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¿Indignación o hipocresía?

Cierta gente de los Estados Unidos tiene una neurosis tan grande que linda con el delirio. El domingo pasado se estrelló un avión en Kentucky, a causa de lo que aparece como error humano: haber utilizado una pista demasiado corta para despegar. Murió mucha gente, lamentablemente. Esa misma noche tenía lugar la entrega de los Emmy, el premio mayor de la TV de ese país. La transmisión se inició con un sketch a cargo de Conan O’Brien, que era el animador de la velada. Ese corto, obviamente filmado con antelación, se iniciaba con una variación humorística sobre la serie Lost: O’Brien viajaba en un avión que se caía, yendo a parar a una isla desierta en la que se encontraba con uno de los personajes de la historia. En la isla encontraba una escotilla que lo conducía al universo de otra serie, The Office, y de allí saltaba a meterse en House, y después en 24… Una forma divertida de iniciar la ceremonia, y poco más.

El lunes por la mañana, entre la información y los comentarios sobre quién había ganado y quién no, se alzaron voces que criticaban a la cadena NBC por el presunto mal gusto que habría constituido la porción del sketch que mostraba a O’Brien en el avión. En todo caso habría sido de mal gusto hacer algo así en vivo, dadas las circunstancias del accidente real. Pero imagino que O’Brien y la NBC habrán entendido que mutilar el sketch era inviable, porque habrían tornado incomprensible su lógica; y que levantarlo del todo hubiese despojado a la ceremonia de su único comienzo. Por lo demás era evidente que el sketch había sido filmado y editado mucho antes del domingo. No me parece mal que la gente se solidarice con el dolor ajeno, pero también es posible exagerar en la materia. Los parientes de las víctimas no habrán dedicado su domingo por la noche a ver la entrega de los Emmy, de eso estoy seguro, y en consecuencia no deben haber tenido oportunidad alguna de sentir más dolor del que ya padecían.

De cualquier forma la cadena NBC salió ayer a pedir disculpas por el error que, al menos eso creo yo, nunca cometió. Qué quieren que les diga, yo desconfío de la gente que protesta por un sketch y no dice nada cuando su país invade a otro, masacra civiles y mantiene prisioneros sin derecho a representación legal. No puedo fiarme de personas que arman escándalos por causa de un segmento televisivo y dejan a los pobres de su nación librados a su suerte, en medio de un huracán. Recuerdo que, durante los años del menemismo, trataba de poner coto a mis propias quejas diciéndome que merecíamos lo que nos pasaba dado que habíamos –yo no, pero la mayoría sí- votado a esa criatura infame y dañina. Ahora tengo la tentación de decir algo semejante a los amigos del norte, pero ni siquiera estoy seguro de que se ajuste a la verdad. No soy el primero ni el único en tener dudas sobre el proceso electoral que encumbró en su cargo al actual presidente, un sitial que Roosevelt ocupó alguna vez y que hoy, para pesar del mundo, se cubre a diario de indignidad.

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30 de agosto de 2006
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No me vengas con historias

Cuánto más rápidamente se desprestigiaban los obispos, mayor era la velocidad con la que se frotaban las manos los dueños del Estado, tanto los de una portería como los de la portería contraria.

“Espera a que digan algo sobre el aborto y ya será nuestro”. Los obispos hablaron del aborto. “Ahora que hablen de las células madre”. Hablaron. “¡Oh, no lo puedo creer, están hablando del condón!” Así fue. Por fin, un radiante día de junio, el subsecretario entró feliz en su despacho y llamó al ministro para decirle: “¡Hoy hablarán del matrimonio guay!”. “¿Del matrimonio guay?, preguntó alarmado el ministro, ¿está usted seguro, Covachuelas?”. “Perdón, perdón, estoy muy nervioso: gay, del matrimonio gay”. “¿Se han vuelto locos?”. “Totalmente, excelencia. Podemos decir que el sexo ya es nuestro en casi todas sus manifestaciones”. “¡Magnífico, Covachuelas, mañana mismo empezaremos a legislar sobre la coprofilia!”.

La historia del estado moderno es la historia de cómo se ha ido apropiando de los objetos litúrgicos y espacios de poder del funcionariado eclesiástico, comenzando por la educación y acabando por la sexualidad. Neutralizadas las decadentes resistencias episcopales, en la actualidad es el Estado quien ordena lo que podemos y debemos hacer con nuestras partes pudendas y adláteres, qué complementos podemos usar, bajo qué régimen de seguridad, qué condiciones debemos cumplir para darle estabilidad administrativa a nuestra coyunda, en qué circunstancias podemos cambiar nuestros genitales, arreglarlos, añadirles o quitarles materias grasas o minerales, y un sinnúmero de actos, detalles, matices, precisiones, que si se ven juntos dejan al Kama Sutra como lo que es, un libro de rezos para los miembros más decaídos del Opus Dei.

La preciosa historia de cómo se nacionalizó la actividad sexual, historia no escrita porque aún queda medio centenar de intelectuales que creen que es la historia de una liberación, se verá pronto minimizada por la próxima nacionalización de la Historia.

