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Un país rico en madres

Yo soy de los que creen que los ciclos que no se cerraron tienden a repetirse. Ayer leía un artículo sobre Cristina Rosa Herrera, madre de dos jóvenes que murieron a causa del temible “paco” (la pasta de cocaína invierte la convención de las películas de terror, porque convierte a los chicos en zombies primero y en cadáveres después) y no podía dejar de pensar en otras madres, las de Plaza de Mayo. Hace treinta años, una dictadura militar arrancó a miles de mujeres de sus casas, lanzándolas a calles, juzgados, comisarías y cuarteles en busca de sus hijos. Tres décadas después esa búsqueda encuentra eco en esta de hoy: miles de mujeres humildes se ven obligadas a dejar sus viviendas noche tras noche, para rastrear a los hijos a los que el paco ha sumido en algún infecto agujero.

El eco se torna perverso cuando uno piensa que los jóvenes de entonces eran obreros, profesionales, gremialistas e intelectuales, sin dudas lo mejor de aquella generación, y que las víctimas de hoy suelen ser chicos de la villa, que no han completado su educación y que no consiguen trabajo o bien no se resignan a esclavizarse por un jornal que no alcanza ni para dos platos de arroz. Es un eco perverso por su deliberación: en los 70 se eliminó a los que trabajaban para convertir a este país en un sitio más justo, y hoy se elimina a los que el sistema considera sobrantes, aquellos que no sirven para producir ni para consumir. Se trata de dos momentos complementarios de las misma estrategia político-económica: aquel para conservar el statu quo, éste para ser consecuente con su darwinismo social.

Pero que nadie dude, más allá de las diferencias superficiales aquellas madres y estas madres son la misma cosa, mujeres que sin más armas que su amor y su voluntad luchan contra el molino de viento de la violencia estatal (en los 70) o bien económica y social (hoy). Aquellas madres se enfrentaban a una cruel máquina de destrucción, cuyos responsables todavía no terminaron de rendir cuentas a la justicia. (He aquí el ciclo que no se ha cerrado como debía.) Estas de hoy ni siquiera tienen el consuelo de identificar a los verdugos de sus hijos. En este sentido la perversión del sistema se perfeccionó: ya no hacen falta verdugos que secuestren, torturen y fusilen, basta con condenar a las víctimas a vivir en condiciones inhumanas, tornar imposible que se eduquen, despojarlos de toda esperanza de mejora y entonces, cuando estén caídos, ofrecerles unos minutos de felicidad intensa en la forma de una pipa de paco, al irrisorio precio de un peso cincuenta: ¡treinta centavos de euro!

El artículo de Cristian Alarcón en Página 12 (soberbio, como todas sus crónicas sobre los condenados de esta tierra) no necesita adjetivar porque cuenta con la elocuencia de los hechos. El primer hijo que Cristina perdió, a quien llamaban Ro, se suicidó en medio de un ataque de abstinencia. El otro, Matías, murió de un balazo en la sien al negarse a compartir su pipa. (He ahí el precio de una vida en mi país, cotizado con precisión: alguien puede morir por negarse a entregar algo que compró por un peso con cincuenta.) Si bien es cierto que muchas cosas se están haciendo bien en la Argentina de hoy –la insistencia en llevar a juicio a los genocidas de los 70, algunas políticas económicas y sociales-, a nadie escapa que la tortilla que hay que dar vuelta es grande y pesada. Hasta los más optimistas sabemos que el camino hacia una Argentina más justa, retomado después de un hiato de treinta años, no se recorrerá en un soplo. 

Mientras tanto las madres siguen con su búsqueda. Aquellas madres, respetadas y veneradas pero todavía hambrientas de justicia. Estas madres, casi tan solas y desamparadas como aquellas lo estaban cuando comenzaron a andar en torno de la Plaza. Yo las encuentro bellas a todas, hay algo de justicia poética en esto de haber perdido a mi madre pero vivir en una tierra que es riquísima en ellas, en la que nunca faltan.

Ayer por la tarde, mientras la historia de Cristina me asolaba el alma, vi una película en la que un personaje disuadía a otro de su suicidio diciendo que no vale la pena perderse un mundo donde existe tanta belleza. Yo estoy de acuerdo, es por eso que sigo aquí, es por eso que trabajo a diario. Sólo que a veces desearía que la belleza de este mundo no fuese tan desgarradora.

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28 de agosto de 2006
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Palabra de viajero

La invitación a tomar en serio a Humboldt que propuse los días 11 y 14 de agosto, ha tenido respuesta, bendito sea Dios. Uno de mis alumnos de Arquitectura, el joven Ion, aprovechó las vacaciones para convertirse en esquilador de ovejas y recorrer buena parte de Navarra como asistente de un honrado profesional. Ha tenido la amabilidad de compartir conmigo su aprendizaje. No, no me ha trasquilado, aunque buena falta me hace, sino que me ha transcrito su cuaderno de campo.

Ya sólo quedan tres grupos de quince esquiladores cada uno para el conjunto de la comunidad foral. Antes fueron centenares y todos gitanos. El caso es que Ion ha podido trabajar con uno de los pocos independientes que quedan, un esquilador de los que van de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios, hombre rápido con las tijeras y de una acreditada eficacia, el Clint Eastwood de la cabaña ovina.

