la Wendy Darling de Peter Pan y la Dorothy de El mago de Oz. Coinciden en el mismo hotel austríaco; Alicia, que es la mayor, no tarda mucho en seducir a las otras. Mientras encuentran lo que un periodista describe como “formas cada vez más enloquecidas y acrobáticas de excitarse”, se cuentan sus propias historias de iniciación sexual. No he leído el libro aún, pero los que sí lo han hecho aclaran que Lost Girls (un juego de palabras que alude a los lost boys, los Chicos Perdidos, de Peter Pan) ilustra con toda claridad una infinidad de variadísimos actos sexuales que no excluyen el sexo grupal, el incesto, la pedofilia, las lluvias doradas y el fistfucking. Lo cual implica que vuelve a narrar, en clave porno, tres de los clásicos infantiles más populares de la historia.

Muchos se espantarán ante el concepto, pero nadie puede cuestionar la naturalidad con que la relectura de Moore se desprende de sus fuentes originales. La relación entre Lewis Carroll y su fotogénica modelo infantil siempre fue objeto de conjeturas, pero Alicia no es la única entre estos clásicos en ofrecer una línea evidente de lectura en clave erótica. ¿No es Peter Pan, acaso, la historia de un muchacho marginal que se cuela por la ventana de una casa de clase media y le enseña a “volar” a una adolescente victoriana?  ¿No abandona Dorothy su hogar en medio de un tornado, buscando a un Mago que la transforme o la transporte?

“Una de las razones por las que nos metimos en esto fue porque estábamos hartos de la aproximación al sexo que existe en nuestra cultura”, declaró Moore a The Onion. “Nos parece enfermiza, improductiva y fea. En países como E.E. U.U. y Gran Bretaña, la cultura está totalmente sexualizada: todo, desde los autos a la comida chatarra, se vende con una dosis de sexo para convertir al producto en algo más comercial. Pero si uno usa sexo para vender zapatillas no sólo está vendiendo zapatillas, también está vendiendo sexo, y contribuyendo con la temperatura sexual de la sociedad. Consiguen que la gente se excite en un ambiente hipersexualizado, pero si esta gente recurre a la pornografía obtendrá un momento de gratificación seguido de un período mucho más largo de odio a sí mismo, disgusto y vergüenza. Es como el experimento vuelto del revés: una vez que la rata llega exitosamente al alimento, se le proporciona entonces la descarga eléctrica”.

“Si pudiésemos cortar esa conexión entre excitación sexual y vergüenza”, arguye Moore, “lograríamos algo liberador y socialmente beneficioso. Los países en los que la pornografía circula libremente no tienen la cantidad de crímenes sexuales que hay en otras partes. Particularmente los crímenes sexuales contra niños que sufrimos en Gran Bretaña, y según creo también en los Estados Unidos”. (Los que quieran leer la entrevista completa pueden hacerlo aquí).

Conociendo a Moore como lo conozco, no tengo duda alguna de que Lost Girls debe ser una obra magnífica más allá del escándalo. (¡Los dueños del copyright de Peter Pan ya están tratando de llevarlo a juicio!) Mientras espero que termine con la novela hecha y derecha que escribe en estos días –su sólo título está lleno de ecos; se llama Jerusalem-, no veo la hora de que Alicia, Wendy y Dorothy me inviten a acompañarlas en sus nuevas aventuras.

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16 de agosto de 2006
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EL REHÉN DEL PODER

Lectura casual. Encuentro en mi biblioteca Less than One (Menos que uno), el libro de ensayos de Joseph Brodsky. Tengo la edición de bolsillo de Farrar, Straus y Giroux, de 1986, comprada en Australia. No la puedo tocar sin recordar el susto de placer deslumbrado que me provocó la lectura del retrato de lo que se llamaba todavía Leningrado. Abro el libro sin pensarlo. Página 113; principio del texto sobre la tiranía (“On Tiranny”).

Escribe Brodsky (traducido por mí del inglés): “La enfermedad y la muerte son, quizás, las únicas cosas que un tirano tiene en común con sus súbditos. Es solo en este aspecto que una nación aprovecha el hecho de ser regida por un hombre viejo. No quiere decir que la conciencia de su propia mortalidad lo hace más ilustrado o más blando sino que el tiempo gastado por el tirano para evaluar su metabolismo es un tiempo robado a los asuntos del Estado…”.

