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Un ángel en el infierno

Cuando lo invitaron para bendecir la nueva cárcel de Piedras Gordas, el padre Hubert Lanssiers recorrió sus modernas instalaciones junto con las orgullosas autoridades. Al terminar el paseo le preguntaron qué opinaba. Y respondió:

-La veo incompleta. No he encontrado los hornos crematorios. 

Era más que una ironía. Piedras Gordas garantiza al máximo la seguridad y, por consiguiente, el aislamiento de los internos, como si los sepultase en vida. Para entrar hay que atravesar la reja principal, y luego un control suplementario con un nuevo registro. Más adelante se atraviesan cuatro puertas de seguridad, cada una de las cuales se abre sólo cuando ya se ha cerrado la anterior. A la mitad del largo pasillo que comienza entonces se encuentra una nueva caseta de vigilancia, a partir de la cual comienzan las distintas alas de la prisión, cada una con varios pabellones. Hay un control en cada ala, y otra más en el pabellón de destino. En total uno atraviesa siete puertas de seguridad y se identifica cinco veces a lo largo de cincuenta metros.

Entre los puntos de vigilancia sólo hay un túnel, de modo que si un interno tratase de fugar, podría ser “reducido a distancia” sin problemas. Además, la construcción garantiza que, en caso de motín, los diversos pabellones no podrán unirse. En la medida en que cada uno tiene un patio, cualquier rebelión podría ser sofocada con sólo bombas lacrimógenas. Es lo que llaman “un penal modelo”.

Quien ha conseguido que autoricen mi entrada se llama Carlos Álvarez, y trabajó con el susodicho padre Lanssiers durante más de un cuarto de siglo en las cárceles peruanas, hasta que sus figuras se hicieron inseparables, como Sancho Panza y Don Quijote. Tras la muerte de Lanssiers, hace cuatro meses, Carlos se convirtió en el único ser humano que goza de la plena confianza de las autoridades y de los reclusos al mismo tiempo. Está tan identificado con Lanssiers que todos creen que es cura. Y aunque no lo es,  hace milagros. El primero: lograr que el ataúd de Lanssiers fuese paseado por tres cárceles de máxima seguridad antes incluso de los honores oficiales y el entierro. El segundo: lograr autorización ministerial para realizar un acto cultural público por primera vez en la historia de Piedras Gordas. El acto cultural en cuestión soy yo.

-Carlos –le pregunto- ¿Y tú de qué vives?

-De nada. El cardenal Landázuri me heredó un dinero que invertí en la empresa de un amigo. Desde entonces, mi amigo me da cien dólares al mes como accionista. Por lo demás, de mi familia y mis amigos que me ayudan.

-¿Y no hay financiamiento para estas cosas?

-Aún cuando se ofreció, Lanssiers y yo nunca aceptamos dinero del estado. De todos modos, vivo bien.

-Carlos, no tienes plata ni siquiera para el taxi a la cárcel de Chorrillos.

-No, pero como tampoco necesito, no hay problema.

Así que no es un cura, pero como si lo fuera.

Primero pasamos a un pabellón de los presos comunes, que como suele ocurrir, es un jolgorio: hay radios con salsa a todo volumen, y hay un señor que se pasea en toalla, y hay dos caballeros friendo ajos y hay una chica dando clases de aeróbicos en el patio (lo juro). Carlos busca a un delegado para anunciar un concurso de poesía. El delegado le recibe el papelito sin hacerle mucho caso.

-Ya, muchas gracias.

-Hay premios.

-Ya.

-También quiero saber qué les hace falta.

Entonces, al delegado le cambia la cara. Se pone serio. Pide que le bajen el volumen a la salsa y le traigan sus lentes. Nos cuenta que los proveedores no cumplen con los menús, y que hay varios presos que no son de máxima seguridad pero han sido reubicados en Piedras Gordas porque en sus lugares de origen ya no queda sitio.

-¿Seguro? –dice Carlos-. Porque si son homicidas, ya les corresponde esta cárcel.

-A mí no –dice otro-. Yo estoy por robo agravado. Mi condena es menos de ocho años.
Carlos  toma nota de las demandas y me explica:

-A esta gente nadie en todo el país la escucha. Y algunos ni siquiera tienen familia o no están cerca de ella. Así que necesitan que alguien hable por ellos. Felizmente, en general, las autoridades comprenden las demandas básicas. No solemos tener conflictos. Es un diálogo, más bien.

Mientras cambiamos de pabellón, me cuenta que una vez se ganó un viaje a La India en un sorteo.

-¿Estás hablando en serio?