Como la actividad sexual, la narración histórica parecía algo propiamente privado, como la literatura o la filosofía, un ámbito en el que sólo los estados totalitarios entraban a saco para retocar fotografías comprometedoras y descabezar textos demasiado honestos. Justamente por haber nacionalizado la historia, los estados fascistas y estalinistas habían logrado sumir la llamada “historia oficial”, es decir, la aprobada por el Estado, en la miseria.

Asombrosamente, algunos gobiernos de apariencia democrática están elaborando “leyes históricas”, no en el sentido de que vayan a pasar a la historia, sino en el de que van a convertir la Historia en materia administrativa. Habrá una historia oficial como hay himnos regionales en cada autonomía. Los historiadores tendrán categoría similar al cuerpo de bomberos.

La aparente ingenuidad con la que unos hombres y mujeres con título universitario (no todos) están hablando en serio de una “Ley de la Memoria Histórica” asombra y admira. No creo yo que vaya a servir para que el Banco de España, como hizo el Deutsche Bank respecto del periodo hitleriano, publique la historia de su colaboración con las fuerzas franquistas y los grupos y familias que se beneficiaron, más bien supongo que será, como la legislación sexual, una herramienta para la estatalización de la memoria, o sea, para el ejercicio del poder funcionarial.

No vaya a creerse que este delirio es tan sólo otra españolada de pandereta y alpargata. En Francia, país que ya ha nacionalizado la memoria histórica un par de veces (la última, muy graciosa, para convencerse a ellos mismos de que fueron unos rabiosos enemigos de Hitler), nos llevan delantera. Lo cuenta en un excelente artículo Ana Nuño en el último número de Letras Libres, el de septiembre.

Y si alguien está pensando que siempre hago publicidad de la revista Letras Libres, se equivoca. Sólo hago publicidad del contenido de la revista Letras Libres.

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30 de agosto de 2006
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CAMAREROS

Una de las mayores transformaciones que en España ha generado el turismo ha recaído sobre la figura del camarero. Obviamente, pero consternadoramente.

En el personaje del camarero se concentraba buena parte de la esencia histórica española. No era desenfadado ni displicente. Tampoco altanero ni sumiso. Al camarero le faltaba por completo la conciencia de clase. Su máxima ambición profesional consistía, sin embargo, en demostrar clase. Su actitud no podía homologarse a la clase obrera pero tampoco aspiraba a formar parte de la burguesía, ni pretendía emular a los caballeros. Su mundo se emplazaba en una zona autónoma y estable desde la que ofrecía su quehacer con gallardía. Presto a la llamada, que a menudo se hacía batiendo palmas, pero sin asomo de servilismo. Atento a la enumeración de la comanda pero no tanto como un empleado intermedio sino como un cualificado proveedor instruido en las menores particularidades de la mercancía.

En su presentación, en su porte, en sus modales se traslucía, a veces, tanto el garbo de un torero como la máxima dignidad de una casta especial. Lo que el mayordomo ha sido en la tradición inglesa lo fue con suficiencia el camarero de café o de hotel en la España de la posguerra. De él podía esperarse algo más que un café o la retahila de un menú muy completo.

Poseía una información excelente sobre la sociedad de su entorno. Un saber ni enciclopédico ni estrafalario como el del barbero. Tampoco delirante y ensimismado como el del limpiabotas. El laconismo, la precisión, el detalle, formaban parte de su comunicación tan debidamente administrada como la correspondiente a una colección de fuentes de primera mano. De un camarero valía la pena fiarse. Su mente parecía tan aseada como su uniforme de almidón y sus ademanes perfeccionados.

Ninguna cena ha vuelto a ser igual tras la amplia extinción del camarero español y autóctono. Nuevas especies de rápida formación y abundantes ejemplares nacidos de cruces entre textos programados y disciplinas políglotas  han gestado un colectivo profesional de pragmática eficiencia pero de naturaleza absolutamente incomparable.

Ahora un camarero puede serlo temporalmente o dejar de serlo al cabo de un cierto plazo. El camarero clásico se constituía en camarero de por vida y su vida se confundía con las múltiples funciones que se hacinaban en el seno de  su dedicación laboral.

Su desaparición casi total provoca un vacío semejante a la pérdida de un habitual amparo en la vida común. O, en efecto, como un desconsolador desvestimiento de la costumbre. Como consuelo quedan todavía unos pocos lugares de tradición en algunas ciudades españolas que disfrutan inercialmente de su presencia. Todos estos locales son invariablemente añejos o distinguidamente antiguos y allí, al compás de la esencia del ambiente, continúan brindando el casi desvanecido  oficio de otros tiempos.

