Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Un artista de la brocha

Con los pisos que uno habita sucede como con el cerebro en el que uno vive, que se gastan y todo el mundo se da cuenta, pero el último en percatarse es el inquilino. Pude comprobarlo el otro día, al ordenar un montón de papeles entre los que venían unos apuntes de seminario.

El 20 de marzo de 1996 había anotado yo, de la boca de Javier Echeverría, que “el nuevo método, la apagoge, reduce problemas complejos a problemas simples, por ejemplo el problema de la duplicación del cubo resuelto mediante las medias proporcionales (figuras mecánicas)”. Juro ante Dios que no tengo ni la menor idea de lo que este párrafo significa, aunque estoy persuadido de que es de primero de bachillerato.

Exagero un poco. Si me pongo, lo descifro, pero lo que me llama la atención es cómo se me ha oscurecido el cerebro en unos diez años. Sin duda, es ello evidente para cualquiera con quien tenga yo trato, pero no lo es para mí. Me miro el cerebro (le envío mensajes positivos) y me parece a mí el mismo de siempre. No lo es, desdichadamente. Desconchados, nidos de roña, telarañas, raspaduras, golpes, en fin, la señales del uso han de darse tanto en el automóvil como en el seso.

Y así pasaba también con la casa donde vivo, que yo la veía como siempre, pero las visitas ponían caras cada vez más horrorizadas. Hasta que un día, al término de unas breves obras, la situación se hizo imposible porque me pareció advertir unas risas mal disimuladas entre gente de alto standing, y eso sí que no. Decidí pintar.

Como si Hermes me hubiera escuchado, pegadas a la anunciadora de la esquina (un mamotreto en el que mi ayuntamiento exhibe carteles diseñados por un lobotomizado con enchufe) venían las sólitas tiritas con un teléfono y el mensaje: “Pintor con antecedentes, para trabajos suntuosos”. Arranqué uno de los apéndices y llamé sin dilación. Quedamos para el presupuesto.

El pintor, hombre de unos treinta y pico de años, debía de creer que a la hora de encargar trabajos artísticos el aspecto es relevante, así que vino vestido de pintor, a saber, con un mono blanco inmaculado, gorra blanca de visera, blancas zapatillas de tenis y una bellísima placa cosida en el pecho con la leyenda: “Per aspera ad astram”.

Aunque, dado su aspecto postinero, ya había decidido contratarle, comenzó la inspección pre-presupuestaria con paso majestuoso. En todas y cada una de las habitaciones su comentario tomaba ricas entonaciones líricas.

-En este hermoso espacio habría que poner dos colores, digo yo. Crema de castaña y humo, por ejemplo, como un antiguo De Soto, ¿me entiende el caballero?

Aunque una y otra vez le decía yo que no, que ni soñarlo, que blanco y se acabó, y eso se repitió sin descanso, él no cejaba.

-¡Ah, un monumento a la moderna higiene! (esto era en el baño, que mide cinco metros cuadrados) Aquí va a permitirme que le demos dos manos, una de azul ultramarino para la estancia misma, y en el techo, azul Inmaculada.

Como yo había agotado ya toda capacidad de negación y creyéndome el artista más empecinado de lo que en realidad soy, se dirigió a Eva teniéndola, pobre ingenuo, por más dúctil y asequible al halago.

-¡Luz, luminosidad, sinónimo de sabiduría, como bien ilustra el epitafio de Goethe, “luz, más luz”, según dijo cuando corrían una cortina! Vamos a usar aquí (era el aseo) un amarillo budista zen cortado de azafrán...

-Blanco.

-¿Blanco, señora?

-Blanco.

Salió de la casa muy disgustado y maltrecho. Al día siguiente me dejó el presupuesto en el buzón y era de varios millones de pesetas. Cuando le llamé para decirle que como mucho doscientas mil me contestó, casi sin pausa, “de acuerdo, había que intentarlo”, y quedamos al otro día para hacer un plan de trabajo y coger las llaves.

Cuando llegó, traía dos ejemplares del “Hola!”.

-Observe, admirado cliente: la gente de mayor alcurnia usa el color, hoy día se usa el color, es algo moderno y democrático, las estrellas de la televisión y del fútbol así como cirujanos mundialmente conocidos, pilotos de Iberia y otros intelectuales solidarios, ponen siempre dos colores en sus salones.

-Blanco, Luís, blanco.