El premio nobel explica entonces que la tranquilidad en los asuntos internos y externos tiene que ver con la enfermedad de los primeros secretarios de partidos o de los presidentes de por vida. Aún mas, Brodsky afirma que esta enfermedad siempre garantiza el status quo pues “… un hombre en su posición no hace diferencia alguna entre el presente, la historia y la eternidad que la propaganda del Estado fusiona en una misma cosa tanto para su conveniencia como para la de su población. Se agarra al poder como un viejito lo hace con su pensión o su ahorro”.

Claro que el texto de Brodsky es el pie de las cuatro fotografías que publicó ayer domingo el periódico Juventud rebelde para demostrar que el líder cubano  está vivo.

Se podría ironizar mucho sobre el hecho de que el cumpleaños ochenta de Fidel se celebre con la publicación de estas imágenes en Juventud rebelde (diario que sale solo el domingo en Cuba). Pero vale mucho más concentrarse en la fotografía de Fidel Castro enseñando una página de la edición de Granma del día anterior. En América Latina se conoce muy bien este tipo de documento. Son las fotografías que los secuestradores suelen hacer para demostrar que su rehén no ha muerto. En el caso del líder cubano no se sabe muy bien si el secuestrador es el poder y muestra al pobre Fidel, su víctima, o si es el propio secuestrador que, en un uso revertido del testimonio gráfico, sale en la fotografía y dice que bajo ningún precio, salvo la muerte, soltará al poder, su rehén desde hace casi medio siglo.

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14 de agosto de 2006
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La muerte de un viajante (2)

En el artículo de Letras Libres que citaba el viernes pasado, decía Félix Romeo que decía Ricardo Piglia que “toda la literatura o es una investigación o un viaje”. La inversa también es cierta. Toda investigación, todo viaje, o es literatura o no es nada. Los aficionados a la ciencia que tanto abundan en este blog lo saben. Nada más literario que los textos de Richard Feynman, viajero de la física teórica a quien incluso yo puedo leer.

El viajero es el tipo que regresa con algo para contar, algo, naturalmente, ignorado, desconocido, divertido, sorprendente, intrigante o instructivo. Para lo cual es imprescindible el don de la curiosidad, pero además hay que saber narrar. Alguien incapaz de sorprenderse no puede ser un buen viajero, pero tampoco el que carece de órgano para la narración. Es el relato lo que hace el viaje. Para lo cual es más importante el regreso que la partida. Así lo dijo Joachim Du Bellay.

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d'usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge!

Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m'est une province, et beaucoup davantage?

Plus me plaît le séjour qu'ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l'ardoise fine:

Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l'air marin la doulceur angevine.

Seguro que algún secuaz de esta página colgará una excelente traducción de este canto tan contrario a la idea moderna de que no hay que regresar jamás, como escribieron Kavafis o Cernuda. Nada de eso. Es imprescindible regresar, como Ishmael, para contar lo sucedido.

En la televisión catalana suelo mirar un espacio donde la burguesía local presenta sus viajes a la Mongolia Exterior, Haití o el Chancro Verde, grabados en video familiar. Da gusto verlo. Sin duda les parecería más exótico un fin de semana en Sanlúcar con los niños. ¡Qué nonchalance en el Tibet! ¡Qué sensibles a las bellezas de Sudán! ¡Qué ojo para el tipismo del Tchad! Lo describen como si fuera una noche en la pasarela Gaudí.

Lo que más me fascina de los viajeros verdaderos es su curiosidad lingüística, tan presente en todos ellos. No hace falta ir muy lejos para descubrir aspectos desconocidos de uno mismo. Alexander von Humboldt, posiblemente el más grande viajero de todos los tiempos, descubrió ese principio que luego ha tenido cierta relevancia en lingüística, a saber, que el vocabulario se desarrolla por motivos laborales y por la actividad diaria, es decir, por el mundo que uno tiene conceptualmente a la mano, pero no por razones metafísicas que sólo conoce el “alma de la lengua nacional”.