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29 de agosto de 2006
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El retorno de Peter Pan

¿Qué es de la vida de los personajes que amamos, más allá de la frontera del The End? Me he preguntado muchas veces qué fue de Rick Blaine después de la partida de Ilsa, lo que es igual a preguntarse cómo sería una segunda parte de Casablanca. Me pregunto si Deckard conoció la felicidad después del final que muestra Blade Runner. Y qué fue de Edgar después del telón de King Lear. Y si la vida fue amable o no con el Oliver Twist adulto. La mayoría de las veces que trataron de responder a estas preguntas, retóricas en su esencia, no se consiguió otra cosa que arruinar el encanto. En algún momento de los 80, si no recuerdo mal, Casablanca se convirtió en una serie de televisión que no tuvo éxito: está claro que David Soul (conocido como Starsky, o bien como Hutch; nunca los distinguí del todo) no es ni será nunca Bogart. Y ha habido docenas de intentos de retomar el personaje de Sherlock Holmes, pero nunca me topé con ninguno que estuviese a la altura del original. (Michael Chabon intentó darle una vuelta de tuerca en The Final Solution, pero a mi entender no lo logró del todo.)

El próximo 5 de octubre Simon & Schuster publicará en los Estados Unidos Peter Pan in Scarlet, la primera continuación “oficial” de las aventuras de Peter Pan creadas por J. M. Barrie. La oficialidad del intento deriva de la aprobación de los dueños de los derechos, que Barrie cedió en su momento al Great Ormond Street Hospital for Children de Londres. Los responsables del hospital organizaron un concurso en 2004, en busca del autor adecuado. La ganadora fue Geraldine McCaughrean, de 55 años, autora de otros ciento veinticinco libros infantiles, algunos de ellos ganadores de premios prestigiosos como el Whitebread Children’s Book Award. Peter Pan in Scarlet es el resultado de aquella selección. La historia de McCaughrean transcurre en 1926, varios años después de la acción original: los “Lost Boys” son aquí “Old Boys”, y Wendy Darling se ha convertido en esposa y madre. Pero una serie de extraños sueños que le llegan desde Neverland la obligan a emprender el regreso, para lo cual no le queda otro remedio que volver a ser niña, cosa que hace con la ayuda de un hada llamada Fireflyer. (De Tinkerbell, o Campanita, ni noticias.)

El libro de McCaughrean no es el primero en retomar a Pan y sus amigos. Las leyes del copyright internacional establecen que los personajes de Barrie sólo deben ser usados con autorización del Ormond Street Hospital en Gran Bretaña. En los Estados Unidos, por el contrario, son figuras de dominio público, lo cual dio pie a Dave Barry y Ridley Pearson para que escribiesen dos libros con Peter Pan de protagonista que se han convertido en best sellers. El segundo de ellos, Peter and the Shadow Thieves, ya vendió 350.000 ejemplares desde su debut en julio. Estas novelas son lo que en cine se denomina prequels, aventuras que transcurren con anterioridad a la historia escrita por J. M. Barrie. Según dicen tienen un tono más contemporáneo, lleno de humor elemental y escenas de persecuciones. El libro de McCaughrean, por el contrario, sería una suerte de prolongación del estilo del original, con un Peter que también sería más fiel a Barrie en su egoísmo: al releer el clásico, McCaughrean se sorprendió por su oscuridad. “Es despiadado, y no muy correcto políticamente,” dijo la escritora al New York Times. McCaughrean efectuó sus propias correcciones al concebir a una Wendy más feminista, y dotó a la historia de un tinte ecologista al pintar una Neverland arrasada por la polución.

Lo peculiar del caso es que este libro es la última oportunidad que tiene el Great Ormond Street Hospital para hacer algo de dinero gracias a Peter Pan, dado que los derechos cedidos por Barrie caducan en el año 2007. Esto significa que desde el año que viene, cualquiera de nosotros puede escribir su propia aventura protagonizada por Peter, Wendy y los Lost Boys. Lo cual no se aleja demasiado de lo que ya ocurre en la práctica. Las historias que amamos de verdad son reescritas una y mil veces en nuestros corazones, y encuentran ecos en los hechos más trágicos y más maravillosos de nuestras vidas.

A veces pienso que son ellas las que nos escriben a nosotros.

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29 de agosto de 2006
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El ruido y la furia

Entre las muchas virtudes turísticas que adornan a Barcelona quizás la más valiosa sea la de haber sido elegida “Ciudad más ruidosa de Europa” en sucesivas ocasiones. Supera a Nápoles. El ruido de la capital catalana es un signo de identidad muy valorado por los sucesivos gobiernos, incluido el último, el más ruidoso de todos.

El ruido de Barcelona tiene imagen de marca. Tiene diferencia. Es un ruido grasiento, mohoso, estercolario, apesta a alcohol de garrafa, a calzoncillos sudados, a chotuno, a duchas de barracón. Tiene una calidad pegajosa, mucosa, con abundantes lagrimones y pitido deportivo. Es un ruido que te golpea con un tubo de escape rajado, te pincha con una lata oxidada, te abrasa con lejía carcelaria.

El ruido es un ente de difícil definición. Se opone al silencio, pero también a la música, la cual sería sonido inteligente frente al ruido como sonido absolutamente idiota. Sin embargo, mucha música podría ser considerada ruidosa. Por ejemplo, Varése para un devoto de Julio Iglesias (aunque no siempre), o Julio Iglesias para un devoto de Lachenman (aunque no todos). De modo que dejemos la música fuera de este asunto. El ruido se opone, pues, estrictamente, al silencio.