Su rostro indicaba el profundo dolor que le causaba no poder llevar a cabo un trabajo rigurosamente artístico, algo que pudiera competir con las bellezas habitacionales de Joselín de Ubrique. Pensé en el dolor intenso de los arquitectos en su lucha con los clientes, la angustia de los innovadores contra la burguesía, Soutine destruido por la incomprensión y el alcohol, y como siempre, cedí.

-Bueno, pongamos dos colores en el aseo.

No me besó la mano porque la retiré como un resorte. Con un entusiasmo infantil se despidió alzando un brazo, como si saludara a la multitud.

-¡Sabía yo que usted era un hombre adelantado a su tiempo! ¡Tanto libro ha de haber servido para algo!

Leer más
profile avatar
15 de noviembre de 2006
Blogs de autor

LO MEJOR DEL POP

Me gustan las listas. Me gustan esas arbitrarias selecciones de las cien mejores películas, las novelas imprescindibles del siglo, los quinientos mejores poemas o las diez mejores rubias de la historia del cine. Acaba de aparecer una lista en la mítica revista Rolling Stone, en la edición española, sobre las doscientas mejores canciones del pop-rock español. Han votado más de ciento cincuenta músicos españoles. Desde algunos de los clásicos del pop hasta los más nuevos entre los grupos más jóvenes e indies de la música española. Me han sorprendido algunas canciones -incluso la ganadora- y me han molestado lo mal colocadas que están algunas de las que más me han gustado en mi vida de roquero y popero a la española.

La primera, otra vez, la inevitable canción emblema de Serrat, Mediterráneo. Considerada por casi todos la mejor canción de la música popular española y a mí siempre me pareció un tanto previsible, bonita, sí, pero acercándose a lo empalagoso y un tanto cursi. De Joan Manuel me gustan otras mucho más, desde Canco de matinada, Paraules d’amor, Conillet de vellut o las de Machado, Miguel Hernández o De vez en cuando la vida.

Después, Chica de ayer de Antonio Vega, Black is black de Los Bravos, Camarón, Los Canarios, Burning -¿Qué hace una chica como tú…?-, Radio Futura, Parálisis Permanente (?) y Paco de Lucía completan los diez primeros.

Los más representados entre los doscientos elegidos son Radio Futura, Kiko Veneno y Alaska. Seguidos por Serrat, Rosendo, Sabina, Manolo García, Antonio Vega, Andrés Calamaro, Los Brincos y Jaime Urrutia. Y la década más representada es la de los ochenta, a bastante distancia de los setenta.

Está claro que yo estaba en otro lado, en otra música sin haber dejado de estar en esta. Sí, yo también pasé de los Brincos a los Bravos, de Los Canarios a Burning o de Kiko Veneno a Sabina, pero no hubiera votado ni en ese orden ni esas canciones.

Una lista de las mejores doscientas canciones y no tiene ni una del primer roquero español, Silvio. El maravilloso y maldito Silvio que se atrevió a cantar en rock a San Juan de la Cruz, el bebedor de anís y fumador de todo, que fue capaz de hacer otra canción roquera nombrando todas las vírgenes de Sevilla.

Una lista sin presencia de Javier Krahe, padre y madre de todas las criaturas interesantes que por aquí han sido desde los años setenta. Una lista sin apenas representación de Albert Plá o de Sisa- apenas una canción en un rincón oscuro de la lista- y sin Kiko Pí de la Serra, sin Raimon, sin Mikel Laboa. Una lista con un solo tema de Lluis Llach. Una lista sin Paco Ibáñez. Y, para ir terminando con alguna de las ausencias que más me molestan, una lista sin Chicho Sánchez Ferlosio no es mi lista. Es más bien tonta. Aunque no llegue a ser estúpida porque al menos, en lugar muy atrasado, en el 173, tiene una de las últimas canciones que mejor definen nuestro pop, ese himno de Astrud llamado Todo nos parece una mierda.

Me voy a tomar en serio el asunto y haré mi lista. Por lo menos los veinte primeros. Pero otro día.

Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Sting, Karamazov, Dowland: belleza pura

Hacía miles de años que no me compraba un disco de Sting, pero este me resultó irresistible. Songs from the Labyrinth señala el encuentro entre la voz del ex líder de The Police, el laudista Edin Karamazov (apellido karmático, si los hay) y las canciones del isabelino John Dowland, contemporáneo de Shakespeare –y como él, temeroso de que su fe cristiana le valiese el destino de María Estuardo, en tiempos del protestantismo triunfante. Es música que nos transporta a otros tiempos pero no música vieja, porque de sus versos galantes y de su melancolía no se desprende olor a naftalina, sino a eternidad.

