Skip to main content
Blogs de autor

Vivir, soñar, no más

Por 7 de septiembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

En un comentario al texto de días atrás sobre “La Liga de los Cineastas Extraordinarios”, Nicolás decía: “Más importante que soñar es vivir. Soñar es un sucedáneo. El cine es un sucedáneo”. Y después juraba que a partir de ahora, ya no viviría de sucedáneos. “Si llega un momento en que te das cuenta de que sólo tienes el cine, el sueño, nada más,” decía, “¿no es cuestión de empezar a plantearse si hay algo que no funciona?” No conozco a Nicolás ni a su circunstancia, pero creo que su planteo trata de hacerse cargo de uno de los problemas más originales, y más acuciantes, de este tiempo: el del adelgazamiento de la experiencia vital. Formamos parte de una sociedad que hace lo imposible para que ya no suframos dolor, ni experimentemos el cansancio. Formamos parte de un sistema que nos presenta una serie de opciones predigeridas de vida, de las cuales no tenemos escapatoria. (Dios se apiade de aquel que decida dedicarse a la contemplación, o no subirse a la ronda del consumo.) Formamos parte de un orden que tiende cada vez más a aislarnos unos de otros: ¿para qué arriesgarse al albur de la calle, cuando contamos con un sistema de comunicaciones –televisión, ordenador, múltiples teléfonos- que puede traer el Universo a nuestra puerta?

Creo que una de las intuiciones más brillantes de Fight Club (perdón, Nicolás, por referirme otra vez a un sucedáneo) era la que se refería al beneficio del dolor físico. Intuyo que aquellos que resultaban golpeados en el Club de la Pelea extraían mayor beneficio que los que salían intactos; porque hay algo en el dolor, en la piel amoratada, en el diente roto, en el ojo hinchado, que nos recuerda que estamos vivos; y esa sensación, que debería sernos natural pero que ya no lo es en este mundo que nos rodea de algodones, no puede menos que cotizarse como una perla negra.

Hoy sentimos un respeto casi religioso por aquellas personas que viven una experiencia intensa. En estos días que suceden a la muerte por accidente del naturalista Steve Irwin, creo que todos lo envidiamos un poco: el tipo vivía con la adrenalina a tope. Lo cual me recuerda la premisa de una película (perdón again, Nicolás) llamada Crank, que se estrenó en los Estados Unidos el viernes pasado. (La película debe ser una pavada, pero su premisa viene a cuento.) Se trata de un hombre que ha sido envenenado por no sé qué extraña sustancia, y que descubre que para sobrevivir –condición sine qua non para tener la chance de encontrar a su envenenador- debe conservar su adrenalina en un nivel altísimo, o su corazón se detendrá. Lo cual lo obliga a hacer una serie de cosas a cual más disparatadas, para que su cuerpo produzca adrenalina en cantidades industriales, y de forma constante. Sería una excusa perfecta, ¿no les parece? ¿Qué haríamos nosotros si no nos quedase otra que producir experiencias intensas en nuestras vidas? Hoy en día son muchos los que no viven nada más intenso que el tránsito, o que la conversación con un superior en busca de un aumento. Cuando queremos que el corazón bata como tambor, solemos acudir a otras experiencias libres de (casi) todo riesgo: pagamos para hacer bungee jumping, o paracaidismo, o para bucear.

Así que celebro la decisión de Nicolás de salir al camino. Creo que no debe haber nada peor que aproximarse al fin de la vida con la convicción de que no se la ha vivido. Pero tampoco es bueno confundirse. Y cuando Nicolás dice “más importante que soñar es vivir”, yo veo el germen de una confusión, porque vivir y soñar son acciones complementarias, y por ende inseparables: ninguna puede ser valorada por encima de la otra. Hay un viejo cuento de J. G. Ballard, cuyo título no recuerdo ahora, que imagina un experimento científico que garantiza a sus sujetos humanos la posibilidad de vivir de allí en más sin necesidad de dormir. (El wet dream de nuestro sistema: ¡obligarnos a trabajar y a consumir durante las veinticuatro horas!) Por supuesto, con el correr de los días, la imposibilidad de soñar hace que los hombres se vuelvan locos. Experimento o no, estoy convencido de que eso nos ocurriría si dejásemos de soñar, tanto dormidos como despiertos: enloqueceríamos. Porque soñar nos proporciona lógicas nuevas para interpretar nuestra experiencia, para imaginar lo que podría ser: es el borrador de nuestras vidas, y el ensayo que les busca sentido, y la espada del héroe. (Sin la cual no habría conquista ni victoria).

No te cierres a las ventajas de soñar, Nicolás. Se puede soñar intensamente sin que eso implique que se vive dormido.

profile avatar

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Obras asociadas
Close Menu