Ahora bien, el silencio no es el sonido del desierto y de la muerte. No hay actividad humana y común que sea silenciosa, excepto en los conventos (algunos) y bibliotecas (casi ninguna). Hay en cambio un silencio ameno que es el de las conversaciones sin gritos, el estudio con el runrún de otros lectores, el de un paseo por lugares con poca o nula circulación, y así sucesivamente. Este silencio ameno es el más feroz enemigo de los ayuntamientos los cuales ponen ruido incluso en las cimas de los montes.

Un malvado podría decir que los ayuntamientos tienen intereses económicos muy importantes en la producción de ruido. Las discotecas, terrazas, bares, restaurantes al aire libre, chiringuitos, fiestas de barrio, jaranas populares, motos cutres, quads, motitos de agua, motonas de bosque, motazas de pueblo, celebraciones públicas, toda actividad ruidosa, en fin, genera dinero municipal. Así que de un modo natural, los ayuntamientos se ponen del lado del productor de ruido.

Durante las últimas fiestas del barrio de Gracia de Barcelona, los grupos de hombres y mujeres que aporreaban tambores, contenedores de basura, cubos, botellones o bombonas de butano, pudieron armar gresca hasta el amanecer. La policía local (mossos d’esquadra) les protegía maternalmente de cualquier protesta vecinal por orden expresa de los políticos socialistas. La policía tenía orden rigurosa de no interrumpir el estruendo. La prensa afín al gobierno aplaudió este comportamiento diciendo que ha sido la celebración más pacífica en muchos años. Para algunos.

Es cierto que los vecinos del barrio de Gracia son gente de clase media baja y baja, gente humilde, trabajadores. Impedir que un trabajador descanse es tarea prioritaria para un ayuntamiento socialista: el trabajador no genera dinero municipal. Más bien lo gasta. Que lo proteja su padre.

Consecuencia de todo lo anterior es que los desalmados y asociales que luchan contra el ruido no tienen más remedio que acudir a la justicia. Es como si los ayuntamientos apoyaran a los ladrones y castigaran a sus víctimas. Éstas no tendrían otro recurso que pedir auxilio a los jueces. La justicia: el recurso de los desesperados en éste país. Casi un suicidio.

Pues tampoco era suficiente. Los ayuntamientos catalanes (cuyo caso es el que conozco, aunque supongo que en el resto de España no será distinto), desobedecían, no ejecutaban las sentencias, miraban al cielo y silbaban, juraban no tener medios (sólo fines), seguían protegiendo el ruido y cobrando de los productores de ruido.

Ahora, por fin, los tribunales han comenzado a  condenar a los ayuntamientos catalanes por no cumplir las sentencias. Ya han sido empapelados más de veinte ayuntamientos, según informa La Vanguardia del 26 de agosto. Veinte. Arsa Manela! En las sentencias se les acusa de ineficacia y prevaricación. Entre el ruido y las inmobiliarias, los ayuntamientos están reuniendo lo mejor de cada familia.

Pero la información más importante es que ahora ya puede acudirse a la vía penal, mucho más rápida que la administrativa, para protegerse de los ayuntamientos. Así, por ejemplo, el responsable del restaurante “El Porter” de Barcelona ha sido condenado a cuatro años de cárcel. Ya pueden imaginar la tortura que este hombre ha infligido a sus vecinos para que le caiga semejante palo.

Gracias a la nueva vía penal se están descubriendo complicidades entre políticos municipales corruptos y empresas productoras de ruido. Pronto aparecerá una sentencia que atañe al barrio de Ciutat Vella de Barcelona, en donde dos concejales parecen estar detrás de negocios de producción masiva de ruido que hasta ahora han salvado todas las inspecciones.

Hace unos años, oí al marido de una concejala alabar los chiringuitos, las discotecas, los bares ilegales de la zona vieja de Barcelona, con la célebre razón de que “los jóvenes han de divertirse” y otras majaderías. Al salir de la reunión, uno de los invitados me susurró al oído, aterrado, que este personaje era dueño de chiringuitos, bares y discotecas. Un mafioso de cuidado con esposa intocable.

La lucha contra esta prevaricación municipal la lleva a cabo desde hace años la Associació Catalana contra la Contaminació Acústica (ACCA). Les han acusado, como siempre que alguien denuncia una corrupción en Cataluña, de ser del PP, de odiar a los jóvenes, de ultracatólicos, de españoles, en fin, de lo habitual en nuestro peronismo blando. En realidad se trata de gente que considera inadmisible que los munícipes se enriquezcan torturando a los vecinos que les pagan el sueldo.

Pueden hacerse socios, vivan o no vivan en Cataluña.

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29 de agosto de 2006
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NOMBRES DEL TIEMPO

Accidentalmente, he conocido otros  pormenores sobre la nominación del tiempo que quiero propagar.

Los griegos distinguían entre una idea del tiempo vista desde fuera a la que llamaron Cronos y otra del tiempo vivido que denominaron Kairos.

La mayor parte de los calendarios antiguos se basaron en la luna antes que en el sol. La palabra "calenda" hacía referencia al primer día lunar.