En el librito que acompaña la bella edición Sting narra su paulatino acercamiento a la música de Dowland. En 1982, el actor John Bird oyó cantar a Sting en solitario e hizo la mágica conexión: algo en la voz brillante e intemporal del cantante le recordó las obras del músico isabelino, a quien Sting define como “uno de los primeros cantautores” de la Historia. La asociación hecha por Bird intrigó al músico, que se compró una colección de las canciones de Dowland interpretadas por Peter Pears y Julian Bream. Diez años después, cuando la pianista Katia Labeque le sugirió que las canciones de Dowland eran ideales para su voz carente de entrenamiento clásico, Sting ya sabía de qué le estaban hablando. “Y sólo por diversión aprendí tres de las canciones bajo su tutela: Come, heavy sleep, Fine knacks for ladies y Can she excuse my wrongs?, con la bella y exótica Katia acompañándome en el pianoforte en un par de informales veladas musicales”, cuenta Sting. ¿Pueden imaginar la magia de esas veladas, con estos dos monstruos abriendo en el presente una puerta al siglo XVI?

Pasaron más años, hasta que el guitarrista habitual de la banda de Sting, Dominic Miller (dicho sea de paso, nacido en la Argentina: de niño lo llamaban Domingo Miller) le regaló a su jefe un laúd que tenía en su caja el grabado de una rosa en medio de un laberinto. Sting dice que el laberinto es una figura que lo obsesiona, al punto de que se hizo grabar uno sobre el suelo de los jardines de su casa: “Camino a diario por allí, diciéndole a la gente que calma mi mente”. También fue Dominic Miller quien le presentó al laudista Karamazov, nacido en Sarajevo. Al rato de conversar, Karamazov le preguntó a Sting si conocía la canción de Dowland In darkness let me dwell (“Déjenme permanecer en las tinieblas”, un título digno del recientemente fallecido William Styron), diciéndole: “Es la mejor canción que se haya escrito nunca en el idioma inglés”.

Ya habían trabado relación humana y musical cuando Karamazov le confesó a Sting que sus senderos se habían cruzado mucho tiempo atrás. Una vez Sting y su mujer Trudie Styler asistieron a una performance del Circus Roncalli en Hamburgo. Allí vio a un grupo musical que interpretaba el Rondo alla turca de Mozart entre un acto de trapecio y un contorsionista de Mongolia. Sting se sintió tan impresionado, que les mandó preguntar si no querían ir a Inglaterra a actuar en una fiesta de cumpleaños. El mensaje regresó enseguida: el grupo informaba que no actuaría para ellos, porque se consideraban músicos de verdad y no monos que saltaban al oír la voz de comando de un rockero y de su esposa. Karamazov era uno de esos músicos rebeldes.

Finalmente Karamazov acudió a Inglaterra, y Songs from the Labyrinth es el resultado. El disco alterna canciones en la voz de Sting con piezas de laúd en solo, y la lectura de pasajes de las cartas de Dowland: la superposición es encantadora. No dejen de prestarle sus oídos, aunque más no sea traten de bajarse In darkness let me dwell y Can she excuse my wrongs?, donde Sting se desdobla en múltiples voces que crean magia verdadera. (Can she excuse my wrongs? significa ¿Podrá ella perdonar mis errores?, lo cual expresa peculiar ironía, dado que los versos se atribuyen a Robert Devereux, alias Essex, amante de Isabel I hasta que el verdugo lo decapitó –dando respuesta a la pregunta del título.)

Para ponerlo en palabras de otro grande, Caetano Veloso: belleza pura.

Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Personalidad sobresaliente

No sé yo cuáles son las condiciones para que se den tipos originales, capaces, además, de llevar a cabo empresas prodigiosas. Lo que desde luego sé es que no se producen en España. Sin duda, el lugar donde mejor crecen es la Gran Bretaña. Quizás la lluvia sea un elemento imprescindible para ese raro cultivo. Nuestra particular aspereza los mata de raíz.

El último personaje español de esa categoría tan británica, que yo recuerde, fue Paco Benet, el hermano de Juan. No sólo tenía una cabeza excepcional, sino que organizó la fuga de los esclavos del Valle de los Caídos contando con dos elementos memorables, un automóvil americano de gran cilindrada y una rubia despampanante, la jovencísima Barbara Probst. Su final, muerto en accidente tras dormirse al volante del jeep mientras cruzaba el desierto iraní (se había casado con una princesa de la familia del Sha), guarda una inquietante similitud con el coronel Lawrence, muerto a lomos de su motocicleta Brough Superior.