-Sí, de verdad. Ya te digo, yo vivo muy bien.

-Pero eso es tener demasiada suerte.

-Son regalitos de Dios, pues.

Pero ahora tenemos que dejar de reírnos. Es hora de identificarnos para entrar en el siguiente pabellón.         

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2 de agosto de 2006
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À CUBA

Las fotografías de Cuba pertenecen a dos categorías. Las que pintan un paraíso, y las que retratan un naufragio. Las fotografías de Ángel Marcos, en la Maison Européenne de la Photographie, corresponden a la segunda familia. Ofrecen la visión de una arquitectura destrozada por el paso del tiempo, el descuido y la incoherencia de “un sistema donde solo los signos conversan” como dice el folleto de presentación de las actividades del principal lugar dedicado a la fotografía en París.

La exposición se titula “À Cuba”; no muestra algo inédito, meramente algo muy real. El tamaño grande de las fotografías permite ver el detalle de edificios y calles de una Habana con pocos seres humanos. Casi vacía, la ciudad se parece a los cuadros de Giorgio de Chirico, pero un Chirico que pintaría un mundo urbanístico arruinado después de una tormenta. Es el clásico reportaje sobre el derrumbe de lo que fue la ciudad más bella del Caribe y, de verdad, no justificaría la vista de la exposición sin unos videos extraños. Parecen del mismo fotógrafo, Ángel Marcos, pero el personal de la Maison Européenne de la Photographie no fue capaz de darme el nombre del autor. Y el sitio en Internet tampoco lo menciona. Es una lástima, pues estos videos tienen un valor artístico y documental. Se trata de la filmación fija, sin ningún movimiento de la cámara, de varias calles de ciudades cubanas.

La cámara es escondida, a nivel de la mirada de una persona adulta; nadie se entera de su presencia. Es como ser el testigo invisible de los trámites del día a día en la calle: se ve todo, se oye muy poco. Solo se puede describir el sonido, muy malo, como el rumor de la calle. Pues esta vez, sí, hay gente. En un asfalto repleto de huecos, un pueblo de peatones, ciclistas, perros, carros agotados, carritos arrastrados por rocinantes caribeños, sin olvidar los taxistas para turistas que tienen un ciclista como motor. Movimientos entre las casas sin pinturas de un pueblo sin sonrisas, sin abrazos o aprietos de manos. En una clara voluntad irónica, el autor pasa de una calle a otra con la inserción de fotografías de carteles de propaganda: “Vivimos en Cuba libre”; “Jamás podrán tomar este país” ; “Revolución es igualdad y libertad plena”.

Una citación de Julio Antonio Mella, fundador del partido Comunista Cubano, afirma que “Hoy solo es honrado luchar” cuando cada imagen habla no de lucha sino de una difícil supervivencia. El carro que mejor se ve es uno de la corporación Cimex (Comercio Interior, Mercado Exterior), que se dedica a negocios para dirigentes y extranjeros, inalcanzables para los cubanos. Es un carro que proviene del ejército: promete en letras blancas “venta por catálogos, entrega en 24 horas”.

La exposición es abierta hasta el 10 de septiembre.

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2 de agosto de 2006
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Un mundo enamorado de la muerte

Me gustaría escribir un texto ligero, un divertimento adecuado a la temporada de vacaciones. Pero no puedo. Mire hacia donde mire, encuentro señales que me hablan de un dolor que no puedo soslayar.

El lunes colgué aquí un texto que hablaba de la representación de la violencia, de cómo se cuenta la violencia a través de las imágenes. Me inspiraba en un filme de Michael Haneke que acababa de ver, pero lo que me acuciaba, más bien, eran las imágenes de un niño incendiado que había visto fugazmente por TV, una nueva víctima de la guerra de Medio Oriente. El texto fue escrito antes del fin de semana, digamos el jueves. Salió al mundo este lunes, al mismo tiempo que las imágenes de los niños destrozados en un sótano de Caná. La fotografía de ese hombre que, con la boca congelada en un grito de dolor, acarrea en brazos a una niña muerta, recorrió ese día el mundo entero. Era la clase de imágenes que yo proponía enseñar a todos los combatientes sin excepción, diciendo: “Este es el hijo de tu enemigo, hoy; y también será tu propio hijo, mañana”. Pero creo que nadie hizo nada semejante, y los combatientes siguen en las suyas. Leo las declaraciones de Olmert, Bush, Rice, Blair y compañía y las palabras se me desdibujan, no entiendo de qué hablan, se expresan en un idioma que no comprendo, cualquier idioma que arguye que es posible algún tipo de ganancia o triunfo mediante la violencia es para mí un galimatías. A esta altura, el recurso a las guerras como solución de un problema es una idea ridícula, rebatida científicamente a lo largo de toda la Historia: cada guerra es el germen de otras guerras que intentan resolver el problema creado por la resolución de la guerra anterior. El prestigio de la guerra debería parecernos tan ridículo como la idea de que la Tierra es una superficie plana sostenida por cuatro elefantes; esto es, una ilusión que sólo pudo ser concebida en el pasado –cuando no sabíamos mejor.