Algunos de los calendarios vigentes hoy, además del gregoriano, son el islámico, el judío y el indio. Nuestro calendario gregoriano toma el nombre de Gregorio Magno. El calendario islámico es de doce meses lunares, por lo que el año normal tiene 354 días. Su punto cero es el 16 de julio del año cristiano 622 después de Cristo, cuando tuvo lugar la Hégira o emigración de Mahoma a Medina. El año chino cuenta también con 354 días.

El calendario judío es lunisolar y el año nuevo comienza entre el 25 de agosto y el 5 de octubre. Su duración se corresponde con el año cristiano.

El calendario indio se forma con meses lunares puros, de luna nueva a luna nueva, pero tienen 6 estaciones de 2 meses cada una. En  todo el mundo se ha impuesto el año solar como unidad de medida para periodos medios-largos. Por razones políticas y comerciales ha predominado asimismo el sistema cristiano de contar el tiempo, cuyo punto cero de la era actual se hace coincidir con el nacimiento de Cristo.

La Revolución Francesa que impuso el sistema decimal a casi todo, no cambió el número de 12 meses al año. Llamó, sin embargo, Brumario al trimestre que en París se sufría bruma, y Termidor al trimestre parisino de mayor calor. Sólo rigió durante 14 años. 

Sabía, como todo el mundo, que marzo hacía honor al dios Marte pero no que ese mes dedicado al dios de la guerra coincidía con el momento en que gracias al buen tiempo podía volverse a batallar. Enero proviene del "januarius" dedicado a Jano, dios de los principios y los umbrales.

Julio y agosto, como es conocido, evocan a los emperadores Julio César y Augusto, pero febrero recuerda a Februs, dios de la purificación. El término "abril" procede del nombre etrusco de Venus, junio hace mención a Juno, esposa de Júpiter, y mayo fue el mes dedicado a Maya, diosa de la fecundidad.

El lunes -como monday o lundi- recuerdan a la luna, el jueves a Júpiter y el viernes a Venus.
El sábado -que franceses e ingleses dedican a Saturno- portugueses y españoles lo emplean como derivación del hebreo sabbat, legado del acadio sabbatum.

El domingo, que originariamente fue dies solis o día del sol, ha terminado siendo el dominicus dies o día del señor.

A menor escala, "hora" deriva de horai, las diosas griegas que guardaban las puertas del Olimpo donde se reagrupaban las estrellas y las constelaciones. Ellas se encargaban de hilar el tiempo y las semanas.

He coleccionado algunas curiosidades más pero, cumplida esta generosa tarea divulgadora, el partido Madrid-Villarreal empieza en menos de diez minutos. Minuto, del latín minutus, de escasa proporción.

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28 de agosto de 2006
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ERNESTO, EL PRIMERO

Viaje aéreo entre Houston y Monterrey, el Monterrey de México. El avión se desplaza sin movimientos y por la ventana, a la derecha, en este atardecer de un sábado de calor húmedo, veo la explosión, cada treinta segundos, de rayos que iluminan por dentro un castillo de nubes negras edificadas sobre la Sierra Madre.

Mirar un rayo de cinco o seis kilómetros que parte el cielo en dos no es algo muy común para mí. De manera extraña, el dorado intenso de la luz se parece al cielo sobre los barcos en los cuadros de Claude Gellée (el pintor apodado «Le lorrain» en Francia o Claudio Lorenese en Italia). No sé si el resultado genera temor (por la potencia invertida en la breve invasión de la luz) o más bien admiración (por la amplitud de un espectáculo que abarca una sierra entera) pero no hay manera de leer o de dormir ; estoy prisionero del fuego celeste.

Antes del despegue, leí el Houston Chronicle. El diario debatía sobre una depresión llamada “Ernesto”, ubicada todavía en el fondo del mar Caribe. A la hora de cierre del periódico no se sabía si se había transformado en un huracán; es decir, algo de una potencia muy por encima del fenomenal espectáculo que brindaba la tempestad sobre la Sierra Madre. Llegando a Monterrey, ya tenía la respuesta: Ernesto alcanzó la categoría de huracán, según decían todos los sitios de información. Es el primer huracán atlántico en lo que va de la temporada 2006.

El domingo por la tarde, Ernesto ya no es huracán. Ha bajado su rango: mera tormenta tropical, pero se pronostica que va a recuperar su calificación de huracán el lunes por la mañana (hora local). Para mí, es imposible seguir estos pronósticos sobre la importancia de un peligro sin recordar a Humphrey Bogart frente a Edward Robinson en la pelicula Key Largo. El segundo, que tiene el papel de un bandido, Johnny Rocco, lleva una pistola. El primero, que es el eterno Boggy, asume esta vez el nombre de Frank McCloud (McNube, si lo traducimos) y no tiene más que su valor frente al peligro. Hay un momento en que McCloud dice «You don't like it, do you Rocco, the storm? Show it your gun, why don't you? If it doesn't stop, shoot it». (Podría ser que no te gusta la tormenta Rocco? Muéstrale tu pistola, ¿por qué no lo haces? Y si no la detienes pégale un tiro).