Pongo ipso facto a disposición de los amigos algunas de sus enseñanzas más notables, empezando por las palabras, que nos enriquecen de modo inmediato.

Así, por ejemplo, no haya confusión, la verija es la zona que rodea el rabo del bicho y es por donde se le sujeta para dar las últimas pasadas. No es tan sólo “las partes pudendas”, como dice el DRAE, sino algo de mayor consistencia y de uso técnico imprescindible. Lo cual hace que una expresión como: “¡Te voy a coger por la verija!” carezca de cualquier connotación de obscenidad. Se puede decir con toda tranquilidad cada vez que se desee controlar alguna cosa. “A ver si lo coges por la verija de una vez” puede decirle el maestro al alumno que no acaba de entender lo de los logaritmos.

El mardano modorro es un macho que de repente se pone a dar vueltas sobre sí mismo, “con la cabeza girada a lo exorcista”, dice Ion, hasta que cae al suelo y comienza a patear. Lo más frecuente son las ovejas modorras, pero un mardano modorro es algo excepcional, supremo. Estos ataques de locura no tienen arreglo, de modo que el animal ha de ser sacrificado. Muchos pastores ocultan que han tenido algún modorro o modorra entre los suyos porque los funcionarios de sanidad se pueden incautar del rebaño entero si son un poco bordes.

Obsérvese que cada uno de estos términos permite una aplicación metafórica inmediata. Nada más frecuente en las Cortes españolas que el típico diputado con ataque de histeria y espumarajo bucal (oveja modorra), pero se da a veces el ejemplar excepcional que arma un cristo de aquí te espero y al que los periodistas bien podrían calificar de “mardano modorro”, evitando de ese modo los topicazos usuales de “escandaloso”, “chillón” o “filibustero”. Lo propongo sin mucha fe en los periodistas, pero que por mí no quede.

A veces la palabra por sí sola ya es un poema, así el moreno es un puñado de ceniza que se emplasta en la herida, si la oveja ha salido cortada del esquilo. Con ello se consigue que la llaga seque rápidamente y que no se llene de gusanos. El DRAE sólo da como definición: “el morenillo del esquilador”. ¡Qué daño ha hecho García Lorca!

Si alguien recorta en exceso a una oveja la ha sollado, así que puede decirse de muchos chavales que “van sollados como ovejas”, o que van simplemente “sollados”, en lugar de usar el extranjerizante skin head o el inconveniente “cabeza rapada” que parece señalar a un huérfano de la guerra civil. “Un grupo de sollados le partió la cara a un pacífico viandante”, a mí me suena bien.

La chapa con el número de registro que cada oveja lleva clavada en la oreja es el crotal. De nuevo una ocasión para enriquecer el vocabulario de los guionistas de TV cuando sale un tío con piercing: “¡Vaya crotal que te han clavao, macho!”, es una solución elegante. Por cierto que al macho de cabra capado se le llama ilasco, pero Ion no ha podido averiguar si va con o sin hache. Lo dejo aquí abierto.

Sólo se traba a la oveja con cuerdas de lana cuando se esquila a tijera, cosa ya poco frecuente, pero inevitable cuando se encalla la máquina o si se produce un corte de fluido. Con las actuales tijeras eléctricas, en dos horas te has trasquilado cuarenta ovejas. Claro que estamos hablando de buenas ovejas, o sea, parideras, de lana fuerte y esponjosa. Las malas, las recién paridas, tienen una lana sucia y deshilachada que se engancha en el peine y da muchísimo trabajo. Empleo: en las carreras de Fórmula Uno con lluvia y demás obstáculos el locutor puede decir algo así como: “Fernando Alonso tiene grandes dificultades con sus Michelin en el circuito húngaro, quizás debería probar unos mixtos, tal y como va ahora es como si trasquilara ovejas recién paridas”. ¡Qué nivel!

Hay mucho más en el cuaderno de Ion, pero por hoy es suficiente. Sólo deseaba celebrar que aún quede gente capaz de viajar en serio y de descubrir aspectos olvidados o desconocidos de la experiencia común sin necesidad de irse a Tailandia. Y, por supuesto, capaces también de regresar para contarlo.

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28 de agosto de 2006
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¿Qué será, será?

Un amigo de Barcelona coincidió en Cuba con la misteriosa desaparición de los hermanos Castro y la subsiguiente reaparición del comandante en plan Santo Padre recuperado. Mi amigo estaba impresionado. Hablábamos al pie de su piscina, un riñón azul turquesa con escalerilla de acero, incrustada como un alhaja en el césped espeso, cortado a la navaja. Al fondo, las Medas en su fase caliginosa. De vez en cuando la novia de mi amigo nos llenaba los vasos. En la mesita del bar iba descendiendo el nivel del Campari. Los invitados saqueaban los cestillos de almendras y patatas fritas. A esa hora suele hacer mucha hambre.

