Jean-François Fogel
Acabo de leer un libro que será, dentro de unos meses, uno de los más vendidos en muchos países: The Looming Tower, de Lawrence Wright (Editorial Knopf). No sé cómo traducir el título; quizá «La torre amenazante». El resto del título es Al Qaeda y el camino hacia el 11 de septiembre. Se trata de la larga, muy larga historia del grupo que tumbó las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York.
Es un documento excelente, un ejemplo perfecto del arte de la síntesis. El texto abarca 373 páginas y solo en las últimas 15 el primer avión se acerca a las torres. La historia es otra, es la historia del antes: Wright pinta la cuna religiosa e ideológica donde maduró la idea de matar a miles de personas para promover el Islam en el mundo. El relato abarca medio siglo, empezando con un viaje a EE. UU. del egipcio Sayid Qutub. La chispa que provocó el encuentro en 1948 entre este musulmán reservado y un país deslumbrado por su crecimiento económico al vivir otra vez en paz, se transformó en una llama imposible de apagar. Durante años fue más bien una mecha, poco visible, pero siempre alumbrada, en Egipto, y que se transformó en la apuesta de una terrible pugna entre cuatro hombres: por una parte, Osama Bin Laden, a quien todos conocemos, y su ayudante Aiman al-Zawahiri; por otra, el príncipe Turki Al Faisal, jefe de los servicios de inteligencia de Arabia Saudita y actual embajador saudí en el Reino Unido, y John O’Neill, quien fuera jefe del servicio de lucha contra el terrorismo, del FBI.
La novela se basa en hechos reales, sumamente documentados; el autor no inventó nada, pero es una novela. Se siente el flujo de la vida y la locura de los hombres, por igual en todos los bandos. La pareja de Bin Laden con sus cuatro esposas (baja un momento a tres y vuelve a cuatro) y sus obsesiones, y de O’Neil, con su esposa y sus tres amantes, se parece a veces a un hombre único de pie al lado de un espejo, un hombre que limita su vida a una lucha. «El terrorista y el policía, ambos provienen de la misma bolsa» escribía Joseph Conrad en El agente secreto (página 69 del PDF). Wright lo comprueba.
La primera víctima del libro no se encuentra entre las tres mil personas que murieron en el doble colapso de las torres, no, la primera víctima es la CIA. El servicio de inteligencia de EE. UU. tenía obviamente una información suficiente como para poner a las agencias federales en la pista de los terroristas antes de su atentado, pero padecía también de «la extraña tendencia del gobierno americano de ocultar la información a los que más la necesiten». El libro establece que la agencia no hizo nada a pesar de las crecientes alarmas. «Algo espectacular va a producirse aquí, y tiene que ocurrir muy pronto» dijo el 5 de julio del 2001, Richard Clarke, coordinador del antiterrorismo en la Casa Blanca. Su profecía era acertada y no se puede entender cómo fue posible que la administración de George Bush no pagara después por sus fallos.
Tampoco los de Al Qaeda son ángeles; Wright tiene una manera muy convincente de establecer la patología del grupo: un amor por el suicidio que es, en últimas, su gran aporte a su religión. Pero no se puede ignorar la filosofía del management del grupo terrorista, que podría resumirse en un lema: “Centralización de la decisión y descentralización de su ejecución”. Funciona. Es tan eficiente como la muerte.