El caso más conocido es el de los Inui que cuentan con cincuenta palabras para lo que nosotros sólo llamamos “blanco”. Aunque no es necesario irse al polo. En sus asombrosos Cuadros de la Naturaleza, cuenta Humboldt que a su paso por Castilla la Vieja le llamaron la atención “las expresiones numerosas que poseen (…) para expresar el aspecto de los macizos de montaña y esos rasgos fisonómicos que se encuentran en todas las zonas y revelan ya de lejos la naturaleza de su roca”.

Registró unas cuantas. Son estas: “Pico, picacho, mogote, cucurucho, espigón, loma tendida, mesa, panecillo, farallón, tablón, peña, peñón, peñasco, peñolería, roca partida, laja, cerro, sierra, serranía, cordillera, monte, montaña, cadena de montes, los altos, reventazón, etc.” De todas ellas, sólo “peñolería” falta en los diccionarios, aunque no “peñol”. Por supuesto hay muchas más, pero en esta nota al capítulo “La vida nocturna de los animales en los bosques primitivos” sólo transcribió las que le vinieron a la memoria en aquel momento.

Si alguien dotado de cierta curiosidad y ocio se interna por Castilla la Vieja y sigue la senda de Humboldt, todavía encontrará en los pueblos y aldeas bastantes de esas viejas palabras roqueñas, aunque no todas. Las que faltan se han ido de vacaciones a Tailandia.

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14 de agosto de 2006
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LA FLAMA Y LA FARSA

Los incendios forestales fueron, durante decenios, obra del Destino.

Más tarde, el Destino cedió paso a fenómenos propios de nuestra Naturaleza nacional. Sin embargo, cuando, con el tiempo, conocimos que las llamas devastadoras se alzaban también en los veranos de otros países e incluso, a gran escala, en Estados Unidos, fue esfumándose la idea de que fuera la Providencia o nuestra mala suerte quienes patrocinaban nuestra ardiente adversidad.

A partir de ahí fue transformándose la mitología de las hogueras estivales y la asunción de que España iría convirtiéndose en el gran desierto que prolongaba África por el estrecho, puesto que, simultáneamente, ingresamos en la Unión Europea y en los homologables discursos de la razón.

Así, a través del discurso racional, accedimos a  suponer que si los bosques ardían era efecto de una conjunción de factores terrestres -no divinos- relativos, por ejemplo, a la falta de limpieza de los suelos y el descuido en la quema de rastrojos.

Finalmente, redondeando esta epistemología, apareció con fuerza la importancia del factor humano en  dos grandes y principales versiones. Una consistente en la negligencia de  excursionistas y  fumadores, en los daños formidables derivados de la barbacoa festiva o de la colilla infernal. La otra versión, más candente todavía, el descubrimiento de terribles  pirómanos, individuos locos, individuos vengativos o sicarios a sueldo de especuladores sin corazón.

Y poco a  poco, siguiendo el guión más intrigante y periodístico, este último factor ha ido agigantándose y engullendo a casi todos los demás.

Hasta hace cinco o seis años se decía que más de la mitad de los incendios eran provocados. En este mismo principio de verano se llegó a calcular que la intencionalidad se hallaba presente en un 75% de los siniestros; ahora, en las últimas declaraciones de las autoridades más implicadas en la catástrofe de los montes gallegos, el número de fuegos adjudicables a malhechores se ha elevado al 90% y 95%. Gradualmente los responsables políticos de las comunidades autónomas y el gobierno central han cultivado la estratagema de sacudirse de encima toda responsabilidad y cargarla en la delincuencia agresiva. El caso queda, por tanto, en la actualidad, prácticamente, en manos de unos seres malvados, indeseables, malditos que buscan su provecho perverso provocando la destrucción de la arbolada, la desolación del territorio y la muerte, si es preciso, de varios enclaves de población.

La psicosis de inseguridad, propia de estos años, ha encontrado en la proclamación universal de esta acusación el molde apropiado. Nuestra época se puebla de conspiraciones y amenazas constantes, de actos terroristas y de asaltadores, de criminales que asedian nuestra cotidianidad.