Me vino Paco Benet a la memoria tras la lectura de un artículo de Anthony Lane, un homenaje a Patrick Leigh Fermor que publicó el New Yorker de finales de mayo. Fermor es el arquetipo del caballero inglés capaz de las más audaces aventuras, como cruzar a pie la Europa de los años treinta desde Londres hasta Estambul, pero también otras empresas para las que se necesita un arrojo de superior calibre, como secuestrar en 1944 al general Heinrich Kreipe, jefe de operaciones de la Wehrmacht en Creta.

Narra Lane en su artículo una conocida escena del secuestro. Fermor y los partisanos griegos conducían al general por los escarpados montes de la isla hacia un escondrijo, cuando el general dejó escapar un suspiro a la vista de las cumbres nevadas y musitó para sí: “Vides ut alte stet nive candidum/ soracte...”. En ese momento le interrumpió Fermor, y continuó: “...nec jam sustineant onus/ silvae laborantes, geluque etc etc”. Ambos se miraron a los ojos y a partir de ese momento el secuestro continuó del modo más educado posible, “usted primero, mi general”, “no lo quiera Dios, usted primero, estimado agente de los servicios británicos”.

Nuestra tierra, reseca, roqueña, rasposa, no da este tipo de caballeros castrenses, pero algunos da en el género eclesiástico. En una ocasión viví una escena similar, cuando Gil de Biedma, espoleado por un comentario sobre la supresión del griego en el bachillerato, comenzó a recitar las primeras estrofas de Iliada y sin mediar aviso le siguió Pere Gimferrer impertérrito. No dejaron de declamar a coro durante todo el trayecto del taxi, que fue considerable. Ambos rapsodas tenían los ojos cerrados y dirigidos hacia el techo del vehículo. Fue muy hermoso.

Del viaje a pie de Fermor se han traducido los dos volúmenes ingleses: El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua (en la editorial Península), ambos insuperables. Falta el tercero. Nadie sabe si llegará a escribirlo. Fermor tiene en la actualidad noventa y un años. Las restantes aventuras de Fermor aparecerán en su biografía, anunciada para finales de este año.

Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2006
Blogs de autor

LA CONEXIÓN ES VIDA

Una reciente encuesta de la empresa Synovate, especializada en estudios de mercado, ha concluido, tras una encuesta a 4.600 jóvenes de 11 países europeos, que “ver a los amigos” constituye la actividad que más gusta. Muchos grupos de jóvenes han creado una suerte de fratría que amortigua desajustes familiares, soledades urbanas y pérdida de gratificaciones en los estudios o en las relaciones de pareja. Frente a la idea del superindividualismo contemporáneo, la fratría, dentro y fuera de la red, devuelve el confortador sentido comunitario a la vida.

La relación no constituye apenas un compromiso al modo de la religión o la militancia pero sí una clase de organización afectuosa y de honor que funciona como una red de socialización en auge y pro parcelas.

Las tribus urbanas que estudió Maffesoli hace años indicaban este nuevo reagrupamiento en espacios donde el planeamiento o el caos urbano no auguraba sino fallas en la conectividad general. El modelo de la contemporaneidad (en el entretenimiento, en la ciencia, en la cultura) tiende, sin embargo, a la conexión y no al aislamiento.

El nuevo mundo cibernético, el e-mundo se sostiene en red, es por naturaleza personal e interactivo, su vida procede de una constante y progresiva interacción personal. No tener lazos con los demás es vivir colgado. El ordenador parece morir cuando se cuelga; se cuelga cuando no conecta. La conexión es sinónimo de vida.

Leer más
profile avatar
14 de noviembre de 2006
Blogs de autor

PLATH

Blackbird es una revista literaria online. Una revista que se acerca a la literatura con más ideas que emociones. No soy un internauta regular en su sitio pero me habría equivocado si no hubiera hecho mi última visita. Publica un soneto inédito de Sylvia Plath. Nada menos.

Soy uno más entre los lectores de Plath: uno más que no sabe qué opinar de ella. Nadie sabe cómo entenderla ¿Fue su suicidio la prueba última de su fuerza o, al contrario, lo que sirve para comprobar su vulnerabilidad? Pero con relación a sus poemas, no hay duda: es una obra de primer orden. Abrir The Collected Poems es perder la sensación del tiempo. A veces, se me escapan citas por motivos excelentes: Brodksy, Auden, Gil de Biedma, García Lorca (el poeta de Nueva York), los poetas del siglo dieciséis en Francia, Rimbaud y Plath.