Escribo esto el martes. Tengo delante la foto original, y el dibujo de ella que Miguel Rep ha hecho en el diario Página 12. Miguel es un talento descomunal. Últimamente se le ha dado por interpretar mis sensaciones en tan sólo una viñeta. El sábado, por ejemplo, dibujó el planeta Tierra, infinidad de animales que salían disparados hacia el espacio en todas direcciones y escribió “Instinto: cuando huelen peligro, los animales huyen de su lugar”. Para hoy martes se tomó el trabajo de copiar la foto de que hablo –la expresión de dolor en la boca del hombre, la niña muerta que parece dormida, la ciudad derruida del fondo- y puso sobre la línea de abajo un montón de caritas infantiles que nos miran. Lo que dicen es: “¿No es hora de que los niños hagamos una huelga mundial de protesta”? A su manera, Miguel Rep está respondiendo lo que yo me preguntaba cuando decía “¿qué debemos hacer?” No me refiero a que haya que pensar literalmente en una huelga de niños, sino más bien en una manifestación de todos aquellos que hemos sido niños alguna vez.

Prefiero correr el riesgo de pecar de ingenuo, pero ¿no estaría bien crear una organización de voluntarios que inundase cada zona de conflicto con banderas blancas, que opusiesen sus cuerpos desarmados al avance de los tanques? Si a Gandhi le salió bien tanto tiempo antes de que existiese la televisión y CNN e Internet, ¿por qué no podríamos usar el poder de las imágenes en nuestro favor? Por supuesto que habría víctimas, pero en todo caso se trataría de gente que asumió un riesgo de forma voluntaria, y ya no de niños acurrucados en un sótano. Y además de esta acción directa sobre la zona de batalla, habría que pensar en una acción secundaria que permitiese manifestarse a gente en todas las ciudades del planeta, incluso mientras acuden al trabajo o a la escuela; por ejemplo bandas blancas en cada brazo y banderas blancas en cada automóvil.

El objetivo sería ambicioso hasta la locura, pero no por ello menos necesario ni urgente: erradicar la violencia como forma de dirimir conflictos. Eduardo Galeano lo expresaba ayer en la línea final de un artículo que también editó Página 12: “¿Hasta cuándo seguiremos aceptando que este mundo enamorado de la muerte es nuestro único mundo posible?”

Tendríamos que pensarlo. Es posible que no lleguemos a tiempo para colaborar con el fin de esta guerra, pero no tengo dudas de que habrá otras que tornen indispensable una intervención pacifista.

Y perdonen que me vuelva pesado. Se ve que tengo una de esas semanas.

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2 de agosto de 2006
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BURBUJAS DE ESPAÑA

El boom de la construcción no ha sido un fenómeno privativo de España pero en ningún otro lugar -excepto Australia- ha alcanzado tan notable significación simbólica.

Desde hace aproximadamente cuarenta años, desde el tardofranquismo y su glorioso periodo desarrollista, España se ha comportado a sacudidas y su evolución económica, sexual, cultural ha repetido siempre el modelo del "pelotazo". Incluso el terrorismo de ETA se aviene tristemente bien con el general universo del espasmo. Sin descanso hemos presenciado desde la explosión de la bomba asesina a la explosión del ayuntamiento sin escrúpulos,   de la incoherente culturización a granel (altamente representada por la creación de un mala universidad cada cincuenta kilómetros) a la multiplicación de supermercados del sexo en la huerta de Murcia; de la espectacular producción de títulos de libros a la corrupta proliferación de parques temáticos.

Prácticamente de un día a otro España ha pasado de la mojigatería y el catolicismo de machamartillo a revelarse como el país (legalmente) más liberal y desprejuiciado del planeta. Hasta Dinamarca y Holanda han debido apresurarse para no quedar rezagadas en diversos asuntos de la sexualidad o las drogas. ¿Una milagrosa conversión pagana en la tierra de María Santísima? ¿La explosión sociocientífica de una masa crítica?

