Vicente Verdú
¿Quién no ha padecido unos olores extraños y hasta fétidos en el interior de una tienda? Los momentos de rebajas, los días de verano, las fechas de Navidad, llevan a los establecimientos un gentío que termina concentrando sus vapores y reviniendo en una atmósfera que impulsa a escapar de allí.
Con el fin no sólo de evitar esta ignominia sino de transformarla en placer, Estados Unidos y otros países asisten a la creación de compañías especialistas en aromas para vender. No se trata de firmas compuestas por perfumeros. Ni siquiera de grandes profesionales de este ramo. La novedad consiste en que estas empresas buscan averiguar qué clase de fragancias inducen a comprar según la diferente naturaleza del producto. Por ejemplo, en los comercios de ropa de cama conviene rociar con una esencia compuesta por los olores del cachemir, el ámbar, el cardamomo, el cinamomo y la bergamota. Pero si se trata de vender ropa infantil lo lógico será diseminar un aroma a polvos de bebés y, en los supermercados de deportes debería olerse a cítrico, dado su poder energizante.
No siempre los expertos están de acuerdo en que un mismo aroma induzca las mismas sensaciones en todos los países. La vainilla, por ejemplo, evoca confort en Estados Unidos, en Francia se tiene por femenina y elegante, pero en los países asiáticos da asco.
Atendiendo siempre estas peculiaridades, la atención a los olores comerciales ha empezado a generar mucha clientela. El mismo Sony ha llegado a preguntarse que si había obtenido grandes resultados atrayendo la vista y el oído ¿por qué no conquistar también el olfato? Un mismo olor reina actualmente en sus 37 tiendas norteamericanas y pronto volará hacia otros continentes.
¿Y el olor de los Starbucks? No hemos sospechado que el mismo aroma en Seattle y en Pekín, en Madrid y en Roma o en Sevilla, no provenía del café sino de los sprays meticulosamente preparados para atraernos a tomar café? (Véase Time).