Pero la verdad no se parece a la película. En el fondo, no me tranquiliza el espectáculo desde el avión y a nadie le gusta la idea de una tormenta que no sabe si es huracán. Es fascinante ver que el sitio de un diario como el Nuevo Herald, en Miami, tenga una sección de huracanes como otros sitios tienen hípica o política. Claro que esta sección se alimenta con los datos del Centro Nacional de Huracanes. Los cuadritos de la «home page» del centro se parecen a las ventanas de mi avión. En cada una, fascinación y algo de temor. Por lo que me corresponde me siento mucho más Rocco que McCloud, a pesar de no tener una pistola.

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28 de agosto de 2006
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Un país rico en madres

Yo soy de los que creen que los ciclos que no se cerraron tienden a repetirse. Ayer leía un artículo sobre Cristina Rosa Herrera, madre de dos jóvenes que murieron a causa del temible “paco” (la pasta de cocaína invierte la convención de las películas de terror, porque convierte a los chicos en zombies primero y en cadáveres después) y no podía dejar de pensar en otras madres, las de Plaza de Mayo. Hace treinta años, una dictadura militar arrancó a miles de mujeres de sus casas, lanzándolas a calles, juzgados, comisarías y cuarteles en busca de sus hijos. Tres décadas después esa búsqueda encuentra eco en esta de hoy: miles de mujeres humildes se ven obligadas a dejar sus viviendas noche tras noche, para rastrear a los hijos a los que el paco ha sumido en algún infecto agujero.

El eco se torna perverso cuando uno piensa que los jóvenes de entonces eran obreros, profesionales, gremialistas e intelectuales, sin dudas lo mejor de aquella generación, y que las víctimas de hoy suelen ser chicos de la villa, que no han completado su educación y que no consiguen trabajo o bien no se resignan a esclavizarse por un jornal que no alcanza ni para dos platos de arroz. Es un eco perverso por su deliberación: en los 70 se eliminó a los que trabajaban para convertir a este país en un sitio más justo, y hoy se elimina a los que el sistema considera sobrantes, aquellos que no sirven para producir ni para consumir. Se trata de dos momentos complementarios de las misma estrategia político-económica: aquel para conservar el statu quo, éste para ser consecuente con su darwinismo social.

Pero que nadie dude, más allá de las diferencias superficiales aquellas madres y estas madres son la misma cosa, mujeres que sin más armas que su amor y su voluntad luchan contra el molino de viento de la violencia estatal (en los 70) o bien económica y social (hoy). Aquellas madres se enfrentaban a una cruel máquina de destrucción, cuyos responsables todavía no terminaron de rendir cuentas a la justicia. (He aquí el ciclo que no se ha cerrado como debía.) Estas de hoy ni siquiera tienen el consuelo de identificar a los verdugos de sus hijos. En este sentido la perversión del sistema se perfeccionó: ya no hacen falta verdugos que secuestren, torturen y fusilen, basta con condenar a las víctimas a vivir en condiciones inhumanas, tornar imposible que se eduquen, despojarlos de toda esperanza de mejora y entonces, cuando estén caídos, ofrecerles unos minutos de felicidad intensa en la forma de una pipa de paco, al irrisorio precio de un peso cincuenta: ¡treinta centavos de euro!

El artículo de Cristian Alarcón en Página 12 (soberbio, como todas sus crónicas sobre los condenados de esta tierra) no necesita adjetivar porque cuenta con la elocuencia de los hechos. El primer hijo que Cristina perdió, a quien llamaban Ro, se suicidó en medio de un ataque de abstinencia. El otro, Matías, murió de un balazo en la sien al negarse a compartir su pipa. (He ahí el precio de una vida en mi país, cotizado con precisión: alguien puede morir por negarse a entregar algo que compró por un peso con cincuenta.) Si bien es cierto que muchas cosas se están haciendo bien en la Argentina de hoy –la insistencia en llevar a juicio a los genocidas de los 70, algunas políticas económicas y sociales-, a nadie escapa que la tortilla que hay que dar vuelta es grande y pesada. Hasta los más optimistas sabemos que el camino hacia una Argentina más justa, retomado después de un hiato de treinta años, no se recorrerá en un soplo. 

Mientras tanto las madres siguen con su búsqueda. Aquellas madres, respetadas y veneradas pero todavía hambrientas de justicia. Estas madres, casi tan solas y desamparadas como aquellas lo estaban cuando comenzaron a andar en torno de la Plaza. Yo las encuentro bellas a todas, hay algo de justicia poética en esto de haber perdido a mi madre pero vivir en una tierra que es riquísima en ellas, en la que nunca faltan.

Ayer por la tarde, mientras la historia de Cristina me asolaba el alma, vi una película en la que un personaje disuadía a otro de su suicidio diciendo que no vale la pena perderse un mundo donde existe tanta belleza. Yo estoy de acuerdo, es por eso que sigo aquí, es por eso que trabajo a diario. Sólo que a veces desearía que la belleza de este mundo no fuese tan desgarradora.

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28 de agosto de 2006
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Palabra de viajero

La invitación a tomar en serio a Humboldt que propuse los días 11 y 14 de agosto, ha tenido respuesta, bendito sea Dios. Uno de mis alumnos de Arquitectura, el joven Ion, aprovechó las vacaciones para convertirse en esquilador de ovejas y recorrer buena parte de Navarra como asistente de un honrado profesional. Ha tenido la amabilidad de compartir conmigo su aprendizaje. No, no me ha trasquilado, aunque buena falta me hace, sino que me ha transcrito su cuaderno de campo.