No debe considerarse demasiado probable.  Más bien si los grandes saltos han sido posibles deben su resolución a producirse generalmente en el vacío. Es decir, dentro de un medio poco densificado donde los impulsos obtienen mayor efecto y la incoherencia es parte de la dinámica  interior.

En pocos lugares -a excepción de Australia- habría sido posible realizar tantos y tan radicales experimentos sociales y legislativos como en este territorio caracterizado, tras la Guerra Civil y dos décadas de nacionalcatolicismo, por una devastación en las referencias y ampliamente aligerado de pensamiento crítico.

Ahogadas o extraviadas las conexiones con el débil pasado liberal, la libertad llegó en la Transición como prorrumpe el agua represada. A los golpe de Estado de derechas sucedió el asombroso golpe de Estado democrático. La convulsión moral y política no se registró enseguida pero ha impuesto sus efectos después. Y continuadamente.

El enriquecimiento especulativo -sin secuencia empresarial- se corresponde con el éxito imperial de la salsa rosa, con la súbita fama de personajes sin fuste y, en el extremo, con la ascendencia a la presidencia del Gobierno de un par de tipos con tan poco mérito que en los mismos tiempos de la globalización no fueron capaces de pronunciar una frase en inglés. La octava potencia del mundo con líderes deslucidos y un fracaso educativo capaz de situarnos a la cola escolar de  Europa.

Hay escuelas más que de sobra, como flamantes museos inaugurados sin apenas cuadros, centros culturales sin función y auditorios en los que no puede escucharse nada, una veces por carencia de músicos y otras porque el proyecto pertenece a arquitectos de figurín al estilo Calatrava.

Lo muy peculiar de un boom es su enorme semejanza con la burbuja. Se forma de un soplo y puede explotar en cualquier momento debido a su inconsistencia. Y de esta clase de naturaleza se han ido componiendo buena parte de los logros  más relevantes  de la historia española inmediata. Puede objetarse que también de la inmediata Historia Mundial. Pero de este modo volvemos al principio:  “El boom de la construcción no ha sido un fenómeno privativo de España pero en ningún otro lugar...”, etcétera.    

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2 de agosto de 2006
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Abundando que es gerundio

Estoy en verdad asombrado y ufano. Desde que empezamos a hablar de nazis y judíos, de robos y restituciones, de obras de arte y expolios, parece como si nos escucharan en los departamentos de estado. El último capítulo de esta novela iniciada por Héctor Feliciano es el anuncio que apareció en El País el sábado 29 de julio pasado. Un anuncio pagado por el gobierno holandés y supongo yo que publicado en todos los diarios del mundo y en todas las lenguas cultas. Una pasta.

Para quienes no lo leyeron, o estaban de vacaciones, o se les pasó, sepan que el Estado holandés notificó lo siguiente al mundo entero (resumo el texto):

“Después de la liberación en 1945, fueron muchas las obras de arte confiscadas o vendidas por los ocupantes alemanes en la Segunda Guerra Mundial que se recuperaron en los Países Bajos”.

En realidad habría sido más exacto: “que se devolvieron” (were brought back). El traductor jurado no afina mucho. En todo caso, nadie “recuperó” nada, no fue una operación holandesa, sino una restitución automática, seguramente llevada a cabo por algún organismo del ejército aliado.

“Estas obras de arte acabaron en poder del Estado holandés, en la Colección Holandesa de Patrimonio Artístico (…) Esta colección está formada por 4.217 obras de arte, en parte propiedad de familias judías”.

De nuevo se pierde un matiz. No acabaron “en poder del Estado holandés”, sino “bajo custodia” (into the custody). No era una posesión patrimonial sino un depósito. No pasaron a ser propiedad del Estado sino que fueron almacenadas por la administración. Ninguna bicoca, cuatro mil y pico piezas. Más que muchos museos.

“Desde 2001, los Países Bajos aplican una política de restitución más flexible de los bienes culturales de la Colección (…) que fueron arrebatados contra la voluntad de sus entonces propietarios (…) siempre que esos propietarios pertenezcan a un grupo de población perseguido”.

Admirable prudencia. Han esperado más de cincuenta años para “flexibilizar” la restitución. No hay que precipitarse. No vayamos tan deprisa, dijo Abelardo a Eloisa. ¿Quizá esperaban a que se murieran todos los herederos para que sus peticiones llegaran directamente del Más Allá? El papel de los holandeses durante la invasión alemana, es patético. Su antisemitismo, conspicuo. Para los nazis, Holanda fue el patio trasero de su casa. El escritor holandés Harry Mulisch lo cuenta en alguna de sus novelas con agradable neutralidad, sin añadir más sangre a la que ya se vertió. La mejor y más ambigua, a mi entender, es El atentado.