Los cubanos, según creyó ver mi amigo, estaban contentos, amaban al comandante, apenas trabajaban, vivían razonablemente bien, sin nuestro estrés, sin nuestras preocupaciones, los niños jugaban por las calles vacías de coches, la isla era totalmente segura, podías caminar a las tantas de la noche sin el menor peligro, playas espléndidas, clima agradable, y los isleños eran muy amables. ¿Qué más se puede pedir?

Mi amigo es de los que viajó a Chiapas para darle un abrazo al otro comandante, defiende la lucha contra la globalización y vota a los independentistas de Esquerra Republicana; sin embargo, está montando una empresa en Bratislava donde la mano de obra es más barata que la catalana y la corrupción se mantiene en un nivel aceptable.

De nada sirvió que tratara de razonar con él. Sé por experiencia que a muchos ciudadanos de este lugar les fascina Castro. Especialmente a los de clases acomodadas. No sabría decir por qué motivo. Mi amigo, por ejemplo, aseguraba que los inconvenientes de la tiranía estaban perfectamente compensados por las ventajas socialistas.

“¿Como cuál?”

“La enseñanza, por ejemplo”.

“¿Y de qué te sirve la enseñanza si no puedes utilizarla? Además, ni siquiera te dejan estudiar lo que quieres, sólo lo que ellos mandan. Y la lectura está censurada. Como con Franco. ¿Qué puedes estudiar si no hay libros?”.

El Campari había ya bajado más de la cuenta, porque comenzó esa carrera de disparates que parece inevitable cada vez que se habla de Cuba. Intervino una estrella mediática local. Campanudo.

“Tampoco en España hay libertad para todo. No hay libertad absoluta en ningún lugar del mundo. Yo, por ejemplo, tengo prohibido hablar del Rey y de Montilla en mi programa de televisión”.

“Ya, pero si hablas del Rey o de Montilla, incluso bien, no te meten en la cárcel ni te fusilan”.

“O sí: a Xirinachs le han caído dos años”.

El pobre Xirinachs es un cura défroqué medio lelo y ultranacionalista que declaró ante la prensa cuánto amaba a ETA y cómo admiraba a los gloriosos gudaris. Le han caído dos años, pero no los cumplirá, evidentemente. Se lo digo.

“Ya veo. Eres un visceral. Tienes una medida para los cubanos y otra para los catalanes. Para mí son lo mismo Castro que Blair o Bush. No veo la diferencia”.

Sé por experiencia que ahí termina la disputa, cuando aparece la aserción brutal y estúpida comprendes que lo siguiente es la agresión física. De inmediato se pasa al arroz con bogavante y los presentes tratan de olvidar la conversación como borrachos tras romperle la crisma a un paseante.

No es fácil. A mí me sigue pareciendo un enigma que una clase social razonable y entregada con esmero a sus fines egoístas (eso es lo que hace del capitalismo una forma de convivencia superior a cualquier colectivismo obligatorio), tenga en este rincón del mundo una ideología tan extravagante. ¿De quién temen el juicio? ¿Qué clase de castigo les caería si se aceptaran de una vez? ¿Les avergonzaría mirarse al espejo si admitieran lo extraordinariamente conservadores que son?

Siempre que se habla de esta rareza, tan típica de algunos ricos ciudadanos, ya sean parisinos (la gauche caviar), neoyorkinos (the radical chic), o catalanes y madrileños (progres), suele aparecer la misma palabra: “narcisismo”. Será eso, pero ¿qué esconde este término? ¿Qué rara batalla interna tienen los bien situados que se avergüenzan de su riqueza y de su poder, sin por ello renunciar ni a lo uno ni a lo otro? Muy al contrario, suelen ser los patronos más duros. Y no sólo los patronos. Uno de los arquitectos mejor parasitados en el poder fáctico de mi ciudad, conspicuo colaborador de una política inmobiliaria escasamente socialista, brinda por Castro y por ETA cada vez que se le presenta la ocasión.

Si alguien necesita mentirse tan desesperadamente, es seguro que tarde o temprano sufrirá un cortocircuito, el espejo se romperá y le dejará a oscuras con su verdadero rostro. Si la oscuridad dura más de la cuenta, para cuando despierte la piscina estará vacía, no quedarán patatas fritas, la novia se habrá largado con un cubano, y las visitas serán los jueves.

De todos modos, la oscuridad, la duda, la inseguridad, el ataque de sinceridad, no suele durar demasiado en esos ambientes. En cuanto la imagen aparece algo borrosa, se compran un espejo nuevo, o, mejor aún, mandan a un propio a comprarlo.

Me fascinan, pero me parecen totalmente opacos. Me lo digo y me lo repito: si tuviera el talento de Scott Fitzgerald me pondría a escribir una novela sobre ellos para averiguar cómo son.