Me demoré años en comprar y abrir su novela The Bell Jar. Fui un tonto. Esperaba un milagro de una obra en prosa de una jovencita. Dejé el libro en una habitación de hotel, sin terminar mi lectura. Pero me parece que no se puede perder ni un poema de Plath. Y este soneto lo confirma.

El título es una palabra francesa: "ennui". Cuenta el aburrimiento de Daisy Buchanan, la mujer amada por Jay Gatsby en Gatsby el magnífico de Francis Scott Fitzgerald. La frase que provocó el poema, según la revista Blackbird es "I've been everywhere and seen everything and done everything" lo que se puede traducir por: no me queda nada por descubrir.

Nuestra suerte es que nos queda por descubrir el soneto de Plath. La revista prohíbe cualquier reproducción del texto. Pero nada me impide entregar el enlace para leerlo. La introducción al texto es excelente y, como siempre, me impresiona la técnica de Plath. Tenia cerca de 22 años y ya sabía todo del oficio. Hay un exceso de referencias literarias. Pecado de una jovencita. Pero, por favor, qué manera de moverse entre las emociones de Daisy y apuntar al vacío de su vida sin mancharla, con una especie de compasión.

Empieza burlándose de la gente que adivina el futuro al mirar las hojas de té que se quedan, a veces, en el fondo de una taza. Tengo a mi lado Reading Tea Leaves (Leyendo hojas de té) de un autor anónimo (editorial Pavilion, Londres 1995). No sé muy bien por qué pero acabo de dedicar media hora a comprobar la posible advertencia de un futuro suicidio en la lectura de las hojas de té. No aparece. El suicidio de Sylvia Plath queda, para mí, sin explicación: ella tampoco lo había leído en una taza vacía.

Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2006
Blogs de autor

LA E-POLÍTICA

La política cada vez interesa a menos gentes y sin importar que el sistema sea democrático o no puesto que la constatación es la insufrible irrelevancia del ciudadano. Un voto cada cuatro años es demasiado poco para inducir a la participación. Y mucho menos para controlar directamente al poder. Es decir, para llamar democrático al sistema. Existen, sin embargo, opciones y medios a mano para corregir esta decepcionante realidad.

En 35 de los 50 estados norteamericanos se puede enviar el voto por correo incluso semanas antes de una consulta electoral como la del día 7 de noviembre. Lo otros 15 estados anuncian que probablemente también admitirán muy pronto esta posibilidad.

Todo norteamericano podrá votar por correo y, en consecuencia, podría hacerse tanto a distancia como en una fecha que no coincidiera con la fiesta marcada. Pronto el voto por correo electrónico se hará extensivo, tan completo y disponible como fácil de ejercer. Consecuente, además, con el nuevo quehacer diario de los usuarios ante la pantalla. Pero siendo así ¿por qué no hacerlo? ¿por qué esperar todo un cuatrienio para votar senadores, diputados, congresistas, leyes sobre el aborto, la eutanasia, la marihuana, el matrimonio homosexual, guarderías, transvases, drogas, ocupación de parques y jardines?

La democracia tiende de representativa a interactiva de acuerdo con la evolución tecnológica y en cuyo oscilante devenir hemos conocido los cambios de vida, de pensamiento, de organización social y de saber común. Ahora vemos que la manifiesta incompetencia de un líder no tiene por qué aguantarse más allá de un tiempo prudencial y cuatro años son como una eternidad. Cuatro años no los aguanta ni un móvil de tercera generación, menos aún un cretino inmovilista. ¿Por qué esperar entonces a consumar ese periodo antes que votar su destitución? De otra parte, ¿por qué esperar aprobar una ley que puede salvar vidas sea a través de las células madre u otra debatible cuestión hasta que llegue el día fijado en un calendario político? ¿Por qué dejarlo además en manos del partido gobernante o de un presidente necio que a la vez puede hallarse en manos ajenas y no se sabe bien en beneficio de qué? Si esas manos son manos ocultas sería más que motivo suficiente para impedirles su continuidad. Si esas manos son precisamente las que se inspiran en el electoralismo, los lectores deben hablar sin intermediación. ¿Por qué no permitirles votar mediante Internet y en cada momento? ¿No aumentaría el interés ciudadano por esta clase de política participativa?