Curiosamente, en el párrafo que acabo de copiar, el traductor jurado sigue siendo infiel, pero esta vez a favor de los judíos. La frase “que fueron arrebatados contra la voluntad de sus propietarios” es, en el texto inglés, nada menos que: that were involuntarily lost. ¡Dios mío! ¡Perdidas de modo involuntario! Estaban los propietarios judíos la mar de distraídos esperando a ser gaseados cuando, vaya por Dios, se les perdió un Rembrandt. ¡Qué hipocresía la del ministerio de Educación, Cultura y Ciencias holandés, que es quien firma el texto! Casi alcanza las cotas de fariseísmo de la Memoria Histórica de Zapatero.

Viene luego una dirección postal y varias de Internet a las que pueden dirigirse los expoliados para reclamar sus propiedades. Son realmente muy interesantes si uno tiene la paciencia de leerlas, y están muy bien hechas.

Para los detectives:

www.minocw.nl
www.restitutiecommissie.nl
www.herkomstgezocht.nl
www.originsunknown.org

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2 de agosto de 2006
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SOBRE LIBANO E ISRAEL

Como todos los blogueros recibí entre mis comentarios una crítica contundente: ¿Cómo se puede escribir sobre literatura, deportes, economía, etc. (ponga aquí lo que quiera) cuando se sabe lo que ocurre en Oriente próximo? Mi respuesta no puede ser otra que mantener el silencio sobre el asunto. Con amigos reviso las opciones de alto el fuego, paz, soluciones políticas (ponga aquí lo que quiera) pero creo irresponsable una expresión más amplia.

Ya expliqué que los intelectuales franceses opinan sobre todo desde el caso Dreyfus, hace más de un siglo. No quiero pertenecer a la familia de los  habladores que creen tener el derecho de pronunciarse sobre cualquier asunto (lo que es normal) en público (lo que muchas veces no se justifica). Soy capaz, como todos, de decir que no se debe bombardear poblaciones civiles en Líbano, en Israel o en los territorios controlados por la Autoridad Palestina. Pero más allá de este discurso humanitario clásico, la mera honestidad me obliga a decir que sé muy poco de lo que ocurre más allá de las pérdidas de vidas humanas. Ignoro dos datos clave de la crisis: el papel real de Irán en lo que ocurre y los límites de la influencia de EE UU sobre Israel.

Lo de Irán me pareció obvio este fin de semana al analizar, por ejemplo, las declaraciones del ejecutivo venezolano. Por una parte, el presidente Hugo Chávez, de visita en Teherán, en su recorrido mundial para conseguir para Venezuela un asiento de miembro no-permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, prometió que su país ''estará junto a Irán en cualquier momento y bajo cualquier condición''. Por otra parte, el vicepresidente José Vicente Rangel reaccionó a los últimos bombardeos israelíes declarando: "no es posible callar con lo que está haciendo el estado de Israel con los palestinos y libaneses. El silencio equivaldría al silencio que guardaron durante mucho tiempo personajes y estados frente a la irracionalidad del nazismo, al silencio cómplice que guardaron muchos en el pasado ante el genocidio cometido con el pueblo judío".

Ambas declaraciones, de apoyo a Irán por parte del presidente, y de denuncia de Israel por el vicepresidente, se producen en un contexto militar que conocemos: los cohetes disparados por los guerrilleros de Hezbolá sobre Israel son suministrados por Irán. El presidente de este país, Mahmoud Ahmadinejad,  promueve en sus discursos la desaparición de Israel, un país que no nombra prefiriendo la fórmula “entidad sionista”. ¿Se puede, tal como el ejecutivo venezolano hace, eludir cualquier referencia al papel de Irán en la crisis? ¿O es más cercano a la realidad una lectura de los hechos según la cual Irán entrega cohetes a los guerrilleros de Hezbolá para poner en marcha de manera militar la eliminación de Israel que propone Ahmadinejad?

A pesar de leer la prensa de manera frenética no hay manera de entender el grado de autonomía del Hezbolá frente a Irán, a Siria y al gobierno de Líbano. Y esto no tiene que ver con el hecho de que hablamos de poderes herméticos con escasa cobertura en la prensa occidental. Pasa lo mismo si queremos medir los límites de la influencia de EE UU sobre Israel. Ni se puede saber quién influye más en el momento de determinar la posición de Washington en Oriente próximo. Esta impotencia se comprueba al leer el informe principal de Foreign Policy dedicado a la influencia real del lobby israelí en EE UU.