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25 de agosto de 2006
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VAMOS (2)

Dicho y hecho: vamos a revisar la lista de los autores iberoamericanos traducidos al francés para la “rentrée littéraire”:

ARGENTINA
La ciudad de los herejes, de Federico Andahazi (Eloïse d’Ormesson)
Mantra, de Rodrigo Fresán (Passage du Nord-ouest)

CHILE
El albergue de las mujeres tristes, de Marcela Serrano (Eloïse d’Ormesson)

COLOMBIA
La multitud errante, de Laura Restrepo (Calmann-Lévy)
La descendance, de Jack Michonick (Eloïse d’Ormesson)

CUBA
La neblina del ayer, de Leonardo Padura (Métalié)

ESPAÑA
La velocidad de la luz, de Javier Cercas (Actes Sud)
El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (Bartillat)
El hombre que inventó Manhattan, de Ray Loriga (Les Allusifs)
La recta intención, de Andrés Barba (Bourgois)
La hermana de Katia, de Andrés Barba (Bourgois)
El mago, de César Aira (Bourgois)
El volante, de César Aira (Bourgois)
El mensajero de Argel, de José Carlos Llop (Jacqueline Chambon)
El placer de la cautiva, de Leopoldo Brizuela (Corti)
El desorden de tu nombre, de Juan José Millas (Galaade Editions)
A pedir de boca, de José Manuel Fajardo (Métailié)
Verdades como sueños, de Eduardo Gallarza (Phébus)
Jacobo el mutante y Perros héroes, de Mario Bellatín (Passage du Nord-ouest)

MÉXICO
Nosotros estamos muertos, de Jaime Avilés (Métailié)

PERÚ
Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa (Gallimard)

PORTUGAL
El ángel de la tempestad (Anjo da Tempestade), de Nuno Judice, (La Différence)
Violeta y la noche (Violeta e a Noite), de Urbano Tavares Rodrigues (La Différence)
Ensayo sobre la lucidez (Ensaio Sobre a Lucidez), de José Saramago (Le Seuil)
Osa mayor (Ursamaior), de Mario Claudio (Métailié)

Es obvio que la lista no es una muestra de la producción literaria sino un retrato del mercado internacional de los derechos de autor. Desde Francia, se ve el peso de unas casas editoriales que apostaron fuertemente en esta área: Bourgois, Métailié, Actes Sud, La Différence. Desde la perspectiva de los autores, el peso de España, que suministra más de la mitad de los autores, confirma la opinión de todos los escritores de América Latina que dicen vivir en la periferia de un mundo cuyo centro es España.

Cuidado con los prejuicios: la última novela de Javier Cercas no es esperada con el mismo anhelo que en el mundo hispanohablante (Soldados de Salamina tuvo una buena acogida en Francia, sin más); Juan José Millas es, por su parte, un desconocido al norte de los Pirineos, menos por los lectores de El País. Rodrigo Fresán o Laura Restrepo, cuyos apellidos son presencia normal en las librerías de América Latina, tampoco tienen trayectoria en Francia, donde es muy probable que un cliente pregunte antes de comprar sus obras si se parecen a Borges o a García Márquez.

Mario Vargas Llosa y José Saramago son autores de peso, no solo por su fama y su presencia en la prensa, sino también por las ventas de sus libros. El cubano Leonardo Padura tiene lectores que conforman un pequeño mercado. Creo que Jaime Avilés aparece en la lista por la existencia de un mercado interesado por el sandinismo: él es conocido como periodista por sus entrevistas al subcomandante Marcos.

Los títulos en castellano de las novelas en portugués de Nuno Judice y Urbano Tavares Rodrigues son aproximaciones pues no sé si existen traducciones en España. Si hay un error es culpa mía. Pero no me atreví a dar un título al libro del colombiano Jack Michonick, que por el momento no tiene título en español. La descendance (La descendencia) es el título francés de una obra escrita en castellano y que nunca fue publicada. Su autor, que vive en Israel, relató la historia de tres amigos que emigran de Rusia. Dos van a Colombia, uno va a Israel. La historia abarca más de treinta años. Michonick se cansó de buscar un editor en español, dice su editor francés, y se dedicó a vender su manuscrito para traducción directa sin publicación previa. Es algo imposible, pero sucedió. Lo que quiere decir que las reglas del mercado internacional de los derechos de autor no rigen todo.

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25 de agosto de 2006
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Pequeñas Joyas de la Imbecilidad Humana

Esto ya es vox populi: después de recibir quejas de parte de un televidente, el ente británico regulador de los medios de comunicación –llamado Ofcom- decidió censurar dos episodios del dibujo animado Tom & Jerry, Texas Tom y Tennis Chumps, en los que se mostraba a los personajes fumando. Según Ofcom, la empresa Turner Broadcasting, dueña de la licencia sobre Tom & Jerry, propuso “editar cualquier escena o referencia que en la serie parezca condonar, aceptar o glamorizar el acto de fumar”. Escenas en las que se fuma también serán censuradas en Los Picapiedras y Scooby-Doo.

A mí esto me parece un disparate, qué quieren que les diga. Los padres que se quejan y las empresas que mutilan films, con la excusa de proteger la salud de los niños e impedir que la imitación los conduzca al tabaquismo, son tan sólo otra muestra de cuán profundamente está arraigada la imbecilidad en el espíritu humano. ¿Les parece preocupante que los chicos imiten al gato Tom en su vicio de fumar, pero encuentran natural que el perro y el gato se ataquen a cada minuto con waffleras de hierro, bates de béisbol y pianos de cola? En todo caso, si de algo deberíamos proteger a nuestros pequeños sería de la presentación de la violencia como la cosa más natural del mundo. Pero en ese caso deberíamos prohibirles la mayor parte de las series, de las películas y ni hablar de los noticieros.