El incendio forestal ha sido ya incluido para bien de los políticos en este catálogo de las asechanzas inevitables que bandas asesinas sean rumanas o marroquíes, del condado o del más allá, dirigen contra nosotros.

El terrorismo, en cuanto patrón,  ha ganado centralidad como patrón de máxima referencia. Y, de este modo, la responsabilidad política se enmascara o tiende a desaparecer. El terror es incontrolable, la capacidad de matar se encuentra al alcance de cualquiera y anula la posibilidad de la prevención. Casi ninguna reflexión crítica de peso se hace ya sobre la carencia de atención al bosque y las insoportables deficiencias en los servicios de vigilancia. La plaga (demoníaca, imparable, terrorista) posee tal magnitud que no habrá otro camino que unir los recursos de todas las regiones, las acciones de todos los países, para llegar a afrontarla. Pero incluso de este modo, la oleada de los incendios dantescos como la marea de la emigración sin fin, como la tempestad del terrorismo islámico, se despliega con tanta fuerza y sorpresa que exonera a los políticos de culpabilidad. ¿Puede imaginarse, en fin, una estratatagema más radiante, una farsa tan flamante y actualizada según la naturaleza atribuida a los males de hoy?

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14 de agosto de 2006
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Del lector como director de casting

Las peculiaridades de mi trabajo me obligan a encontrarle un rostro cierto a mis personajes. En líneas generales, cuando escribo un guión nunca le pongo rasgos reales a los protagonistas: son quienes son, y no el actor X o la actriz W. Pero una vez que el proceso de producción se pone en marcha suelo ser consultado sobre el casting de tal o de cual, lo que me obliga a probarles caretas diversas a esas criaturas de ficción. A veces las decisiones tomadas me llevan a reescribir personajes, para adaptarlos mejor a las particularidades de cada actor. Recuerdo el caso de Pablo Echarri, que hizo del Cuervo en Plata Quemada. Marcelo Piñeyro y yo le cortamos el traje a medida. Hace pocas semanas Echarri declaró al diario Clarín que el Cuervo seguía siendo su personaje de cine favorito; yo concuerdo, creo que es el papel que le permitió mayor lucimiento.

En oportunidades debo confiar a ciegas en el criterio de productor y director. Me pasó con Rosario Tijeras. Yo era consciente de haber escrito un personaje cuyo casting iba a resultar dificilísimo: porque reclamaba una actriz con mayúsculas (Rosario atraviesa durante el filme todos los estados del alma) y porque era imprescindible que fuese bellísima; si Rosario no seducía al espectador tanto como seducía a los personajes masculinos, el relato estaba condenado a fallar. Encontrar una actriz magnífica era posible, encontrar una actriz bellísima era posible, pero encontrar una mujer que fuese ambas cosas se tornaba cuesta arriba. Se tomaron pruebas a centenares de chicas, colombianas o no, profesionales o no. Terminé regresándome a Buenos Aires sin certezas. Desde aquí recibí nuevo material que me enviaron el productor Matthias Ehrenberg y el director Emilio Maillé. Creí encontrar la candidata ideal y así lo comuniqué, pero ellos apostaron a Flora Martínez, de quien yo no sabía nada. Estaban tan seguros de su elección que no pude hacer otra cosa que creerles. Y Flora me voló la cabeza. Era todo lo que me había imaginado, y todavía más. No se le escapó ninguno de los matices de su personaje –y eso que Rosario es un rosario de matices.

Quizás por deformación profesional, ahora me es más habitual escribir con un actor determinado en mente. (A menudo el pobre Cristo no sabe, siquiera, que lo he contratado de manera virtual para que protagonice la película en mi cabeza.) Lo peculiar es la forma en que mi cerebro respeta por sí solo la división internacional del trabajo, porque hoy puedo escribir guiones pensando en un actor pero los personajes de mis novelas jamás tienen otra cara que la suya propia. (Con la excepción de la madre de Harry en la novela Kamchatka, que inevitablemente tenía los rasgos de mi propia madre. Y del Enano, que era mi hermano de pequeño.)