Este informe es otro capítulo de un debate que empezó en marzo de este año cuando los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt (el primero de la Universidad de Chicago y el segundo de la Universidad de Harvard) pusieron en línea el borrador de un artículo http://ksgnotes1.harvard.edu/Research/wpaper.nsf/rwp/RWP06-011 sobre la influencia del lobby del estado hebreo en Washington, y especialmente del American-Israel Public Affairs Committee. Aunque el texto provocó un tsunami de comentarios en el ciberespacio, no sé si cinco meses después, como se lee en muchos periódicos, la solución de las crisis está entre Washington y Tel Aviv. La lectura de Foreign Policy alimenta mis dudas sobre los comentaristas que dicen tener la solución de un problema planteado desde la Biblia.

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1 de agosto de 2006
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Viviendo en la burbuja

Les pido que me desmientan si me equivoco. Ocurre que aunque no soy lo que se dice un fan de las matemáticas, no puedo evitar la tentación de sumar dos más dos.

La semana pasada cayó sobre Buenos Aires una granizada histórica. Miles de parabrisas rotos. Carrocerías perforadas. Techos agujereados. Las historias todavía circulan. El padre del esposo de una amiga de mi mujer (pues sí, así son las cadenas) cuenta que el techo del estacionamiento en el que estaba su auto simplemente se desplomó. Mi padre me cuenta de alguien (los datos precisos de la cadena se me pierden, aquí) que le contó de otro estacionamiento en que ese mismo peso produjo la caída de un muro sobre los autos. Y todo esto, en el contexto de un invierno que ya no existe. Porque en lo que llevo de vida, créanme, los inviernos de Buenos Aires se han convertido tan sólo en un recuerdo.

Leo en la prensa sobre los muertos a causa del calor en Europa. Mi editora holandesa me cuenta de su desesperación, dado que en su país no es muy habitual la presencia de aparatos de aire acondicionado: ¿para qué, si no los necesitan… o habría decir “si no los necesitaban”?

Los otros datos son más vagos, dado que no los tengo a mano y por ende no puedo citarlos con precisión. Una ballena en el Támesis, otra en el puerto de Mar del Plata. La disminución del nivel de hielo en ambas capas polares. El bendito agujero en la capa de ozono. ¿Es tan sólo impresión mía (desmiéntanme en ese caso, por favor), o alguien debería avisarle a George W. Bush y los millonarios a quienes representa con tanto celo que el calentamiento global, en cuya existencia dicen no creer, goza de buena salud?

Una cosa es reunir figurones en Roma para emitir declaraciones que nadie piensa refrendar con hechos, permitiendo, de esa manera, que una guerra absurda prosiga acabando con vidas y arrasando un país entero. Decir “estos están locos, que sigan matándose, total están lejos” puede sonar sensato en algunos oídos. Pero si este planeta sigue el curso por el que parece encaminado, la sucesión de desastres convertirá a la palabra lejos en un arcaísmo, puesto que los males caerán encima de todos sin excepción. Nada quedará lejos, más allá de la idea de un planeta habitable. (¿Hace falta que subraye que la guerra de la que hablo, así como otras igualmente en curso, se libran por el dominio sobre una riqueza natural que contribuyó mucho al desequilibrio ecológico que padecemos?)

En algún sentido, somos iguales a gallinas que contemplan la competencia entre varios zorros. Mientras apostamos por uno o por otro, lo que está en juego es nuestro propio destino. Más allá de que abomino de las guerras en general y de esta guerra en particular, más allá de la preocupación que me produce este mundo que ya no es lo que era cuando nací, lo que me desvela es la sensación de que estamos comportándonos con la misma pasividad de las gallinas. Ya sé que hay gente que se manifiesta en contra de la guerra y que opera políticamente para ponerle fin. Ya sé que existen miles de organizaciones ecologistas, las vistosas y las no tanto. El problema somos los demás, la inmensa mayoría. Vivimos en sistemas representativos que no nos representan del todo. Nunca tuvimos más medios de comunicación, y menos medios de encuentro.

En fin. Quizás todo sea tan fácil como sabotear el sistema de aire acondicionado de la burbuja en que Bush vive.

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1 de agosto de 2006
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Fobia

Sabía que el Perú sería la parada más intensa de la gira de este año, pero no creí que pudiese serlo tanto. Desde mi llegada, he tenido por lo menos un acto público al día y agendas de prensa que han llegado a las diez horas. Pero además, por supuesto, está mi familia materna (unos 33 miembros), la paterna (18), los amigos de la universidad (24), y otros grupos nunca menores de veinte personas a los que tengo que ver, sin contar a amigos o simples conocidos que me llaman para encontrarnos.