Este sendero de la imbecilidad es preocupante, en la medida en que sienta un precedente sin retorno. ¿Vamos a revisar ahora la historia del cine y de la televisión, para censurar todo lo que nos parezca políticamente incorrecto? En la columna que escribió para Entertainment Weekly, Dalton Ross menciona un ejemplo de arte elevado (El nacimiento de una nación, de D. W. Griffith) y otro de arte popular (el serial televisivo de Batman que data de 1943) en los que el racismo de sus protagonistas, hacia los negros en un caso y hacia los japoneses en otro, es rampante. ¿Deberíamos expurgar a Griffith y cortar de este Batman hecho en tiempos de guerra toda referencia despectiva hacia los “ojos rasgados”? ¿No son estos relatos una muestra de su tiempo y de la circunstancia en que fueron concebidos, objetos históricos al igual que lo es la Piedra de Rosetta, y merecedores por ende de respeto a su integridad?

Aquí en la Argentina sabemos bien lo que ocurre cuando se trata de corregir la historia retroactivamente. A mediados de los 80, poco después de caída la dictadura, hice un informe para un programa de TV sobre la censura al cine en tiempos militares. Las flamantes autoridades democráticas me abrieron el sótano del Instituto del Cine en que habían quedado las tiras cortadas por los censores de las películas originales: kilómetros y kilómetros de celuloide. Lo llamativo es que estos censores no sólo se habían ocupado de tijeretear las películas del presente (recuerdo que habían cortado ¡cuarenta y cinco minutos! de Bound for Glory, la película sobre el cantante folk Woody Guthrie), sino que se habían tomado el trabajo de cortar hacia atrás: habían mutilado casi la mitad de El acorazado Potemkin, el clásico de Eisenstein. Desde entonces lo tengo más que claro: desconfíen de todo el que altera una obra de arte escudándose en sus presuntas buenas intenciones. Detrás de ese comisario ideológico siempre hay un fascista a punto de enseñar las garras –y el padre que emitió la queja contra Tom & Jerry, ustedes disculpen, tiene alma de Duce.

También pensaba en la gente con alma de Duce cuando leí las últimas noticias sobre L. M. R., esta chica discapacitada, violada y embarazada sobre la que hablé aquí mismo hace pocos días. La Justicia, la casta médica y los grupos católicos hicieron lo imposible para impedirle abortar, pero al fin apareció un profesional que practicó la intervención. La gente que trata a diario a L. M. R., que además es menor de edad, dice que ha vuelto a sonreír y a jugar, que es lo que corresponde a su edad mental de ocho años. La chica ha salido relativamente bien parada de la terrible experiencia vivida (¿quién podrá quitarle el mal trago de la violación?), pero ahora existe otra chica en condiciones similares: menor de edad, discapacitada y embarazada mediante violencia, con el agravante de que ingiere a diario medicación que malformaría al feto. La Brigada de Imposibilitadores volvió a actuar con el pretexto de una piedad religiosa que apenas esconde su tradicional furia: acudieron a la Justicia, y al verse frustrados empezaron a amenazar por teléfono a los médicos y obligaron a evacuar un hospital por amenaza de bomba. Linda gente ésta, que dice defender la vida y amenaza con volar un hospital.

A veces creo que la compasión debería convertirse en una materia escolar, porque es evidente que el género humano no está del todo preparado para ejercerla naturalmente.

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25 de agosto de 2006
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SOBREDOSIS

A menudo, cuando las cosas se ponen notoriamente cuesta arriba, recuerdo una frase de Ortega que decía: "Vivir es cierta dificultad de ser". Alguna, poca o mucha dificultad para ser, pero obstáculos a fin de cuentas.

Quien no percibe esta obstinada resistencia de la vida a dejarse vivir es improbable que logre una completa conciencia del gozo. También de la razón del dolor o, lo que viene a ser lo mismo: su sólida sinrazón. Una sinrazón que llegando a ser muy poderosa impone su reino y decide la ley absoluta del valor. El valor de vivir puesto que, quiérase o no, el trato continuo con el mundo implica conflicto y no puede concebirse forma biológica alguna sin él.

Contra esta esencia de vivir, la farmacología ha dispuesto una extensa gama de narcóticos, pero se hace evidente que el narcótico se emparenta con la muerte y cuando acudimos a él representamos el deseo de desaparecer. De desaparecer precisamente cuando la carga de dificultad que impone eventualmente la vida podría matarnos irreversiblemente por una sobredosis de ser.

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25 de agosto de 2006
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VAMOS (1)

Francia empieza, como cada año, en los últimos días de agosto, su “rentrée littéraire”. Así se nombra al principio de la temporada 2006-2007, es decir el plazo de tiempo, entre la última semana de agosto y la mitad de junio, que corresponde a la actividad fuerte de la casas editoriales. Hay dos momentos en una temporada: la “rentrée de septembre”, plato fuerte pues desemboca sobre los grandes premios literarios (Goncourt, Renaudot, Interallié, etc.) y la “rentrée de janvier”, después de navidad.

