Vicente Verdú
Desde que leí el extraordinario libro de José Alvarez Junco, Mater Dolorosa, exponiendo la formación de la identidad española, he pasado del acaloramiento frente a los nacionalismos a la confortable benevolencia que procura el saber. La ignorancia es bárbara y violenta mientras el conocimiento favorece la condescendencia o la elegancia.
En realidad, en dos libros se ha apoyado mi nueva visión de lo español este verano: España invertebrada y Mater dolorosa. Podría haber reaccionado antes a estas vistosas lecturas pero como la digestión de las ideas requiere la coincidencia con un estado particular del organismo, es probable que en otro momento y situación no habría recibido los efectos de esta nutrición del pensamiento.
Con estos títulos y otros más me vengo preparando para introducirme en la nueva realidad española amasada en los últimos treinta años. Una realidad de la que va desvaneciéndose la supuesta identidad de la proclamada España y cuya evaporación genera menos un sentimiento pesimista que una liberación. La liberación de España -puesto que España fue "un dolor"- resuena a suspiro de salud. Oxigenados "suspiros de España".
El tremendo esfuerzo en pro de la identidad española y la insoportable tabarra sobre "qué es España" se sustituye por un clamor en torno a la selección nacional de baloncesto. Y después a disfrutar de otra cosa. ¿Qué es actualmente España? Mil y una cosas, mil y una nacionalidad. La ausencia de una recia y única identidad es clave para gozar hoy el tutti-frutti de la existencia. Así lo aceptamos para cualquier vida individual. ¿Podría ser, por tanto, de otro modo para el oscilar colectivo?