Esta obligación contractual me ha llevado a formularme la pregunta: ¿le ponemos cara de otra gente a los personajes, cuando estamos leyendo una novela? Al leer The Maltese Falcon, ¿tiene Sam Spade la cara de Bogart, una cara inventada o corregimos el casting de John Huston usando a otro actor? ¿Y qué pasa con las novelas que no han sido adaptadas al cine, o lo han sido demasiadas veces, o sin éxito alguno? ¿Qué caras imaginamos para el capitán Ahab, para Oliver Twist, para Sherlock Holmes? ¿Qué caras utilicé mientras leía Atonement, de Ian McEwan? No imaginé que Cecilia se parecía a Keira Knightley, pero ahora que vi fotos del rodaje del filme no me molestaría para nada.

Todos tenemos nuestra propia receta, nuestra modalidad personal. Por lo general cuando leo novelas o cuentos respeto la descripción del autor: me imagino gente, no estrellas de cine. (Claro que a veces no queda más remedio. Recuerdo leer El baile de la Victoria, de Antonio Skármeta, detenerme en la descripción del personaje principal y decirme: “¡Pero este hombre es Federico Luppi!”)

A veces la vida le tuerce a uno el brazo. Ahora que existe una oferta para llevar al cine mi nueva novela, La batalla del calentamiento, no me queda otra que someterme al ejercicio y buscar respuesta para las preguntas que hasta hoy había evadido con tanta elegancia. ¿A qué actor imagino en el papel de Teo, a quien la novela describe como un gigante? ¿Qué actriz podría hacer el papel de Pat Finnegan, tan bella y tan complicada como Rosario Tijeras? (La respuesta fácil es Flora Martínez, claro. ¡Habría que hacerla hablar con acento argentino!) ¿Cuántas sesiones de casting serán necesarias para encontrar a la niña que interprete a Miranda?

Cuando salga la novela, aceptaré sugerencias. Eso es lo divertido de los libros: que cada uno de los lectores puede oficiar como director de casting.

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14 de agosto de 2006
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GUSTAVO ARCOS

Hay una amarga ironía en la noticia del fallecimiento en un hospital de La Habana de Gustavo Arcos Bergnes, Presidente del Comité Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH). A sus 79 años, Gustavo Arcos tenía la misma edad que otra persona cuya salud se sigue de muy cerca: Fidel Castro Ruz. Mientras uno desaparece en un casi silencio de la prensa, el otro se recupera de una visita al quirófano con un frenesí de especulaciones que roza la irresponsabilidad periodística.

Ahora bien, un poco de historia cubana para entender quien desapareció. Todo empieza por un fracaso. En el asalto muy mal concebido al cartel Moncada, el 26 de julio de 1953, en Santiago de Cuba, hay tres grupos que actúan bajo los ordenes de tres jefes: Abel Santamaría, Raúl Castro y Fidel Castro. El último grupo, que debía entrar al cuartel a través del puesto n°3, no consiguió su objetivo al ser descubierto de manera anticipada. Al lado de Fidel Castro, en el mismo carro, estaba Gustavo Arcos Bergnes. Hijo de una familia acomodada, vinculado al partido ortodoxo, había conocido a Fidel en la universidad. Compartió su lucha hasta la toma del poder. Era apodado “Ulises” y tan héroe como los que ocupan el poder desde caso medio siglo en La Habana. Herido en el asalto al cuartel, “Ulises” no podía plegar una de sus piernas y no fue a combatir en la sierra Maestra dedicándose a una enorme actividad de soporte de la guerrilla desde el frente urbano.

Pero de verdad, la historia de Gustavo Arcos empieza en 1953 e incluye una triple historia o más bien tres episodios de cárcel :

1. Cárcel en el régimen de Batista, como los otros miembros del incipiente movimiento castrista después del asalto al cuartel Moncada. Sale en 1955, gracias a la misma amnistía que soltó los hermanos Castro y todos los asaltantes a la calle.

2. Cárcel de 1964 a 1969 por  “actos contra la seguridad del Estado” y “asociarse con elementos contrarrevolucionarios”. En realidad Gustavo Arcos fue condenado por renunciar a su cargo de embajador en Bélgica al discrepar con la orientación marxista del régimen cubano. Consiguió su salida de la cárcel gracias a una huelga de hambre.