Este año, la “rentrée littéraire” es muy importante. Se supone que los libros se venden muy mal en periodo de elecciones y en 2007 se termina la segunda presidencia de Chirac. Ya los periódicos se llenan de artículos sobre Sarkozy o Ségolène (Royal, una socialista) y los editores creen que el mano a mano entre S y S va a matar al negocio. Entonces vamos, vamos como nunca a la ficción. Publicación de 683 novelas entre ahora y el principio de diciembre. La mayor parte, antes de mitad de noviembre. 208 novelas son traducciones (30%). 109, es decir más de la mitad, son novelas escritas en inglés, en su gran mayoría en EE. UU. aunque hay textos que vienen del Reino Unido y de todas sus ex colonias (Australia, India, Nueva Zelanda, Canadá).

Con 25 traducciones el área iberoamericana es la de mayor representación, por delante del alemán y del japonés. Voy a estudiar la lista completa, ponerla en el blog y comentarla mañana pero hay tres puntos obvios:

- ausencia completa de Brasil;
- presencia de dos autores muy conocidos: Mario Vargas Llosa (Travesuras de la niña mala) y José Saramago (Ensayo sobre la lucidez, Ensaio Sobre a Lucidez).
- primera aparición de un clásico: El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio.

Parece increíble que se traduzca por primera vez al francés la novela de Sánchez Ferlosio pero es así, y me parece necesario agradecer a la casa editorial Bartillat este magnífico esfuerzo. Las traducciones tienen su ritmo: es también una sorpresa la presencia en la lista de Historia del amor de Nicole Krauss, que ya es un éxito en tantos países, así como la traducción muy atrasada de obras clásicas del americano Bernard Malamud o del egipcio Naguib Mahfuz.

Livres-Hebdo, el semanal profesional donde se recopilan las informaciones sobre este sector de actividad, desconoce tanto al autor que obtuvo el Premio Cervantes que, en el censo de los autores extranjeros de la “rentrée littéraire”, lo apunta no como Sánchez sino como Ferlozio, con zeta! ¿Qué se diría en Francia si se anunciara en España la publicación de un libro de Marcel Prouzt?

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24 de agosto de 2006
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EL DÍA ACIAGO

Hay días en que, sin ninguna razón aparente, se vive con un rencor general. Las circunstancias no presentan grandes variaciones respecto a días anteriores e incluso en relación a unas horas antes y, sin embargo, el escenario despide un aire hostil, tan difícil de concretar como efectivo.

En esas tesituras, donde resultaría muy arduo encontrar al adecuado culpable, el mundo entero queda condenado por el desánimo que padecemos. Prácticamente no se logrará salvar a un sólo elemento o al suficiente número de factores que nos procuren, aún selectivamente, el pequeño consuelo que nos niega la totalidad y de cuyo acoso no hallamos la menor explicación. O, más todavía: la explicación consiste acaso en la falta de una mínima voz que nos nombre y nos ame. Porque el centro de la hostilidad procede de la cósmica ausencia de nominación personal o, exactamente, del insoportable anonimato. Este máximo padecimiento coincide con sentir, de golpe, la inanidad, constatar algo semejante a haber desaparecido para los demás y desembocar en el convencimiento, sin razón aparente, de que el mundo nos ignora.

En ese día, la aflicción coincide con una suerte de impalpable afrenta y la clase de afrenta no es otra que haber sido borrados, haber quedado sin rostro o poseer un rostro tan descaracterizado que no convoca ninguna atención, no suscita el interés de los demás que evolucionan impasibles y desasidos de nosotros. Liberados, por un lado de nuestro ser y despojándonos, a la vez, de toda materia, volumen o densidad real.

Es decir, los demás nos matan sin hacer nada. O, precisamente, nos matan porque no nos hacen nada. El rencor en que entonces nos vemos sumidos responde a la visión de no reconocernos amados en la acción de los demás que es donde se cuece nuestra consistencia. El pan y la sal de estar aquí.

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24 de agosto de 2006
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Máquinas y humanos

Apenas acaba de asomar el sol, una mancha borrosa entre espesas nubes plomizas, y el oficial, ajustándose el cinto ante el espejo, se siente ya vagamente aburrido e irritado por la obligada visita a la fábrica de productos químicos, pero es un requisito previo para lograr el permiso, tantas veces postergado, de volar a la capital donde debe entregar el informe. Eso le permitirá visitar a su esposa, inmovilizada en la cama por una enfermedad incurable y a la que no ve desde hace meses. Es una ocasión que no quiere perder. Quizás sea la última despedida. Se resigna y sale a la calle, donde le espera la limusina.

En la fábrica se están llevando a cabo las primeras pruebas de un nuevo modelo de horno, una máquina experimental cuyos mecanismos adyacentes mejoran considerablemente el rendimiento. En un gigantesco hangar, casi al amanecer, se encuentra con media docena de ingenieros y funcionarios, todos ateridos de frío y golpeando el suelo con los zapatos. Hace un tiempo de perros. Se saludan formulariamente y comienzan la visita.

