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El miedo al Otro

Por 2 de noviembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Encuentro demasiado a menudo noticias sobre hombres que castigan, y muchas veces matan, a mujeres. El efecto que me producen es siempre el mismo: una tristeza insondable. Sin ir más lejos, en estas horas resuenan en las noticias de la TV argentina dos de esos casos. Uno es el de una niña, Evelyn, que llevaba semanas desaparecida y cuyo cuerpito muerto apareció muy cerca de su casa. Estaba enterrada en lo de unos vecinos. La autopsia reveló ya que seguía viva cuando la enterraron: su laringe estaba llena de tierra. El otro caso es el de una adolescente de 15 años, Rocío, cuyo cuerpo fue hallado en un basural de la provincia de Catamarca. La última vez que la vieron con vida estaba subiendo a la motocicleta de un vecino, policía de profesión.

Estas historias me sublevan en sus pormenores, pero también por lo que significan para todos nosotros, en nuestra condición de representantes de la especie humana. Hablan de un impulso que llevamos dentro desde que conseguimos pararnos sobre dos pies, y que sigue quemándonos por dentro mientras tratamos, de manera hasta hoy infructuosa, de elevarnos a un nuevo nivel de conciencia, a una versión más digna del animal humano: el miedo pánico al otro, al distinto, la incapacidad de tolerar la diferencia –que deriva, estoy seguro, de la dificultad para aceptar nuestras propias dualidades.

Esta compulsión a borrar al otro, ya sea porque siento que amenaza mi existencia física o porque me recuerda un aspecto mío que no quiero ver, está en la raíz de todo acto de violencia, y en suma de toda guerra: contra los judíos y los negros, contra los comunistas y los homosexuales, contra los musulmanes y las mujeres. Existen en Shakespeare dos summas humanas que representan este dilema, dos personajes que quizás sean los más perfectos de su producción: Hamlet y Macbeth. Hamlet representa las alturas a que podría llegar el hombre si potenciase sus mejores características. Este ideal que Hamlet sugiere se malogra a último momento, cuando el príncipe sucumbe al costado masculino de su naturaleza, la violencia, en lugar de ser fiel al costado femenino de su sensibilidad, representado por la imaginación, que en el contexto de la obra está encarnado por el teatro. (Harold C. Goddard nos recuerda que Hamlet nunca es más feliz que cuando interactúa con la compañía teatral que arriba a Elsinore.)

Macbeth, por el contrario, es la summa negativa, el personaje que representa las profundidades abismales que visitamos al abandonarnos a nuestras peores características. En este caso la imaginación (el yin, femenino y nocturno) está aplicada a interpretar aquellas cosas que llenan al hombre de miedo, aproximándolo a la violencia (siendo miedo y violencia las dos caras de una misma moneda): el yang masculino y activo de Macbeth ya no ve en los otros lo que son, sino tan sólo la amenaza que representan para él, el fantasma del daño que podrían infligirle. Las Brujas lo enfrentan a su mortalidad, Lady Macbeth le recuerda su impotencia, el rey Duncan representa las alturas a que no arribará por mérito, Fleance y el hijo de Macduff son un símbolo del futuro que  terminará arrasándolo, como hace con todos. Frente a estos espectros Macbeth se convierte en una máquina de matar, lo cual equivale a decir una máquina de negar; y al actuar de esa manera Macbeth acelera su propia muerte, porque lo otro, el otro, no puede ser eliminado: es parte esencial de nuestra propia naturaleza, el yang no sobreviviría sin el yin, se trata no de aspectos opuestos, sino necesarios y por ende interdependientes.

El día que cese en su impulso de borrar de cuajo al otro la especie habrá subido un peldaño. Ese será el instante glorioso en que nos convertiremos en el hombre viejo, recuerdo de un pasado remoto, como el Cromagnon lo es hoy para el homo sapiens sapiens. Mientras tanto, este hombre viejo seguirá soñando con ese día así como lo han soñado tantos desde hace siglos, mucho antes, incluso, de que Shakespeare concibiese a Hamlet. Fue Lao Tsé el que escribió, seis siglos antes de Cristo: “Aquel que entiende lo masculino y atiende a lo femenino se convertirá en un canal para el mundo entero. La virtud eterna no se apartará de su lado, y volverá al estado de inocencia del niño”.

Sabias palabras, todavía no atendidas.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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