3. Cárcel otra vez, de 1981 a 1988, por “intento de salida ilegal del país” después de no recibir un permiso oficial para emigrar.

La tercera estancia en la cárcel fue la buena, la que hizo entrar Gustavo Arcos al panteón de la resistencia. Encontró a Ricardo Bofia, otro detenido, en 1983 y con él creó el CCPDH que fue la primera organización real de la disidencia.

Visitando la isla, el ex-presidente Jimmy Carter fue a la casa de Gustavo Arcos tal como lo hacían los periodistas y políticos extranjeros que querían reconocer la existencia de una sociedad civil en Cuba. Gustavo Arcos era el decano de la disidencia, una figura noble, con una postura de príncipe incluido en los actos de repudio cuando una turbe gritaba y tiraba piedras frente a su casa. Por la noche, estos cubanos que le gritaban de todo y, por supuesto, lo tachaban de contrarrevolucionario, venían a pedir disculpa, explicando que tenían que hacerlo para no tener problemas. Gustavo Arcos no tenía que hacer lo que hizo, pero lo hizo y tuvo muchos problemas.

Un hombre valiente estaba enfermo en estos últimos días en La Habana y nadie lo sabía.

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11 de agosto de 2006
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Una revolución perfecta

El libro está muy bueno. Se llama No somos perfectas, lo editó Del Nuevo Extremo y lo concibió Mori Ponsowy como un relato coral donde superponen sus voces –no podía ser de otra forma- dieciocho de las mujeres más notables de la cultura argentina de hoy. Perdonen el tostón, pero en este momento mi obligación es la de ser exhaustivo y nombrarlas a todas en riguroso orden alfabético. Romina Doval. Liliana Escliar. María Fasce. Liliana Felipe. Vera Fogwill. Inés Garland. Angélica Gorodischer. Maite Jáuregui. Anna Kazumi Stahl. Liliana Lukin. María Victoria Menis. Vanesa Ragone. Sandra Russo. Julia Solomonoff. Patricia Suárez. Susana Torres Molina. Beatriz Vignoli. Laura Yasan. Entre ellas hay escritoras (como Gorodischer, Fasce, Suárez, Kazumi Stahl), cineastas (Solomonoff, Menis, Ragone), periodistas (Russo), poetas (Vignoli, Yasan) y combinaciones ad hoc, como periodista-humorista-novelista-guionista (Escliar), actriz-escritora-cineasta (Fogwill) y hasta una compositora-cantante-pianista-tanguera-jardinera y poeta, que es Liliana Felipe, cuya canción Mujer inconveniente define muy bien el espíritu de la compilación –aun cuando pueda ser sospechada de pleonasmo.

Lo presentaron hace pocos días en La Boutique del Libro de la calle Thames, en pleno Palermo. El lugar es encantador, aunque su nombre adquirió un retintín irónico en semejante ocasión. Apenas llegué me encontré a Sandra Russo en la calle, fumando. Sandra es uno de esos periodistas –poquísimos, en estos días- en cuyos textos me detengo apenas distingo su firma. Trabajamos juntos fugazmente hace muchos años, en un programa de TV. Por aquel entonces me atraía mucho, pero siempre fui un hombre tímido y estaba convencido de que ella era demasiado para mí. (Y conste que esto ocurrió, colijo, antes de esa etapa suya que ella define en el libro como de “mujer pantera”.) Nos saludamos, conversamos un poco. Al entrar descubrí que adentro también se podía fumar, por lo menos de facto. Y así comprendí que el título No somos perfectas (que me había parecido fallido porque daba por sentado que los demás, esto es los que no somos ellas, las pretendíamos sin mácula) era en verdad perfecto: funciona a la vez como grito de batalla y como queja, porque nadie desea que ellas sean perfectas más que ellas mismas –y por eso se van a fumar afuera aunque se pueda fumar adentro, no sea cosa de romper el imposible listón con que se miden.

La presentación fue deliciosa, organizada por Mori para que cada una de las escritoras le preguntase algo a otra. (La más divertida fue Gorodischer, que en una de sus humoradas típicas le preguntó a Kazumi Stahl, hija de madre japonesa: “¿Akutagawa o Kawabata?”)