Ya sólo quedan tres grupos de quince esquiladores cada uno para el conjunto de la comunidad foral. Antes fueron centenares y todos gitanos. El caso es que Ion ha podido trabajar con uno de los pocos independientes que quedan, un esquilador de los que van de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios, hombre rápido con las tijeras y de una acreditada eficacia, el Clint Eastwood de la cabaña ovina.

Pongo ipso facto a disposición de los amigos algunas de sus enseñanzas más notables, empezando por las palabras, que nos enriquecen de modo inmediato.

Así, por ejemplo, no haya confusión, la verija es la zona que rodea el rabo del bicho y es por donde se le sujeta para dar las últimas pasadas. No es tan sólo “las partes pudendas”, como dice el DRAE, sino algo de mayor consistencia y de uso técnico imprescindible. Lo cual hace que una expresión como: “¡Te voy a coger por la verija!” carezca de cualquier connotación de obscenidad. Se puede decir con toda tranquilidad cada vez que se desee controlar alguna cosa. “A ver si lo coges por la verija de una vez” puede decirle el maestro al alumno que no acaba de entender lo de los logaritmos.

El mardano modorro es un macho que de repente se pone a dar vueltas sobre sí mismo, “con la cabeza girada a lo exorcista”, dice Ion, hasta que cae al suelo y comienza a patear. Lo más frecuente son las ovejas modorras, pero un mardano modorro es algo excepcional, supremo. Estos ataques de locura no tienen arreglo, de modo que el animal ha de ser sacrificado. Muchos pastores ocultan que han tenido algún modorro o modorra entre los suyos porque los funcionarios de sanidad se pueden incautar del rebaño entero si son un poco bordes.

Obsérvese que cada uno de estos términos permite una aplicación metafórica inmediata. Nada más frecuente en las Cortes españolas que el típico diputado con ataque de histeria y espumarajo bucal (oveja modorra), pero se da a veces el ejemplar excepcional que arma un cristo de aquí te espero y al que los periodistas bien podrían calificar de “mardano modorro”, evitando de ese modo los topicazos usuales de “escandaloso”, “chillón” o “filibustero”. Lo propongo sin mucha fe en los periodistas, pero que por mí no quede.

A veces la palabra por sí sola ya es un poema, así el moreno es un puñado de ceniza que se emplasta en la herida, si la oveja ha salido cortada del esquilo. Con ello se consigue que la llaga seque rápidamente y que no se llene de gusanos. El DRAE sólo da como definición: “el morenillo del esquilador”. ¡Qué daño ha hecho García Lorca!

Si alguien recorta en exceso a una oveja la ha sollado, así que puede decirse de muchos chavales que “van sollados como ovejas”, o que van simplemente “sollados”, en lugar de usar el extranjerizante skin head o el inconveniente “cabeza rapada” que parece señalar a un huérfano de la guerra civil. “Un grupo de sollados le partió la cara a un pacífico viandante”, a mí me suena bien.

La chapa con el número de registro que cada oveja lleva clavada en la oreja es el crotal. De nuevo una ocasión para enriquecer el vocabulario de los guionistas de TV cuando sale un tío con piercing: “¡Vaya crotal que te han clavao, macho!”, es una solución elegante. Por cierto que al macho de cabra capado se le llama ilasco, pero Ion no ha podido averiguar si va con o sin hache. Lo dejo aquí abierto.

Sólo se traba a la oveja con cuerdas de lana cuando se esquila a tijera, cosa ya poco frecuente, pero inevitable cuando se encalla la máquina o si se produce un corte de fluido. Con las actuales tijeras eléctricas, en dos horas te has trasquilado cuarenta ovejas. Claro que estamos hablando de buenas ovejas, o sea, parideras, de lana fuerte y esponjosa. Las malas, las recién paridas, tienen una lana sucia y deshilachada que se engancha en el peine y da muchísimo trabajo. Empleo: en las carreras de Fórmula Uno con lluvia y demás obstáculos el locutor puede decir algo así como: “Fernando Alonso tiene grandes dificultades con sus Michelin en el circuito húngaro, quizás debería probar unos mixtos, tal y como va ahora es como si trasquilara ovejas recién paridas”. ¡Qué nivel!

Hay mucho más en el cuaderno de Ion, pero por hoy es suficiente. Sólo deseaba celebrar que aún quede gente capaz de viajar en serio y de descubrir aspectos olvidados o desconocidos de la experiencia común sin necesidad de irse a Tailandia. Y, por supuesto, capaces también de regresar para contarlo.

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28 de agosto de 2006
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¿Qué será, será?

Un amigo de Barcelona coincidió en Cuba con la misteriosa desaparición de los hermanos Castro y la subsiguiente reaparición del comandante en plan Santo Padre recuperado. Mi amigo estaba impresionado. Hablábamos al pie de su piscina, un riñón azul turquesa con escalerilla de acero, incrustada como un alhaja en el césped espeso, cortado a la navaja. Al fondo, las Medas en su fase caliginosa. De vez en cuando la novia de mi amigo nos llenaba los vasos. En la mesita del bar iba descendiendo el nivel del Campari. Los invitados saqueaban los cestillos de almendras y patatas fritas. A esa hora suele hacer mucha hambre.