El proyecto lo dirige un técnico de fama mundial, viejo, aquejado de asma y artritis. Las explicaciones llegan a oídos del oficial entrecortadas de silbidos y gargarismos, casi ininteligibles. Siente un profundo malestar, pero se apiada del ingeniero, hombre casi anciano, doblado en dos, sacudido por toses y estornudos, obligado por sus jefes a hablar entre jadeos de su nueva turbina, la cual transforma la materia viva en inorgánica, como las modernas plantas incineradoras de basura.

Hastiado de no entender apenas una sola palabra, ensimismado en sus pensamientos, el oficial se queda absorto cavilando sobre esa materia orgánica, viviente, que gracias a la energía térmica se vacía de todo pensamiento y sensibilidad para acabar convertida en fosfatos minerales, los cuales servirán más tarde para la fabricación de forrajes. A través del consumo animal, esa materia primitiva volverá a ser orgánica, regresará a la vida, piensa el oficial, en una metamorfosis vertiginosa, imposible de comprender, abismal, porque es la vida misma del animal lo que insuflará la vida a la materia inorgánica en un proceso mágico, o más bien divino, sobrenatural. Suspira y vuelve a escuchar distraídamente al ingeniero, mientras consulta con disimulo su reloj.

Esta es una de las escenas más espeluznantes de la inmensa novela Vida y destino, de Vassili Grossman (modificada para uso propio). En el relato del novelista ruso, al día siguiente de su visita, el oficial, el Obersturmbannführer Liss, deberá informar a Eichmann sobre el nuevo horno crematorio que se está construyendo y valorar sus ventajas sobre los antiguos. La materia orgánica a la que se refiere el ingeniero y en la que piensa Liss no es otra que los cuerpos de millones de judíos que van a ser incinerados. Para Liss, para Eichmann, esos millones de cuerpos son un considerable problema y un desafío técnico. No es fácil deshacerse de ellos. Durante su juicio en Tel Aviv, Eichmann repetirá una y otra vez el colosal esfuerzo que hubo de hacer para llevar a cabo la orden del Führer. Le parecía injusto que no se le reconociera algún mérito.

Recuerdo el espanto que me produjo la lectura de una carta (creo recordar que de la empresa Thyssen) en la que otro ingeniero informaba al Reich sobre las ventajas del Cyclon B mejorado, el gas usado en las cámaras de exterminio. El director de la firma se felicitaba porque la nueva composición del gas cerraba compulsivamente los esfínteres del cuerpo humano en el momento de la muerte, de manera que la limpieza de las cámaras se vería muy mejorada y los empleados no tendrían que soportar el hedor de las heces. Era la misma retórica que hoy emplea la banca o el comercio para exponer las ventajas de un producto.

Algo muy serio cambió, una línea tenue se traspasó, cierto elemento casi invisible, pero esencial para la supervivencia de la especie, se malogró durante el siglo XX. Me temo, sin embargo, que aún no sabemos de qué se trataba, qué fue lo que cambió, qué puerta cruzamos, qué mínimo y esencial elemento perdimos como vírgenes necias.

Vamos alargando el plazo de entrega de la respuesta como quien retrasa un examen ineludible. Parece prudente, pero es infantil. Millones de ojos nos miran desde la oscuridad, y no están en el más allá sino dentro de nosotros mismos, enterrados en nuestra conciencia. Algún día habrá que subir a la tarima y dar explicaciones.

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24 de agosto de 2006
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Sobre el encanto de las revistas

La cuestión del aniversario de la Rolling Stone me hizo pensar en las otras revistas que me acompañaron durante mi historia. ¿Alguien recuerda cuáles fueron las primeras revistas que hojeó? Yo no, al menos; por fortuna borré la mayoría de los recuerdos de esa época en que uno no podía ejercer su propio criterio. (Aunque creo recordar la lectura de muchas revistitas producidas por el imperio Disney. La cuestión era un poco esquizofrénica, porque en algunas revistas los sobrinos de Donald eran Hugo, Paco y Luis, y en otras eran Huguito, Dieguito y Luisito. No importa. Sigo). Mi tía abuela me compraba todas las Navidades El Libro de Oro de Patoruzú, siendo Patoruzú un indio que tenía su propia historieta y hasta su versión infantil, Patoruzito, que recientemente ha protagonizado dos películas, la segunda de las cuales acaba de fracasar con todo éxito. (En realidad mi tía le compraba El Libro de Oro a su hija Ana, que aunque me llevaba veinte años me prestaba la revista a duras penas y después me la quitaba para archivarla bajo llave en su placard secreto. Siempre fue medio estreñida, Ana. Sigo).

Las primeras revistas en volverme loco fueron las mexicanas de Editorial Novaro, dedicadas a los héroes de DC Comics: Superman, Batman, Linterna Verde, Flecha Verde… Llegaban de manera quincenal, lo cual significa que cada dos semanas estaba yo allí, al pie del kiosko. Los kioskos que frecuentaba eran dos: el de Fernández, en la esquina de mi casa, y el de Pepe, en la esquina de mi tía abuela. Fernández era antipático y me intimidaba. Pepe era tan simpático y generoso como mi tía abuela. Debo haber llegado a tener miles de esas revistas. (Me pregunto dónde habrán ido a parar. Prefiero no responderme todavía. Sigo).