El net-art, el e-bussines, los sites románticos en la red van transformando velozmente la cultura de los sentimientos y los sentimientos de la cultura. ¿Cómo no requerir la urgente transformación de la política y su función democrática? ¿Cómo no impacientarse ante las lurdas, corrompidas e interminables legislaturas de un partido? ¿Cómo no denunciar la represión que la política hace del ciudadano impidiendo las posibilidades electrónicas de su nueva y efectiva interacción?

Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Tony y su reina

La nueva película de Stephen Frears se llama La reina pero bien podría haberse llamado El primer ministro. Porque aunque Isabel II es la que más tiempo aparece en pantalla, su objetivo es precisamente tratar de que no pase nada y fingir que así es. En cambio, el que mueve realmente la acción, el motor de la historia, es nada más y nada menos que Tony Blair.

Ya sabemos cómo es Tony, o al menos como era antes de la guerra de Irak: sonriente como un gato de Cheshire, carismático, informal, el buen chico rico que quiere que lo llames así, simplemente Tony. Estoy dispuesto a creer que el Blair de la vida real se parece a su retrato fílmico en esos aspectos. Pero no en todos los demás.

Para empezar, me cuesta creer que Blair llega a su primera cita con la reina y sus primeras palabras antes de entrar son “estoy nervioso” ¿Nervioso? ¿Tony “vamos-a construir-la-tercera-vía-y-dar-un-ejemplo-al-mundo” Blair? ¿Tony “créanme-hay-armas-de-destrucción-masiva” Blair? ¿Tony “Gordon-Brown-siempre-ha-sido-como-un-hermano-para-mí” Blair? ¡Por Dios, ese hombre es capaz de mirar a la cámara, jurar que la luna está llena de terroristas y promulgar un impuesto para invadirla, todo con una sonrisa! ¿Y Frears trata de convencernos de que se puso nervioso por ir a ver a la viejita?

Pero concedamos que ese Tony bisoño y juvenil aún estaba impactado por la Reina de Inglaterra. Digamos que es verosímil. Lo que resulta más difícil de tragar es este Tony que mira la tele con la familia y cena con los chicos, revolviéndoles el cabello y quejándose de que se ha quemado el pescado. Este amo de casa que friega los platos y hace huevos fritos. Este primer ministro que tiene en casa una guitarra eléctrica y peluchitos de dragón. Este chico bonachón al que sólo le falta llevar a los niños al colegio en bicicleta. Tras verlo, uno piensa que lo de ser primer ministro inglés te agobia menos que un medio tiempo como cajero del supermercado.

Y en realidad, así debe ser. Porque cada vez que aparece en la oficina, el Blair de esta película está viendo la tele. O preparando un discurso para la tele. O hablando sobre cosas que se han dicho en la tele. Y cada vez que aparece en su casa, está pensando en la corbata que debe usar o ajustándose los gemelos. El gobierno según Frears no es muy distinto que animar un programa de concurso, aunque supongo que esa es la parte más realista de la película.

Por eso mismo, y porque el Blair real y el de ficción conocen al dedillo lo irreal que es la realidad, lo más inverosímil de este Tony es que, mientras sus asesores se felicitan por el crecimiento de su popularidad, él está tratando de salvar a la reina. Si al menos fuese un verdadero manipulador, tendría sentido. Pero Tony está realmente embobado con su soberana. Hace todo lo posible por mejorar su mala imagen, y cuando le preguntan por qué, responde con aplomo: “no me gusta cómo la están tratando”.

La verdad, la reina se merece que la sacudan. Es indiferente al dolor de todo un país y frívola en el manejo del Estado. Les impide a sus nietos ir a buscar el cadáver de su propia madre y les oculta información sobre su muerte, que no es poca cosa. Cuando los chicos deberían estar de duelo, los manda de caza. Pero si no creemos que esta mujer es una miserable sin sentimientos, se debe por un lado a la portentosa actuación de Helen Mirren, y por otro, a que Tony Blair se despacha ante sus asesores con un discurso sobre lo difícil que es la situación de la reina y lo digna y grande que ha sido ella durante 50 años desempeñando su compleja misión (que consiste la mitad del tiempo en tomar el té). Nadie entiende por qué él la quiere tanto, pero nosotros sí: es que además de guapo, simpático, listo y confiable, Tony es bueno, generoso, comprensivo, y echa de menos una imagen materna.