De los textos que leí –que no fueron todos, esa es la gran ventaja de las compilaciones- me gustaron mucho el de Gorodischer, una escritora a la que adoro y sigo desde la época de Bajo las jubeas en flor y Trafalgar (me habría encantado que alguien me la presentara, sigo siendo tímido y Angélica también es una mujer pantera); el de María Fasce, llamado Diario de una madre, de una ternura y un sentido del humor que me conmovió; el de Vera Fogwill, que se pregunta si las mujeres que no hacen nada no tendrán la razón y que además está lleno de frases brillantes (“Hay un hilo dental que nos une a todas,” por ejemplo); y el de Sandra, como siempre. También me gustó el de Vanesa Ragone, que se llama Safe como la película de Todd Haynes y discurre sobre el inescapable enfrentamiento entre quienes conciben el amor como algo safe, seguro, y los que entendemos que safe love es una contradicción en los términos.

Si se topan con el libro, no lo dejen pasar. En su introducción, Mori Ponsowy define el camino emprendido por las mujeres del último siglo como una revolución sin muertos; ver el éxito que han tenido me llena de coraje, en este mundo al que le vendrían tan bien otras revoluciones semejantes.

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11 de agosto de 2006
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LO INVISIBLE Y LO INSOPORTABLE

En el aeropuerto de Alicante, grabada sobre un mural, puede leerse esta cita:  "Lo que se ve es una visión de lo invisible".

¿Verdad? ¿Mentira? ¿Pensamiento profundo? ¿Patraña total?

Unos 30 millones de pasajeros se enfrentan a lo largo del año con esta sentencia descomunal que, en castellano y valenciano, les cae literalmente encima cuando se dirigen hacia la puerta de salida. Bajo el resonar de esta escritura pavorosa y labrada en la piedra los visitantes empujan los carritos cargados de maletas y encorvados reproducen la gravedad del peso que acaban de sentir en sus almas por medio de un anónimo conocedor del más allá.

¿Lo visible es parte de lo invisible? ¿El viaje es parte del viaje fatal? ¿Se viaja físicamente o se trata del viaje/alucinación? O, finalmente: ¿Alicante se revela como un centro sagrado donde estalla esta absoluta verdad o han tratado simplemente de rellenar con cualquier cosa la decoración de la terminal?

Muy probablemente detrás del grotesco desacuerdo entre aterrizar en un lugar de vacaciones y ser alertado con palabras de ultratumba se encuentra la aprobación de un concejal.

Los concejales de cultura, los alcaldes, los presidentes de Comunidades Autónomas componen una legión de temibles dúctores cuando se trata de dirimir entre uno y otro proyecto de arquitectura, una u otra escultura para el paseo, una u otra morfología para la fuente principal.

Constantemente el pueblo se ve asaltado por estas decisiones que siendo tan relevantes materialmente para la vida de la localidad el edil decide de forma ligera muy apoyada en una ignorancia mineral. O más que eso: apoyada en una deficiencia de criterio merecedora de que un rayo súbito y certero aniquilara sin más su autoridad.

Capitales, ciudades, pueblos, presentan las huellas clamantes  con que estos próceres las han marcado. Edificios adefesios que han crecido como palacios de congresos, estatuas en los parterres que parecen burlas para el homenajeado, grupos angélicos en monumentos principales que parecían ya apartados de las versiones más agresivas de la fealdad.

No les basta a estos políticos de vara en ristre redactar ordenanzas relativas a las basuras, las viviendas o la circulación, sino que inciden sobre el espacio público para maldecirlo a través de la actuación más torcida y trivial. Promueven la obra, eligen el proyecto, designan al decorador o al escultor bajo la insignia de obrar en beneficio del bien común y su efecto es difundir unos modelos de belleza, de Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, de glorietas santapoleras o de aeropuerto alicantino que, paso a paso, llevan a esta comunidad valenciana hasta el más alto despeñadero estético. Si no faltaba aquí la fama relacionada con el gusto hortera -cuando precisamente la huerta valenciana viene a ser de lo mejor a contemplar-  sobrevienen estos rectores para volver de la visión recta a la quebrada, de lo invisible a lo visible y de lo visible a lo que no se pueda aguantar.   