Los cubanos, según creyó ver mi amigo, estaban contentos, amaban al comandante, apenas trabajaban, vivían razonablemente bien, sin nuestro estrés, sin nuestras preocupaciones, los niños jugaban por las calles vacías de coches, la isla era totalmente segura, podías caminar a las tantas de la noche sin el menor peligro, playas espléndidas, clima agradable, y los isleños eran muy amables. ¿Qué más se puede pedir?

Mi amigo es de los que viajó a Chiapas para darle un abrazo al otro comandante, defiende la lucha contra la globalización y vota a los independentistas de Esquerra Republicana; sin embargo, está montando una empresa en Bratislava donde la mano de obra es más barata que la catalana y la corrupción se mantiene en un nivel aceptable.

De nada sirvió que tratara de razonar con él. Sé por experiencia que a muchos ciudadanos de este lugar les fascina Castro. Especialmente a los de clases acomodadas. No sabría decir por qué motivo. Mi amigo, por ejemplo, aseguraba que los inconvenientes de la tiranía estaban perfectamente compensados por las ventajas socialistas.

“¿Como cuál?”

“La enseñanza, por ejemplo”.

“¿Y de qué te sirve la enseñanza si no puedes utilizarla? Además, ni siquiera te dejan estudiar lo que quieres, sólo lo que ellos mandan. Y la lectura está censurada. Como con Franco. ¿Qué puedes estudiar si no hay libros?”.

El Campari había ya bajado más de la cuenta, porque comenzó esa carrera de disparates que parece inevitable cada vez que se habla de Cuba. Intervino una estrella mediática local. Campanudo.

“Tampoco en España hay libertad para todo. No hay libertad absoluta en ningún lugar del mundo. Yo, por ejemplo, tengo prohibido hablar del Rey y de Montilla en mi programa de televisión”.

“Ya, pero si hablas del Rey o de Montilla, incluso bien, no te meten en la cárcel ni te fusilan”.

“O sí: a Xirinachs le han caído dos años”.

El pobre Xirinachs es un cura défroqué medio lelo y ultranacionalista que declaró ante la prensa cuánto amaba a ETA y cómo admiraba a los gloriosos gudaris. Le han caído dos años, pero no los cumplirá, evidentemente. Se lo digo.

“Ya veo. Eres un visceral. Tienes una medida para los cubanos y otra para los catalanes. Para mí son lo mismo Castro que Blair o Bush. No veo la diferencia”.

Sé por experiencia que ahí termina la disputa, cuando aparece la aserción brutal y estúpida comprendes que lo siguiente es la agresión física. De inmediato se pasa al arroz con bogavante y los presentes tratan de olvidar la conversación como borrachos tras romperle la crisma a un paseante.

No es fácil. A mí me sigue pareciendo un enigma que una clase social razonable y entregada con esmero a sus fines egoístas (eso es lo que hace del capitalismo una forma de convivencia superior a cualquier colectivismo obligatorio), tenga en este rincón del mundo una ideología tan extravagante. ¿De quién temen el juicio? ¿Qué clase de castigo les caería si se aceptaran de una vez? ¿Les avergonzaría mirarse al espejo si admitieran lo extraordinariamente conservadores que son?

Siempre que se habla de esta rareza, tan típica de algunos ricos ciudadanos, ya sean parisinos (la gauche caviar), neoyorkinos (the radical chic), o catalanes y madrileños (progres), suele aparecer la misma palabra: “narcisismo”. Será eso, pero ¿qué esconde este término? ¿Qué rara batalla interna tienen los bien situados que se avergüenzan de su riqueza y de su poder, sin por ello renunciar ni a lo uno ni a lo otro? Muy al contrario, suelen ser los patronos más duros. Y no sólo los patronos. Uno de los arquitectos mejor parasitados en el poder fáctico de mi ciudad, conspicuo colaborador de una política inmobiliaria escasamente socialista, brinda por Castro y por ETA cada vez que se le presenta la ocasión.

Si alguien necesita mentirse tan desesperadamente, es seguro que tarde o temprano sufrirá un cortocircuito, el espejo se romperá y le dejará a oscuras con su verdadero rostro. Si la oscuridad dura más de la cuenta, para cuando despierte la piscina estará vacía, no quedarán patatas fritas, la novia se habrá largado con un cubano, y las visitas serán los jueves.

De todos modos, la oscuridad, la duda, la inseguridad, el ataque de sinceridad, no suele durar demasiado en esos ambientes. En cuanto la imagen aparece algo borrosa, se compran un espejo nuevo, o, mejor aún, mandan a un propio a comprarlo.

Me fascinan, pero me parecen totalmente opacos. Me lo digo y me lo repito: si tuviera el talento de Scott Fitzgerald me pondría a escribir una novela sobre ellos para averiguar cómo son.

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25 de agosto de 2006
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