Supongo que la película hace un fiel retrato no de Tony Blair, sino de la imagen que él tiene de sí mismo. En todo caso, la reina lo cala mejor que su propia esposa. Y uno de los mejores momentos de la película ocurre cerca del final, cuando ya medio mundo la odia a ella y lo ama a él, y ella le dice:

-Algún día, a usted le ocurrirá lo mismo.

Sabias palabras, mi reina.

Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2006
Blogs de autor

UN CABALLERO INFRACTOR

Dice José Manuel Caballero Bonald en un poema de su último y tan vigoroso libro de poemas, Manual de infractores, que, con el tiempo, de todo lo que amó solo van quedando “rastros, marañas, conjeturas, pistas dudosas, vagas informaciones”… y entre los ejemplos quedan los prolijos fantasmas de “un memorable lupanar de Cádiz, una mañana sin errores ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco, el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana, aquel café de Bogotá” y unas cuantas cosas más. “Unas cuantas cosas así de simples y soberbias”.

En unos días jerezanos de noviembre hemos tenido la fortuna de acompañar al poeta, narrador, memorialista y al que mejor entre los escritores españoles nos supo acercar al vino y al flamenco. Esas compañías de la mala vida que tanto y tan bien conoció y frecuentó Caballero Bonald, esas incorrectas maneras, esas indisimuladas pasiones que poco adecuadas parecieron a los académicos de la lengua. No permitieron que entre ellos se sentara un confeso prostibulario como Caballero Bonald. No, no creo que fueran esas las razones. Al menos no las principales. La Academia de la Lengua, otra cosa no, pero de prostíbulos, lupanares, izas y rabizas sí tenía grandes expertos. A la cabeza durante muchos años estuvo el bueno de Dámaso Alonso, poeta puro y felizmente impuro ciudadano. Buen aficionado a discretos prostíbulos y alcoholes fuertes. Ninguna de esas aficiones le fueron ajenas al Nobel y académico Cela. Pasiones burdelescas de las que no se libraban ni los poetas más cercanos al régimen de Franco y Fraga Iribarne. Es memorable el recuerdo de un día de burdeles, de lupanares gaditanos, más exactamente jerezanos, que recuerda Caballero en su primer libro de memorias, Tiempo de guerras perdidas. La juerga de alcoholes y lupanares que vivió un joven Caballero Bonald, tuvo dos nombres de mucha seriedad en la intelectualidad del franquismo, Leopoldo Panero y Luis Rosales. En los líos de las tabernas y las casas de lenocinio perdieron al poeta Panero. No recordaban en qué garito, en qué antro del largo día con su noche pasaron nuestros poetas, que esperaban el barco para Cuba. Encontraron al poeta de Astorga en uno de aquellos afamados lupanares y con ningún deseo de abandonar el lugar donde tantas atenciones había recibido. Eran otros tiempos, otros modos, otros fantasmas que  siguen acompañando la excelente memoria de este escritor que, con su lúcida costumbre de vivir, acaba de cumplir ochenta años sin el menor deseo de dejar ciertas y queridas insumisiones. Se han dicho muchas cosas en estos días de congreso en torno a Caballero Bonald. Se ha publicado una excelente edición de sus prosas dispersas, que al fin están unidas en tres hermosos tomos al cuidado de Jesús Fernández Palacios.

Y los que pretendan acercarse a la vida del escritor, los que quieran recorrer su iconografía, acercarse a su correspondencia o volver a los sórdidos recuerdos de un ministro franquista llamado Fraga Iribarne -una carta al poeta cargada de amenazas y mentiras que no tiene desperdicio- o cotillear entre las fotos de los tiempos en que los poetas de su generación no por nada fueron llamados la “generación del alcohol”, los que quieran recorrer esa historia civil, de lo vivo a lo contado, de Caballero Bonald, que consiga el excelente catálogo que ha coordinado otro poeta gaditano, otro narrador del sur, el más elegante de los herederos intelectuales de Caballero Bonald, Felipe Benítez Reyes. Una suerte poder acercarnos a cosas así de simples y soberbias.

Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2006
Blogs de autor

De qué está hecha la felicidad

Hoy soy feliz. Me lo sugieren los músculos risorios, que en su cansancio revelan que sonrío aun cuando no hay nadie a mi alrededor. (Eso de sonreír cuando nadie nos ve es un gran signo.) Escribo esto el domingo por la tarde, es un día magnífico, he leído infinidad de diarios tumbado al sol. (Este es otro signo auspicioso: el de leer los diarios y no ser víctima de la desesperanza.) Imagino que mi alegría es consecuencia de infinidad de hechos que quizás parezcan inconexos. La derrota de Bush en las elecciones, por ejemplo. En la edición argentina de la Rolling Stone había una entrevista a Kurt Vonnegut, el viejo recordaba que en los ’60 Abbie Hoffman anunció que la nueva forma de drogarse era metiéndose cáscaras de bananas por el recto; Vonnegut todavía disfruta al imaginar que los agentes del FBI se encajaron docenas de bananas en el culo para ver si Hoffman decía la verdad, el viejo se ríe y yo también. Leo el dominical de El País y allí Cynthia Lennon le cuenta a Diego Manrique que el cantante Donovan había oído lo mismo sobre ese presunto poder de las bananas, un factoide que le habría inspirado la canción Mellow Yellow. En mi cabeza Vonnegut, Cynthia y Donovan conversan, mientras yo paso páginas y sorbo café e imagino a Karl Rove quejándose de que las que le tocaron a él estaban demasiado verdes.

En el dominical de El País también publicaron una foto en la que se ve a cuatro narvales, yo adoro a los narvales, son criaturas fantásticas, tienen cuerpo de cetáceo y el cuerno de un unicornio. Hace poco escribí un cuento en el que un narval tiene papel protagónico, cuando se lo paso a la gente lo primero que me preguntan es si los narvales existen. Por supuesto, digo yo. Existen sin dejar por ello de ser fantásticos. Eso también me pone feliz.

Supongo que hay razones más pedestres para mi presente felicidad. La salida de una novela mía aquí en la Argentina, parece que a la gente le gusta, así como parece que mi novela infantil gusta en España (Serpiente Mía, Giulius: gracias again), en el suplemento Radar de Página 12 el escritor Antonio Dal Masetto dice que uno escribe para llegar a otros, lo cual me recuerda que el sábado Ezequiel Martínez dijo en la revista Ñ que según Gabriel García Márquez, uno escribe para que lo quieran más. Estoy de acuerdo con ambos, en mi balcón Dal Masetto, García Márquez y Ezequiel conversan mientras el café se me enfría e imagino a la Serpiente y a Giulius aun cuando no conozco sus caras: si la tecnología sirve para algo, algún día nos permitirá ver los rostros de aquellos que nos leen, uno escribe además porque no quiere estar solo, si quisiese estar solo ¿para qué se tomaría el trabajo de inventar a tanta gente?

Por supuesto que existen razones más profundas para mi bienestar, mi hija Agustina parece haber salido indemne de su encontronazo con dos ladrones, otro de mis seres queridos está mejor del mal que lo aqueja (que es de cuerpo y es de alma), lo increíble es que uno dependa de tantas cuestiones externas, e incluso banales, para permitirse experimentar la felicidad, necesito la victoria demócrata en USA y las saludables iniciativas de Kirchner después de la derrota en el plebiscito misionero (hablo de la limitación en la cantidad de miembros de la Corte Suprema y de la campaña en contra de las reelecciones ilimitadas), necesito de Vonnegut y de Cynthia Lennon (me recordó que Julian Lennon tiene mi misma edad, es lindo sentir que uno podría ser hijo de John, que de alguna manera lo es y que tiene millones de hermanos), necesito de García Márquez y de Dal Masetto, que me recuerda que huyó de Italia a los doce años con media docena de libros de Salgari por todo equipaje: ¿quién necesita más? Todas estas cosas y toda esta gente se confabulan sin saberlo para que yo levante el velo de mi melancolía y pueda ver lo que existe detrás, lo que estaba a diario aunque yo no lo viese, o mejor dicho no lo valorase: la salud de los míos, la posibilidad de vivir haciendo lo que quiero, el amor y el afecto de los que me rodean, los signos de esperanza que produce el mundo aun en medio de tanta necedad, de tanta destrucción. Ojalá no fuese tan superficial como soy, ojalá el árbol de tantas minucias no ocultase el bosque de mi felicidad profunda, ojalá me permitiese disfrutar más. Ojalá no fuésemos tan frágiles en la felicidad como tenaces somos en la miseria.

Perdón a todos por este disparate, y perdón especial a Holger Valqui, que se enoja cuando me pongo demasiado personal. Pero se me ocurrió que si uno ejerce su derecho a exponer en público sus preocupaciones, debería también cumplir con su obligación de compartir sus alegrías.

Sepan disculpar.

Leer más
profile avatar
13 de noviembre de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.