A ese ritmo, realmente no veo a nadie. Mis amigos y parientes se suceden ante mis ojos como fogonazos de mi pasado. Todos están básicamente bien. Y frecuentemente, de todos modos, hay tanta gente alrededor que no me daría cuenta si no lo estuviesen. Todo el mundo –incluso gente que no conozco- me expresa cariño, más cariño del que puedo digerir.

El viernes empecé a comprender que ocurría algo raro. En cada reunión o acto público me escabullía al baño sólo para estar un rato en silencio. He hecho eso otras veces, en circunstancias similares, pero esta vez no era lo mismo, y podía sentir que algo estaba a punto de desencadenarse.

El sábado, después de un almuerzo familiar, caí medio muerto en la cama del hotel. Desperté a las doce de la noche entre temblores. No conseguí volver a dormirme. Al contrario, pasé todo el domingo temblando, con ese frío dolor de cuerpo que trae la fiebre. No podía pensar, ni soñar, los pensamientos se me revolvían en la cabeza. Ni siquiera eran pensamientos: eran como mariposas asustadas en mi cerebro.

Pero lo más grave no fue la fiebre sino la inesperada fobia social. Bajé a escribir el blog y un hombre se me presentó y me dijo que quería dejarme un ejemplar de su revista literaria. En cuanto se distrajo, salí corriendo. Una chica que sí conozco se acercó a saludarme, pero balbuceé un par de bobadas y desaparecí en los ascensores. Mi padre vino a almorzar conmigo pero yo me negué a bajar. Mi madre llamó a preocuparse por mí, pero casi le colgué el teléfono. Súbitamente, no era capaz de ver a nadie, ni siquiera de hablar.

No contesté el teléfono durante todo el día. Tampoco abrí la puerta a los empleados del hotel. Por la noche, los de la editorial hicieron un último esfuerzo por convencerme de asistir a un programa dominical, y el teléfono estuvo timbrando horas. Poco después, un empleado del hotel subió a ver si todo estaba bien. No respondí. Y en cuanto abrió la puerta, lo eché a gritos.

Esta noche tampoco pude dormir entre el sudor y los temblores, pero estoy tomando antibióticos y creo que la fiebre remite. De hecho, ya no me duele el cuerpo, y creo que he dormido un poco aunque fuese irregularmente. Lo que no se va es la fobia social. Como ya no hay más remedio que dejar que limpien el cuarto, he bajado a desayunar asegurándome de no cruzarme con nadie conocido. Quizá debería llamar a papá o a mamá, creo que los he tratado mal. Pero no creo que lo haga, ni que vaya a contestar el teléfono en todo el resto del día.

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1 de agosto de 2006
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27 MUERTOS: LAS CARRETERAS NO SE INMUTAN

Los muertos en accidentes de tráfico en el último fin de semana de julio son los mismos en 2006 que en 2005. Estos 27 fallecidos no se han beneficiado del carné de puntos pero mucho menos de los arrogantes consejos de la Dirección General de Tráfico cuya petulancia haría predecir una reacción adversa. "No podemos conducir por ti", "No podemos ponernos el casco por ti" dice la DGT. ¿Cree la DGT que si pudiera le dejaríamos hacerlo? ¿Cree que si pudiera encarnarse nadie podría detener su voluntad o su tiranía?

Son tan soberbios los de la DGT, sean quienes sean estos tipos, que incluso su jefe repite una y otra vez "hubieron"  cuando trata de decir "hubo" más o menos víctimas. Esta mala educación en el habla es el signo de su mala educación radical y la razón, a la vez, de que vea en la educación de los españoles el eje de la culpa.

Obviamente, numerosos accidentes son atribuibles a la temeridad o al alcohol pero muchos más, según muestran los resultados, proceden del mal estado de las carreteras, especialmente las vías secundarias.

Un reciente informe sobre el estado del firme en la red denunciaba los muchos miles de kilómetros -más de la tercera parte del total- en mal estado. Y  no se diga ya de los trazados, de la señalización equívoca o inexistente, de los pavorosos  pasos a nivel, de los quitamiedos que seccionan los cuerpos de los motoristas.

La DGT, esta odiosa DGT actual, ha elegido el odioso procedimiento de hacernos sentir malvados. Matamos o nos suicidamos en la carretera y no será la mala carretera que nos mata. En consecuencia no somos sólo conductores, sino asesinos en marcha. A través de esta estrategia las dictaduras políticas o religiosas, han buscado reprimir y menoscabar la moral de sus súbditos. Gracias a crear culpables a granel, la autoridad se erige en una elite redentora; gracias a reducir la autoestima de los gobernados se hace más fácil gobernarles.