Después empezaron a fascinarme las revistas de una empresa local, la Editorial Columba: se llamaban D’Artagnan, El Tony y Fantasía, y su ventaja era que incluían un montón de aventuras de personajes diferentes. Los que más me gustaban eran dos: Nippur de Lagash, que era un guerrero sumerio a quien llamaban El Errante y que en buena medida se convirtió en mi primer maestro de ética, y Dennis Martin, que era un agente secreto a la James Bond pero más moderno (pelilargo, pantalones con botamanga de elefante) y con más sentido del humor. Recuerdo que me tomaba el trabajo de arrancar las aventuras de Nippur y de Dennis Martin de sus revistas originales y de armar volúmenes sui generis atados con piolines. (Yo sé dónde fueron a parar estos incunables. Mi padre los tiró a la basura, el mismo destino que deben haber corrido mis revistas de Batman. ¿Cómo hace para lidiar uno con las cosas terribles que nos hace la gente buena, a la que además amamos? Todo un tema para el futuro. Sigo).

Nippur y Dennis Martin tuvieron tanto éxito que se ganaron sus revistas individuales. Mi padre las tiró también, pero esta vez el tiempo ofreció revancha. Me compré tres compilaciones de las aventuras de El Errante que conservo entre mis posesiones más preciadas, junto con el dibujo original de Nippur que me regaló el maestro Lucho Olivera, su creador, poco antes de morir. Y en una librería de reventa encontré varios ejemplares de las revistitas de Dennis Martin, que también atesoro. (Es culpa de Dennis que yo haya obsequiado rosas amarillas a las mujeres de mi vida, eran sus favoritas y se convirtieron en las mías. También fue su culpa que usase pantalones con botamangas anchas, pero esta es una manía a la que me sobrepuse. Sigo).

Después aparecieron otras revistas de historietas, como Skorpio y Tit Bits (reedición de un título clásico), que me permitieron descubrir al Corto Maltés y a joyas históricas como Terry & The Pirates, de Milton Caniff. En la Skorpio también había un personaje llamado Henga, que me interesaba mucho porque Zanotto dibujaba unas mujeres prehistóricas que te dejaban sin aliento. (Esto me hace acordar de algo. Mi tío Tito escondía en el placard de su adolescencia algunas revistas de mujeres semidesnudas que se llamaban Adán. Hoy mi tío es del Opus Dei, vive en Washington y adora a Bush. Es una suerte que aquellas revistas no me hayan producido el mismo efecto. Sigo).

La adolescencia supuso también la llegada de la música. Me compraba una revista llamada Pelo, que era medio pava pero tenía información. (Mi número favorito fue uno especial dedicado a los conciertos de Génesis en Brasil. ¡Era como haberlos tenido cerca!). Pero mi favorita era el Expreso Imaginario, que además incluía artículos sobre cine, filosofía, ecología y demás derroteros del post-hippismo. Allí escribían algunos de mis maestros del periodismo, como Alfredo Rosso y Claudio Kleiman, con los que llegué a trabajar con el tiempo: este es un hecho que me llena de orgullo. Imagino que parte del entusiasmo que me produjo escribir en revistas tuvo que ver con el haberme vuelto parte de este medio tan amado. Con los años terminé dirigiendo Fierro, que durante su primera etapa seguí como lector y que era la revista de historietas más cool que tuvo la Argentina. Estaba tan fascinado con el hecho de ser parte de Fierro que me creí el cuento que me metió el editor: que el director histórico de la revista, Juan Sasturain, había decidido bajarse del barco. Entonces yo fui y escribí un editorial que homenajeaba a Sasturain como maestro, en el que prometía tratar de seguir sus pasos. Lo único que conseguí fue que Sasturain quisiese matarme, porque en realidad no se había ido por propia voluntad, sino a consecuencia de (creo, a ver si meto la pata otra vez) un conflicto gremial o un pedido de aumento no concedido. Estoy seguro de que Sasturain me odia todavía. Aprovecho para pedirle perdón nuevamente. (Ya había salido al mundo y empezado a hacer cagadas, lo cual significa que me había hecho adulto. En este menester sigo).

Con el tiempo llegarían Cahiers du Cinema, Rolling Stone, Esquire, Vanity Fair. A algunas de estas todavía las sigo, a veces por internet, comprándolas siempre cuando viajo. Lo importante es que sigo amando el formato de revista, que sin llegar a la trascendencia que han tenido y tienen los libros (que son como esos amigos que nos iluminan la vida), siempre han sido buenas compañeras. (Vendrían a ser como esos amigos en quienes uno confía siempre para pasarla bien o enterarse de lo último, una función nada desdeñable). Estoy seguro de que rastrear las revistas que uno ha leído es una manera interesante de revisar la propia historia: prueben y me dicen.

Habrán notado que no mencioné ni una sola revista deportiva. Siempre fui un bicho raro.

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24 de agosto de 2006
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El Boomeran(g)
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