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11 de agosto de 2006
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La muerte de un viajante (1)

Viajar en agosto se ha convertido en lo peor del año, el mes de trabajo peor pagado. Agosto es el vientre blando de las naciones ricas, allí en donde la navaja se hunde como en agua. Las puertas y ventanas de la casa están abiertas. Cualquiera puede entrar, pero nadie puede salir si cuatro malvados se lo proponen. Este mes concentra mucho miedo.

Una vez olvidado el terror del aeropuerto de Barcelona (era en verdad miserable oírle decir a un sindicalista que “al fin y al cabo ellos –los pasajeros- se iban de vacaciones”, para justificar su crueldad), llega el terror a los aeropuertos anglosajones. Los teócratas han tenido una idea excelente. Ya que van a morir, mejor hacerlo más cerca del cielo, en el interior de una aeronave cargada de pasajeros. Total, ¡se van de vacaciones! Hay que entender, “mientras los míos sufren por vuestra culpa”. Son taimados, los terroristas, saben cómo culpabilizar a los débiles. El avión acumula mucho pánico.

¿Por qué entonces viajar en agosto? ¿Por qué no quedarse cerca de casa? ¿Por qué no descansar en serio, si es que de eso se trata? Quizás porque la imaginación se ha jibarizado de tal manera que ya es imposible inventar nada a partir de lo habitual, de lo cotidiano. Seguramente hay más por descubrir a veinte kilómetros de nuestras casas, entre gente con la que nos cruzamos todos los meses, que a cinco mil. Los niños antiguos inventaban batallas con botones de hueso. Los actuales necesitan una máquina de gráficos en 3D que proporcione las figuras que ellos ya no pueden construir con su fantasía.

En la única ocasión que me dio por visitar un país del así llamado “tercer mundo” (quería hacerme una idea, y me la hice) hube de vacunarme contra un montón de agentes infecciosos. Mientras esperaba en la cola del centro oficial y obligatorio de vacunación en donde alguien se estaba haciendo rico, coincidí con un gañán entusiasta que parloteaba con los vecinos de fila como en la tasca del pueblo. Tipo encantador.

Iban él, la novia, los padres de la novia y la abuela del chico (tierno, en efecto) a Tailandia. Reconoció que era su primer viaje y que estaba muy emocionado. A la pregunta de: “¿Y por qué diantre precisamente Tailandia para iniciarse en los viajes?”, me miró sobremanera estupefacto y contestó alzando los hombros:

“¡Pues para ver el puente sobre el río Kwai!”

Mis vecinos de fila cabecearon cargados de razón y me miraron como a un pederasta. ¡A quién se le ocurre preguntar esas cosas!

Las razones del viaje son, creo yo, el agujero negro de la razón contemporánea. Juro por Dios que no añoro viajar solo, ni ir a la playa solo, ni evitar el contacto con el populacho, como estará sin duda deplorando nuestro catón cejijunto, pero no alcanzo a entender por qué la gente se lanza a lugares tan lejanos y tan caros cuando es incapaz de describir lo que tiene delante de las narices.

Así pensaba yo mientras leía el número de agosto de Letras Libres, dedicado justamente a quienes saben narrar lo que han viajado. Félix Romeo, por ejemplo, escribe allí un divertido artículo (“Un viaje de verano sobre un viaje de invierno”) en el que cuenta sus aventuras para encontrar a Peter Handke… en Soria. Magnífica escena en el Casino de la Amistad Numancia con tres ancianos pescadores. Uno de ellos afirma haber pescado una trucha, pero ante la sorna de sus amigos añade modestamente que la trucha, eso sí, ya venía herida.

Al lado de casa se esconde lo desconocido, lo que Freud llamaba “lo siniestro” y que no es siniestro sino sólo aquello que se esconde detrás de lo doméstico y conocido, lo que ya no vemos de tanto tenerlo ante los ojos. Soria puede ser más exótica que Tailandia para quien aún sabe mirar con atención.

(continuará el lunes)

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11 de agosto de 2006
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El Boomeran(g)
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