Los hechos han vuelto a mostrarse, sin embargo, tozudos y delatores. Así ha sido el funesto saldo de este último fin de semana. Los conductores han reducido la velocidad y han vigilado sus tragos de alcohol atemorizados por el carné de puntos. Se han contenido temerosos de la multa directa o por radar, han sido indudablemente más cautos ante las imposiciones de la ley y la patética publicidad de la DGT pero las carreteras, por el contrario, no se han inmutado. Conclusión: los 27 nuevos muertos y las varias decenas de heridos importantes deben caer en su justo peso sobre la responsabilidad del Gobierno y los departamentos directamente culpables.

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1 de agosto de 2006
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Memorial del convento

La cárcel de Castro Castro está en una esquina de la ciudad de Lima, en el preciso punto donde terminan las casas y surgen los cerros secos y polvorientos. Desde el interior del penal, lo único que percibe del mundo exterior son esos cerros confundiéndose con el gris del cielo, a través de las vallas de púas.

Los doce pabellones están dispuestos en círculo alrededor de un gigantesco poliedro de concreto inservible. Estaba planeado que en esa construcción hubiese cámaras que controlando todo el penal, pero el dinero para tecnología desapareció en un oscuro caso de corrupción durante el gobierno de Belaúnde. Desde entonces, el frustrado panóptico es sólo un himno más a todas esas cosas que el Perú aún no construye.

Los presos por terrorismo –que se autodenominan “presos políticos”– se agrupan en el pabellón 4A. Descubro que hay cierta expectativa por mi llegada, porque aquí nadie viene nunca, y menos a presentar un libro. En el patio se aglomeran uno sesenta internos, suma nada despreciable. Se puede distinguir con cierta claridad que los emerretistas parecen más urbanos y los senderistas tienen un origen un poco más rural. Pero los únicos plenamente andinos son los humalistas, que aunque considerados presos comunes, sienten afinidad por los presos por terrorismo.

La charla es breve, pero la ronda de preguntas es interminable. Incluso los internos que no “aprueban” ideológicamente la novela tratan de ser respetuosos con sus preguntas. Uno me dice:

-Le agradezco su visita, pero me gustaría señalar con todo respeto que esta novela está escrita desde una perspectiva burguesa.

-Es que yo soy un burgués ¿No lo había notado?

Ellos dejan escapar una risa nerviosa. Me doy cuenta de que es como si les hubiese dicho que soy gay. Otro dice:

-Me parece que su novela no toca las causas profundas del conflicto.

-Probablemente. El tema que me interesaba era la ambigüedad moral.

-¿Qué quiere decir “ambigüedad moral”?

-Que gente con ideales aparentemente muy nobles está dispuesta a hacer cosas terribles por ellos.

Me mira a los ojos un rato y me dice:

-Ah.

Pronto se amplía el espectro de preguntas. Los internos quieren saber de política, del mundo, de cómo son vistos, de Al Qaeda. Descubro que viven en un planeta muy reducido, tocado en la parte superior por alambres de púas, y que no consiguen ver demasiado más afuera. 

Tras la charla, almuerzo con dos de ellos en una de las bibliotecas. La cárcel tiene tiendas y comedores, pero en los últimos años, se han estado abriendo bibliotecas en los diversos pabellones, por las que circulan unos mil libros al día. 

-Ahora queremos poner televisión –me dice uno.

-Pongan canal porno ¿No? -trato de bromear un poco-. Tantos hombres solos tiene que ser difícil de sobrellevar.

El interno se apresura a negarlo.

-Nada de porno aquí, ni bebida, ni drogas. Eso es para los comunes.

-O sea que ahora va a resultar que ustedes son unas monjitas cuidadosas de la regla moral.

-No es moral. Es disciplina.

En efecto, cada pabellón tiene talleres artesanales que producen cerámica y flores especialmente. Hasta hace un tiempo, los presos por terrorismo prohibían a los demás el ingreso a los talleres. Pero últimamente, los comunes dispuestos a evitar problemas han empezado a inscribirse para llenar su tiempo y su vida. La cárcel puede ser un lugar escandalosamente  corrupto, especialmente en los pabellones de narcotraficantes. Pero, como me dice un policía al salir, “los terroristas han montado un convento ahí dentro”.       

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31 de julio de 2006
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El Boomeran(g)
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